Hubo una época donde no había casa, local o construcción en Argentina que no tuviera azulejos cocinados en los hornos de la fábrica Zanon de Neuquén. La cerámica dominaba el mercado local y también latinoamericano, a mediados de los 90 la empresa tenía planta con tecnología de punta y era la de mayor producción en América Latina. Zanon era signo de progreso, de primer mundo, de 1 a 1, pero, en un veloz movimiento menemista, se convirtió en un ejemplo de neoliberalismo explícito: créditos especiales, subsidios empresariales, beneficios impositivos, vaciamiento, despidos ilegales y lock out patronal. El resultado: 400 personas en la calle, 400 familias desocupadas en las vísperas de aquel 2001 fatal. Antes del 19 y 20 de diciembre de ese año bisagra para el país, sobre la ruta provincial 7 de Neuquén ocurría un primer indicio de lo que vendría. Y las obreras estaban ahí.
Marrón como la tierra de la barda neuquina, la fábrica de ocho hectáreas se veía como una meseta más, maciza e imponente sobre el pequeño Parque Industrial. Todo lo que había alrededor la miraba: la ruta, el barrio, las otras fábricas, los obreros, las obreras. Zanon era un emblema desde sus inicios en 1979, cuando abrió sus puertas y se instaló en la provincia. Aída Guayquimil entró un año después de la inauguración de la fábrica, tenía apenas 19 años. “Era importante trabajar ahí, era como ahora entrar en una petrolera”, cuenta a LatFem. Cuando se enteró de que estaban contratando mujeres fue a llenar un formulario de solicitud de trabajo, hizo las dos cuadras de fila pero no la llamaron en ese momento, recibió el aviso a través de una vecina que la recomendó. Veintitrés años estuvo en el mismo sector, en el de selección de las cerámicas, haciendo el proceso de descarte de las piezas que no cumplían con los estándares de calidad y enviando a embalar las que sí. “Entraba a las 7 de la mañana y me iba a las 15, con mucho control de parte de mis jefes. Había muchos jefes. Sólo teníamos 20 minutos de descanso para almorzar y nunca había tiempo para hablar con los compañeros. Cada uno tenía que estar trabajando sin parar, era muy militar, estaban muy encima mío y de mis compañeros. Estábamos muy perseguidos”.
El control sobre lxs trabajadores era constante, para hacerlo más efectivo lxs separaban por colores: estaban lxs que usaban guardapolvo celeste, que eran lxs de selección, lxs de naranja que trabajaban en los hornos, lxs de marrón que estaban en la línea y lxs de blanco, que eran lxs jefes. Muchxs se conocieron recién cuando la fábrica cerró.
Después de la dictadura cívico-militar, Luigi Zanon, el dueño de la fábrica (y también del parque recreativo Italpark en Buenos Aires) estrechó lazos con el expresidente Carlos Menem y el exgobernador neuquino Jorge Sobisch, al punto de tener fotos con ellos en su despacho. Los subsidios a la fábrica crecían al ritmo de su producción. Una postal imborrable de aquellos años fue la visita en helicóptero que Menem y Zanon hicieron a la fábrica para la inauguración de la planta de porcelanato. Algunos números: en 1994, la empresa tuvo ganancias de 67 millones de dólares y, cuatro años después, con más de 500 trabajadores, exportó 10 millones de dólares.

Pero a finales de los 90 la cosa empezó a cambiar. “Yo no me daba cuenta de mucho porque no teníamos posibilidad de hablar con los demás, pero sí percibí algunos movimientos. A algunos nos mandaron a la planta nueva, a los que mejor andábamos según los jefes. Y ahí había un comentario, un barullo, pero no le prestaba atención porque yo no era así, mi vida era trabajar, cobrar y venirme a la casa. Yo no prestaba atención o no me daba cuenta, no sé, pero noté que los jefes que siempre habían sido muy jodidos cambiaron su actitud, estaban re tranqui, no nos presionaban como antes en producir tanto en tal tiempo, y eso era que la estaban vaciando y yo no me daba cuenta. Entraba a la fábrica, me ponía el guardapolvo, bajaba la cabeza y nueve horas después la levantaba, me sacaba el guardapolvo y volvía a mi casa”, dice Aída Guayquimil, que con 62 años se jubiló de la fábrica después de dedicarle los últimos años —desde la Gestión Obrera— a la administración de la cocina. Acá pasa otra cosa.
Y algunxs trabajadores vieron venir lo que iba a pasar con la fábrica y se dieron cuenta de la necesidad de estar organizadxs. Por eso, a fines de la década del 90 la Lista Marrón encabezada por Raúl Godoy y Alejandro López ganó la comisión interna de Zanon y al tiempo el Sindicato Ceramista. Y no le erraron con el diagnóstico: primero, entre abril y mayo de 2001 la patronal aplicó rebajas salariales y despidió a 100 operarixs. Como respuesta, lxs trabajadores denunciaron la maniobra de vaciamiento y empezaron una huelga de 34 días con corte de ruta. Lxs reintegraron pero a los pocos meses, les llegó a todxs el telegrama de despido.
Aída lo recuerda así: “Una tarde estaba en mi casa, en septiembre de 2001, y me llegó la carta de despido. Le conté a mi papá, no sabía qué hacer, qué había hecho, y fui a la fábrica a preguntar por qué, yo pensé que era sólo a mí, pero me encontré a todos en la misma situación, estaban todos ahí en el portón. Ahí dije bueno, no tengo la culpa, no fui yo, acá pasa otra cosa”.

Lxs trabajadores decidieron tomar la fábrica a partir del 1 de octubre de 2001. La patronal intentó impedirlo, hubo desalojos, y redoblaron la apuesta: apagaron los hornos. Tomaron la fábrica, la pusieron de nuevo en producción y tuvieron un visto bueno histórico: la jueza en lo laboral de Neuquén Elizabeth Rivero deTaiana declaró que Zanon había hecho un lock out patronal ofensivo y pidió incautar el 40% del stock para destinarlo al pago de los salarios. A los pocos días Zanon cerró la fábrica, despidió al resto de lxs empleadxs y dejó a 400 personas en la calle, que marcharon por la ciudad y quemaron los telegramas frente a la Casa de Gobierno. Empezaba así un tiempo de tomas intermitentes, cortes de ruta, acampe frente a la fábrica, represión policial y resistencia obrera.

El llamado que cambió la vida de una obrera
“Todo esto es el predio. Por acá entramos para tomar la fábrica”. El dedo índice de Gloria Godoy recorre una foto aérea de Zanon que tiene en su escritorio debajo de un vidrio. “Ves, acá del lado de afuera estaban las carpas. Caminamos por este pasillo y fuimos adonde están las máquinas”, relata. Gloria está en su oficina, lo que llaman “el Pentágono”. Esa parte de la fábrica fue lo último que tomaron. Ahí descolgaron los enormes cuadros de Luigi Zanon, el exdueño de la fábrica. El dedo índice de Gloria llega a la mitad de la foto. “Acá, al lado de donde están las máquinas, ahora funciona una escuela, CPEM 88 ¨Boquita Esparza¨. Se llama así porque era el nombre de un compañero que falleció acá en la fábrica, cuando estaba Don Zanon”.
Aída y Gloria hoy Foto: Flor Salto
Gloria entró en la Gestión Obrera de la fábrica y hoy habla sentada en la oficina desde donde el directorio de Zanon administró, endeudó y abandonó la fábrica, es la actual secretaria general de la cooperativa FaSinPat. Antes de eso Gloria cuidaba a sus hijxs, cocinaba, esperaba a su (ahora ex) marido que llegara de la fábrica. Pero un llamado le cambió la vida.
“Gloria, vamos a tener que empezar a organizarnos. Las mujeres de los obreros vamos a tener que dar una mano. Tenemos que defender los puestos de trabajo. Parece que van a despedir a varios”. Del otro lado del teléfono estaba Graciela, pareja de un obrero de Zanon. En ese momento no sabían que el plan de los dueños era cerrar y abandonar la empresa.

La historiadora Jorgelina Freire estudió la participación de las mujeres en la toma de Zanon. En su investigación asegura que previo a la toma y recuperación de la fábrica trabajaban alrededor de 380 obrerxs, de las cuales 25 eran obreras. Pero, en el momento de la toma y puesta en producción el número de obrerxs disminuyó. Las 6 obreras que quedaron trabajando en la planta, junto a un grupo de mujeres (madres, esposas, hijas, hermanas de obreros) que participaron de forma activa desde el primer momento conformaron la Comisión de Mujeres.


Estas mujeres, “las de afuera” que no eran obreras, sino hermanas, madres, esposas, hijas de obreros comenzaron a organizarse. Al principio eran cerca de 10 mujeres que se encontraban en la puerta de la fábrica a la mañana y organizaban las comidas. Veían que alimentos llegaban de donaciones y armaban lo que podían: guisos, sopas, arroz, caldos.
Gloria se acuerda de la sensación de estar revolviendo la olla, en la puerta de la fábrica, a pocos metros de la ruta. Darse vuelta, levantar la cabeza y ver la fila de obrerxs, sus hijxs, su familia con un plato o jarrito en mano, esperando su ración de comida: “Rogábamos. No sabíamos nunca si esas ollas alcanzarían para todos los compañeros”. También cocinaban cuando se organizaban marchas, permanencias, acampes en otros lugares. Las mujeres preparaban el guiso, el caldo, lo subían a alguna camioneta y les llevaban para que ellxs también puedieran comer. “Fue muy importante el rol que tuvimos las mujeres”, explica Gloria, “garantizamos la comida justamente para que la huelga no se quebrara por hambre”.

Cuando las mujeres se ponen de pie tiemblan los patrones
Las mujeres cumplián el rol de obreras, y también de acompañantes, de encargadas de los trabajos de cuidado, pero esta vez en un espacio público, con una organización imprescindible para que la huelga fuera sostenida en el tiempo. Cada vez tuvieron más relevancia e involucramiento en la lucha por la recuperación de la fábrica.
En el texto Mujeres y participación en fábricas recuperadas: el caso de la Cerámica FaSinPat (ex – Zanon), la historiadora Jorgelina Freire rescata un testimonio en el periódico El Ceramista de mayo de 2001. La que habla es Graciela, esposa de un obrero:
“Hoy tenemos un arduo trabajo por delante, poner en pie la secretaría de la mujer en el sindicato, preparar el viaje para participar del Encuentro de Mujeres en La Plata, donde contaremos nuestras humildes experiencias (…) después de 33 días de huelga (…) demuestra que cuando las mujeres se ponen de pie tiemblan los patrones y los gobiernos porque se les rompe el modelo que siempre quieren imponer, que las mujeres sólo sirven para las tareas de la casa o sólo sirven para tener hijos, ¡se equivocan! Sabemos hacer todo esto, pero también sabemos luchar…”
“El apoyo de las mujeres en las ollas populares contribuye a lograr una visión favorable de la lucha”, dice Freire. Efectivamente, en ese acompañamiento se fueron sumando otros actores, como organizaciones de la sociedad civil, obrerxs de otras fábricas, la comunidad universitaria y estudiantil, vecinxs, y movimientos políticos como el Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD), Barrios de Pie, Teresa Vive, el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) y el Polo Obrero. La sociedad neuquina venía de la Pueblada de Cutral Co en el 96 y 97, del asesinato de Teresa Rodríguez sobre la Ruta Nacional 22, la resistencia férrea a la Ley Federal de Educación con un enorme caudal de movilización, sensibilidad social a las medidas neoliberales del tándem Menem-Sobisch y muy alerta a la represión de la policia provincial. Frente a la fábrica confluyeron esas obreras que no tenían una participación política partidaria activa, las mujeres, hermanas, madres, hijas que iban a acompañar, y aquellas que sumaron su experiencia en el campo de las luchas sociales y de la defensa de los derechos adquiridos.

Un día llega el momento de animarse a hablar
“Yo vengo de una familia religiosa. Nos criamos con una conducta del Evangelio donde había cosas que no se hacían, que estaban mal. Por ejemplo, tomar una fábrica”. La que habla es Delia Echeverría, una obrera de la época de Zanon. Se notan sus ojos húmedos detrás de los lentes de marco rojo. “Yo nunca fui al sindicato, en ese momento pensaba: ‘si vos querés, metete pero yo vengo a trabajar, a cumplir, a llevarme un sueldo para mantener a mi hija. Nada más”.
Delia no sabía lo que era organizarse, no sabía lo que era una asamblea y nunca había hablado en público. Veía, de lejos, cómo algunxs compañerxs se organizaban para exigir que reabran la fábrica. Se dirimía entre pelear por su trabajo o hacerle caso al Evangelio.
“Me encontré sola con mi hija, ella era la persona que más me importaba. Le pregunté qué hago y ella me contestó: ‘mira, mamá, si vos tuvieras que pedir un pedazo de pan para darme a mí, ¿a quién se lo pedís, a tu patrón o a tu compañero?”. Esa frase le cambió la vida. Un día se quedó, escuchó lo que decían en las reuniones, vio cómo los varones argumentaban, daban su opinión, hacían propuestas. En una de las asambleas un compañero propuso un tema que para ella era fundamental: crear normas de convivencia. Había querido hablar cuando se discutían otros temas, pero no logró. Se ponía nerviosa, y temía no saber expresarse. Pero esa vez no lo dudó. Se animó: habló de la importancia de cumplir horarios, de tomar lista y de restringir bebidas.
“Ahora esas normas de convivencia, que empezamos a crear entre todxs en ese momento, nos sirven para suspender, por ejemplo, a un compañero porque le faltó el respeto a una compañera”. Detrás del escritorio Delia tiene biblioratos rojos, negros, grises y azules. Al costado hay ficheros, allí están los legajos de cada unx de lxs trabajadores de la fábrica. Es la encargada de Recursos Humanos de FaSinPat y los cuida como si fuese su guardiana. Ella tiene el legajo N° 1847, conserva el número de Zanon como muchxs otrxs.
La Gestión Obrera luchó y conquistó la expropiación de la fábrica. Logró consolidarse y atravesar los años como un ejemplo de lucha y resistencia. Su Comisión de Mujeres viajó a los Encuentros (Pluri)Nacionales de Mujeres, Lesbianas, Trans y No Binaries y a millones de pequeños encuentros, mesas de diálogo, apoyo a obrerxs desde el 2001 hasta hoy.
En el playón de FaSinPat todavía se escuchan los ecos de las trompetas, el bongó y los timbales de La Delio Valdez. 5 mil personas bailaron en diciembre de 2021 al ritmo de la cumbia caribeña para festejar 20 años de gestión obrera. “Resistimos” y “seguimos luchando” fueron las palabras que más se repitieron entre lxs trabajadores arriba y abajo del escenario.
Hoy FaSinPat tiene cerca de 140 trabajadores y, a contramano de lo que le sucedió a la mayoría de las empresas en pandemia, este año pudieron sumar 7 nuevxs trabajadores. En 2001 exigían que la empresa no cierre, hoy necesitan renovarse tecnológicamente para poder proyectarse. En el camino quedan imágenes históricas: cuando entraron a la fábrica, cuando abrieron la perilla de gas para prender los hornos, cuando las Madres de Plaza de Mayo llegaron a la fábrica para dar su apoyo y cuando se constituyeron como Cooperativa Fábrica Sin Patrones. Tras 20 años de lucha, FaSinPat hoy sigue siendo un lugar de resistencia. Sin la organización de las mujeres la historia hubiera sido muy distinta.