El cuento de la criada: distopía o realidad

El cuento de la criada es una lección sobre patriarcado en el ejercicio de imaginar el peor de los futuros posibles para la humanidad. Pero también es un relato sobre la potencia que se trama cuando hay resistencias ¿feministas? o tan solo sublevaciones.

Cada capítulo de El cuento de la criada es un yunque en el pecho.  El susurro asfixiante de que las distopías pueden volverse -o tal vez ya son- presente. El peso y la sofocación se alivianan cuando Elisabeth Moss, con túnica roja y capucha blanca con anteojeras, se presenta: “Mi nombre es Offred y tengo pensado sobrevivir”; cuando encuentra un mensaje de otra criada que ocupó su lugar: “No dejes que lxs bastardxs te hagan polvo”, cuando sus compañeras le dan, en la clandestinidad, restos de comida después de una sesión de tortura. Como todo discurso sobre el poder, la serie producida por MGM Television y Hulu es también un discurso sobre la resistencia.

La actriz que interpreta a la prolija y encantadora Peggy Olson en el clásico Mad Men y a la detective Robin Griffin en la siniestra Top of the Lake es ahora a la protagonista de la novela de culto que Margaret Atwood escribió en 1984 y que llegó al formato seriado televisivo más de 30 años después. No es ciencia ficción, la propia autora la describe como “ficción especulativa”. ¿Qué pasaría si una tiranía fascista, cristiana y fundamentalista toma el poder por la fuerza en los Estados Unidos? ¿Hay realmente un hiato entre esta pesadilla del futuro y la avanzada del neoconservadurismo en la era Trump, los estados represivos, los fundamentalismos religiosos pro-fetos de las sociedades contemporáneas?

El cuento de la criada es el relato preciso para entender el patriarcado como sistema de dominación llevado a su máxima expresión. Se trata de un escenario posible de la violencia moral contra las mujeres e identidades femeninas forzado al extremo. Muestra, con claridad, que el control de la sexualidad precedió y es aún más vigoroso que el control de la propiedad privada.  “El control de las mujeres y sus descendientes ha sido la piedra de toque de todo régimen represivo de este planeta”, dice Atwood en el prólogo del libro, reeditado con el estallido de la serie.

En marzo un grupo de mujeres protestó contra las reformas anti-aborto discutidas en Texas, Estados Unidos, vestidas con las túnicas rojas y capuchas blancas de El cuento de la criada.

Con un combo de fantasmas que van desde el terrorismo, la crisis de la fertilidad humana y las problemáticas de medio ambiente; el peor de los temores, ocurre. La protagonista, Offred, como casi la totalidad de las mujeres, fue despojada de todo: trabajo, dinero, familia, libros, posibilidad de hablar en público, mirar a los ojos y hasta de su nombre. Offred es “Of Fred”, el comandante Fred Watterford, a quien ella pertenece. Fue despojada, también, de la decisión sobre su propio cuerpo: en la República de Gilead, una de las ciudades que se montó sobre los escombros de norteamérica, la violación de las criadas como Offred está legalizada y oculta tras el eufemismo de “Ceremonia”. Una vez por mes, después de rezar, a Offred la violan en la habitación matrimonial de la familia con la que vive como criada. Mientras su patrona, Serena Joy, vestida de azul, le sostiene las muñecas, el semental Comandante la penetra hasta acabar. Cuando quede embarazada y le de a esa familia el o la hijx que no pueden tener, esa criatura será apropiada. Cual útero viviente, vasija humana, ella será trasladada a otra casa, otro “destino”, para seguir reproduciendose.

El cuento de la criada se nutrió de muchas facetas distintas: ejecuciones grupales, leyes suntuarias, quema de libros, el programa Lebensborn de las SS y el robo de niños en la Argentina por parte de los generales, la historia de la esclavitud, la historia de la poligamia en Estados Unidos… La lista es larga”, dice la autora de su propia novela.

Offred es una esclava sexual en una sociedad donde la trata de personas es la norma. Vive en un centro clandestino de detención disfrazado de barrio y altamente militarizado. Sale de la casa para hacer compras, los controles ginecológicos y determinados rituales colectivos con otras criadas.

Ninguna está ahí bajo su voluntad. Después que son capturadas, las criadas son entrenadas por las denominadas Tías, mujeres que visten uniforme de fajina y predican la palabra de Dios con picanas en mano. Y no dudan en darles shocks eléctricos a las criadas que se animan a apenas levantar sus cabezas. Los castigos y las sesiones de tortura son corrientes: desde latigazos en las plantas de los pies hasta mutilaciones de todo tipo. Las criadas que no se adaptan, no son fértiles o las lesbianas llamadas “traidoras de su género” son deportadas a las “Colonias”. Pasarán el resto de sus vidas recogiendo desechos tóxicos. Además de las Tías, las “Marthas” integran el sistema de castas como esclavas de las tareas del hogar en cada familia. Y los “Ojos” son los espías del gobierno que controlan que el régimen funcione coreograficamente como fue planeado.  

En la primera temporada de diez episodios la información sobre esta nueva sociedad del terror llega en cuotas. También, de manera progresiva van apareciendo las historias de los personajes antes de vivir en la llegada de la nueva sociedad apocalíptica para muchxs. Al mismo tiempo, van apareciendo historias de sobrevivientes al régimen, una red de personas exiliadas y gestos de insurrección entre las propias criadas. “Si no querían un ejército, no nos hubieran dado uniformes”, ironiza Offred en uno de los capítulos.

Los temas nodales de El cuento de la criada son parte de la agenda de los feminismos en un formato ficcional: la mujer esclavizada a la especie, la maternidad forzada, la glorificación de la maternidad como la experiencia femenina más importante, los úteros como territorios políticos en disputa.

¿Qué tan lejos queda Gilead de la realidad?¿Cuántas historias replican, en parte, el cuento de la criada? ¿Cuántas mujeres se sienten presas de sus propios úteros? Hasta hace pocos días las niñas y mujeres chilenas que eran víctimas del delito de violación eran obligadas a parir esos hijxs, eran forzadas a una maternidad obligatoria. En países como El Salvador, donde la interrupción del embarazo está prohibida y penalizada en todas sus formas, las mujeres van presas cuando tienen abortos espontáneos o complicaciones obstétricas. No son excepciones: en América Latina y el Caribe, solamente 6 países permiten el aborto bajo criterios amplios. Es decir, sin restricción en cuanto a razón o por razones socioeconómicas. En estos países viven sólo el 3% de las mujeres de 15–44 años de la región. El 97% restante de las personas en edad reproductiva en la región viven en países en donde la ley de aborto es altamente restrictiva. Países donde la autonomía de las mujeres no es real, está mediada por la posibilidad de decidir sobre sus propios cuerpos.

Más allá del océano, más de 200 millones de mujeres y niñas vivas actualmente han sido objeto de la mutilación genital femenina en 30 países de África, Oriente Medio y Asia donde se concentra esta práctica.

Los embarazos de niñas son un problema de salud pública que va en aumento en las Américas. En 2016 en Argentina cerca de 3.000 niñas se convirtieron en madres, la mayoría producto de violencia sexual. Tanto la violencia sexual como la maternidad forzada dejan huellas permanentes en las menores, al punto que la segunda causa de mortalidad materna en estas edades es el suicidio. En Perú, el 7% de las niñas de 9 a 14 años obligadas a ser madres en algún momento tuvieron la intención de suicidarse.

El cuento de la criada es una alerta para despertarse y sentir la correa que nos aprieta el cuello, aún cuando nos sentimos libres y autónomas. Los cambios hasta llegar a Gilead no fueron de un día para el otro, los derechos fueron recortados de a poco.

Dice la criada en el libro: “Lamento que en esta historia haya tanto dolor. Y lamento que sea en fragmentos, como alguien sorprendido entre dos fuegos o descuartizado por fuerza. Pero no puedo hacer nada para cambiarlo. También he intentado mostrar algunas de las cosas buenas, por ejemplo las flores, porque ¿a dónde habríamos llegado sin ellas?”.