Tres en la imagen social aleccionadora y acusatoria: son tres los pueblos que nos pasamos de dónde tendríamos que habernos quedado. ¿Quiénes somos las y los que deberíamos habernos quedado en la estética dócil de comprensión ecuménica o en las palabras tiernas que acercan a los duros que hay que sensibilizar? ¿Quienes no vemos la frontera que dibujan otros? Los de la historia completa, los de la objetividad justiciera, los de la verdad epistemológica, incluso también los que abrieron sus puertas y nos sentaron en sus sillas. Me explico: los que armaban mesas de diálogo incluyendo feministas aguafiestas, científicas no sonrientes, travas triunfadoras, lesbianas que no parecen.
Pero primero ¿quiénes son las que se pasaron? Un movimiento, unas ideas, unas prácticas, unos libros, unos encuentros, todas las que participamos más o menos activamente de un momento histórico y político. Tres son los pueblos sin nombre que justifican la inacción política de la mitad de la dirigencia partidaria popular que no pudo contener en sus filas el entusiasmo general.
Tres también es la cifra que marcó el final de una etapa y develó lo que se cocina ahí abajo. Esa pequeña voz que arma juegos siniestros pero implacables, que siembra en la historia sus guiños para ser leídos ante lo irremediable. Tres estrellas fueron las del campeón, la de las calles rebalsadas de alegría, las de la falsa unión nacional, las que alcanzaron los héroes deportivos que no pueden opinar nada del mundo o su país porque sus millones estarían en peligro. Heroes falsamente limpios, jefes de familias felices que no tienen excesos verbales ni compromisos éticos: venden casinos infantiles y celebran levantando su pija al mundo pero eso seguro no son guiños sino inocentes juegos que no pueden ser leídos: no claro, el sentido del texto tiene límites, como los pueblos no los ponen quien escribe. Heroes no anónimos sino con nombres comprometidos en contratos obscenos para darles felicidad a los argentinos y orgullos apolíticos.
Tres estrellas tatuadas en los cuerpos de miles de pibas campeonas también. En las celebraciones de ese diciembre festivo en el abismo de la Argentina escuché como una chica le decía a otra desconocida que se encontraba en el festejo callejero: hola campeona, ¿vos sos campeona del mundo? y la otra respondió: ¿yo? Campeona. Recuerdo su sonrisa, las uñas enormes, las pestañas, la remera atada arriba de la cintura, campeona hermosa, festejando en el medio de la ciudad, en medio de una argentina que amasaba lentamente la oscuridad, campeona.
Tres fueron también las camas incendiadas de las lesbianas pobres de Barracas. Acompañamiento atroz al discurso presidencial del presidente de la Argentina en un foro internacional en el que dictaminó la homofobia de estado. Señales, marcaciones, voces más o menos secretas que resuenan en una lengua y empalman con la realidad o la arman. Tres, tres fueron las lesbianas quemadas por un vecino que no quería verlas más. Pamela, Roxana y Andrea, tres nombres para los pueblos, tres fronteras que atravesamos, tres vidas disponibles para canalizar el odio.

Tres por ciento pide de coima Karina Milei a través del Andis, Agencia Nacional de Discapacidad, tres por ciento de todo lo que hay. Mientras hacía campaña para la elección de medio término en la provincia de Buenos Aires la gente le hacía tres con los dedos. Sin palabras, un tres en las manos de miles como respuesta pacífica al saqueo. Robo desde el estado que culpa a las víctimas, recorta y vacía planes sociales y construye como enemigo al feminismo. Clima general que arrastra a bienpensantes o aliados comunicacionales que no dice que las feministas se pasaron tres pueblos pero lo piensa y actúa en consecuencia. No me escuches, fijate lo que hago, parecieran decirnos. Compuertas abiertas para que corra el río de discursos excluyentes, estigmatizantes y culpabilizadores. ¿Fueron compuertas entonces lo que pusimos en la última ola? ¿ Fue una ola de cemento que contenía un río? ¿cómo el océano puede contener un río? Es que son esos ríos los que desembocan en nuestro mar, no los paramos sino que siempre nos sumergimos en las mismas aguas que no olvidan, que nos bañan en las mismas grietas.

Tres chicas desaparecen en primavera. Salen un viernes y no regresan. Salen desde su barrio, atraviesan otros: una, dos, tres localidades. Ingresan a una casa: son asesinadas. Existe la hipótesis de que sus muertes fueron transmitidas por Tik-tok o instagram para aleccionar a un grupo de hombres. Uno de los rasgos más fuertes de esta época se cristaliza en este hecho: la lección. La lección que quiere dar el gobierno si votas kirchnerismo, la lección que quieren darle a las feministas, la lección que quieren dar los narcos y femicidas. Todos quieren dar lección. Deberíamos cambiar crueldad por lección y dividirnos entre aleccionados y aleccionadores. La lección encarna también una idea de futuro: la lección es futuro. Tres cuerpos encontrados a pocos días de su desaparición, tres marcas en cada uno de esos cuerpos.
Un almacenero cuenta haber visto a un hombre con la mano ensangrentada comprando en su local. Una mano que señala también un tres. Tres cuerpos disponibles para todo uso, como decía Maresca, para toda muerte dice el siglo XXI. Se trata menos de ímpetus personales que de corrientes generales que un puñado, sólo un puñado, intenta cambiar de curso. Siete mil son los millones de dólares que Trump le “prestó” a Milei para evitar que su gobierno explotara. Otra lección para aprender. Te ayudo pero ahora gobierno con vos. Se huele el deseo de Trump y sus cómplices sobre el agua, el litio, la Antártida entera: los ricos sueñan, los poderosos dan lecciones obscenas en vivo y en directo, se transmite un genocidio y un triple femicidio. Todo ante nuestros ojos exhaustos.

Difícil distinguir hasta dónde la narcosis perceptual ha avanzado. Sería estúpido pensar que alguna de nosotras no está cautiva de ese adormecimiento. Así nos llamamos unas a otras medio boleadas, diciendo che, salgamos, salgamos. Nos sacudimos un poco, nos zamarreamos con palabras o ternura. Nos sacamos un toque, lo que podemos de esa narcosis y salimos a hacer otras cuentas, a que el tres vuelva a la tríada sagrada y ajena, y no emerja como el símbolo siniestro de una época: esta que nos tocó vivir y pensar, habitar y disputar. Somos mucho más que dos, que tres, y los pueblos aún no tienen nombre.