Estamos atravesando días importantes para quienes habitamos los feminismos. Vimos concretarse demandas que soñamos durante años y, al mismo tiempo, se presentan evidentes desafíos y dificultades. Por eso es momento de hacer balances, de discutir política, de afinar la escucha, evitando caer en fragmentaciones o sectarismos.
Venimos de un Encuentro plurinacional y disidente muy potente, luego de dos años sin poder concretar la tradición más duradera y emblemática que tiene nuestro país desde la perspectiva de nuestro movimiento. Llegamos a ese encuentro con altos niveles de preocupación, por el avance de las derechas antidemocráticas, que amenazaron la vida de la dirigente política más importante de la Argentina, pero también con la amargura frente a las violencias desatadas contra las siete mujeres mapuches injustamente detenidas. Todo esto en un contexto económico y social que continúa siendo difícil para la mayoría de la población, mientras la concentración de la riqueza aumenta. Lo complejo de estas situaciones convocan a un análisis colectivo al que nos gustaría aportar.
No nos sorprende que la reacción de las nuevas (o no tanto) derechas organizadas en nuestro país y en la región, tenga un fuerte componente antigénero.
En primer lugar, queremos decir que no nos sorprende que la reacción de las nuevas (o no tanto) derechas organizadas en nuestro país y en la región, tenga un fuerte componente antigénero. Esto no es casual, habla de una capacidad de los feminismos a la que estas derechas responden. Hace mucho que lo venimos diciendo: en la historia de las sociedades modernas, los feminismos han ocupado siempre el rol de plantear la agenda más radical, democratizante y progresiva. Al contrario de ser un nicho, se han potenciado confluyendo con otras luchas en el marco de proyectos políticos de ampliación de derechos y emancipatorios. Y, una y otra vez se han vuelto carne de cañón de las represalias, de la reacción conservadora y restauradora. Muchas veces, la falta de unidad frente a esa reacción violenta concluyó en pérdida de derechos y empobrecimiento político para todas la sociedad, no sólo para las mujeres o identidades disidentes. Por eso, es importante identificar que en el futuro de los feminismos están también las claves para acercarnos a comprender el futuro de la humanidad en su capacidad de vivir en comunidad.

En segundo lugar, y en este mismo sentido, expresamos preocupación por la avanzada judicial y policial contra las sujetas más vulneradas, que no puede quedar en declaraciones vacías o en comentarios en redes. Tanto la situación de las compañeras de Villa Mascardi, como el encarcelamiento vivido desde hace ya más de 7 años por Milagro, son factores que nos recuerdan que la perspectiva de género y feminista nunca puede ir separada de una lectura interseccional. No somos iguales por ser mujeres cis, trans, no binaries, también estamos atravesadas por procesos coloniales, de racialización, de desigualdades en función de nuestra clase social, del barrio en que habitamos, de nuestra orientación sexual, de nuestra edad y de nuestra ubicación en el mundo del trabajo, entre otros aspectos. El feminismo vainilla, mainstream, de las igualdades entre pocas, ya no tiene asidero en esta realidad.
El feminismo vainilla, mainstream, de las igualdades entre pocas, ya no tiene asidero en esta realidad.
En tercer lugar, entendemos que los feminismos en esta etapa tenemos una tarea clara: la defensa de Cristina frente a los intentos de acabar con su vida o de eliminarla de la política debe ser contundente y transversal. No depende de una ideología o de ciertos valores políticos, sino que implica directamente LA DEFENSA DE NUESTRA POSIBILIDAD DE HACER POLÍTICA. La antipolítica, las ideologías anti-Estado, la circulación de los mensajes de odio, siempre tienen un particular ensañamiento con los cuerpos feminizados y con las identidades subalternizadas. En una sociedad que en lugar de profundizar la democracia baja su intensidad o pierde de vista el acuerdo básico de que todxs tenemos derecho a existir, no hay chances de que vivamos mejor.
No nos interesa tanto el cuarto propio como la apuesta a la transversalización de una política que no deje espacio sin transformar.
En cuarto lugar, entendemos que ha llegado la hora de balancear nuestra inserción institucional y los avances y limitaciones que mostró el proceso de organización de un Ministerio Nacional de mujeres, géneros y diversidades. Entendemos que fue importante inaugurar esa política novedosa, pero que no puede ser un fin en sí mismo sino una herramienta para alcanzar mayores derechos. Como siempre decimos, no nos interesa tanto el cuarto propio como la apuesta a la transversalización de una política que no deje espacio sin transformar. No desde visiones ilustradas, ni soberbias, sino desde el fortalecimiento de las capacidades que tienen las mujeres y disidencias en cada uno de esos ámbitos para diagnosticar, cuestionar y transformar la realidad del día a día. Para trabajar en los desafíos son necesarios los balances. La gestión estuvo excesivamente concentrada en dar la disputa cultural, a través de capacitaciones, cuadernillos y registros con poca actuación, armando parlamentos pero con escasa escucha real a los planteos de las organizaciones sociales, descuidando mucho los procesos concretos de empobrecimiento material que azotaron a una gran mayoría de compañeras. Por supuesto que el aislamiento del Ministerio respecto al movimiento (y las organizaciones que lo componen) no escapa a los límites de la gestión de gobierno y los condicionamientos externos de este contexto, pero significa también una oportunidad desaprovechada para fortalecer los procesos que colaboraron con su creación.

En quinto lugar, es hora de realizar una fuerte autocrítica, respecto a cómo muchas de las tendencias individualizantes neoliberales, que vienen avanzando a paso creciente en las subjetividades contemporáneas, han penetrado en los feminismos de forma de restarles potencial transformador. Estas tendencias, propias de la fragilidad de los lazos en las sociedades neoliberales, muchas veces se disfrazan de políticas identitarias, se manifiestan en evidentes refuerzos autorreferenciales de distintos sectores y nos ponen frente a una gran incapacidad de escucha y de respeto de trayectorias de vida y procesos organizativos que son diferentes, pero no por ello jerarquizables entre sí. La discusión sobre el cambio del nombre del Encuentro nos puso frente al desafío de generar espacios cada vez más amplios y no excluyentes. Pero también nos deposita la responsabilidad histórica de no fragmentar en mil pedazos un movimiento que fue capaz de parar la sociedad y de transformar en muy poquito tiempo cuestiones que parecían imposibles de ser cambiadas.
Necesitamos que ese movimiento incluya a todas las identidades, abrace el conflicto, interpele y aloje a los varones que quieren formar parte del cambio que necesitamos ver.
Necesitamos que ese movimiento incluya a todas las identidades, abrace el conflicto, interpele y aloje a los varones que quieren formar parte del cambio que necesitamos ver. También necesitamos encarar y fortalecer ese proceso desde una fuerte vocación política, de generación de una institucionalidad al servicio del pueblo y sus organizaciones. Para eso, necesitamos abonar a prácticas organizativas que funcionan: la del encuentro, la asamblea, el consenso, ceder posiciones para que se escuche a quienes vienen más atrás, construir unidad.
En sexto lugar, entendemos que es momento de avanzar en el reconocimiento material de las tareas de cuidado que sostienen la sociedad. La pelea por una herramienta concreta para enfrentar los preocupantes niveles de indigencia que tenemos en nuestro país, como el Salario Básico Universal o similares, es una pelea por una política con impacto directo en nuestro sector. El empobrecimiento afecta mucho más a mujeres cis y personas travestis y trans, por lo tanto para los feminismos impulsar políticas redistributivas es central.

Pensamos que es momento de dar un golpe de timón para que las últimas sean primeras, y empujar en este sentido es tarea de los feminismos populares. Desde una mirada que conecte esta nueva institucionalidad con las organizaciones y dispositivos que trabajan en territorio, en función de construir una política que no sea de arriba para abajo y que no se desconecte de esas acuciantes necesidades. Si no logramos intervenir en la redistribución de la riqueza y en la reorientación del gasto público, en función de reconocer materialmente todo ese trabajo invisible, comunitario, que se hace para enfrentar las violencias y transformar vidas, entonces es probable que las frustraciones y el enojo se vuelvan contra nuestros avances en otros planos, fundamentales, pero que no pueden sostenerse sin un cambio profundo.