KinkyFem: sexo que empodera

El eterno debate entre lo que está bien y lo que no en la sexualidad, la lucha feminista por una libertad completa, y el BDSM que es más que golpes y sufrimiento. Pacto, placer y empoderamiento.

El gélido acero de las esposas sobre su espalda musculosa, el taco aguja presionando su pecho hacia la cama y la mujer que ve borrosa tras el antifaz, le provocan la mayor de las excitaciones. En esa posición acepta el contrato. “Hola esclavo”, seguido de: “hoy vas a hacer todo lo que te pida”. Así se marca el inicio de una noche de azotes placenteros y el comienzo de un vínculo con una ama poderosa, que se convertiría en acompañante de por vida.

El sexo BDSM, que forma parte de prácticas llamadas “kinky, significa —por sus siglas— bondage, dominación, sumisión y masoquismo. “Forma parte de una microcultura, que tiene una serie de normas que hay que cumplir. Pertenece a un juego de roles en la sexualidad”, comenta la psicóloga y sexóloga Patricia Hidalgo. Por muchos años se habló de rareza y violencia derivadas en placer para llegar a la conclusión de que el BDSM no es más que pacto, goce y empoderamiento.

Durante la década de los ‘80 en Estados Unidos se llevó a cabo un período en el que el movimiento y la comunidad LBGT comenzaron a tensionar cuestiones que tenían que ver con la libertad sexual. Surgieron discusiones en términos de por qué el sadomasoquismo debía ser algo opresivo o dañino y no una oportunidad para elaborar y pensar las prácticas sexuales. Gracias a la lucha de las mujeres y personas LGBT por una sexualidad más libre en la que decidieran sobre su placer, es que se consolidó la práctica del BDSM y sadomasoquismo.

Recorre su cuerpo poco a poco con la fusta que cosquillea cada rincón, se le acerca y susurra al oído “decime ama”. Al cabo de segundos llega el primer latigazo. Paula de BDSM Argentina, quien se presenta sin apellido, explica: “Desde nuestra comunidad siempre decimos que estas prácticas son búsquedas del placer: salir de los convencionalismos y de la genitalidad y empezar a explorar un montón de disciplinas que nos llevan a descubrir el goce por muchos otros lugares”. El sumiso intenta respetar las voluntades de su ama, pero al menor descuido llega el golpe y es mayor la excitación.

La noción del poder femenino en el BDSM abre un debate: “Todas las prácticas que sean charladas y consensuadas, contribuyen al empoderamiento”, comenta Jael Caeiro, artista, diseñadora y activista sadomasoquista. También deja en claro que cualquier rol, incluso el sumiso, si es elegido y charlado entre dos o más personas, es en sí empoderante. Paula establece, a su vez, que empoderarse es una acción colectiva, pero también alza la voz: “Ahora podemos decir ‘bueno, basta de fingir’, no tener más miedo y anteponer nuestro placer”. Entonces es ahí donde reside el poder, el poder de nuestros cuerpos eligiendo qué nos gusta y hasta dónde llega la satisfacción del sexo.

La ama lo recuesta rápidamente, y suave comienza a recorrer su cuerpo con un hielo, deteniéndose en su pecho y regocijándose con cada gemido. “Considero que el BDSM es la comunicación en la sexualidad por antonomasia porque antes de que pase cualquier cosa, las dos personas expresan en un contrato hasta dónde se puede llegar, qué es lo que le gusta a cada uno, qué es lo que permiten y qué no”, expresa Hidalgo. Esta suerte de acuerdo puede ser más formal, es decir, presentarse en forma escrita o como completando un ​check list, que es un listado de muchas prácticas que se realizan dentro del BDSM, en la que unx va marcando en lo que tiene experiencia, en lo que no, lo que le gusta, lo que no y los límites.

Comunicar acerca de estas disciplinas con un enfoque de género, muchas veces, es tarea difícil en una sociedad en la que a la mujer no se la relaciona con el poder en la sexualidad. En ConchaPodcast cada episodio tiene enfoque feminista, incluso “Kinky, en el que Dalia, Jimena y Laura explican las prácticas como: “es químico lo que pasa, la sensación de peligro provoca drogarse con las propias hormonas. Llegás a un punto muy elevado pero eso después tiene un bajón”. En cuanto a esto, Jael explica: “las prácticas, de tanto impacto físico y emocional, terminan con emoción y llanto, la bajada es muy intensa”. Todo consensuado, todo en complicidad.

Una correa de perro sujetada en el cuello del sumiso y la ama que le ordena ser desvestida poco a poco, junto con eso, besos apasionados y roces hacen que él no pueda esperar. Frente a un dolor insoportable y/o la transgresión de un límite, existen palabras clave de emergencia. No todo está permitido ni es algo fácil, la sexóloga Hidalgo dice: “El BDSM está mal visto porque no se lo conoce y porque también hay mucha gente psicópata que utiliza estos medios o se hace pasar por bdsmera sin tener idea de qué se trata y ejerce violencia en la sexualidad”, comenta la sexóloga.

De a poco se le cae el mono de cuero negro y se revela un corset de infarto. La ama, al ver la reacción del sumiso frente a lo que parece enardecerlo aún más, le ordena que no se lo saque. Ignorando las súplicas de parar con el juego de la previa y pasar al acto. “Las disciplinas sadomasoquistas pactadas y pautadas son muy liberadoras y es una gran oportunidad de complejizar la relación que tenemos con la violencia y con traumas, dolor, miedos, inseguridades y también deseos y placeres”, agrega Jael, quien se considera switch​ (sumisa y dominante) y fetichista.

Queda en claro que sumise o amx, cualquiera logra empoderarse con la decisión de qué practicar con su cuerpo y con consenso. Luego de una noche de desenfreno, la ama le da la última orden a un sumiso ya exhausto. Debe vestirla y guardar todos los objetos sin excitarse. El sol se proyecta en aquella prenda de cuero, el antifaz está roto por la parte trasera y el maquillaje de la ama ya se esfumó, como su silueta se desvanece con el sol ardiente.