—¿Cómo aparece la perspectiva de género en tu trabajo?
—He trabajado en políticas públicas desde distintos ámbitos. Mucho en el Estado, pero también en organismos internacionales y ligado a los temas de derechos humanos. Desde esa perspectiva, mi mayor especialización ha sido ligada a pueblos indígenas y temas de justicia transicional. Si bien el foco de mi trabajo no ha sido el tema de género, en los distintos espacios el tema está permanentemente presente, en términos sustantivos, y también uno se va dando cuenta del rol que tenemos las mujeres que trabajamos en los distintos ámbitos, sobre todo en cargos de mayor responsabilidad. No me refiero solo al tema de cancillería, en la propia Comisión Interamericana (fue relatora entre 2018 y 2021 y presidenta de la CIDH durante 2021). Yo tengo 54 años y diría que a estas alturas uno pensaría que la misoginia ya no existe, pero está súper presente todavía.
Mi aproximación a esos temas tiene que ver con los espacios de poder o el empoderamiento de las mujeres en los distintos ámbitos, desde la perspectiva de derechos humanos y el rol que cumplen, por ejemplo, las mujeres defensoras de derechos humanos. Surge permanentemente el tema género ligado al tema mujeres, pero también LGBTIQ. Yo no me he dedicado a profundizar sobre los feminismos desde un punto de vista teórico, pero sí lo termino viviendo.

—¿Qué caracterización hacés hoy del movimiento?
—Yo creo que son varios movimientos, como ocurre también en otros ámbitos, como el movimiento de derechos humanos, y creo que hay una diferencia generacional fuerte entre la generación anterior a la mía, mi generación y la generación más joven. Así como en la generación anterior, de mi madre o mis abuelas, era el tema del sufragio, el salir de la casa a trabajar o el anticonceptivo, luego diría que en la generación mía estuvieron más bien los temas de derechos reproductivos y también de empezar a ocupar espacios de poder, creo que hay una diferencia con la generación más joven, en términos de impregnar en todo su accionar el tema feminista. Los movimientos feministas más jóvenes actúan en su relación con el mundo completo. Un ejemplo es el lenguaje. Mi generación pasa por alto muchas cosas del lenguaje. Por ejemplo que te digan “hola, mi linda”. Uno lo tiene incorporado, las mujeres jóvenes no aceptan eso, creo que ahí hay ciertas diferencias, en contextos bien distintos también.
Yo creo que cada uno de estos distintos feminismos son fundamentales en los distintos espacios y ahí sí creo que ha habido un logro de empezar a ocupar los distintos espacios, no como gueto, como lo fue en algún momento.

—¿Y cómo ves esa ocupación dentro de las instituciones del Estado? ¿Has notado una transformación en el último tiempo?
—Depende dónde. Creo que desde el Estado sí ha habido un cambio cultural fuerte, aunque sea de la boca para afuera, en términos del lenguaje, de cómo te puede tratar un jefe o una jefa. Eso sí creo que es importante porque el lenguaje y las formas también terminan haciendo realidades. Yo creo que eso ha cambiado mucho. Pero sigo pensando que en algunas áreas el tema género ha llegado para quedarse y hay mayor conciencia, no solo en el tema de tener tanto mujeres como hombres en los distintos cargos directivos, de tener la posibilidad de dar tu voz, tu opinión, sino también en todo lo que es la transversalidad y el quehacer. Creo que hay mayor conciencia en algunos ámbitos, pero en los ámbitos más netamente políticos creo que todavía hay mucho retraso.
Las cancillerías, no solo la chilena, siguen siendo guetos muy de hombres, donde cuesta mucho ir metiendo los temas de género, como la interseccionalidad.
Las cancillerías, no solo la chilena, siguen siendo guetos muy de hombres, donde cuesta mucho ir metiendo los temas de género, como la interseccionalidad. Yo misma empecé a trabajar desde la perspectiva feminista y tenía gente ligada a la política exterior que de alguna manera sentía que era un cuestionamiento a lo que se había hecho antes, en materia de la ratificación de las distintas convenciones, la participación en la resolución de paz y seguridad de las mujeres. Es un lenguaje distinto. Es muy difícil permear la perspectiva feminista en el quehacer cotidiano de las cancillerías, en todo. El tema de “vamos a ser súper progresistas en las resoluciones” y no entender que en los tratados de libre comercio, que en las relaciones bilaterales, que tiene que estar presente en todo el accionar. Eso en todo el mundo, lo he conversado con otras ministras, con las encargadas de políticas feministas en otros países, hay una dificultad interna para comprender el por qué de una política exterior feminista, cuando muchos de esos países han avanzado en materias directamente relacionadas con el género. Hay una entrevista que le hacen a la primera que empezó a hablar de esto, la canciller sueca, Margot Wallstrom, en la que ella dice que cuando anunció la política exterior feminista hubo risa entre los periodistas y el público. Como: esta locura que le bajó a esta mujer. Creo que eso sigue existiendo y el ámbito del derecho internacional sigue siendo muy de hombres.

Al final del día son los hombres los que escriben, lo que se impregna en la evolución del derecho internacional es una visión masculina, y de blancos, además. Cuando se empieza a reconocer el rol de las expertas en derecho internacional de mujeres es para hablar de los cuidados, de la libertad sexual, pero no como académicas en todo el ámbito del derecho internacional.
—¿Qué transforma la política feminista a ese ámbito del derecho internacional, de las políticas exteriores? ¿Cuál es ese aporte específico que hace la política feminista?
—Para mí la política internacional feminista tiene fundamentalmente dos líneas, una hacia adentro, y no es menor, que es el tema de la participación de las mujeres diplomáticas en puestos de decisión. No solo embajadoras, también las direcciones. Es un tema en el que hay un retraso en general, en la gran mayoría de las cancillerías, y Chile no es una excepción en eso. Yo he trabajado en un ministerio (trabajó en el Ministerio del Interior durante el gobierno de Ricardo Lagos) y a mí no me chocaba la cantidad de hombres como sí me chocó en la cancillería. Y, además, la necesidad de tomar una política activa en la formación de las diplomáticas, pero también en su incorporación en los distintos puestos de decisión, que no sea solo en el área de género.

Creo que el aporte más amplio, aunque son muchos los temas, tiene que ver con que las mujeres aportamos una mirada distinta a los distintos aspectos. Creo que las mujeres, aunque parezca un cliché, sobre todo en materia de relaciones internacionales, en general, tenemos una mirada mucho más de diálogo y no de confrontación. Eso, en relaciones internacionales, es un valor y tiene una significación muy importante. Creo que ese es un aporte y por eso es tan importante un movimiento que tiene varios años ya, el GQUAL, relacionado con el CEJIL, que empezó a trabajar el tema de cómo los Estados y las ONG empiezan a presentar mujeres en cargos internacionales.

Además, es imposible hablar de relaciones igualitarias, que es parte de derecho internacional, cuando en una mesa están solo los hombres. Obviamente que hay excepciones a esta mirada más dialogante y menos confrontacional, con las personalidades, pero creo que eso es fundamental. El aporte que hacen las mujeres en las negociaciones de resolución de conflictos creo que tiene que ver con la mirada más bien humana a los distintos actores. En general las mujeres tenemos una mayor capacidad, en esos espacios de negociación, de lograr colocarnos en los zapatos del otro. Desde esa perspectiva, cuando uno logra colocarse en los zapatos del otro, uno logra entender a su interlocutor para poder hacer una negociación, entendiendo quién está al frente. Creo que eso sí tiene un efecto en las relaciones internacionales, más allá, además, de la mirada feminista, desde la perspectiva más sustantiva.
Cuando tú estás en un proceso de negociación para terminar un conflicto, también estás generando institucionalidad, porque parte de la negociación es la nueva institucionalidad, y la mirada feminista sobre esa nueva institucionalidad tiene que estar presente desde el inicio y no luego, como sucedió en muchos de nuestros países, como después de la dictadura. Los movimientos feministas tratando de desprenderse del movimiento más tradicional de derechos humanos para incorporar, por ejemplo, la violencia sexual. Eso tiene que estar antes.
La mirada feminista sobre esa nueva institucionalidad tiene que estar presente desde el inicio y no luego, como sucedió en muchos de nuestros países, como después de la dictadura.
—El planteo de la política exterior feminista surge, entiendo, desde una mirada europea.
—Sí.
—¿Cómo pensar una política exterior feminista desde el sur global, con las características que tienen nuestros países? En la Argentina, cuando designaron a una compañera travesti (Alba Rueda, entrevistada en Institucionalizadas), ella fue objeto de desinformación, de ataques en redes, decían “¿qué es lo que va a hacer? ¿Para qué le dan esto? ¿Por qué gasta el Estado en una representante internacional feminista?”. No se llega a comprender. ¿Cómo pensar ese enfoque de la política exterior feminista aplicado a nuestros territorios?
—Sobre este título de política internacional feminista lo primero es decir que una política exterior es feminista o no feminista, independientemente del apellido. Hay mucha discusión, algunos países han optado por no poner la palabra feminista porque genera anticuerpos y lo que queremos es transformar la realidad independientemente del apellido. Efectivamente partió de Europa y yo creo que en el caso de nuestra región tiene que ver con realidades diversas. Un tema que para mí es fundamental es cómo incorporar la situación de las mujeres que son mayormente excluidas (que en América Latina son las mujeres pobres, mujeres indígenas, mujeres afro) también en la política exterior. Vía relaciones bilaterales y multilaterales, tú tienes que visibilizar esas situaciones y tomar decisiones para poder trabajar en disminuir esas brechas con una perspectiva de género.
Los temas más europeos tienen que ver con las brechas salariales y con la representación política para romper los techos de cristal. En América Latina estamos en un lugar anterior, que tiene que ver con sociedades tremendamente excluyentes y discriminatorias, donde generalmente tú ves una multiplicidad de factores respecto de las mujeres indígenas, afro y pobres. Ahí hay una diferencia fundamental en la mirada que puede poner una política feminista latinoamericana.

Más allá de los conflictos armados, las dictaduras que hemos tenido, América Latina, para bien o para mal, más allá de los problemas económicos estructurales, retrocesos en la democracia, en general es un continente que, en sus relaciones bilaterales, es solidario y no llega al conflicto armado. América Latina, más allá de todos los problemas que tiene, tiene un historial mucho mejor que el que pueden tener los países europeos. Eso sí tiene que ver también con las relaciones internacionales.
—Tenemos un eje de discusión que es la relación entre la institución pública y la calle, el movimiento. Con referencia al ámbito de los derechos humanos, en el movimiento feminista el problema es similar. A veces es una relación muy tensa entre las demandas de la calle y del movimiento y quienes están ocupando roles de responsabilidad. ¿Cómo es esa relación? ¿Cuál es tu lectura?
—En el tema concretamente feminista, por lo menos en la experiencia mía, no existió esa tensión, creo que no existió precisamente porque como es un tema completamente invisibilizado en Chile —la política exterior feminista no existía—, dentro mismo del movimiento feminista una llegaba a plantear esto y decían “¿y qué es esto?”. Entonces desde esa perspectiva yo sí sentí siempre un apoyo muy fuerte, en el quehacer cotidiano mío, de las mujeres y de la calle. Me pasa hasta el día de hoy que de repente salgo y la gente me saluda, mujeres jóvenes o mujeres viejas, saludan a la ministra.
Siempre está el tema de la misoginia presente. Yo siento que ahí hubo una comprensión de un tema que no estaba en la agenda chilena, que no existía, no estaba en el debate. De repente llega una canciller a un mundo netamente masculino, donde los actores en general son hombres, aparezco yo, del mundo de derechos humanos, a plantear estos temas. Entonces yo no sentí esa tensión.
—¿Y más allá de tu experiencia concreta qué reflexión hacés?
—Efectivamente, siempre me ha parecido una tensión necesaria. Ahí lo hablo de manera global, no solo sobre el feminismo. Creo que los roles que uno cumple desde responsabilidades institucionales, como un cargo público, son siempre diversos a los roles que cumple la sociedad civil. Si uno revisa distintos casos de gente que viene de la sociedad civil y asume cargos en el Ejecutivo, siempre hay una tensión de “pertenezco al mundo de la sociedad civil” a “ahora pertenezco, por decirlo de una manera, al status”. Me parece que si quienes vienen del mundo de la sociedad civil no logran comprender su nuevo rol y siguen sintiéndose representantes de la sociedad civil, lo que hacen es desdibujar ambos roles. El rol de quien ejecuta políticas públicas, con todas las limitantes que eso puede tener, y la calle, que es la que presiona para seguir removiendo obstáculos.
Creo que esa tensión es necesaria porque es muy difícil hacer políticas públicas como uno quisiera. La realidad te golpea porque tienes que hacer negociaciones con distintos actores, no tienes los recursos; y la calle, como dicen ustedes, está siempre ahí presente, empujando. Creo que son roles distintos y ambos son necesarios. A veces cuando uno está en el lado de lo público no es grato que te cuestionen. Muchas veces las organizaciones de la sociedad civil no logran vislumbrar todos los obstáculos que uno puede tener para hacer lo que quiere hacer. Pero por otra parte esa presión obliga a que tú toques las mayores puertas posibles. Además esa presión obliga a ir removiendo obstáculos y generar conciencia en distintos temas que si no no existirían dentro de los liderazgos políticos, por no hablar solo del Ejecutivo, los partidos políticos, el Congreso, el propio Poder Judicial.
Muchas veces las organizaciones de la sociedad civil no logran vislumbrar todos los obstáculos que uno puede tener para hacer lo que quiere hacer.
Entonces creo que es una tensión, sí, pero me parece una tensión necesaria en una democracia. Sin ella creo que quienes ejercemos cargos públicos nos empezamos a dormir en los laureles, porque es una batalla permanente. Entonces, si tú no tienes una tensión permanente detrás, es bien fácil dormirse en los laureles.
—A vos te preocupa y te escuchamos hablar varias veces de la representación, que es una barrera en sí misma, entrar a un lugar y que haya todos varones. Hay políticas de discriminación positiva como la cuota, el cupo, la paridad. ¿Cómo evaluás esas herramientas para transformar la representación desigual y qué pensás de ellas?
—Creo que en Chile ha sido fundamental el tema de la paridad, ha sido fundamental para incorporar a las mujeres en los liderazgos políticos. Creo que esa es una batalla que hoy día está en discusión por el nuevo texto de Constitución, donde yo espero que no retrocedamos. Claro que han llegado mujeres a puestos de poder sin necesitar cuota de paridad, el ejemplo es (Michelle) Bachelet. Ya, pero la excepción confirma la regla. Me parece que en todos los países las cuotas y la paridad, más allá de los pro y los contra de estos mecanismos, sí son fundamentales. Son necesarios hasta que no alcancemos una igualdad sustantiva real. Creo que falta muchísimo.

A mí me pueden dar las condiciones para ser candidata, pero desde el tema familiar, que los hijos, que los padres, que los tengo que cuidar, que el trabajo doméstico me impida hacerlo. Me pasó con las embajadoras. Entonces no basta la paridad, también es necesario generar las condiciones para que las mujeres se atrevan a asumir esos liderazgos. Para eso necesito tener resuelto el tema doméstico. Pero además, sobre todo, en territorios más conflictivos, como por ejemplo en Colombia, hay territorios donde sigue el conflicto armado, donde seguimos viendo no solo violación a los derechos humanos, sino que violaciones sexuales. Siguen existiendo. También están, entonces, las condiciones de seguridad.
No basta la paridad, también es necesario generar las condiciones para que las mujeres se atrevan a asumir esos liderazgos.
—Que son específicas para las mujeres.
—Especialmente para las mujeres. Entonces no basta la paridad sola. Atreverse tiene costos, sobre todo para las mujeres, porque además sigue muy presente todo este tema de los medios de comunicación y las redes. Sigue muy presente el modelo del rol tradicional de las mujeres y por lo tanto una mayor exigencia a las mujeres que se dedican a la política, mucha más que para los hombres. Está todo el tema de la violencia política en redes. Hemos visto a una lideresa como la primera ministra de Nueva Zelanda (Jacinda Ardern), que termina renunciando y entre sus razones cuenta que no soportaba los ataques en las redes y el impacto en su vida personal. Después tienen a Yolanda Díaz en España, fuera de su casa. Eso no lo ves en los hombres. En los hombres no hay un ataque, además, a la familia. Ataques en redes que muchas veces terminan agrediendo a la familia.
Te pongo un ejemplo: en Chile existe un sistema, los embajadores y embajadoras tienen que ser de carrera. Pero hay una suerte de acuerdo no escrito con la Asociación de Diplomáticos y Diplomáticas de que alrededor del 20% puede ser nombrado por el presidente. Cuando yo asumí, estuve hablando con el presidente (Gabriel Boric) y obviamente la idea —y así fue— era además tener paridad. Yo he llamado a los hombres y solo uno dijo “déjame pensarlo y te contesto”. Los hombres —estoy hablando de quince o dieciséis— ni siquiera decían “déjame hablarlo con mi familia”, era “me siento honrado, perfecto, ¿qué tengo que hacer?”, inmediatamente. Muchos de ellos ni sabían por la prensa ni por nada que los iban a llamar. Ninguna mujer me contestó que sí inmediatamente. Todas, hasta las que se morían de ganas, me decían “tengo que conversar con mi pareja”, “tengo que ver la situación con mis hijos”, y así todo tuve tres casos que me dijeron que no y todos por temas relacionados con el cuidado. El marido, la madre o el hijo. De los hombres ninguno. No sé cómo habrá sido la conversación en su casa después. Te estás cambiando de país, si tienes hijos que todavía dependen de ti, te estás cambiando con tus hijos. A mí me impactó eso. Yo lo cuento siempre.
—¿Has participado o participas de redes de mujeres de la política o feministas? Formales o informales, locales o internacionales.
—Más bien informalmente, sí. Hay una suerte de red para Latinoamérica y el Caribe de mujeres, que en realidad es un grupo de WhatsApp. Pero a partir de eso compartimos experiencias, compartimos noticias, hay algunas iniciativas, nos invitamos mutuamente.
—¿Con la Internacional Feminista?
—No
—Creía que estabas vinculada, la ex primera dama (Irina Karamanos) está haciendo parte de esa articulación.
—No, no han tomado contacto conmigo.
—En los últimos años se multiplicaron las secretarías de género, ministerios de género, el área de género del club, de la municipalidad, ¿evalúas que hay un riesgo certero de quedar encapsuladas allí, en una suerte de nicho?
—Creo que eso ha pasado y es inevitable. Pero a la vez han sido fundamentales la Secretaría de la Mujer o el Ministerio de la Mujer (Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género), precisamente para visibilizar los temas y, sobre todo, cuando existe una incomprensión o falta de voluntad política. Depende de entender que el tema de género es interseccional. En este gobierno, el Ministerio de la Mujer está en el comité político, algo que todo el mundo cuestionó al comienzo, pero efectivamente el gobierno se dice feminista y creo que esa mirada es precisamente poder incorporar a las decisiones políticas la mirada de género.
Siempre existe ese temor. Pero así como la paridad me parece que es fundamental hasta que tengamos una igualdad sustantiva, lamentablemente pasa lo mismo con esto. El desafío es precisamente que esos servicios logren incorporar en los distintos servicios públicos el tema género. Pero no el tema de la encargada de género, que es lo que al principio pasaba en Chile, que cada ministerio tiene una encargada de género, con la que dependía de si al ministro o la ministra de turno le interesaba el tema, si tenía alguna poder decisorio o ninguno, sino poder instalar las políticas de género de manera transversal. Yo creo que ahí sí cumplen un rol estos ministerios de ir empujando internamente para que el aparato público entienda eso. Es un proceso muy largo y ahí creo que independientemente de este gueto, yo lo prefiero a que no exista.
—En los países de nuestra región se está hablando de violencia política, ¿acá en Chile cómo ves la discusión, las estrategias que están tomando las mujeres de la política para dar respuesta a eso, para cuidarse, para protegerse y que no sea un disciplinamiento?
—Aunque se enojen los machos, yo no diría que hay violencia política en los términos de Yolanda Díaz, pero sí hubo una especial obsesión con mi persona, en los medios, en la prensa, en las redes, que claramente tenía que ver muchos factores: no pertenecer al club de la política exterior directamente, aún cuando he trabajado mucho el tema pero no soy del del núcleo duro, viniendo del mundo derechos humanos y siendo mujer y joven —porque para los rangos de la Cancillería soy, supuestamente, joven—. Entonces, yo soy muy sensible al tema, porque si bien no sufrí una violencia política en sentido estricto, sí sentí una mayor exigencia respecto de mi persona por el solo hecho de ser mujer, un mayor cuestionamiento de mí persona, por el solo hecho de ser mujer.
En algún momento bastante álgido, que fue en el verano de 2023, cuando se estaba incendiando todo el sur de Chile, yo estaba de vacaciones. Estuve tres días seguidos en la prensa, en primera plana, porque yo estaba de vacaciones mientras se incendiaba. La paradoja es que el ministro de Vivienda estaba también de vacaciones, también el ministro de Cultura, porque nos tomamos la misma época, y ellos no salieron en la prensa. Se quemaron las casas, se quemaron las cosechas, y el tema era que yo no estuviera. Para mí eso fue una brutalidad. Claramente era personal. Ahí sí hubo una reacción de solidaridad de muchas mujeres que me llamaron. Eso terminó de visibilizar una queja que yo tenía de antes y mucha gente no me creía.

La violencia política de género es un tema que en Chile ha empezado a aparecer precisamente porque este gobierno puso muchas mujeres en cargos por primera vez, 50% y 50%. Ahí creo que recién se empezó a visibilizar más el tema, en el que no hemos llegado al nivel de otros países, de la violencia política.
—Muchas nos han comentado la estrategia de disfrazar el feminismo cuando una va a presentar un proyecto de ley, una medida, una decisión. ¿Qué pensás?
—La última vez que lo escuché fue cuando se lanzó PEFAL, una plataforma de política exterior feminista para América Latina. Lo hizo, además, una cientista política joven que elaboró la propuesta nuestra de política exterior feminista, que es Daniela Sepúlveda. Se hizo lanzamiento acá y había algunas mujeres que participaron, porque no éramos solo chilenas. Varias lo plantearon y yo entiendo que puede ser una herramienta para generar menos anticuerpos pero no estoy de acuerdo. Lo entiendo quizás en un espacio donde exista una reacción violenta o cosas así, me parece que uno tiene que siempre cuestionarse cómo lo presentamos, cómo lo hacemos. Pero ocultar cuál es el objetivo me parece que a la vez es dar razón a quienes están en contra de la igualdad de género. Porque en el fondo, si yo lo oculto y lo disfrazo entendiendo que puede ser una manera, una estrategia, al final del día doy razón a quienes atacan la igualdad de género, quienes no están de acuerdo con generar políticas intersectoriales en los distintos espacios.
—Con el diario del lunes, leyendo el rechazo a la constitución feminista en 2022, ¿pensás lo mismo? He leído interpretaciones respecto de que tenía “demasiado feminismo”. Hay un tipo de derecha que dice que “el feminismo está sobregirado”.
—Es que yo creo que en el caso concreto de la nueva Constitución el rechazo (se refiere al de 2022, no al rechazo del texto presentado en 2023) tuvo que ver más bien con el rechazo a las distintas agendas identitarias, en general. Está el feminismo, los animalistas, los indígenas. Creo que ese fue el error, el pedir demasiado a una sociedad que todavía es más conservadora que lo que uno cree. Cambios en todos los ámbitos. Creo que fue más bien un problema de estrategia general sobre las distintas agendas identitarias y no solo respecto del feminismo.
Una tiene que ver cómo lograr que una agenda feminista no sea solo de mujeres. Cómo lograr que se incorporen de manera más activa, otros actores. No tiene que ver con ponerle “política transfeminista”. Creo que más bien tiene que ver con las maneras, con los discursos. Mucho tiempo atrás, yo estaba con un amigo y una amiga mía que es súper feminista. Mi amigo dice “oye, ¿conoces a tal?”. Le decimos que sí. Entonces él dice “yo encontré que es una niña súper inteligente”. Y la reacción de ella fue “¿cómo que niña?”. Fue de un nivel de agresividad que él después me dijo “pero yo no entiendo…”. Me refiero a este tipo de cosas. Creo que ahí tenemos una obligación, las mujeres, no en la demanda sustantiva, sino en la estrategia discursiva, de ser más cuidadosas, para sentir que esto no es una batalla frontal, sino que todo lo contrario, lo que queremos es igualdad sustantiva para todos, todas, todes. Yo entiendo, porque yo he tenido estas discusiones, que tenemos que cambiar la realidad, tenemos que cambiar el lenguaje.
—Los varones tampoco tienen espacios propios para hablar de esto. Nosotras también tenemos que propiciar la discusión. Tienen que tener un lugar de repensarse en los vínculos.
—Acá en Chile, a un chico lo acusaron de acoso sexual y tenía 13 años. Yo no tengo idea del chico cómo será pero ese chico va a terminar odiando a las mujeres y va a ser un acosador sexual. Es difícil de manejar, pero ahí es donde yo creo que está nuestro mayor desafío, además de todos los retrocesos que estamos viendo, que son brutales.
—Es un resentimiento y una reacción también a otros niveles de la política…
—Terminan votando por (Javier) Milei.
—Claro, encaja perfectamente en ese discurso.
—Como lo que pasó con (Jair) Bolsonaro. Me acuerdo cuando ganó Bolsonaro que leí un artículo que explicaba por qué ganó Bolsonaro y es bien brutal. Bolsonaro ganó porque en Brasil hubo todo un movimiento de derechos humanos y todo un movimiento de reconocer al otro “minoritario” y de repente los hombres blancos, pobres o ricos, no tenían donde estar. Estaba lo LGBTIQ, indígena, afro y llegan este hombre y Trump.
—Nancy Fraser dice eso en un artículo: ganaron los hombres blancos resentidos con las políticas minoritarias.
—Es muy difícil, porque tampoco puedes dejar de hacer políticas minoritarias. Yo creo que tiene que ver más bien con la narrativa. Más que no hacer las políticas, es como tú las presentas.

“Institucionalizadas: cuando los feminismos se vuelven parte del Estado” es una investigación especialtransnacional de LATFEM sobre Argentina, Uruguay, Chile y Brasil con apoyo de FESminismos, proyecto regional de la Fundación Friedrich Ebert (FES).
