Fotos: JULIETA BUGACOFF
Nadia tiene 35 años y durante casi diez años vivió con sus dos hijxs y su esposo en un departamento de tres ambientes ubicado frente a Plaza Miserere. En junio de 2019 se separó con perimetral y una denuncia por violencia de género de por medio. Cuando su ex pareja se fue de casa, se sintió tranquila, pero la calma duró poco. De golpe, el ingreso familiar quedó reducido a la mitad, y sostener un alquiler con un sueldo de empleada part time se volvió una tarea imposible. Las primeras semanas, buscó un monoambiente que quedara cerca del jardín de sus hijxs. Los contratos exigían una cantidad enorme de requerimientos que estaban muy lejos de su alcance: garantes en Capital Federal, adelanto de cuotas, depósito y un sin fin de condiciones a las que se enfrentan lxs inquilinxs porteñxs. Comenzó a preguntar en hoteles o pensiones. Tampoco le fue bien. En la mayoría le aclaraban de manera explícita que no aceptaban niñxs.
Giró entre departamentos de amigas, pensiones, hoteles y algunas casas tomadas. En total, calcula que se mudó unas doce veces en los últimos dos años. Ahora está parando en un hotel de Constitución, pero es consciente de que la solución es a corto plazo, y es probable que en pocas semanas tenga que buscar otra pieza. Si le preguntan de dónde es, Nadia responde que no sabe. También aclara que no le gusta hablar del tema, pero acepta dar la entrevista porque está segura de que como ella, hay miles de mujeres más que atraviesan la misma situación.
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Buenos Aires es la ciudad más inquilinizada del país, se estima que el 35% de la población porteña es inquilina, mientras que cerca de 300.000 personas viven en villas y asentamientos y más de 7.500 están en situación de calle. Hay varios motivos por los que esta crisis habitacional afecta en mayor medida a las mujeres y en particular a aquellas con hijxs a cargo. Según un informe elaborado en junio de 2020 por la organización Inquilinxs Agrupadxs, el 46% de los hogares perdió al menos un ingreso en el último año. La magnitud del endeudamiento contraído ante la imposibilidad de pagar el alquiler fue mucho más fuerte para las mujeres y, en particular, para aquellas que ejercen tareas de crianza en hogares monomarentales.
En un artículo reciente de Verónica Gago y Lucía Cavallero, las investigadoras explican que el trabajo no reconocido en los hogares —que se traduce en una desigualdad de ingresos— es un engranaje de endeudamiento doméstico con un fuerte carácter feminizado. “La desaparición de las guarderías, la virtualización de la educación, el aumento de los trabajos de cuidado y la caída de los ingresos generó que las mujeres con hijxs se encontraran en una situación de mayor vulnerabilidad ante propietarios e inmobiliarias que aprovecharon el contexto para incrementar el hostigamiento”, dijo Cavallero a LatFem. La socióloga subrayó que al pensar la distribución de la viviendas es importante tener en cuenta que la cuestión habitacional siempre va a traer aparejado un orden sexual.
Ante un desalojo inminente, muchas mujeres con hijxs intentan obtener el subsidio habitacional otorgado por el gobierno porteño. El objetivo del programa es brindar asistencia a aquellas familias que se encuentran en situación de calle y ayudarlas a resolver su situación habitacional. Pero son pocas las personas que logran tramitar el subsidio: las oficinas suelen estar colapsadas —hay quienes hacen fila desde las 4 am— y el proceso tarda más de un mes. Además, los montos no se actualizan desde hace tres años: la cifra por grupo familiar es de $8.500, con un adicional de $1.500 por cada hijx.
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En mayo Lorena se quedó sin trabajo. Con 42 años, la despidieron de la casa de familia donde realizaba tareas de limpieza y aunque tuvo varias entrevistas en estos meses, en ningún lugar la toman apenas aclara que tiene una hija de un año y medio, y otra de tres. Pagar por dos habitaciones en Flores se volvió cada vez más difícil, y ante la emergencia, inició los trámites para obtener el subsidio habitacional. Entre los requisitos que se piden es necesario presentar un presupuesto de alquiler y demostrarlo con una factura legal emitida por el propietario. El dueño del hotel donde ella alquilaba se negó de manera rotunda:el lugar no estaba en condiciones y le daba miedo recibir una inspección. En las pensiones donde consultó, nadie quería saber nada de una persona con hijxs. Si Lorena aclaraba que su objetivo era sacar el subsidio habitacional, la rechazaban porque creían que no iba a poder pagar la renta.
Quienes apuntan a obtener el subsidio no sólo se enfrentan a una estructura burocrática imposible, probar que se está en situación de calle implica también exponerse a diferentes tipos de violencia simbólica. La medida deja afuera a todas las personas que se enfrentan a la inestabilidad habitacional, carece de perspectiva de género y, en algunos casos, las mujeres que concurren a las oficinas del gobierno de la Ciudad son tratadas de “vagas” o “malas madres” por lxs mismxs empleadxs.
Carolina Brandariz, Directora Nacional de Seguimiento y Abordaje del Desarrollo Local del Ministerio de Desarrollo Social, explicó a LatFem que una de las consecuencias de la falta de reglamentación de la Ley de Alquileres es la especulación inmobiliaria, y el consecuente aumento de los alquileres en la Ciudad de Buenos Aires, que en 2020 llegó al 40%. La funcionaria se refirió a la situación de las mujeres que están maternando y agregó: “Hay compañeras que me cuentan que las condiciones para alquilar son cada vez peores. Es muy frecuente que se encuentren con condicionamientos muy restrictivos tales como “sin hijos ni mascotas”. “Falta una política por parte del Gobierno de la Ciudad que pueda contrarrestar los intereses inmobiliarios con la perspectiva del acceso a la vivienda,”, subrayó.
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Para comprender los problemas que enfrentan las mujeres que están maternando para acceder a un alquiler es fundamental tener en cuenta el factor territorial. De acuerdo a los datos más recientes del Centro de Estudios Metropolitanos (CEM), los hogares de los barrios ubicados en la zona norte de la Ciudad reciben nueve veces más ingresos que en la zona sur. A la vez, los varones adultos de la zona norte de la ciudad son quienes reciben los mejores ingresos, mientras que las mujeres jóvenes de la zona sur son las más desfavorecidas.
En la Villa 31, los carteles con la frase “se alquila sin hijos” están en todas las calles. Mónica Bustamante, vecina del barrio y militante de Barrios de Pie, cuenta que desde el Gobierno de la Ciudad le sugirieron a las familias con chicxs que se quedaran con las casas que estaban alquilando. “Después de eso, los dueños prendieron la alarma y pusieron más restricciones”. Una situación similar ocurre en la mayoría de los barrios o asentamientos de la ciudad, donde los contratos de alquiler o las escrituras de los terrenos son una bomba siempre a punto de explotar.
Hace casi dos meses, un grupo de más de cien mujeres con 170 niñxs iniciaron un acampe en un sector conocido como La Containera, los primeros días recibieron varias órdenes de desalojo por parte del gobierno porteño, pero en las últimas semanas, las amenazas cesaron. La mayoría de las personas que están allí se quedaron sin trabajo durante la pandemia y no pudieron sostener los alquileres.
Daniela Gasparini, militante de Mumala (Mujeres de la Matria Latinoamericana) sostiene que una de las problemáticas más frecuentes a la que se enfrentan las mujeres con hijxs que viven en las villas de la Ciudad de Buenos Aires es el hacinamiento. “Las viviendas que hay son muy reducidas. Muchas mujeres son sostén de familia, tienen hasta cinco trabajos y aún así el sueldo no les alcanza. Una vez que son desalojadas, terminan deambulando entre barrios y no hay ningún tipo de ayuda para atender a esos casos”, dijo a LatFem la precandidata a legisladora porteña por Alternativa Ciudadana.
Ante el desamparo estatal y en tiempos de crisis, las mujeres tejen redes de solidaridad por lo bajo. Después de visitar 117 pensiones en Capital Federal, Natalia consiguió una habitación en Montserrat para ella y su hija de nueve años. “La señora que aceptó alquilarme, me contó que ella había tenido hijxs a mi misma edad, y había pasado por una situación parecida. Por eso, no le molesta que mi hija corra, llore o juegue. Entiende que lxs pibxs hacen eso, y está bien que sea así”, dice emocionada. Como Natalia, son muchas las mujeres que intercambian tareas de cuidado, coordinan guarderías comunitarias o prestan sus casas para que ninguna más se quede en la calle.