La palabra que falta: lesbiana

La masacre de Barracas, donde cuatro lesbianas fueron prendidas fuego, se inserta en una Argentina donde los discursos de odio y la violencia disciplinadora no tienen cerco sanitario, son legitimados por el propio Estado y referentes cercanos al Gobierno. El silencio mediático y político ante estas manifestaciones recrudece el impacto sobre una vida que no es nombrada. La ausencia del significante lesbiana en la comunicación del crimen de odio devela que, para ciertos sectores, la palabra sigue siendo tanto o más inaudible que la existencia lesbiana misma. Escribe Sofía Corazza

Foto de portada: Gala Abramovich

De los anti-derechos al odio como estrategia

Después de una semana del crimen de odio de Barracas en el que tres lesbianas murieron después de haber sido quemadas vivas y una cuarta lesbiana está aún hospitalizada por heridas en las manos y la cara, el vocero presidencial, Manuel Adorni sostuvo que no le gusta “definirlo como un atentado a determinado colectivo”. El anuncio tiene la gestualidad serena de la crueldad, hay una mueca como de gozo y un ritualismo impostado. “Es un hecho de violencia más”, dijo Adorni asumiendo la posición oficial y se limitó a a mandar sus condolencias a la familia. Adorni no tiene idea que las familias de origen, a las que seguramente se refiere, no aparecieron ni para reclamar los cuerpos de Andrea, Pamela y Roxana ni para asistir a Sofía, la única sobreviviente. 

“A Adorni no hay que escucharlo como un individuo patotero y hostigador, sino como funcionario de un gobierno nacional que hace de los discursos violentos su patrón comunicacional, que desarrolla políticas de gestión contrarias a todo tipo de derechos y desmantela políticas públicas que buscaban reparar y modificar situaciones estructurales de exclusión y desigualdad”, afirma la activista lesbiana María Luisa Peralta.

¿Parece la postal de una Argentina ajena e irreconocible? Esta tendencia deshumanizante es cohesiva con una ultraderecha globalmente organizada que viene planteando que los derechos humanos y la equidad de oportunidades son formas del “injerencismo sobre la soberanía nacional” y que, incluso, educar o brindar información sobre esos derechos en las escuelases adoctrinamiento. 

El atentado que terminó con la vida de Pamela, Roxana y Andrea y dejó a Sofía sin su red afectiva fue un crimen de odio que se inserta en un mundo y una Argentina en crisis, en la que lo único que parece “avanzar con libertad” son la intolerancia y los discursos de odio, acompasados con una política de desmantelamiento de derechos y garantías básicas.  

“Cuanto más corrida a la derecha está la conversación pública, más se va a acentuar el ocultamiento de las existencias lesbianas”, sostiene María Luisa Peralta.

Este frente global neoconservador y anti-derechos se organiza alrededor de la ruptura con los consensos democráticos y el rechazo de las narrativas de derechos humanos, manifiesta conductas éticamente desinhibidas y articula discursos de odio que hoy son amplificados y legitimados como centro de ciertas estrategias políticas de interpelación. El foco de la reacción neoconservadora es la denuncia a la “ideología de género”, lo que se traduce en un incremento de la violencia dirigida, centralmente, hacia las personas LGBTIQ+. En Argentina, solo en 2023, se reportaron 133 crímenes motivados por el odio y la discriminación hacia la población LGBTI. 

La Ministra de Relaciones Exteriores, Diana Mondino, quien comparó a las personas homosexuales con “piojosos”, es parte de un think tank de ultraderecha llamado Fundación Atlas que recluta jóvenes y brinda cuadros técnicos para apoyar las actividades de esta nueva derecha internacional. El mismo día en que más de un millón de personas marchamos defendiendo la universidad pública, Martín Menem, presidente de la Cámara de Diputados, hosteó una charla cuyos oradores fueron Laje y Neidy Casillas. Casillas fue una de las figuras principales de la Alliance Defending Freedom, una organización evangélica de ultraderecha de los Estados Unidos, muy activa contra los derechos sexuales y reproductivos a nivel internacional. Además, hoy es vicepresidenta de asuntos internacionales del Global Center for Human Rights, otra fundación cuya misión es la defensa de las “leyes nacionales que protegen la vida, la familia y la libertad de religión”. Esta fundación, en 2022, cuestionó a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y a la Corte Interamericana, aduciendo que privilegiaban los temas de derechos de personas LGTBI y los derechos reproductivos.

“En 2015, la CIDH había producido un informe titulado ‘Violencia contra las personas LGBTI en América’, que demuestra -aunque Adorni lo niegue- que hay violencias dirigidas contra grupos específicos por su sexualidad e identidad de género, falta de acción de los Estados e incumplimiento de sus deberes de garantía de los derechos humanos”, sostiene María Luisa Peralta y agrega: “Adorni, Milei, Mondino, Nicolás Márquez, Agustín Laje son parte de una ultraderecha articulada internacionalmente, que comparte ideología, agenda, contactos, financiamiento, y argumentos” .

Foto: Gala Abramovich

Las interacciones constelativas son resonantes, todo parece estar conectado con cierto clima de época. Esta es la escena englobante de un mundo con síntomas de des-humanización en el que se cuestionan los consensos democráticos básicos y en nombre de la defensa de la soberanía nacional, una orquesta de organizaciones y fundaciones antiderechos batallan contra la libertad religiosa, a favor de la libertad de mercado, tomando parte en las agendas nacionales con fuerte impacto en los derechos de las mayorías. La saña es particular con la población LGBTI.

Violencia mediática: Hablando de lesbianas

¿Cómo se relaciona cierto clima de desinhibición de estas conductas de odio con la violencia mediática? ¿Qué hay detrás de la gestualidad serena de la indiferencia de Adorni que tiene ecos en los medios?

En Argentina, solo en 2023, se reportaron 133 crímenes motivados por el odio y la discriminación hacia la población LGBTI.

Según la CIDH, los crímenes de odio hacia las personas LGBTI tienen características atroces y son sumamente violentos. La violencia no letal hacia esta población –entre las que podríamos contar la mediática- es la más generalizada y la menos reportada. “Los medios tienden a informar más sobre asesinatos, dejando de lado las formas más comunes y persistentes de violencia cotidiana, que, no obstante, deben ser plenamente expuestas, identificadas y abordadas por los Estados”, sostienen desde la CIDH.

Los medios masivos argentinos tardaron en salir a comunicar que habían prendido fuego a cuatro lesbianas en Barracas, una masacre política escandalosa. Sólo cuando se confirmaron las tres muertes, el caso parecía haber adoptado dimensiones dignas de titulares. En la cobertura no se habló mucho sobre quiénes eran Andrea, Pamela, Roxana y Sofía, más allá de referencias escuetas a sus lazos familiares rotos, su ocupación en la informalidad o el lugar de nacimiento. Poco se supo sobre su historia, a excepción de Andrea, sobre quien se dijo era sobreviviente de Cromañón para enfatizar un “pasado trágico”. Tampoco se habló de sus dificultades cotidianas para vivir, intereses, preferencias o proyectos. Los detalles se centraron en el agresor, que fue rápidamente patologizado. Se dijo que era hincha de Boca y le gustaba hablar de fútbol, que no tenía antecedentes penales, pero sí problemas con el juego, que después del ataque se había autolesionado y que era un “trashumante”, un errante, puntualizando su condición de outsider, de paria social. 

La mayoría de las notas se refirió a ellas como “personas”, “mujeres”, “víctimas”, “asesinadas”, “grupos de mujeres asesinadas”. Solo en algunos casos, se eligió la palabra femicidio, aparentemente más digerible que lesbicidio para los medios y sus audiencias. Pocas fueron las notas en las que se puntualizó que la violencia había sido motivada por la identidad de género, la elección sexual o por el homo-odio.  Lo cierto es que en general, ninguna de los medios masivos de comunicación articuló la palabra lesbiana para nombrar a ese sujeto social vital sin eufemismos ni rodeos. Este recorte semántico no es ingenuo, evidencia la insistencia en el ocultamiento de aquello que, de volverse visible, enciende la intolerancia, genera furia y deseo de castigo. 

Foto: Gala Abramovich

“Las lesbianas seguimos siendo muy irritantes, la existencia lesbiana molesta e incomoda mucho. Por eso para los grandes medios es más fácil decir ‘diversidad’ o ‘“mujeres y disidencias’” y no lesbiana, un término mucho más cargado sexual y políticamente. Y cuanto más corrida a la derecha está la conversación pública, más se va a acentuar el ocultamiento de las existencias lesbianas”, sostiene María Luisa Peralta.

La estrategia discursiva que predominó en la cobertura mediática tendió a montar un manto de sospecha sobre la existencia lesbiana. Las únicas menciones se articularon bajo formas enunciativas incompletas, en unos pocos casos se admitió el término lesbicidio, aunque predominó el de femicidio. Lo que evidencia, además, que solo en el terreno de lo criminal estamos invitadas a nombrarnos, anclando nuestras vidas al sufijo que ya anuncia nuestras muertes. 

Además, en la mayoría de las notas, la palabra lesbiana es abordada mediante el uso de la paráfrasis, las comillas y el discurso indirecto. Se trata de una operación de sentido simple que permite generar un efecto de toma de distancia, simbólica e ideológica, de la voz editorial respecto de lo que se nombra, pero resulta impronunciable. El nombre lesbiana es sostenido por otra voz, una voz reportada e indirecta: “según dijeron…”, “según sostienen…”, “según “aseguraron… fue por ser lesbianas”. El uso de las comillas, por ejemplo, en lesbicidio y otras formas de paráfrasis, también son frecuentes y completan el cuadro de distanciamiento.

Ninguna de los medios masivos de comunicación articuló la palabra lesbiana para nombrar a ese sujeto social vital sin eufemismos ni rodeos. Este recorte semántico no es ingenuo, evidencia la insistencia en el ocultamiento de aquello que, de volverse visible, enciende la intolerancia, genera furia y deseo de castigo.

Los medios hegemónicos no tienen significantes directos para nombrar esa existencia y emerge sostenida por otros, sospechada e interrogada por la mirada editorial, con la misma desconfianza con la que luego es interrogada la identidad lesbiana en los distritos judiciales: ¿sólo eran lesbianas o había algo más? ¿Cuán lesbianas eran? Además, cuando aparece, la palabra inaudible es enunciada como un injerto de otra cosa, un adjetivo que acompaña un sustantivo más aceptable: “pareja”, “mujer”, “identidad”. En ningún caso lesbiana podrá representar el nombre propio.

El velamiento no es menor ni es casual. La CIDH sostiene que la violencia por prejuicio tiene como objetivo la represalia y el castigo no de la persona en sí, sino de la expresión de la sexualidad y del género, de la autopercepción de la persona. Es la misma intención de borramiento, exterminio, que encendió la pira en la habitación 14.   Es que alrededor del velamiento mediático, político y judicial de la palabra lesbiana se sacude una trama de ocultamientos, prejuicios y odios que evidencian que la elipsis semántica es cohesiva. “Al final del día, es una consecuencia de una cadena de micro-agresiones, de discursos, de invisibilizaciones, lo que deriva en estos crímenes de odio”, manifestó el periodista y activista puto  Lucas “Fauno” Gutiérrez, en diálogo con Diarioar.

Foto: Gala Abramovich

El castigo del violento no se dirige a la identidad en sí, sino a su expresión, al acto mismo de nombrarse, al ruido que hace una vida cuando se expresa puertas afuera, del otro lado de la pared, en los pasillos, en las veredas del barrio. De hecho, algunos medios aseguraron que para los testigos la cosa había estallado por “motivos menos ideológicos” ya que el agresor las “habría increpado porque hacían demasiado ruido”.  

El problema no era que existieran, era el ruido que hacían cuando existían como lesbianas.  La pira encendida es un vector dirigido a borrar esa existencia, la resonancia vital de cuatro lesbianas adultas, de entre 40 y 50 años. El borramiento tiene olor a castigo y a represalia por tener que verlas y escucharlas. 

Un vecino pregunta ¿“Qué tenían que hacer 4cuatro mujeres en una pieza, usted sabe qué es eso”? Otra vecina hace gestos con las manos, “vuelta y vuelta”, el hombre que la acompañaba susurra bajito: “Eran lesbianas”. Nadie se anima a nombrar y el silencio es la caja de resonancia de la violencia y el odio que va de los solapamientos mediáticos hasta los discursos institucionales y gubernamentales, donde unos señores de traje, con la gestualidad diplomática y cruel de la indiferencia, niegan el dolor que sentimos.