“Después de veinticinco años de ‘libertad’, una gran cantidad de mujeres negras todavía trabajaba en los campos. Las que habían alcanzado la ‘casa grande’ encontraron que las puertas a las nuevas oportunidades se les cerraban a cal y canto, a menos que, por ejemplo, prefirieran lavar en su propia casa la ropa de varias familias blancas en lugar de realizar varias tareas domésticas para una sola de ellas. Sólo una proporción infinitesimal de mujeres negras había conseguido escapar de los campos, la cocina o las lavanderías”. Así relata Angela Davis las condiciones materiales de vida de las mujeres negras tras la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos. Una escena similar a esta es la que viven las mujeres trans y travestis en relación al complejo mundo del trabajo en la actualidad. Aunque desde 2012 las personas trans tienen “igualdad legal” frente al estado argentino, sólo una pequeñísima porción de la comunidad trans ha conseguido traducir esto en mejoras materiales de sus condiciones de vida. La distancia entre las leyes conseguidas por la lucha travesti-trans y los efectos reales en sus condiciones de vida ya era bastante amplia antes de la asunción de Milei, pero se agudiza con las actuales políticas neo-conservadoras.
Cuando en 2021 se discutió en el Congreso Nacional la Ley de Cupo Laboral Travesti-Trans se escuchó decir muchas veces que la ley venía “a reparar” las condiciones estructurales de vulneración de las personas trans en Argentina. Desde los distintos espacios partidarios se insistió en la promesa de dignificar a la población trans por la vía del empleo registrado y en las enormes virtudes que este tenía para impulsar la igualdad real para ellxs. Sin embargo, apenas conseguida la ley se formularon críticas a su aplicación: muchas compañeras travestis y trans percibieron que los empleos se repartían discrecionalmente; se privilegiaba a las personas trans jóvenes y con certificación de estudios; se exigían documentos, certificados y demás condiciones que la mayoría de las compañeras trans mayores no podían cumplir; se ofrecían condiciones de contratación muy precarias; etc. La Ley de Cupo puso en evidencia que dentro del gran paraguas de lo trans había realidades muy diferentes y que la promesa del empleo formal era insuficiente. Además en términos objetivos la aplicación de la ley había sido escasa: hasta 2023 sólo se había alcanzado la contratación de menos de una quinta parte del 1% establecido por la Ley de Cupo como piso. Un informe del Observatorio Sindical de Géneros y Relaciones de Trabajo, realizado por Francisco Fernández Romero y Pato Laterra junto a integrantes de la Asamblea de Trabajadorxs TTNB, daba cuenta de varios datos que confirmaban la percepción de la comunidad trans sobre las carencias de la Ley de Cupo: de las 995 personas contratadas el 45% fueron menores de 30 años; el 91% estaba radicada en CABA o Provincia de Buenos Aires; cerca del 80% tenía estudios secundarios, terciarios o universitarios; más del 80% estaba en condiciones precarias de contratación y el 58% experimentó dificultades con su obra social.
Las condiciones estructurales de vulneración que la población trans, y en especial las travestis trabajadoras sexuales, vivían fuera del empleo se tradujeron en la implementación del cupo. Por ello, apenas asumió el gobierno de Milei, la comunidad trans encendió sus alarmas respecto a la continuidad del cupo laboral trans. En diciembre de 2023, tras la firma del decreto 84/2023, se conoció que los contratos del Estado suscritos durante el último año de gestión de Alberto Fernández quedaban sin efecto, con excepción de aquellos protegidos por las leyes de cupo. También se estableció la revisión trimestral de los contratos estatales. Aunque esta primera decisión brindaba algo de tranquilidad, ya que parecía que los contratos regidos por la Ley de Cupo Laboral Trans iban a permanecer intactos, la llegada de marzo y la primera revisión de contratos estatales evidenció que las personas trans no sólo no estaban ajenas a los despidos sino que en muchos casos estaban al tope de la lista. No sólo preocupaba la decisión administrativa de revisión de los contratos, sino los criterios discriminatorios con los que estos se realizaban. Algunas compañeras empezaron a sentir mayor hostigamiento en sus lugares de trabajo, llamados de atención, reducción de horas extras y tareas, cambios de turno, etc.
“Una compañera travesti que trabaja como enfermera en un hospital público, curiosamente a partir de la asunción de Milei empezó a recibir trato discriminatorio de sus compañeras y superiores. Fue cambiada de turno y finalmente se le prohibió acceder a su lugar de trabajo y se le informó la finalización de su contrato. De la noche a la mañana se quedó sin empleo y con sus proyectos de vida en suspenso”.
Los primeros días del mes de marzo ya existían varios casos de despidos, comunicaciones cruzadas y anuncios vía twitter que informaban del cierre de oficinas del estado. El 29 de febrero se conocieron despidos en la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS). El 5 de marzo se anunció el cierre de 59 Centros de Referencia del Ex-Ministerio de Desarrollo Social (CDR). El 19 de marzo se anunció el cierre del Instituto de Agricultura Familiar y Campesina (INAFCI) y se conjeturaba el cierre del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA). En todos estos espacios trabajaban muchas personas trans, especialmente compañeras travestis y trans que por primera vez accedían a un empleo formal. Todos estos anuncios fueron informales y en la mayoría de los casos los trabajadores de estas dependencias no recibieron notificaciones oficiales sobre su futuro laboral, ni tuvieron reuniones con los nuevos jefes bajo la era Milei. Hacia fines de marzo se conocieron más detalles de despidos de personas trans: cerca de 100 personas fueron despedidas en todo el sistema público nacional, un 10% de las contrataciones realizadas por la Ley de Cupo. Las áreas más afectadas fueron el ANSES (20 despidos), Secretaria de Trabajo (28 despidos) y Ministerio de Capital Humano (23 despidos), aunque se registran despidos en muchos sectores.
El engranaje de las buenas costumbres
Los despidos pusieron en suspenso los proyectos de vida de las compañeras travestis. Todavía es angustioso hablar de los despidos porque en la mayoría de los casos no hay ninguna certeza. La mayoría de las veces no fueron formalmente realizados, simplemente se desactivaron los sistemas, se impidió a las trabajadoras entrar a sus correos electrónicos o circuló informalmente un mensaje de whatsapp informando la no continuidad del contrato. A través del rumor, las comunicaciones informales o simplemente el silencio, un centenar de trabajadorxs trans recibieron la mala noticia. Hubo quienes se lo esperaban porque venían viendo cambios en sus lugares de trabajo o porque simplemente estaban sin tareas específicas desde la asunción de Milei, pero también muchxs tenían la sensación de que las cosas continuarían con normalidad. Vale decir que para las trabajadoras travestis, acostumbradas a vivir ganándose el mango día a día, la frágil comodidad del empleo público les brindaba una seguridad hasta ahora absolutamente desconocida. También algunas compañeras confiaron en la promesa de que los cupos no iban a ser tocados y entendían que su continuidad estaba asegurada. “Vos sos la única que te vas a quedar, me decían mis compañeros de oficina. Todas creíamos que el cupo no se tocaba”, cuenta a LATFEM una de las trabajadoras despedidas.
“Darle voz a la situaciones atravesadas desde el despido las atemoriza debido a las tensiones que existen respecto a la estrategía política futura. Por eso en esta nota las declaraciones textuales están anonimizadas para proteger la identidad de las compañeras, evitar reprimendas en sus ex-espacios de trabajo y para no obstaculizar las eventuales reincorporaciones“
“Esta semana una compañera trava se intentó suicidar”, relata otra compañera. Para muchas es imposible después de estar por un tiempo en el empleo formal afrontar la vida sin su sueldito a fin de mes. La mayoría de las compañeras travas que ingresaron por el cupo lo hicieron en la categoría más baja y cobraban salarios de entre 90 mil y 110 mil pesos, bastante menos de lo que se necesita para vivir en la Argentina de hoy. Pero además del empleo, estar registradas significaba para ellas la posibilidad de acceder a un crédito, a un seguro de salud, a proyectar una carrera. “Yo quería terminar el secundario y anotarme en abogacía, ahora no sé que voy a comer la semana que viene”, dice otra de las compañeras que alterna entre la ayuda que le brinda una institución y los pesos que saca dando shows. “Vi a una compañera que se acababa de operar las tetas y ahora está saliendo a la calle porque no tiene un mango para vivir”. Cada conversación con las compañeras travas despedidas es más difícil. “Yo tengo miedo de volver a la calle y volver a estar perdida, porque la calle te lleva al vicio y yo no quiero volver”, dice una de las pibas. Es difícil describir lo que está pasando por la cabeza de las compañeras travestis que pasaron de estar sentadas en una oficina a imaginarse volviendo a la calle. “Me mata la idea de tener que volverme a publicar”, dice otra.
Aunque hay compañeras travestis que sólo llegaron a trabajar entre seis meses y un año en dependencias del Estado, para muchas de ellas la calle es una realidad lejana. No quieren volver porque reconocen en ellas el peligro, porque sus paradas ya están ocupadas, porque formularon para sus vidas planes y deseos que son imposibles de congeniar con el trabajo sexual. El empleo registrado permeó en la forma en que cada una de ellas se pensaba a sí misma. Buena parte del activismo ha contribuido también a construir la idea de que el trabajo sexual es un trabajo indigno, desconociendo las condiciones estructurales y de marginalidad que rodean al trabajo sexual y lo vuelven peligroso. Hubo una gran operación discursiva por convertir a las travesti en un sujeto trabajador, que se adhiere a las rutinas de la vida “normal” y rechaza todo aquello que pueda ser escandaloso. Pero más allá del discurso, pocos se hacen presente para sostener la vida de esas travestis que hoy son arrojadas a la calle, llenas del sentimiento de haber fracasado en la tarea de ser una pieza más en el engranaje de las buenas costumbres. “Mi familia estaba orgullosa de mí porque tenía un trabajo, pero ahora…” la conversación se corta y sólo escucho un sollozo.
Asamblea de Trabajadorxs Trans
El fin de semana de Pascuas nadie descansó. La tarde antes del feriado llegaban las primeras notificaciones de despidos y algunas compañeras empezaron a escuchar rumores fuertes sobre el fin de sus contratos. Circularon las primeras listas. Dos o tres amigas desaparecieron de los grupos de whatsapp, dejaron de responder sus teléfonos. Entre las travestis que, más o menos, sobrevivimos sin el empleo estatal empezaban a circular los mensajes: a fulanita la echaron, menganita cree que está en la lista, zultanita no responde el teléfono ¿estará bien La semana después de Pascuas cuando llegué al colegio donde trabajo me enteré de que algunas estudiantes trans habían sido despedidas. Les mandé un mensajito lleno de buena vibra, para levantarles el ánimo y para que sepan que las esperamos en el cole. Pero por otra parte me sentía vacía y desorientada. Nadie sabía qué hacer. ¿Enojarnos? ¿Denunciar? ¿Escribir? ¿Abrazarnos? Todavía resulta difícil pensar estratégicamente cómo accionar ante un temblor tan grande.
“Este texto es un ensayo por organizar la bronca y coleccionar las cosas que me quedan resonando de la charla con mis compañeras y amigas travestis. Hay quienes prefieren esperar, organizar acciones colectivas, confiar en las burocracias institucionales. Yo sólo puedo etnografiar la angustia.“
La primera respuesta de la comunidad travesti-trans vino de la mano de la Asamblea Zaguán TranSindical, un espacio que funciona desde el año pasado y convocó a algunas asambleas luego de la victoria de Milei en las PASO 2023 para debatir sobre la escasa y problemática aplicación del cupo laboral trans en el sector público nacional. Tras aquellas primeras asambleas identificaron que muchxs compañerxs no conocían sus condiciones de contratación y habían tenido problemas en vincularse con sus sindicatos. La tarea durante 2023 fue, sobre todo, de relevamiento y de comunicación con los diversos gremios. Aunque la asamblea estaba pensada para funcionar sobre todo en el AMBA, el escenario de los recientes despidos -que afectaron a muchxs compañerxs en las provincias- hizo que se volviera un espacio federal. En las asambleas de trabajadorxs trans, travestis y no binaries participan algunxs de lxs despedidxs, pero sobre todo hay trabajadorxs que aún conservan su empleo y buscan asesoramiento sobre cómo protegerse. Cada asamblea es una jornada maratónica donde cada unx expresa sus temores, su situación, la incertidumbre respecto a sus condiciones de contratación y se socializa la data que se produjo colectivamente. De este espacio emergieron las primeras sistematizaciones sobre los despidos y algunos modelos de telegrama y notas para responder ante el cese de los contratos. Al no tratarse de un sindicato, sino de una asamblea en donde confluyen trabajadorxs afiliados a distintos espacios, es difícil unificar estrategias y establecer diálogo con todos los sectores: existen algunos con más predisposición a reunirse con la asamblea para trabajar estrategias conjuntas, existen otros que ni siquiera ponen atención a las particularidades del empleo trans.
Además del espacio de la asamblea de trabajadorxs TTNB, algunas instituciones y organizaciones están acompañando a lxs despedidxs, aunque se siente un poco el vacío de acciones en comparación con otros tiempos. En líneas generales todos los espacios de activismo se pronunciaron en relación a los despidos, pero no todos están tomando acción directa para paliar la situación. Faltan manos y recursos. Existen algunos espacios que facilitan asesoramiento jurídico, organizaciones que acercan bolsones de alimentos a las compañeras travas despedidas, la propia asamblea también coordina acciones para recaudar fondos para ayudar a quienes tienen necesidades más urgentes, pero siempre falta. Además las ayudas pocas veces se extienden en el tiempo y día tras día, las compañeras travestis despedidas viven más angustiosamente el fin de mes. La rutina del empleo formal ayudó a muchas compañeras a acceder a comodidades que antes no tenían, algunas tan simples cómo poder alquilar un lugar donde vivir. “Nunca había tenido un recibo de sueldo, siempre tuve que vivir en pensiones. Lo primero que hice cuando empecé a trabajar fue alquilar un departamentito. Ahora que me quedé sin laburo ya no se sí podré mantenerlo”, cuenta una de las compañeras. Otras tomaron créditos para construir el techo propio, pero ven con temor la llegada de los vencimientos y las cuotas que se acumulan sin que tengan el sueldo para pagar. Otras están vendiendo las pocas cosas de valor que tienen para tratar de pagar un mes más de alquiler.
“Una compañera me cuenta, entre lágrimas, que tiene su pierna ulcerada y que usaba la obra social para el tratamiento, ahora no sabe sí podrá continuarlo porque apenas tiene plata para las gasas que necesita para su curación. El tiempo de las travestis corre rápido, sus vidas dañadas desde que son pequeñas, vulneradas desde sus bases, las hacen vivir a un ritmo que no puede esperar los vaivenes de la burocracia.“
El tiempo de los sindicatos
“Cuando le pedimos al sindicato que nos ayude, nos dicen que el Estado tiene hasta noventa días para responder nuestros telegramas”, dice una de las trabajadoras, enojada. “Ellos te responden tranquilos porque total, las personas cis que se quedan sin empleo pueden salir a buscar un trabajo en otra parte, ¡pero nosotras no!”, comenta otra cansada de esperar respuestas. La respuesta sindical es variada, pero en líneas generales se queda muy corta para dar cuenta de la problemática trans. Hay sindicatos que tienen comisiones de género y diversidad, lo que en algunas dependencias ha hecho que se produzcan rápidamente reincorporaciones, pero otros simplemente ignoran si tienen afiliados trans en sus filas. “Yo nunca quise participar del sindicato porque siento que ellos sencillamente te dan largas, te hacen trabajar para sus propios objetivos, pero luego no te dan respuestas concretas”, me cuenta una compañera trava que ya vivió durante el macrismo la experiencia de ser despedida y no encontrar respuesta, por eso elige ir directamente con una acción legal individual. “Mi sindicato me pide que yo vaya a sus actividades, que participe de las marchas, pero después no me responden nada. En mi sector fuimos ocho despedidas, pero sólo cuatro seguimos peleando. Las demás bajaron los brazos”, cuenta otra compañera.
“La acción sindical no es necesariamente mala, pero funciona de acuerdo a lógicas que aunque sean suficientes para las personas cis, no lo son para la comunidad trans. A diferencia de las personas cis, que muchas veces pueden recurrir a familiares, amigos, ahorros para sustentarse hasta recuperar sus empleos, las travestis están al horno“.
Muchas de las compañeras despedidas eran además migrantes, por lo que el fin de sus contratos las encontró lejos de sus familias. Otras compañeras están ahogadas por las deudas, ya que a diferencia de las personas cis que vienen de trayectorias laborales más largas y por ende, han podido reunir condiciones más cómodas para sus vidas, las travestis recién incorporadas al mundo laboral apenas están pudiendo comprar sus primeros muebles, ropa de trabajo, computadora, teléfono, y tantas otras cosas que para el mundo cis son normales. La situación más angustiante la viven aquellas compañeras con problemas de salud severos, que necesitan de los tratamientos que se garantizaban con las obras sociales o quienes habían iniciado tratamientos y cambios postergados y que ahora ven interrumpidos. El desconocimiento de los sindicatos sobre la situación de las personas trans es tanto que, de hecho, desconocen el marco normativo de la Ley de Identidad de Género y han obviado mencionar en sus reclamos los despidos que se produjeron por el cupo laboral trans, aunque sí lo hicieron para los casos de personas con discapacidad o personas gestantes que fueron despedidas. Claro, hay excepciones… ero son pocas. Buena parte del descontento surge además porque lxs trabajadorxs trans están al tanto de las reincorporaciones que se producen, y observan que la prioridad siempre la tienen los trabajadores cis con mayor antigüedad y que participan activamente dentro de los sindicatos.
“Vamos a seguir peleando por nuestros empleos, pero no vamos a pedir permiso al sindicato. Ojalá nos acompañen, pero no vamos a esperar más”, dice una de las compañeras empuñando su furia trava. Aunque la promesa de la reincorporación sigue alimentando la lucha de muchxs compañerxs y de la asamblea de trabajadorxs, se empieza a sentir el cansancio y también el temor sobre qué pasará a partir de julio. “Si nos van a reincorporar y después no nos van a garantizar continuidad, ¿para qué estamos luchando?” se preguntan algunas. Preocupa también el hecho de que varias oficinas hayan prácticamente desaparecido o mutado en espacios casi testimoniales, sin funciones ni presupuesto. Es el caso de una de las compañeras del Instituto Nacional de la Agricultura Familiar, Campesina e Indígena (INAFCI) que, tras 18 años de trabajo, se pregunta si tiene sentido pelear para regresar a una oficina desmantelada y bajo las órdenes de jefes libertarios. “El sentido que tenía el instituto era trabajar en territorio y bajo una mirada colaborativa con las comunidades, en sus años dorados era un espacio donde nuestro trabajo hacía aportes super importantes, pero ahora ¿qué vamos a hacer?” Otras tienen miedo de volver porque conocen a las nuevas autoridades y saben que son transfóbicas, o porque perdieron a sus otras compañeras trans que muchas veces representaban el único apoyo dentro de espacios laborales violentos. También hay quienes hoy se dan cuenta que aquellos compañeros cis que parecían ser copados, fueron quienes pusieron sus nombres en las listas de despidos. No sólo están dejando sin trabajo a las personas trans sino que también los espacios laborales están volviéndose complejos, peligrosos y expulsivos. “Nos quieren cansar, pero no nos conocen”.
Sombras vagas y lejanas
“Después de ocho largas décadas de ‘emancipación’, los signos de la libertad eran sombras tan vagas y tan lejanas que había que esforzarse mucho para percibir su presencia”. Así cierra Angela Davis el texto El significado de la emancipación para las mujeres negras. Sin duda, los tiempos que corren parecen ofrecernos mejores perspectivas que a las mujeres esclavizadas a principios del siglo XX, pero sin lugar a dudas nuestras luchas deben profundizarse y armarse de paciencia. La promesa de la igualdad legal contenida en la Ley de Identidad de Género y la de ser dignificadas por la vía del trabajo registrado contenida en la Ley de Cupo Laboral Trans, son sólo eso: promesas. Sobre todo en estos tiempos donde un presidente puede borrar de un plumazo todos los acuerdos mínimos constitucionales con la complicidad de gobernadores, diputados y senadores.
“Aunque en la última década el activismo trans haya encontrado su principal estrategia en la articulación con el estado, en impulsar leyes, en participar de las decisiones del gobierno; no debemos dejar que toda la estrategia sea dentro de los espacios institucionales copados por la burguesía. La crisis que estamos viviendo en torno al empleo nos recuerda que las travestis somos trabajadoras y por ende debemos disputar y construir políticamente con los pies puestos en la calle“
La ley, siempre parece crear una nueva realidad, pero muchas veces sus efectos son más discursivos que materiales y es por ello que hoy, ante la primera de muchas sacudidas que este gobierno planea asestar contra el pueblo, somos las primeras en caernos de la formalidad.
No es la primera vez que desde estas líneas agito la bandera de la desconfianza, pero está vez es imprescindible. Nos ha resultado fácil en los últimos años caer ante los seductores slogans que nosotras mismas produjimos, los coletazos de la marea feminista nos han visto llorar con discursos de Silvia Lospennato, hemos creído en la buena voluntad de la política y nos hemos dormido en los laureles. Ahora la pesadilla neo-fascista nos sacude y necesitamos organizarnos velozmente para resistir. Debemos volver a nuestros clásicos, volver a pensar en las intersecciones de género y clase y volver a comprendernos cómo una comunidad en donde no somos iguales y algunas necesitan más que otras. Tenemos la tarea de ayudarnos, de mirar lo urgente y de tendernos la mano sin miedo. No es el tiempo de escondernos en nuestras casas, de preguntarnos sí conviene o no salir a una marcha, de enredarnos en las internas partidarias para justificar nuestro silencio: debemos radicalizar la ternura, hacernos fuertes en la furia y cuidarnos con el mayor celo posible entre nosotras. Cuando realmente tengamos libertad, cuando finalmente las leyes sean hechos, cuando nos hayamos esforzado lo suficiente para que nuestros feminismos transformen las vidas de la clase trabajadora, de las desocupadas, de las villeras y de las putas, recién ahí podremos dejar de estar alertas, aunque ojalá nunca nos gane el optimismo nuevamente.