Aislamiento en Puerto Rico: el cibermundo inaccesible

Leyrian Colón Santiago es una joven periodista y teatrera puertorriqueña dedicada a la cobertura de temas sobre las artes, comunidades, derechos humanos y género. Cursa un bachillerato en Periodismo, Drama y Derechos Humanos de la Universidad de Puerto Rico Recinto Río Piedras. Tiene 20 años y vive al sur de Puerto Rico en un pueblo pequeño llamado Coamo. En tiempos de coronavirus, quedarse en casa y estudiar es una consigna difícil de sostener. Sobre todo para un país que todavía no se recuperó de otra crisis sanitaria: el paso del huracán María en 2017. Su crónica desde el encierro obligatorio.

Entre crear un espacio cómodo, buscar un lugar en medio de mi casa pequeña para tener señal de Internet y tomar mi acostumbrada taza de café de las mañanas, ya llego tarde a mi primera clase en línea del día. Llevo 24 días tomando clases online mientras le intento sobrevivir a una pandemia, los números de casos positivos al virus aumenta en Puerto Rico y la administración de la universidad continúa enviando mensajes positivos sobre cómo unidos podemos continuar el semestre a distancia. Encuentro un lugar para conectarme en un cuarto estrecho de paredes pintadas de azul grisáceo, me acomodo en el sillón viejo que me presto mi mamá y solo pienso en cómo el virus puede convertirse en un desastre similar al del 2017. Pienso en más muertos de los que dicen ser, pienso en la inestabilidad, pienso en pruebas escondidas.  

Desde el paso del huracán María, la red de Internet en mi hogar es inestable y provoca que viva con la incertidumbre de no poder enviar un trabajo a tiempo porque mi señal dejó de funcionar.  Cuando logro conectarme a la clase, el profesor pasa lista de asistencia mientras pierde el audio de la videollamada y no podemos escucharlo. Luego, recupera el audio diciéndonos: “Jóvenes, ¿me escuchan?”. Afirmamos y continúa mencionando los nombres de los estudiantes del curso. Esa intermitencia es habitual.

En 2017, el huracán María clasificado como de categoría 4 dejó destruidas completamente las telecomunicaciones en la isla. Nadie contaba cosn servicio de ”internet” o señal telefónica. Además, estuvimos sin luz y agua por 6 meses aproximadamente. La recuperación del país, tras el huracán contó con la respuesta ineficiente del gobierno. Los estudios de universidades prestigiosas locales aseguraban que más de 1,000 personas murieron y solo el gobierno reportó 64. Además, del mal manejo de suministros por parte de las agencias gubernamentales debido a que hasta enero del 2020 aparecían almacenes repletos de suministros que no fueron repartidos durante la emergencia del huracán.

Durante el 2018 estuvimos en proceso de recuperación del desastre como país. En 2019, apareció un chat de la aplicación de Telegram que mostraba más de 800 mensajes entre el gobernador Ricardo Rosselló Nevares y su equipo de trabajo, que contenía comentarios sexistas, homofóbicos, misóginos y manipulación de sondeos políticos para adelantar la imagen del primer mandatario del país.  A causa de esto, miles de personas protestaron por dos semanas para exigir la renuncia del gobernador hasta que el primer ejecutivo renunció a finales de julio del 2019. Luego, por norma de la constitución, de forma no-electa por el pueblo, la Secretaria de Justicia, Wanda Vázquez Garced asume el puesto de la gobernación. En enero del 2020, una serie de terremotos afectó a pueblos al sur de la Isla y también se destacó el mal manejo de la emergencia. Puerto Rico está en cuarentena desde el 15 de marzo hasta el 3 de mayo para evitar la propagación del virus del COVID-19.  Solamente trabajadores esenciales pueden salir de sus casas y a las 7 de la tarde no puede salir nadie de sus hogares hasta las 5 de la mañana. Hasta el momento hay 1.252 casos positivos y 63 muertos por el coronavirus.

Cada una de las fotos que acompañan esta nota son diferentes paisajes de Coamo. Es lo que la autora ve desde su ventana.
Las fotografías fueron tomadas por Esteban Morales Neris

Y acá estamos, transitando el 2020. Yo escucho desde la pantalla los nombres de mis compañeras y compañeros. Antes los y las veía en pasillos. Ahora ni siquiera les veo en la nueva clase “virtual”. Sólo escucho sus nombres. Siempre me cuestiono si les pasa como a mi, si su internet no funciona o no tienen computadora. 

Comienza la clase mientras trato de ignorar el ruido del gallo de los vecinos o el del camión de la basura que pasa por la calle. Me distraigo y se pausa la videollamada. No escucho al profesor. Pierdo la conexión y yo me pierdo frente a la pantalla hasta dejarme sin saber de qué tema hablábamos. Luego de varios intentos, recupero Internet.

La clase de Literatura termina con un: “Nos vemos el próximo lunes”. De manera inmediata, todos y todas respondemos: “Nos vemos, profesor” pero realmente no sabemos si nos veremos. 

Cierro la pantalla de mi computadora, me levanto del sillón y voy a la cocina. Me sirvo más café en mi taza violeta mientras miro la mesa del comedor convertida en un salón de clases para mi madre. 

Mi madre, sentada en una de las sillas cremas y blancas del comedor habla al teléfono. Sigo observándola mientras recuerdo como desde hace mucho la comparto con niños de 8 años que la confunden entre ser su mamá y maestra. 

Cuelga al teléfono. La siento desesperada, ansiosa y lejana. De manera inmediata le pregunto qué pasa. Ella, suave, responde: “No sé que hacer. El papá de uno de mis estudiantes le van a cortar el teléfono y mi estudiante no podrá conectarse a la clase. No sabemos hasta cuándo”

Me sorprendo y callo. No sé qué decir. Le tomo la mano y la sujeto con firmeza mientras ella me da una sonrisa. El silencio ocupa todo nuesttro espacio. Mientras tanto, solo pienso en la cantidad de situaciones en las que el cibermundo traza una línea divisoria en los que pueden y los que no pueden. 

Pensativa me retiro de la mesa en la que acompañaba a mi madre, para que ella siga su trabajo y yo intente conectarme a mi segunda clase del día.  Llego al espacio con paredes azul grisáceo donde encontré tener buena señal, tomo un sorbo de mi taza de café mientras me acomodo en el sillón.

Abro mi computadora, prosigo a mi segunda clase sintiéndome distante, cargada de inestabilidad y con la incertidumbre de saber si mi segundo año de universidad lo terminaré en la distancia del cibermundo y yo. 

En el cuarto que comparto con mi hermana, Mía. Intranquila, incómoda y con desesperanza prosigo a tomar mi segunda clase online del día que fue interrumpida por el sonido del cantar de unos gallos. 

La ansiedad continúa. Mía intenta una coreografía para su Tik Tok nuevo mientras que la pantalla en la que veía a mi profesor se frisó y no puedo continuar escuchando lo que decía. 

La clase culmina  y trato de completar mi tarea pero el ruido de las aves que sirven como alarmas al vecindario no me permite continuar. Durante sus cantares, mi tarea sigue en la pantalla de mi IPad y el internet se pone al igual que mis días de encierro: inestables y lejanos. 

Las horas del día siguen lentas casi paralizadas pero cargadas de la incertidumbre de no saber si mi segundo año se terminará frente a una pantalla.