Eso que llaman plan social es trabajo

La discusión sobre la gestión de los programas y planes sociales siempre está en el aire en la Argentina, pero esta vez ocupa el centro de las discusiones de la principal fuerza política, de raíz nacional popular. ¿En qué consisten los planes? ¿Por qué son considerados trabajo? ¿Quiénes los reciben y a qué se destinan? Victoria Freire analiza la situación desde una mirada feminista y propone un proyecto superador que no demoniza a las políticas sociales ni a la economía popular: un salario básico universal.

Las miradas críticas sobre los planes sociales no son una novedad. Algunas personas se refieren de forma despectiva a quienes los perciben, algunas critican a las organizaciones sociales, otras piensan que son necesarios, pero todas estas miradas coinciden en que deberían dejar de existir. Lo que está en debate es el presente y el futuro del trabajo, y los feminismos tenemos algo para decir.

Trabajo esencial no reconocido

Para los feminismos el trabajo no es únicamente aquello que define el mercado como tal. Existen formas del trabajo que no tienen valor monetario asignado y sin embargo resultan esenciales. Por eso hace años se plantea la necesidad de reconocer la economía de cuidados. ¿Por qué? porque millones de mujeres hacen tareas domésticas de forma gratuita a pesar del enorme valor social que tienen para la reproducción de la vida: trabajan sin remuneración. Asimismo, quienes trabajan en cuidados de forma remunerada tienen las peores condiciones del mundo laboral y la mayoría son mujeres: en la enseñanza (72,8%), en la salud y servicios sociales (68%), y especialmente entre las trabajadoras de casas particulares (97,7%), de las cuales no están registradas el 65,8% y la mayoría se encuentra por debajo de la línea de pobreza (INDEC).

El mercado laboral está organizado en base a la exclusión de personas travestis y trans, y menores ingresos para las mujeres cis. La brecha salarial es una realidad que no se revierte a pesar de que figura en todas las encuestas. ¿Qué se puede hacer para cambiar esas desigualdades? Un salario básico universal puede ser un paso adelante para la autonomía económica, como parte de una agenda más amplia de distribución, reconocimiento y reparación social que incluye la construcción de un sistema integral y universal de cuidados. 

No es una idea tan loca. En el año 1948, en su libro La razón de mi vida, Evita decía que: “nadie dirá que no es justo que paguemos un trabajo que, aunque no se vea, requiere cada día el esfuerzo de millones y millones de mujeres cuyo tiempo, cuya vida se gasta en esa monótona pero pesada tarea de limpiar la casa, cuidar la ropa, servir la mesa, criar los hijos, etc” .

En el mismo argumento, Evita plantea la necesidad de establecer un sueldo básico para las amas de casa, que hoy podemos traducir como aquellas personas que dedican su tiempo a las tareas domésticas, tengan o no trabajo asalariado. 

“Nadie dirá que no es justo que paguemos un trabajo que, aunque no se vea, requiere cada día el esfuerzo de millones y millones de mujeres cuyo tiempo, cuya vida se gasta en esa monótona pero pesada tarea de limpiar la casa, cuidar la ropa, servir la mesa, criar los hijos, etc” .

Evita, La razón de mi vida (1948)

No solo no se trata de un disparate sino que es una propuesta tan vigente como urgente. Si atendemos a la situación de la población que vive en aquellos territorios donde no llegan los servicios básicos, los barrios populares, nos encontramos con que solo el 31% de las mujeres tiene un trabajo con ingreso. La principal ocupación de esas mujeres es trabajar en sus casas sin percibir remuneración alguna. Más del 63% de los hogares tiene como responsable una mujer, según el Registro Nacional de Barrios Populares (2019).

Dignificar el trabajo

La economía popular es el conjunto de experiencias de trabajadores y trabajadoras que por cuenta propia y con sus propios medios de producción se organizan para generar un ingreso. Las diversas actividades de la economía popular están organizadas en cooperativas de trabajo, de reciclado y cartoneo, en talleres familiares de confección textil, en quintas frutihortícolas, de construcción de viviendas, en comedores, merenderos y ollas populares, entre otras. 

Las mujeres son el 57,4 % de las personas inscriptas en el Registro Nacional de Trabajadoras y Trabajadores de la Economía Popular, ReNaTEP (2021),  sobre un total de 2.830.520, con especial participación en todos aquellos rubros que son no calificados, como el trabajo doméstico —que representa el 31% del total—, las tareas de servicio, trabajo voluntario y planes de empleo. 

La población registrada en los programas sociales para cooperativas está conformada en su mayoría por mujeres. La rama de servicios socio comunitarios concentra el 28,8% de las inscripciones, donde priman comedores y merenderos comunitarios (63,5% de la rama). El trabajo en comedores y merenderos se encuentra fuertemente feminizado: el 62,8% son mujeres; esta segregación se reproduce en otras ramas de la economía popular relevadas por el ReNaTEP, como servicios de limpieza (88%), cuidados (89,2%) o cocineras (72,7%).

Universalizar es el camino

Las políticas de universalización de la seguridad social como la AUH y las moratorias previsionales son grandes promotoras de la igualdad de géneros. El Plan de Inclusión Previsional iniciado en 2005 y la moratoria de 2014 permitieron una cobertura para todas las personas que no contaban con suficientes aportes para alcanzar la jubilación: 3,6 de los 6,9 millones de prestaciones totales del sistema previsional fueron otorgadas por moratoria (ANSES; 2021), el 86% de quienes accedieron fueron mujeres. Apenas el 14% de las trabajadoras estaba en condiciones de acreditar 30 años de aportes. Con la moratoria, aquellas trabajadoras que se desempeñaron toda su vida en un empleo precario o en las tareas domésticas lograron alcanzar la cobertura jubilatoria. 

En el año 2021 ANSES lanzó el Programa de Reconocimiento de Aportes por Tareas de Cuidado, permitiendo completar los años necesarios de aportes para quienes no los alcancen producto de la carga de cuidados derivada de la maternidad. 

Lo mismo sucede con la Asignación Universal por hijx, el 99% de los casos tiene como receptoras a mujeres. Según la elaboración del Centro de Estudios CEPA en base a la Encuesta Nacional sobre la Estructura Social (ENES), el 47% de los hogares que reciben la AUH están a cargo de mujeres como principal sostén del hogar. Los hogares monoparentales representan el 27% del total de hogares con niñxs y están a cargo de mujeres en un 60% de los casos. El 66% de ellos son pobres.

Un salario universal es un mecanismo de transferencia directa para garantizar condiciones básicas de vida a todas las personas en edad activa que no cuentan con un ingreso laboral formal y regular, que beneficiaría fundamentalmente a mujeres cis, lesbianas, varones y mujeres trans, travestis, bisexuales y no binaries que sufren las consecuencias de un mercado laboral cada vez más excluyente. 

Los tiempos que corren nos ponen ante el desafío de desarrollar políticas públicas que reparen las injusticias y atiendan al cuidado elemental de la vida, el reparto solidario de los recursos y la protección de los derechos de las personas y la tierra que habitamos. Es tarea de los feminismos insistir en resignificar el trabajo y avanzar en este camino si queremos transformar las desigualdades y avanzar en la justicia social.