Chile desborda las calles para decir “nunca más”

Chile recuerda los 50 años del golpe militar contra su democracia, en un contexto de desafíos políticos. La Constitución pinochetista sigue cuestionada, las derechas radicalizadas se renuevan, incluso algunos partidos de derecha rechazaron firmar el acuerdo transversal propuesto por Boric para defender los derechos humanos y la democracia y se reprimió un acto en el cementerio de familiares de desaparecidos. Por primera vez, sin embargo, el Estado se comprometió a buscar los, al menos, 1100 detenidos desaparecidos en la dictadura. Salvador Allende dijo antes de morir: “Tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo”. Escribe desde Chile Andrea Guzmán.

A diferencia del caso argentino —al menos como lo conocíamos hasta ahora—, donde la dictadura no era precisamente un evento reivindicado abiertamente en espacios públicos y políticos, en Chile el Golpe Militar siempre ha parecido un evento fresco y cercano que sobrevuela la cotidianeidad. Basta decir que el dictador Augusto Pinochet murió en libertad —e incluso gozó del título de senador vitalicio como un presidente electo democráticamente— y no se puede decir que haya existido un proceso de reparación completo acorde con la recuperación de la democracia en 1990. Los partidos vinculados al régimen han gozado de una amplia participación en la vida política chilena como parte del Congreso e incluso de gobiernos como el muy reciente de Sebastián Piñera. Pero, quizás, y más importante, la dictadura en Chile ha sobrevivido en asuntos mucho más pedestres, que a la vez son más profundos, pues configuran los cimientos de la sociedad: las ciudades escindidas donde las clases sociales no se tocan, la privatización radical de la vida, el sistema de endeudamiento, el monopolio de los medios de comunicación, la autonomía de las fuerzas policiales. Por eso, la constitución de 1980 instaurada por Pinochet, nunca reescrita en democracia, fue leída por la ciudadanía como el gen de su descontento, y después de un largo proceso que inició en 2019 con una revuelta popular sin líderes, se sigue discutiendo su posible derrotero. En Chile, la reivindicación intensa de la dictadura por un sector de la sociedad nunca fue un tabú —se ha difundido siempre, en los medios, en los espacios públicos—, por eso quizás no sorprende del todo el clima negacionista en el que hoy, 11 de septiembre, se cumplen 50 años del Golpe de Estado que instauró una dictadura de 17 años, una de las más largas de la región.

Por estos días, las derechas tradicionales que, durante el breve hiato entre el estallido social y el ascenso de Gabriel Boric, tuvieron que adoptar algunos discursos levemente más conciliadores para reinventarse, han vuelto renovadas y han radicalizado sus propuestas. Y las opciones conservadoras extremas encarnadas en personajes como José Antonio Kast, que compitió contra Boric en las últimas elecciones presidenciales, y que en algún momento podrían haber resultado inviables e incluso delirantes, se han consolidado, triunfo tras triunfo, como fuerzas políticas innegables. Primero, con el abrumador rechazo con un 62% de la población a la Constitución escrita por un órgano popular que fue una de las principales apuestas de la izquierda. Luego, por la creación de un nuevo órgano formado en su mayoría por miembros del partido ultraderechista Republicano que por estos días sigue “enmendando” un nuevo borrador de la constitución a su criterio. Los traspiés en la comunicación del gobierno, y algunos eventos como la entrada del narco a Chile —un problema relativamente nuevo—, el alza intenso de los precios y la inestabilidad económica —lo mismo—, y por ello la percepción que tiene la ciudadanía sobre la seguridad y la estabilidad se han vuelto protagonistas.

Ese es el escenario en el que hoy se conmemoraron 50 años del Golpe de Estado en Chile. El 11 de septiembre se recuerda el momento en que los aviones Hawker Hunters —hoy, sabemos, gracias a la intervención cómplice de Estados Unidos— bombardearon el Palacio de La Moneda, y el gobierno democrático de Salvador Allende fue derrocado a 3 años de su elección. La conmemoración coincide con el segundo año de mandato de Gabriel Boric, un joven de izquierda progresista, el presidente más joven de la historia de su país y parte de la primera generación crecida en democracia, que al principio de su gobierno decretó que Chile sería “La tumba del neoliberalismo”.

Previsiblemente, no todo ha ido acorde a esa consigna para Chile, aunque por un momento breve realmente muchos sentimos que algo grande estaba a punto de suceder. De todas formas, con estos antecedentes, los preparativos para la conmemoración del Golpe fueron importantes para Gabriel Boric. Sin duda, este era un evento importante para su gobierno, tanto para su posición como para establecer los acuerdos que tanto necesita en un país que ha confirmado que sin la derecha no es posible gobernar. Los días previos al 11 de septiembre, Gabriel Boric invitó a sus 4 antecesores a participar de un documento titulado Pacto de Santiago que fue firmado por Michelle Bachelet, Ricardo Lagos, Eduardo Frei, e incluso, por el centroderechista Sebastián Piñera. Un acuerdo simbólico donde los ex mandatarios se comprometieron a defender los derechos humanos y la democracia, condenar la violencia y favorecer el diálogo. Sin embargo, el Presidente no logró acuerdo con la totalidad de los partidos políticos, que era su idea original, y a quienes había invitado a plegarse, ya que la derecha tradicional encarnada en la UDI, Renovación Nacional y Evopoli, no solo se marginó del documento sino que redactó uno propio y se negó, por supuesto, a participar de un acto que conmemorara la figura de Allende.

Después de declarar el 11 de septiembre como día de duelo nacional, Gabriel Boric, que días antes se refirió al ambiente de Chile como “eléctrico”, abrió esta mañana las puertas del Palacio de La Moneda para una conmemoración pública de la que participaron algunos de sus pares del mundo; Presidentes y ex Presidentes como Luis Arce, Pepe Mujica, Gustavo Petro, Andrés Lopez Obrador asistieron al acto que incluyó un sentido discurso de la Senadora Isabel Allende, hija menor de Salvador Allende, que rememoró el minuto a minuto de ese día, intervenciones de referentes como Estela de Carlotto o lecturas de poetas como el Premio Nacional de Literatura Elicura Chihuailaf,  y Elvira Hernandez que terminó su intervención declamando uno de sus desoladores poemas: “Los arrojaron al mar y no cayeron al mar. Cayeron sobre nosotros”.

La jornada cerró con un discurso de casi 45 minutos de Boric que, visiblemente conmovido, dijo ser “un optimista empedernido”, declaró que “El Estado debe hacerse cargo de saber Dónde Están” y se refirió a Plan Nacional de Búsqueda de Verdad y Justicia, que ya había anunciado hace algunas semanas, y que busca colaborar con la búsqueda de al menos 1100 detenidos desaparecidos en la dictadura, tarea que hasta el momento había recaído en manos de organismos de derechos humanos.

El evento fue, sin duda, conmovedor. Entre los invitados han desfilado de Illapu a Mon Laferte homenajeando a Victor Jara, pasando por Tom Morello, guitarrista de Rage Against The Machine. Sin embargo, el 11 de septiembre es un evento imposible de institucionalizar, no le pertenece al Estado, y las calles de Chile se han llenado de sus propias y espontáneas manifestaciones. Quizás, frases como “condenar la violencia” o “fortalecer la democracia” suenan demasiado etéreas a la luz de lo que efectivamente sucede en las calles propiciado por el mismo Estado chileno. La romería que se llevó a cabo el domingo, una tradición en la que miles marchan al Cementerio General de Santiago —a la que asistió el mismo Boric, e incluso el ex Juez español Baltasar Garzón, quien dio la orden de apresar a Pinochet en Londres—, terminó con una represión policial intensa, tal y como se estila en Chile. Impresionó ver a las tanquetas policiales dentro del mismo cementerio interrumpiendo el rito de los familiares de desaparecidos, los números musicales y las conmemoraciones, así como los cortes policiales en las calles que permitían la entrada únicamente a acreditados despojando a la ciudadanía de su espacio público. Quizás las palabras de justicia y reparación contrasten también con las miles de víctimas de la violencia policial en democracia durante el Estallido Social que se han manifestado estos días, quienes por primera vez desde la dictadura volvieron a elevar esta demanda en busca de responsabilidades políticas que aún no llegan. La Senadora Fabiola Campillai, mujer obrera que perdió ambos ojos, e olfato y el gusto por disparos de la policía durante las protestas, se plegó a los eventos y declaró contra el ex presidente Sebastian Piñera, cuyo nombre tanto ha sobrevolado estas conmemoraciones en palabras del mismo Gabriel Boric. “A los 46 años del Golpe hubo un estallido social el cual aún el responsable no paga. El responsable no está tras las rejas y hoy lo llamamos demócrata. No es demócrata”, dijo la senadora.

Otros eventos también se llevaron a cabo durante esta jornada y la semana previa: una vigilia donde 6 mil mujeres se apostaron frente a La Moneda en la madrugada exigiendo el Nunca Más. Manifestaciones populares en varias ciudades de Chile y cambios de nombre a calles que aún llevaban el nombre del dictador. El Laboratorio Delight Lab, que se hizo conocido durante el Estallido proyectando mensajes gigantes en fachadas de edificios tradicionales, proyectó imágenes de Allende en un recorrido por momentos y lugares clave de Santiago al que asistieron cientos de personas. Y decenas de mujeres bailaron por las calles “La cueca sola”, un tipo de protesta artística iniciada en la dictadura donde compañeras de los desaparecidos bailaban sin pareja el tradicional baile chileno.

Mientras, en el Congreso, la odiosidad se hizo nuevamente manifiesta cuando a cada bancada se le concedieron 5 minutos para homenajear a Salvador Allende. Partidos de derecha como el Republicano se restaron del homenaje, pero la UDI, el partido tradicional de la derecha pinochetista, aprovechó para usar el tiempo con un discurso negacionista que previsiblemente ocasionó una discusión a los gritos en el edificio.

No es incorrecto decir que Chile se encuentra en situación eléctrica. Desde el 2019 vive en estado de contingencia permanente. Por otro carril, la escritura de la nueva Constitución avanza totalmente en dirección contraria a la prevista. El plebiscito en el que la ciudadanía rechazó la Constitución ecologista, igualitaria y con perspectiva de género elaborada por un organismo electo por votación popular fue un duro golpe para el gobierno y para las expectativas de la izquierda. En este segundo intento, quienes obtuvieron la primera mayoría del ahora llamado Consejo Constitucional fueron los Republicanos, el partido ultraderechista de Kast. Es decir, que el sector de la derecha extrema que siempre se negó a cambiar la Constitución de Pinochet, paradójicamente es el principal encargado de reescribirla. Se pactó que este segundo intento fuese elaborado a partir de un anteproyecto redactado por una Comisión de Expertos elegida por el Poder Legislativo, eliminando así el componente popular de la primera versión. El anteproyecto ya fue entregado por la Comisión y por estos días el Consejo discute y aprueba enmiendas que van desde eliminar la paridad de género, hasta permitir solo manifestaciones culturales que no sean “contrarias a la tradición chilena, las buenas costumbres, el orden público”, pasando por instaurar el derecho a la vida del que está por nacer y por reducir a reclusión domiciliaria a personas privadas de libertad que acrediten enfermedades terminales (un gran resquicio para los violadores a derechos humanos que se encuentran presos). El 17 de diciembre la ciudadanía está llamada nuevamente a las urnas en un segundo plebiscito de salida, pero no se puede decir que será una votación muy auspiciosa pues tendrán que decidir si desean la constitución de la ultraderecha contemporánea o la de Pinochet.

Durante sus últimos minutos de vida Salvador Allende, en un discurso terrible y hermoso, alcanzó a decir: “Tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo”. 50 años después, a esta hora, miles de personas empiezan a llegar al Estadio Nacional para terminar un día de duelo en uno de los principales centros de tortura de la dictadura militar. Uno donde miles desaparecieron, y donde en democracia, miles seguimos viendo nuestros primeros conciertos.