Se cumplen 15 años del asesinato de Carlos Fuentealba, el 4 de abril de 2007 durante un reclamo docente en Arroyito, a manos de la policía neuquina y bajo el gobierno provincial de Jorge Sobisch. Cuando la represión a la protesta ya era moneda corriente de su gestión, este asesinato fue el resultado más cruel del sistemático escarmiento hacia les docentes con el fin de que abandonaran la protesta. El maestro Fuentealba enseguida se convirtió en bandera y su cara inconfundible en afiches, paredes, estampada en remeras, recortada en stencils callejeros, sigue vigente en cada nueva jornada de lucha docente. Sandra Rodríguez —su viuda también docente— y sus hijas esperan, una década y media después, que por fin llegue la justicia completa: la que alcance también a los responsables políticos e institucionales de la muerte de Carlos, incluído el ex gobernador de Neuquén.
¿Qué aprendimos de esa lucha, de ese dolor?
Maestr(a) luchando también está enseñando
Durante los años en que fui maestra de escuela, quienes eran mis alumnes solían llamarme -en una especie de acto fallido- “mamá” y hasta muchas veces “abue”. Invariablemente nos reíamos juntes al darnos cuenta de esa confusión y es algo que recuerdo siempre con mucha ternura. Al mismo tiempo me ayuda a reflexionar sobre la profunda vinculación que existe y persiste entre la tarea docente y las tareas de cuidado ligadas al hogar. ¿Por qué une niñe puede confundir tan fácilmente ese apelativo, esa forma de llamar a su “seño” con el de su mamá u otras personas cercanas? Simplemente porque son quienes tienen a cargo su cuidado. En su mayoría se trata de mujeres o identidades feminizadas.
La concepción de la educación ligada a la crianza y a las tareas domésticas justificó y naturalizó desde los inicios de la historia del sistema educativo argentino la predominancia femenina de ese rol. La “feminización del magisterio” se refiere al proceso mediante el cual las mujeres se fueron incorporando al trabajo docente de manera tal que la enseñanza se consolidó como lugar predominante de trabajo femenino.
Se entendía que era un trabajo adecuado a su género por continuidad con el hogar: las mujeres ya venían educando (y cuidando) en la casa y entonces era natural que siguieran haciéndolo en la escuela. A fines del siglo XIX con la creación de las Escuelas Normales femeninas, esto se vuelve una política focalizada hacia ellas. En esa formación también se empieza a delinear el ser docente a través de la lente del estereotipo de identidad femenina: los modales, la forma de vestir, los hábitos, la manera de expresarse en público (¡y en privado!) de las mujeres que se convertirían en maestras. Además de adquirir los conocimientos vinculados a los contenidos que se iban a impartir a las infancias, había que transitar esa escuela del ser y también del parecer mediante la disciplina del cuerpo y de los modales con el fin de lograr ser ejemplo de conducta moral, para alcanzar esa identidad: ser una “señorita”.
En tiempos actuales, luego de la Ley de Educación Nacional se aplicó en Argentina un primer censo ampliado al personal de establecimientos educativos, que incorporó al personal no docente y a perfiles territoriales. Según el CENPE 2014 (Censo Nacional del Personal de Establecimientos Educativos) el 75,7% del personal de establecimientos educativos son mujeres, incluyendo a auxiliares y personal no docente que trabaja en las escuelas. Y específicamente, el 76% de quienes desempeñan tareas docentes son mujeres.
Al mismo tiempo y durante décadas, los cargos de conducción más elevados dentro del sistema educativo fueron ejercidos por varones: directivos, supervisores, inspectores. En el ámbito de la estatalidad, de las 43 personas que ocuparon el cargo máximo del ministerio de educación en Argentina, solo 2 (dos) fueron mujeres. Para que se entienda bien: a pesar de que el sistema educativo está integrado mayoritariamente por mujeres, los ministros nacionales fueron (casi) todos varones. Si bien sabemos que lo contrario no garantizaría un enfoque feminista de la gestión, es un reflejo contundente para seguir pensando la representatividad del sistema.
En las escuelas de nivel inicial y primario, la cantidad de mujeres supera ampliamente a la cantidad de varones que están al frente de las aulas: ahí están las “seños”. El sistema educativo es una pirámide y en la base están las mujeres sosteniendo ese sistema dirigido y conducido por varones. Sin embargo, cada 11 de septiembre se sigue celebrando a los maestros en masculino y en homenaje a Sarmiento. Un dato simbólico que a la luz de la actualidad representa una enorme contradicción.
La precarización de los salarios, los problemas edilicios y de infraestructura en las escuelas, la falta de vacantes, el reclamo por sus derechos como trabajadoras -entre otras- componen en la actualidad el universo de las demandas de la lucha de las maestras. También, por sumar un ejemplo, la lucha socioambiental, la agroecología, la soberanía alimentaria y la ruralidad libre de agrotóxicos como fue la de la maestra rural Ana Zabaloy que murió en 2019, contra las fumigaciones envenenadas sobre las escuelas rurales desde San Antonio de Areco, impulsora de la Red Federal de docentes por la vida.Que se cuente en las calles y en muchas aulas argentinas la historia de Carlos Fuentealba es un logro del recorrido de esas luchas, un aprendizaje a fuerza de dolor y también de la persistencia de las maestras que no se cansan de sostenerla. Necesitamos que se sigan contando esas historias y la de tantas maestras argentinas y de latinoamérica por el derecho a la educación y en defensa de la escuela pública. Para que ser maestra signifique: la que lucha y enseña a luchar.