Movimientos sociales de izquierdas, anticapitalistas y antirracistas, de disidencias sexuales, de derechos humanos, feminismos, trabajadoras sexuales, socioecologistas, antiespecistas, antibelicistas, intelectuales, académicxs, ensayistas y tantxs otrxs, procuran entender la lógica de la violencia de nuestro presente para oponer resistencia. Parto de la idea de la política de la crueldad y su estética, que se visibiliza con más intensidad en el ecosistema, en los medios de comunicación, en la vida política, social, cotidiana, familiar e íntima y también en las redes de tecnología digital. Crueldad significa generar dolor y sufrimiento en otro ser viviente. Representa un acto o sentimiento de impiedad y ensañamiento de ánimo. Pone en riesgo nuestra propia supervivencia e impacta de manera injusta, en especial, en las poblaciones más empobrecidas y vulnerables del mundo y la de un gran número de otras especies[1].
¿Cuáles son los contextos históricos internacionales, regionales y locales que nos interpelan y nos someten con obscenidad en el ejercicio de la violencia contra colectivos o de manera individual para construir un “nosotrxs” homogéneo, cerrado y excluyente? Me propongo seguir sus huellas y cómo se inscriben en el cuerpo; porque son, en definitiva, lo que los otros nos hacen. Pero no se trata aquí de discutir necesariamente lo que nosotros hacemos con lo que nos hacen, tal como nos recordaba Jean Paul Sartre, sino de empezar a delimitar quiénes conforman ese campo del nosotros, quiénes y por qué se quedan afuera, y qué hacer con todos ellos y nosotros. Vale decir, hablaré sobre la violencia y la crueldad desplegada sobre los que son elegidos como la otredad, el de fuera, un humano inferior y, a la vez, con los no humanos. El potente teórico del pensamiento postcolonial, Achille Mbembe, propone en Necropolítica seguido del artículo Sobre el gobierno privado indirecto, “los conceptos de necropoder y necropolítica para describir los mecanismos por los que se establece y mantiene un control sobre quién puede vivir y quién debe morir. Todos los estados modernos clasifican las vidas de sus sujetos en un sistema donde la muerte de ciertos cuerpos no es sólo esperable, sino incluso rentable que los regímenes políticos actuales obedecen al esquema de “hacer morir y dejar vivir”, y sitúa la aparición de esta nueva forma de control durante el período colonial, momento de gran desestructuración de los límites entre la vida y la muerte que propició el silenciamiento del cuerpo”. No obstante, el análisis de este punzante teórico de Camerún es extensivo también para aquellas poblaciones que viven en un estado de absoluta precariedad; parias que no han sido expulsados aún de la sociedad de bienestar, sino que ocupan los márgenes de ésta; seres invisibles que habitan no lugares o lugares de tránsito (la calle, los aeropuertos, las estaciones de trenes, de subtes, las entradas en los cajeros automáticos de los bancos, las plazas, etc.).
Estamos atravesando etapas difíciles que todavía no podemos explicar del todo. Se intentan definir si son regímenes fascistas, neofascistas nuevas derechas autoritarias o ultraderechas. El fascismo, como explicó Hannah Arendt, intentó normalizar la crueldad, banalizarla, para hacer cómplice a la ciudadanía. Si una parte importante de la misma excluye de la consideración de humanos a diferentes grupos del conjunto, exalta la intolerancia, deshumaniza y clausura la forma desesperada de protestar a rebelarse. Desde ya, se necesita una lenta cocción política para ello.
Estamos atravesando etapas difíciles que todavía no podemos explicar del todo. Se intentan definir si son regímenes fascistas, neofascistas nuevas derechas autoritarias o ultraderechas. El fascismo, como explicó Hannah Arendt, intentó normalizar la crueldad, banalizarla, para hacer cómplice a la ciudadanía. Si una parte importante de la misma excluye de la consideración de humanos a diferentes grupos del conjunto, exalta la intolerancia, deshumaniza y clausura la forma desesperada de protestar a rebelarse. Desde ya, se necesita una lenta cocción política para ello.
Pasó con los judíos, gitanos, anarquistas, comunistas, negros, discapacitados durante los fascismos en Europa a lo largo de la década del treinta y del cuarenta. Ahora, es con los migrantes, palestinos, kurdos, chechenos, magrebíes y, desde luego, como siempre con las mujeres y las disidencias sexuales. O sea, que ese dejar morir, esa política de muerte, se hace transparente, ni siquiera se repudia y legitima el odio y el atrincheramiento. Para ello, recupero el planteo de la socióloga, Leticia Sabsay, en La crueldad contra los más vulnerables provoca fascinación. Ella dice: “Cuando aparecen el miedo y la incertidumbre -que asume en muchos casos la lógica de la paranoia- es fácil reaccionar contra el síntoma y no contra la causa. Ante esta situación hay dos opciones: o bien reaccionar contra ese poder, esa fuerza que ves invencible, que te presiona y que te deja cada vez más cerca del precipicio, o, al contrario, darte la vuelta y pelear con la ilusión de que te puedes mantener en pie”. Entonces nos encerramos en comunidades no solo de pares humanos sino también en redes de tecnología digital donde nos sentimos protegidxs. Son los llamados ‘espacios amurallados o el deseo de amurallar. En este presente se responde desde allí. Tal como lo propone la politóloga feminista Wendy Brown que arma una ruta para comprender la emergencia de un mundo social –resultado de la globalización neoliberal– cada vez más dominado por la crueldad y violencia del capital.
Los escraches como denuncias públicas virtuales
En su gran mayoría, son llevadas a cabo por grupos de mujeres profesionales, adolescentes, estudiantes frente a las múltiples formas de violencia y jerarquías machistas a las que están sometidas en sus lugares de pertenencia. O sea: escuelas secundarias, ámbitos de trabajo, universidades, sindicatos, partidos políticos, centros estudiantiles, agrupaciones políticas autonomistas y un largo etcétera. Pero también las imputaciones de violencia y de jerarquías machistas apuntan contra las autoridades y las prácticas adultocéntricas en los establecimientos educacionales. A la vez, existe en esta construcción de muros con fantasías de soberanía individual otorgado por las redes virtuales, una multiplicidad de portales locales, grupos cerrados o abiertos en facebook, fan pages específicas, youtube de disertaciones. Además, en la polis emerge organizaciones feministas abocadas específicamente a la violencia, femipatrullas, movimientos como el Ni Una Menos regionales, nacionales y locales. Mientras se presentan investigaciones académicas, encuestas, publicaciones, informes colectivos. Sin olvidar, la creación de comisiones de género en las instituciones.
En el espacio de la polis también escuchamos y leemos los cargos y denuncias que hacen las travestis, trans, maricas, tortas, personas no binaries, que son arrestadas, violentadas y muertas en manos de la violencia institucional y del régimen blanco cisheterosexual. Por otra parte, las comunidades indígenas luchan cuerpo a cuerpo contra las megacorporaciones del modelo de producción extractivista y consumo globalizado actual. Asimismo, el racismo detona contra colectivos migrantes, refugiados de países limítrofes, negrxs y chicxs de las barriadas acribillados por el gatillo fácil. Sin embargo, sus tormentos, pesadumbres y muertes de todos ellxs deliberadamente racista, xenofóbica y sexista aún no tienen el mismo nivel de indignación social ni la misma respuesta del conjunto. Entonces la pregunta sería ¿por qué adquiere más visibilidad política y respuesta de la mayoría unas que otras?
De toda esta maquinaria de experiencias y producción, me centraré en los escraches virtuales y pintadas callejeras. Estas estrategias disponen de una historia, aunque diferente a la actual en cuanto a sus usos e intereses políticos. Pensemos en clave genealógica: el 3 de noviembre de 1995 fue fundada la agrupación de derechos humanos HIJOS (Hijos por la Identidad y la Justicia contra el Olvido y el Silencio) que instalaba una forma novedosa de protesta colectiva e intervención callejera: el escrache. El mismo representaba algo más que una provocación imaginativa; se aproximaba a una puesta performática de la acción directa, en la cual convergían una multiplicidad de tradiciones culturales y políticas, a la vez, renovaba viejas modalidades de la denuncia pública. Hasta la irrupción de la revuelta del 19 y 20 de diciembre de 2001, la práctica de escrachar estaba direccionada hacia un objetivo único: la condena social contra los genocidas y sus cómplices que no fueron enjuiciados por violaciones a los derechos humanos llevadas a cabo durante la última dictadura cívico militar. En poco tiempo, los escraches ampliaron sus fronteras y comenzaron a instalarse como una modalidad más por parte de otros colectivos y organizaciones sociales para quienes la calle representaba un escenario de significativa visibilidad. En esta dirección, vecinos, pobladores y usuarios lo practicaron contra funcionarios corruptos e instituciones gubernamentales; asambleístas barriales contra empresas multinacionales y representantes de partidos políticos; travestis, putas y personas trans contra la represión y el control policial y sus leyes; mujeres contra la violencia machista. Escrachar hablaba de la necesidad de evidenciar a un alguien individual o colectivo en público, trabajando con la comunidad para que esté informada y comprometida, alertando a la conciencia comunal sobre el estado del orden de las cosas para que se sumasen a la acción política. No cabe duda que HIJOS contribuyó a que la noción de “escrache” se incorporase al lenguaje no solo de los organismos de derechos humanos[2] sino de la mayoría de los movimientos sociales antisistémicos. Se podría decir que los escraches simbolizan, con fines diversos y modos diferenciales, lógicas de acción colectiva. En este contexto actual, las cosas se resuelven de otra forma: la inmediatez, la fugacidad, a veces de manera individual, la urgencia en primera persona, se hace presente a través de las poderosas redes digitales. No cabe duda que la cultura de la crueldad “oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”, según dijera Karl Marx en cierta ocasión en un contexto diferente; sin embargo, dudo, tengo suspicacias, por cierto, no del contenido de los escraches sino del uso de sus metodologías.
A modo de coda
Para ir cerrando, tomo a consideración que la política de la crueldad precisa condiciones concretas sociales y políticas para su aparición y despliegue. Entonces sugiero debatir un punteo de cuestiones aún sin resolución alguna:
1. Acordemos que el contexto socio cultural permite la deficiencia de todo tipo de cuidados, habilita también las condiciones para que aumente la disposición a la agresiva y a la crueldad.
2. Hacia 1984, durante los primeros pasos de la democracia constitucional en Argentina, el ejercicio de la violencia contra las mujeres en el interior de la pareja y la familia se manifestó en la agenda feminista como una de las principales asignaturas a comprometerse y se abasteció a partir de las urgencias de los organismos de Derechos Humanos. Si bien pasaron demasiadas décadas, ahora son otrxs los colectivxs sexo/ disidentes, étnico/raciales que también reclamar ser atendidxs y exigen una concepción más amplia y compleja en torno a la violencia. Entender por violencia no sólo la aplicación de medios violentos para vencer una resistencia, sino todo tipo de dominación que ejerce un ser humano sobre otro y que asume distintos modos y formas según las circunstancias.
3. Fugar del estigma de la victimización. Seamos criaturas de la huida, postulemos otras vías de reflexión de sí, que no quede solo subsumido en el drama. Ciertamente, no es fácil llevar a cabo este desafío. Deberíamos desencadenar nuevos argumentos o tácticas de implementación que soslayen el acoplamiento entre víctimas, sometimientos, muertes y mujeres. Hasta entonces este tipo de discurso repercutió en gran medida por una cultura donde solo el sufrimiento justifica y confiere dignidad. Pese a ello, no logra modificar del todo el sentido común ya que no hay un pronunciamiento respecto a la salida de las mujeres de su condición fronteriza y vulnerable y la posibilidad de logros a futuro. Es cierto que para sensibilizar almas opositoras o dubitativas sacude más presentar los casos. A la larga esa estrategia “eficaz” con resultados efectivos de corto plazo para el desembarco en el debate, se convierte en la única causa valedera que está dispuesta a escuchar y aceptar como viable la gente, los medios de comunicación y además las propias afectadas.
4. Finalmente, intento explosionar la tiranía de las categorías y realidades binarias que deriva en la aplicación de políticas separatistas. A partir de mitad de los años sesenta en adelante, feministas del Norte, con sus voces y sus cuerpos llamaron la atención sobre la supremacía masculina y sus dispositivos biopolíticos para normalizar y reforzar su subordinación y, por ende, su exclusión. De esta manera estuvieron urgidas por crear nuevas colectividades de lucha política compuestas solo por mujeres. Sin embargo, corrió mucha agua bajo el puente y ahora no nos encontramos en el mismo lugar que nuestras ancestras. Primero, casi todas ellas provenían de movimientos de cuño socialista, comunista, maoísta, trotskista, situación que no se repite en la actualidad. En aquellas instancias, las masculinidades tanto blancas como negras dentro de los cenáculos militantes anticapitalistas o los partidos políticos de las izquierdas comprometidos con la justicia social, no impulsaron planteos alrededor de sus propios privilegios, prestigios, jerarquías, poderes e impunidades. En este presente se están conformando espacios de pertenencia sobre como desandar el machismo sexista y homofóbico. Al menos, en este Congreso se generó un área para debatir en torno a las masculinidades y sus definiciones y apuestas entre la academia y el activismo. Luciano Fabbri, en su charla “Reinvidicarnos como traidores al género” propone: “una lucha contra nosotros mismos, ser varón en esta sociedad patriarcal es estar socializado para ocupar lugares de poder y no se puede permanecer sin poder. La masculinidad es una política extractivista que se queda con la plusvalía cotidiana que reproduce nuestras compañeras”.
5. Como contrapartida hagamos un llamamiento a la formación de lazos tiernos, recobrar las usanzas foucaultianas de la amistad como modo de vida, un posible “nuevo derecho relacional”, en el cual las relaciones de amistad estén reconocidas y valoradas como vínculos políticos/afectivos. ¿Qué tipo de relaciones pueden, trabarse, inventarse multiplicarse, delinearse dentro del contexto de crueldad y violencia? La noción de forma de vida me parece sumamente relevante. ¿Por qué razón no podrían introducirse criterios diferenciadores distintos que consistirían en la “forma de vida”? Una forma de vida puede ser compartida por personas de edad, de condición y de actividad social distintas; puede determinar relaciones intensas que no guarden ninguna analogía con las institucionalizadas de tradición burguesa heterosexual y puede ser incluso el origen de una cultura diferente. En eso estamos.
[1] Es el objetivo de la Huelga Mundial por el Clima que se celebrará a nivel global el próximo 27 de septiembre. Irán desde manifestaciones callejeras, acciones directas contra firmas comprometidas en la destrucción planetaria, huelgas de consumo y de trabajo
[2] Por encontrar semejanzas, entrado el siglo XIX para adaptarse a los conflictos industriales surgió el charivari. El mismo significaba una rebelión contra personalidades y oficiales impopulares: recaudadores de impuestos, policías, predicadores, y era utilizado para defender los derechos comunitarios. El historiador inglés E. Thompson denominó “economía moral de los pobres”.