Foto de portada: Lucía Prieto y Tadeo Bourbon
Son las dos de la mañana. Hace diez horas se confirmó en la última instancia judicial la condena a seis años de cárcel y la inhabilitación para ejercer cargos públicos de por vida a Cristina Fernández de Kirchner. Las luces del balcón de su casa en Constitución -en donde ya pidió cumplir la condena- están apagadas, pero a los megáfonos, a las parrillas y a lxs militantes todavía les queda un rato. ¿Qué pasa luego de la proscripción de la líder política más importante desde el regreso a la democracia? ¿Cómo serán estos cinco días que tiene Cristina para presentarse en el sexto piso de Comodoro Py? Son las preguntas más frecuentes en una vigilia que tiene momentos de éxtasis en sus salidas al balcón y un quebranto que también llega a las lágrimas.
“Justicia. Fin”, tuiteó Javier Milei a minutos de conocerse el fallo inminente de los jueces de la corte Suprema de Justicia Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti, como ese gatillo que anunciaba la tapa de Clarín a los pocos días del intento de magnicidio en 2022: “Cristina, entre la bala que no salió y el fallo que sí saldrá”. Salió, en un año electoral y a una semana de que la ex presidenta anunciara su candidatura a diputada por la provincia de Buenos Aires.

Otro varón, el fiscal Diego Luciani -quien, en 2022, había pedido 12 años de cárcel en sus alegatos por la causa Vialidad- solicitó a minutos de conocerse el fallo que la prisión fuera efectiva de inmediato. No le concedieron su ensañamiento. “Hay que saltar, hay que saltar, el que no salta es del partido judicial”, se escuchaba en la sede del Partido Justicialista bien temprano, cuando miles se juntaban en los alrededores de la calle Matheu para aguardar la noticia, mientras CFK se reunía con dirigentes cercanos. A las seis de la tarde, en una tarima improvisada y casi sin altura, Cristina le habló a la militancia sintetizando la calaña de ese grupo de varones: “Este cepo al voto popular no lo propone este triunvirato de impresentables que funge como una ficción de la Corte Suprema. Son tres monigotes que responden a mandos naturales muy por arriba de ellos”.
“Que nos saquen la posibilidad de votarla es antidemocrático”, dice Luciana que intercala enojo con conmoción.
La siguiente parada, al caer la tarde fue San José 1111, el balcón que tiene dos esquinas y por el que Cristina saldrá a saludar varias a veces durante la noche a las miles de personas que componen la vigilia, algunas para quedarse cerca, otras para desplegar banderas y canciones, otras porque entienden este fallo como el knock out a la democracia, muchas para acompañar y otras tantas porque reconocen en este martes de junio un momento de quiebre en la historia del país.

¿Qué nos queda?
“¿Que nos queda a nosotras si a Cristina la meten la presa?”, la frase la repiten dos personas que esa noche están en lugares distintos. La primera es Luciana, una trabajadora estatal de la Ciudad de Buenos Aires que llegó a la vigilia después de estar en la sede del PJ. La segunda es una trabajadora sexual que le había prendido una vela al gauchito gil desde su casa: “Ojalá que no la metan presa”, le rezaba. Las dos formulan una pregunta que pinta el paisaje de la desolación. Luciana tiene 36 años y dice que cuando llegó a la vigilia “le volvió el alma al cuerpo”.
“Esto es un golpe a la democracia y ojalá el pueblo despierte”, dice emocionada Mar.
Como muchxs, ella también había entrado en una especie de shock por no comprender del todo que estaba pasando: “Yo soy abogada, la justicia llegó a un fin cuando escuché ese fallo, están yendo en contra de todo lo que yo estudié. Ya venimos viendo la ausencia de poder judicial en todo este sistema de ajuste del gobierno de Milei y aparecen cuando Cristina anuncia su candidatura”, dice. El alma le volvió al cuerpo cuando llegó y la ex mandataria se asomó al balcón estirando los brazos, fue el sonido de un grito en avalancha, desde los balcones de alrededor había quienes tenían los mejores palcos para la escena. Desde las alturas se podía ver que por las calles del barrio no entraba ni un alfiler y tener el primer plano del saludo de Cristina era un privilegio. A tres casas de San José 1111, en un balcón del primer piso una joven colgaba un pañuelo blanco con la leyenda Nunca Más.
“Que nos saquen la posibilidad de votarla es antidemocrático”, dice Luciana que intercala enojo con conmoción. “Ella conoce al pueblo y no porque haya sido presidenta, lo conoce porque se acerca y escucha.”

“Si no fuera por ella vos serías libertario”, le dicen entre risas a uno que sonríe incómodo: “Sos blanco, heterosexual y no llegas a los veinte, si no te hubieras cruzado con mi amiga seguro habrías votado a Milei”, el chiste sigue en una ronda de amigues que comen empanadas de un local que quedó vacío a las nueve de la noche. La amiga es una militante kirchnerista de la generación de los que hoy tienen alrededor de cuarenta. Más temprano, en la sede del PJ, Cristina eligió hablarles a los de la edad del pibe ese de la ronda que zafó de votar a Milei: “Quiero comentar con aquellos que votaron por primera vez a Néstor en 2003 y que hoy tienen 40 años, les quiero hablar a los de 40 años para acá, a los jóvenes que no vivieron aquello, díganme si no es una paradoja entre cruel y patética que la vicepresidenta de la República haya sido condenada por un delito que no se cometió en una causa que se construyó sobre la base de una prueba falsa(…) mientras que aquellos que pusieron la bala en mi cabeza están en libertad y son protegidos por el mismo sistema”.
¿Qué va a pasar?
“Me erotiza ese encuentro”, se escucha bien cerca de la puerta de la casa de Cristina. Llegó Myriami Bregman acompañada por Nicolás del Caño y Cristian Castillo, que se plegaron a la vigilia, un gesto que también conmovió por la procedencia política y porque la referente del Frente de Izquierda tiene conocidas diferencias con CFK. Sin embargo había pasado gran parte del día repudiando el fallo en los medios, atravesó la oleada de militantes peronistas que la aplaudieron celebrando su gesto. En la casa estuvieron también Juan Grabois, Wado de Pedro y Anabel Fernández Sagasti.
“Llegué y la puerta estaba abierta, subí por una escalera caracol, veo una piba con la remera del Diego y de pronto estaba ahí, de balcón a balcón con Cristina”, cuenta Mar, que tiene 42 años y es peronista de pura cepa. Mar llegó a la esquina de Sáenz Peña y San José y se subió a la terraza de una casa que abrió las puertas a todo el mundo y dio pase libre a quien quisiera tener esa vista privilegiada: “Yo soy peronista desde que nací, mi mamá siempre me contaba que cuando ella era chica fue a despedir a Evita, esto es un golpe a la democracia y ojalá el pueblo despierte”, dice emocionada.

La vigilia tiene contexto, la selección argentina juega contra Colombia, se tomaron facultades y se cortaron calles en Buenos Aires y otros lugares del país. La pregunta sigue siendo ¿qué va a pasar? Cómo si fuera posible prever algo de un hecho inédito en democracia, con la esperanza de que esa producción de frenesí peronista produzca límites concretos, con el deseo de que la fragmentación comience a encastrarse aún en la rotura: hoy hay marcha de jubiladxs como todos los miércoles y también convoca el Garrahan, algunos sindicatos coquetean con el paro general y habrá cortes de ruta. Los días que vienen son una incógnita y también son el aire que hay que tomar para que después de esta noche todo no siga igual.