Desde el movimiento de lesbianas, gays, bisexuales y personas trans venimos a dar nuestro apoyo al proyecto de ley en debate para que se garantice el derecho humano al aborto legal.
Porque nos sentimos parte y agradecemos al movimiento feminista en general y a la campaña nacional por el derecho al aborto legal, seguro y gratuito, y a tantas otros espacios y militancias que con su lucha histórica hicieron posible que hoy se escuchan estas voces, sacando del closet el debate sobre aborto en el Congreso de la Nación. Especialmente, desde 100% Diversidad y Derechos, me gustaría nombrar a las lesbianas y feministas por la descriminalización del aborto, a la socióloga Cecilia Lypszyc que no pudo llegar a vivenciar este proceso y quien fue la que nos acercó nuestros primeros pañuelos verdes, y a la líder travesti Lohana Berkins, por visibilizar la lucha por el aborto desde el colectivo trans.
Venimos porque este debate nos interpela profundamente. Las lesbianas, bisexuales y varones trans podemos gestar y, por lo tanto, decidir en determinadas circunstancias interrumpir un embarazo. Pero más importante aún, nos parece el aporte que como colectivo de orientaciones sexuales e identidades de género no hegemónicas podemos transmitir respecto a lo que la regulación legislativa del aborto por parte del Estado, pone en juego.
La decisión de interrumpir un embarazo, la voluntad, absolutamente personal, indelegable, de quien gesta ese embarazo de abortarlo, o no, se vuelve un acto que aun siendo personalísimo, de la esfera íntima, cobra toda su dimensión política.
Y tal es su impacto, que un acto personalísimo como el aborto se vuelve en contra de quien gesta, al punto de que determinados mandatos sociales, culturales, religiosos y morales le arrebatan el aspecto volitivo. Y es el propio Estado el que hasta ahora viene legitimando que ello ocurra.
¿Por qué si nuestros cuerpos pueden gestar, si están gestando, ya no son nuestros? Nuestros cuerpos se nos vuelven ajenos, son enajenados por el Estado, que asume como propios, en su regulación y prácticas, mandatos reñidos con un estado constitucional de derecho.
El propio Código Penal respecto de los abortos ilegales, considera un agravante que se realice en contra de la voluntad de quien gesta. No hay debate respecto de este punto; todas y todos, incluso el Código Penal cuando lo prohíbe, entiende que el aborto es una práctica que requiere nuestro “consentimiento”.
¿Por qué, entonces, un acto personal viene siendo regulado de manera tutelar por el Estado?
Y acá es donde queremos sumar nuestra experiencia como grupo disidente de los mandatos biologicistas y patriarcales. Las personas LGBT sabemos de la condena a la clandestinidad, de falta de acceso a la salud, de violencia institucional, del castigo de la justicia, del desprecio social y de las violencias hacia nuestros cuerpos e identidades. En esta lucha, se engloban todas nuestras luchas.
Por ello, demandamos que el Estado respete la voluntad de quien gesta sobre sí misma, y por lo tanto sobre su cuerpo. Le demandamos al Estado que reconozca nuestra capacidad indelegable de decidir. Ello significaría que las mujeres y demás cuerpo gestantes dejemos de ser objetos para el Estado; objetos de mandatos religiosos, de maternidades obligadas, de mandatos de reproductivos.
Por ello, demandamos que el Estado respete la voluntad de quien gesta sobre sí misma, y por lo tanto sobre su cuerpo. Le demandamos al Estado que reconozca nuestra capacidad indelegable de decidir. Ello significaría que las mujeres y demás cuerpo gestantes dejemos de ser objetos para el Estado; objetos de mandatos religiosos, de maternidades obligadas, de mandatos de reproductivos.
Venimos a decir que lo que está en juego aquí es quizás la dominación más profunda y el mayor disciplinamiento para nuestros cuerpos, naturalizando su apropiación.
Se ha explicado aquí y seguramente, se seguirá haciendo con extremada lucidez, acerca de las implicancias técnicas-jurídicas, de salud y desde las miradas de diversas ciencias, que afectan a las mujeres, en su mayoría, pero también a otros cuerpos gestantes.
Por eso, queremos aportar una mirada desde el nuevo paradigma que viene construyendo el propio Congreso de la Nación cuando reconoció derechos demandados por luchas históricas, y que la aprobación de la legalización de aborto consolidaría como piedra angular de la construcción un país más democrático, más justo y más igualitario.
Porque esta ley se inscribiría en una cadena de leyes que produjeron una intensa ruptura con el discurso médico-biológico para dar paso a lo cultural y político, a otra lectura de los cuerpos, los deseos, afectividades e identidades.
Tanto es así, que la ley de matrimonio igualitario y la de identidad de género, trascendieron la posibilidad de acceder a los derechos concretos que allí se enumeran -como casarse o ser tratada/o y registrada/o según el género autopercibido distinto del sexo asignado al nacer- y se convirtieron en campos de disputa de los sentidos que otorga el derecho a todos los cuerpos y voluntades, y no sólo como privilegio de algunos.
También a las lesbianas se nos reconoció el derecho a conformar una familia en comaternidad, sin discriminaciones. Tengo dos hijas, una de 5 años y la más pequeña de 10 meses, sin tenerlas en mi vientre, aún pudiendo hacerlo porque el deseo con mi compañera fue que ella las gestara. Mi vínculo jurídico de filiación materna me fue reconocido con la sola expresión de mi voluntad -voluntad procreacional la denomina el Código Civil de la Nación-. Y así como reivindicamos esta voluntad, este derecho a otras maternidades, reivindicamos el derecho a no ser madre.
Por eso estamos discutiendo acá de política; no del comienzo de la vida, no de cuestiones médicas, psicológicas, biológicas, o en todo caso de todas ellas en tanto discursos de poder sin capacidad crítica, de una política que se esparce como control y dominación de nuestros cuerpos y nuestros deseos.
Esperamos que este debate se salde a favor de la libertad; la criminalización ya demostró su rotundo fracaso, porque ese es el resultado inevitable cuando se pretende arrebatar a las mujeres, como a cualquiera, su autonomía, su libertad.
Y es trágico porque ese fracaso se lleva consigo, además, las vidas y la salud de quienes no vamos a resignar esa libertad.