El aborto legal: el piso para una política transformadora

¿Qué se pone en juego en el tablero de la política argentina con la ley de interrupción voluntaria del embarazo? ¿Por qué cuesta tanto avanzar con esta política pública? En la recta final hacia el Senado, Daiana Anadon, militante del Frente de Mujeres del Movimiento Evita, analiza qué tensiones hay en disputa detrás de la ley. “El aborto no es el techo, es el piso. Y eso es lo que da tanto miedo”, sostiene.

La ley de interrupcion voluntaria del embarazo es una herramienta que tiene un fin concreto: evitar la muerte de personas gestantes, en su mayoría mujeres cis, que practican abortos clandestinos. Este hecho lo comprueban todos los datos de los países donde el aborto fue legalizado: la cantidad de abortos no aumenta, pero sobre todo se reduce la mal llamada mortalidad materna. Estos datos no son sorprendentes, el aborto es una realidad clandestina que ya sucede, legalizarlo y regularlo como sucede con otras problemáticas sociales, implica una responsabilidad del Estado a partir de la cual se instrumentan condiciones, finalidades, objetivos con el espíritu de mejorar una situación, no empeorarla. Entonces, ¿por qué cuesta tanto avanzar en una política básica de salud que ya se encuentra extendida en todo el mundo? ¿Por qué cuesta avanzar en que el aborto legalizado sea una decisión personal?

El aborto legal pone fin a dos consecuencias devenidas del abuso estructural perpetuado por la sociedad patriarcal: la tortura de gestar y parir un embarazo no deseado, con todo lo que implica, y la muerte. Pero no pone fin a las causas, sino que llega cuando los abusos fueron perpetrados: la Educación Sexual Integral no recibida o recibida desde una perspectiva binaria y biologicista, la anticoncepción impuesta y dirigida sólo a las mujeres cis como responsables únicas, la amputación cultural del clítoris en Occidente, los abusos sexuales en cualquier ambito, incluso dentro de una relación consensuada en vínculos monogámicos, regidos por el sistema heterocis, donde la penetración es el centro de toda sexualidad, entre otros. El aborto no es el techo, es el piso. Y eso es lo que da tanto miedo.

El aborto clandestino es un engranaje en la compleja trama de sometimientos que debemos cambiar y combatir. La correlación de los votos en el Senado es un microrelato de una correlación mucho más grande, a la que grupos definidamente patriarcales temen perder frente a los movimientos transfeministas. Esta realidad también supone un desafío a estos movimientos, el de atravesar la lucha por la desesclavización de los géneros oprimidos por el capitalismo, no como una mera “ampliación de derechos” sino como una disputa en la que renegamos de ser incubadoras sociales, meros objetos de reproducción social, el núcleo duro del trabajo no pago en el relato pasional del amor mercantilista. Una resistencia en la que nos oponemos a entender al neoliberalismo como la panacea de nuestras luchas, pero también en la que nos negamos sólo a resistir. Estamos para ser protagonistas del mundo que va salvarnos.

La implementación de la legalización del aborto voluntario será ejemplo de esto, una construcción en la que deberemos enfrentar y resistir la violencia institucional que no cesará de un día para el otro, sino que se reacomodará. La lucha será cuerpo a cuerpo, en cada ámbito, en cada vínculo. Pero también la oportunidad para que digamos, qué y cómo. En este sentido, la reorganización de los movimientos transfeministas y la valorización de las redes y el camino construido como garantes de los procesos será clave. Pero también será clave la constante inconformidad, la certeza de que no hay aparato jurídico- político dentro del capitalismo que pueda darnos el mundo que necesitamos. En este punto reside la importancia de los feminismos latinoamericanos, de las corrientes rurales, de los feminismos que crecieron al margen, de los feminismos no académicos, de los feminismos que cuestionan la matriz productiva económica y potencian las estrategias ecologistas para una nueva forma de habitar y vivir.

A partir de la votación, la Argentina entra o no en el siglo XXI, pone fin a la tortura y las muertes evitables de mujeres cis y cuerpos gestantes o no, desbarata el negocio del aborto clandestino o no. Y la política pone en juego su legitimidad como transformadora social, institucionaliza una realidad consumada a través de una política de salud pública o sostiene el status quo que no sólo se enriquece asesinando mujeres, sino también asesinando a la política. Otra política es posible, una que viene desde las profundidades como oleadas, con la lentitud de las intensidades que se encarnan en nuestra piel, la que dice sin tapujos que viene a cambiarlo todo.