En la crisis de la política podemos enumerar escenas que la cuentan, comer pochoclo mientras adivinamos qué argumento será víctima del candidato que se fue a dormir crítico y amaneció amoroso, la falsedad de la representación mientras los dueños de la lapicera son varones que deciden a espaldas de la militancia, les candidates que vienen de afuera de la política y conocen el territorio por el mapa y por lo que les contaron, la ausencia de debate político y su reemplazo por la indignación, ese sentimiento de superioridad moral. Y si esa crisis, además, exuda machismo y violencia política contra las mujeres, tal vez debamos ir encargando la remera: Nada más parecido a un machista de derecha que un machista de izquierda.
La moral sexual autoritaria, voyeur de camas ajenas, hablaba de Eugenio Raúl Zaffaroni como “jurista soltero y sin hijos” para obturar la llegada de un gay a la Corte Suprema de Justicia de la Nación. La operación siempre es igual, un periodismo obsesionado con las sábanas, dirty kinky periodismo, para ensuciar a le candidate mostrando su corrimiento de la norma sexual, cristiana, de mamá, papá, hijites de sexo intramatrimonial. Qué escándalo, diría Pino. De Carmen Argibay dijeron aún en su necrológica que murió soltera, como quien muere en la ruina.
Contra Cristina, la moral sexual no puede, inventaron amantes de Néstor, la quemaron en tapas de revistas, imaginaron un séquito de amantes duros de 35 años patinando con ella en Olivos. Contra Evita, ¿no era lo mismo? ¿No le decían puta como insulto, acaso? Si sos mujer, torta, marica o trans, para la policía de la moral sos sospechose de entrada, algo chancho habrás hecho y que te haya gustado habla de tu incapacidad para pensar, gestionar políticas públicas, proponer leyes y coso.
Ahora les toca a Gisela Marziotta*, “la amiga íntima”, y a Luana Volnovich, la “viuda de Iván Heyn” y “la novia de Máximo”. Esas operaciones refuerzan las paleoideas de que las mujeres que llegaron -y para llegar- a determinados lugares dentro de estructuras partidarias lo hicieron como Mata Hari -la antigüedad de la referencia remite a un imaginario tan viejo que como la pregunta a Edipo ya puede caminar en tres patas. En la paleoidea ni siquiera es que los barones, gordos, capangas y mandamases hagan casting sábana, sino que ellos, siempre inocentes y honestos, fueron víctimas de mujeres sin escrúpulos.
La machoidea desconoce que los partidos políticos y las organizaciones sociales están llenas de mujeres, lesbianas, maricas y trans de todas las edades que militan todos los días para enfrentar el ajuste y la indignidad. Cree que las más grandes movilizaciones de los últimos cinco años fueron espontáneas. Imagina que las que aparecen en las listas tienen que venir necesariamente de la habitación de alguien con poder en el partido, porque no las ve y si lo hace, no la toma en serio, la menosprecia, la interrumpe cuando habla, le dice o piensa “chiquita” -como a Ofelia Fernández-, sin experiencia, o boluda grande ingenua, la política es cosa de hombres y, como el tic de José Félix Uriburu, se acomoda la entrepierna.
Como es un lugar común, tan común que avergüenza, las operaciones de alcoba solo se dirigen a las mujeres o a exponentes de la diversidad sexoidentitaria, porque el control moral de la sexualidad recae sobre nosotres, en tanto oprimides del régimen donde el macho es patrón y amo. No se preguntan con quién se acuesta Pichetto o Alberto Fernández. ¿Qué hacemos? ¿Iconoclasteamos? ¿Provocamos una carcajada histórico política que desnude el doble estándar? El plan despierta poco entusiasmo: ¿también nos tenemos que ocupar de hacer pedagogía? A 87 años de que mataran a Julieta Lanteri, el que no entiende es y se hace. Que el hartazgo por las operaciones testosterona full full no nos tape el horizonte. Sí, señor, nos acostamos con todes y más, no ponemos la otra mejilla, ponemos el culo. Ahora, por favor, ¿se sienta un ratito así hablamos de política?
*Acordate de aclararnos antes de las PASO si revisaste tu posición sobre la Ley de Identidad de Género.