Cuando acecha la maldad: crónica de una noche escuchando a Kamala Harris

Kamala Harris llegó a la candidatura como una brisa fresca durante el verano. Pero el verano ya se terminó y con él las ilusiones fáciles que en la primera hora despertaron su candidatura. Ese primer fervor por Kamala tras la renuncia de Joe Biden fue enrareciéndose y hoy, a horas de las elecciones, el entusiasmo se mezcla con el horror de la temporada de Halloween.

Michigan es uno de los estados donde pueden llegar a definirse las elecciones (un swing state) así que buena parte de los esfuerzos de la campaña están puestos aquí. Hace solo unos días Kamala Harris estuvo en un enorme acto en Detroit junto a la cantante Lizzo, donde casi un millón de personas ya emitieron su voto de forma anticipada. El sábado anterior, Kamala estuvo en el Kalamazoo con su aliada clave Michelle Obama y ahora la candidata del partido demócrata termina su rally por Michigan visitando Ann Arbor, la ciudad donde vivo y trabajo desde hace algunos meses.

Llego al lugar donde se hace el evento con bastante intriga. Las instrucciones para asistir son extensas y aunque las puertas abren temprano, parece que todos llegamos cuando se pierde el sol. La mayoría de las casas de ese vecindario están decoradas para Halloween, así que la espera se hace divertida mientras la fila avanza lentamente y se van descubriendo brujas, fantasmas y monstruos. Pero el terror no es solo un decorado. Cuando la fila pasa en frente de una fraternidad se escuchan desde unos altoparlantes enormes la voz de Donald Trump y luego suena en loop la frase: “they’re eating cats, they’re eating dogs!” (¡comen gatos, comen perros!), la polémica expresión con la que el candidato republicano denunció que había migrantes en Estados Unidos comiéndose las mascotas de sus vecinos. La provocación impacta en el grupito de mujeres de sesenta años que están justo delante mío. Molestas, empiezan a gritar: “¡Kamala, Kamala!”. Atrás hay un matrimonio joven que conversa sobre su trabajo, se encuentran luego con otra joven pareja amiga con dos niñas pequeñas en brazos. Hablan de sus empleos, los varones se conocen de la Universidad y trabajan como becarios. Se quejan del costo de los alquileres y de lo difícil que es conseguir mejores posiciones en la Universidad. Las esposas conversan sobre ser madres (y sobre no serlo), juegan con las niñas y hablan de la violencia en las escuelas. Una de las nenas me mira y sonríe y juega conmigo. Casualidad o no, somos un extraño grupo que comprende varias de las preocupaciones que mueven los hilos de estas elecciones. La espera se hace larga, llevamos casi una hora y media caminando varias cuadras. Y a medida que nos acercamos se escucha cantar a Maggie Rogger y se enciende un poco la ilusión, pero ni tanto.

No es que los americanos sean fríos, son simplemente diferentes a los argentinos. El rally de campaña no es solo un acto para motivar a las personas a votar por Kamala, tampoco es una reunión de fanáticos que intentan demostrar su fuerza, no hay nada aquí que pueda compararse a la liturgia a la que nos tiene acostumbrado el peronismo en Argentina. La visita de la candidata demócrata es un momento para reunirse a reflexionar sobre el futuro político del país y no solo se vive así en la fila conversando con vecinos, sino durante el propio acto, donde Kamala habla cara a cara con las personas presentes. Seguro hay algo de coaching comunicacional detrás, pero también es una tradición propia del sistema político americano tener este tipo de reuniones en las que el candidato interactúa de un modo muy personal y amigable con sus eventuales votantes. Maggie Rogger —una joven cantautora que alcanzó la fama por un video en internet— habla con las personas entre canción y canción, insiste fuertemente en llamar a las mujeres a votar a una candidata que respete los derechos reproductivos e ilusiona con un mensaje de tolerancia y diversidad.

La música pone a todos los presentes en una misma sintonía a pesar de las enormes diferencias. Una de mis mayores sorpresas desde que llegué a los Estados Unidos es el enorme patchwork cultural en el que viven. Cuando caminás por las calles cercanas al campus, encontrás personas de todos los orígenes. Constantemente se oyen distintos idiomas aquí y allá. El acto de Kamala no es menos que eso: una mujer afroamericana enteramente vestida de azul —colores que identifica al partido demócrata— y llena de emblemas a favor de Harris baila divertida al lado de un grupito de jóvenes blancxs de clase media. Un poco más atrás, un grupito de chicos cantan emocionados y agitan emblemas LGBTQ+. Uno de ellos, un pibe trans, tiene un brillo especial en los ojos y levanta la mano emocionado cuando preguntan por quién van a votar por primera vez en estas elecciones. Dos mujeres con hiyab conversan desinteresadas hasta que sube al escenario una estudiante de la Universidad de Michigan, becada, que habla sobre sus orígenes islámicos y el orgullo de ser una de las primeras universitarias de su familia. Cada quien a su manera se siente movilizado por los distintos discursos que se articulan detrás de Kamala. Cuando Tim Walz, el único orador varón en todo el rally, sube al escenario se despierta una extraña emoción en el público. Walz, gobernador de Minnesota y candidato a vicepresidente, encarna muchos de los valores y tradiciones del Midwest, así que juega de local en Michigan. Su pasado como entrenador y maestro lo convierte en un orador excelso que coquetea con la audiencia y utiliza la retórica deportiva sobre el trabajo en equipo y la importancia de los últimos minutos del juego para animar a las personas a gritar como jugadores de fútbol americano en un vestuario: The team! The team! The team! Go, blues!

Foto: Prensa Kamala Harris.

A esta altura ya es difícil no dejarse embargar por la emoción, pero la entrada de Kamala Harris al escenario con la canción “Freedom”, de Beyoncé, te eriza la piel y te hace bailar obligadamente. Ella, con una confianza bien entrenada ingresa en el escenario, abraza a Tim Walz y otros líderes comunitarios invitados que están en las primeras filas. Su discurso inicia con los agradecimientos a los oradores previos y los líderes que la acompañan, habla de Michigan, de los recuerdos que le evoca y, sin muchos más preámbulos, entra directo a los tópicos importantes de la campaña. Tras el acto, un amigo me preguntó irónicamente si Kamala había dicho muchas “cosas lindas”. Mi respuesta fue que dijo lo que había que decir: esta Kamala del final de la campana tiene el cuero mucho más curtido y su discurso ya no se trata de brillitos y arcoiris destinados a las personas LGBTQ+ y las mujeres, como la quieren caricaturizar los republicanos. Kamala tiene un discurso orientado a la clase media y los trabajadores, ese es su público objetivo, y constantemente intenta hablarle a esas personas que están preocupadas por el costo de vida, el elevado precio de los alquileres e hipotecas, que están angustiadas por la falta de empleo y de oportunidades de ascenso social; Kamala le habla a los jubilados y a quienes dependen de la seguridad social, a los padres preocupados por las armas en las escuelas y a todos quienes sufren por los altos costos de la salud en Estados Unidos.

Pero no vayan a creer que el discurso de Kamala tiene algo que ver con el peronismo, mis cielas. Aunque en algunos casos se trata de implementar políticas para mejorar la situación —por ejemplo, con la seguridad social— casi todo el tiempo se trata de generar condiciones para que la iniciativa privada sea quien pueda cambiar el juego. Si para los argentinos Dios, Patria y Familia son los emblemas de “todo lo que está bien” aquí la única palabra que aglutina a todos, por derecha y por “izquierda”, es libertad. Y Kamala lo sabe.

Kamala Harris tiene un discurso orientado a la clase media y los trabajadores, ese es su público objetivo, y constantemente intenta hablarle a esas personas que están preocupadas por el costo de vida.

Foto: Prensa Kamala Harris.

Nada de su discurso trata de poner al Estado a trabajar para regular más cosas, o para intervenir en más cosas, o para producir mejores cosas. Todo se trata permanentemente de la libertad para que las personas emprendan, produzcan y crezcan, solo que en mejores condiciones. Una de las propuestas centrales es el impuesto a los billonarios, pero no sobre una fórmula “redistributiva” donde el Estado recauda para distribuir, sino simplemente cobrándole más a los billonarios y  menos a la clase media. Eso entusiasma porque a los americanos les gusta tener la plata en el bolsillos y no les da vergüenza decirlo. 

La única palabra que aglutina a todos, por derecha y por izquierda, es libertad. Y Kamala lo sabe.

Cuando Kamala habla sobre la libertad, los derechos reproductivos le vienen como anillo al dedo. En un momento del discurso, lo dice tan claro que expone a Trump en su forma más vil: su propuesta es que nadie se pueda meter en tus decisiones reproductivas, que Trump no pueda decirte lo que tenés que hacer, tampoco ella, tampoco el gobierno o la Corte Suprema de Justicia. Que seas la única dueña de tu cuerpo y tus elecciones reproductivas. Y con la retórica de la libertad muestra cómo los planes de Trump son atar a los americanos a leyes, impuestos y prohibiciones. De manera muy simple explica lo  peligroso que es Trump y qué tan fuerte está ahora con esta Corte Suprema. Anticipa el riesgo que existe de que se convierta en un dictador. Y allí se cuela el terror: los demócratas saben que un eventual triunfo del candidato republicano sería letal en este escenario internacional de ascenso de los fascismos en el mundo y entienden a Trump como un tirano, y no un defensor de la libertad como él pretende venderse. Kamala apunta directamente a los empresarios que lo financian y le dice a la gente: Trump no trabajará para vos, no está en tu mismo equipo; él es empleado de los empresarios que se roban tu dinero, que destruyen tu ambiente y que ponen en las calles las armas que matan a tus hijos. Ese discurso aterrador está impregnando todo. Y ya se siente en los rostros de angustia del público cómo las débiles tramas que mantienen unido este extraño patchwork comienzan a romperse.

No voy a mentirles. Casi lloro varias veces. Mientras escuchaba a Kamala aterrorizar a los americanos con la amenaza de tener a un fascista tirano en la Casa Blanca, pensaba en mi país, en lo que queda de él. Sentía ganas de explicarle a las personas alrededor mío que vengo de Argentina, que allá un fanático de Trump está destruyendo todo y que en buena parte estoy aquí porque en mi país al menos cuatro de cada diez personas me preferirían muerta. Tenía ganas de decirles que no se dejen engañar por los memes de Trump, porque en Argentina ya nos pasó que de tanto reírnos de Javier Milei terminamos dándole vuelo a un fenómeno que nos está aplastando. Me arrepentí de no haber llevado mi bandera de la Campaña por el Derecho al Aborto, para que vean que la libertad de decidir no se puede poner en riesgo nunca. Una cosa amarga se me atragantaba en el pecho porque por un momento incluso Kamala reconoció que quizás podían ganar los republicanos. ¿Y a dónde me podría ir? ¿Qué va a pasar con las personas de las que me estoy haciendo amiga? ¿Cómo vamos a seguir en un mundo lleno de fascistas, dementes, ególatras y conservadores? De alguna forma, el terror te mueve, te produce urgencia por la acción y aunque para muchos está mal ponernos pesimistas, cantar aquellas verdades tristes y criticarlo todo, al final del día el horror te mantiene con vida. Quizás eso sea todo lo que nos queda en el mundo actual: sobrevivir a la maldad y construirse refugios donde intentar ser libres.