Nora Domínguez: políticas y contrapolíticas del rostro

En torno a una galería de figuras de la literatura y de las artes argentinas, en “El revés del rostro” Nora Domínguez estudia los mecanismos construidos sobre las formas faciales en lazo con las fuerzas sociales y culturales que operan en ellas. Escribe Marcos Zangrandi.

Si hay un territorio visual sobre el que la pandemia tuvo un impacto decisivo, ese fue el rostro. Tapado por barbijos y acetatos, aplanado o descoyuntado por las pantallas, los rasgos faciales se sustrajeron y se recortaron. Las desnaturalizaciones de los rostros desafiaron continuamente el reconocimiento y los afectos que residen en él. El cara-a-cara se transformó en una situación minada por los peligros de la enfermedad o quedó restringida a intimidades y urgencias.

La edición de El revés del rostro. Figuras de la exterioridad en la cultura argentina de Nora Domínguez es sin dudas oportuna. En él se exploran los rostros construidos por la literatura y por las artes argentinas en diálogo con las fuerzas sociales y culturales que operan en torno a él. Las diferentes escenas que analiza Nora Domínguez señalan que, en contra de la idea de un conjunto anatómico de rasgos estables, la cara es un espacio de andamios que se alzan y se desarman de acuerdo con ideales históricos de belleza, violencias diversas y perfiles identitarios. El rostro nunca es una simple fachada (idea que responde al imaginario dual interior- exterior). En cambio, nos advierte este libro, los sentidos del semblante se componen entre lo individual y lo social, entre lo histórico y lo perenne, entre lo evidente y lo oculto, entre la forma y el vacío. Por esto, un rostro no puede leerse en su individualidad (aunque sí en su historicidad), ya que sostener un rostro o desmontarlo es habilitar o negar las políticas que lo constituyen.

Hay, por lo menos, dos grandes escenas que hilvanan las reflexiones de Nora Domínguez respecto de las figuras del rostro. Por un lado, la de una mujer que se mira frente al espejo u otra pantalla reflejante. Esta acción, que supone el reconocimiento o desconocimiento, da cuenta de las ficciones y coerciones que componen un rostro. Las instalaciones de Nicola Costantino y los retratos de escritoras que niegan su cara a la cámara (Silvina Ocampo, Juana de Ibarbourou), señalan los “órdenes de visibilidad e inteligibilidad” de los semblantes, alrededor de los cuales se instrumentan pautas sociales de belleza y exigencias atadas al género. Por esto la imagen de la mujer que se peina y se maquilla a diario frente al espejo es un motivo dilecto para pensar las políticas acopladas en el rostro. Por supuesto, la figura del espejo vinculada no sólo a la belleza, sino a la vanidad es un lugar común en relación con, siguiendo a Pierre Bourdieu, esos cuerpos-para-otro, y, de modo paralelo, con la duplicación narcisista asociada con la homosexualidad (de forma negativa, como una fascinación por lo idéntico), tal como se lo configuró en una buena parte de las artes y los discursos científicos del siglo XX. Contra esas maquinarias, la distorsión, el (auto)desconocimiento y la partición de los reflejos, como es visible en la novela En breve cárcel, de Sylvia Molloy, y en los textos de Tununa Mercado de En estado de memoria, entre otros, se alzan como resistencias simbólicas y gestos críticos.

La segunda gran escena de El revés del rostro es la de una cara que ha perdido sus rasgos. La superficie corroída o sustraída del reconocimiento resulta insoportable, tanto es así que, paradójicamente, hace ver aquello que está invisibilizado. En el plano de la literatura argentina, la referencia ineludible es El desierto y su semilla de Jorge Barón Biza, novela que ficcionaliza los tratamientos e intervenciones quirúrgicas que enfrentó Clotilde Sabattini luego de que su marido le arrojara ácido en la cara. En los estados cambiantes de ese rostro sin sostén ni estructura se hacen patentes las violencias no ya sobre un semblante sino, en una proyección, sobre miles quemados, cortados y mutilados –y aquí se pone en evidencia el peso que tiene el rostro en relación con identidades marginadas, excluidas y estigmatizadas–. Por esto es que Domínguez lee la narración de Barón Biza junto Gabriela Cabezón Cámara (Romance de la negra rubia) y Mariana Enríquez (“Las cosas que perdimos en el fuego”) en las que las mujeres se queman voluntariamente, esto es, se apropian del acto de dominación para instaurar algo así como una contrapolítica del rostro.  

El capítulo dedicado a Eva Perón descubre otra dimensión de la “rostridad”, la del rostro mítico. Las caras, de acuerdo con las tecnologías que operan sobre ellas, pueden ser destruidas, retocados, operadas. El rostro mítico, en cambio, dado su roce con lo sagrado, es profanado o es restituido. El mito de Evita es una imagen que se desplaza con esos caracteres, y es por esto las susceptibilidades y tensiones que moviliza y a la vez, la vigencia con la que se actualiza. Antes que una tautología (o, digamos, una astucia del cansancio), el de Eva es un rostro que varía inagotablemente en cada una de sus repeticiones, y en este sentido, su semblante, como máscara disponible, conserva e, incluso más, reinventa su valor político. Desde aquí es que se generan los perfiles o los fragmentos sintéticos del semblante de Evita reconvertido, parodiado, fetichizado. Con un registro ensayístico atractivo, El revés del rostro desborda de buenas ideas y de cruces reveladores. En él se descubre un objeto poco estudiado (recortado ya del remanido “cuerpo”), que habilita enfoques novedosos en el marco de la perspectiva de género. Bien lo señala la narradora chilena Diamela Eltit: hay algo inaugural en este libro que promete abrir cuantiosas lecturas y escrituras.