Nahir Sánchez: música, política e identidad villera

Directa, incisiva y cautivadora, Nahir Sánchez Romero se presenta como la voz de Villera Vip, un grupo que refleja la cultura de los sectores populares y se apoya en el arte como una herramienta política poderosa. En tiempos hostiles, su música y trayectoria militante ofrecen un mensaje claro: la cultura tiene el potencial de transformar vidas. 

Fotos: Sol Avena

Un grito desde la calle 

Nahir es cantante y compositora, su banda Villera Vip nació durante la pandemia como un espacio de liberación. “Quería romper con las etiquetas que me había impuesto”, afirma. Busca representar la realidad de Villa Soldati y dar voz a artistas que enfrentan el estigma de vivir en barrios populares. Trabajo en un merendero de la organización La Poderosa que asiste y acompaña a más de 200 personas, y funciona como un espacio de contención para lxs pibxs del barrio, en el que dicta talleres, comparte mateadas y rondas con lxs vecinxs. Con un estilo musical que varía entre rock, pop, trap y rap, su última obra, Cruda, es “un barrio dentro de un cuerpo que cuenta cantando y te invita a volverte cruda”.

Además de su carrera musical y de su trabajo como docente en la materia Arte y Territorio de la Universidad Nacional de las Artes, Nahir gestiona el merendero “Lo de Carola”, un homenaje a su abuela, y coordina actividades culturales mientras cuida de Salvador, su hijo y la razón por la que hoy canta. Este fin de año, su agenda se llena de shows, y asegura que vive un sueño siendo “la artista que siempre quiso ser, comprometida con la realidad”.

Las raíces

Nahir comparte su infancia marcada por la música del Litoral. Criada entre Paraná y Buenos Aires, vivió con su familia las penurias del desarraigo. “Cuando llegamos a Villa Soldati, no teníamos ni agua ni luz, así que nos entreteníamos cantando”, recuerda. También cuenta que su mamá, que falleció tras su nacimiento, era cantora y a ella le debe su virtud musical. 

Su familia trabajaba durante la semana, y los fines de semana eran de zapadas y guitarreadas a la orilla del río: “Cuando llegamos a Villa Soldati, no teníamos agua, ni luz, de noche nos entreteníamos así, cantando”. Esos primeros años de vida los recuerda como en un tren de ida y vuelta entre Paraná y Buenos Aires. “Salí un poco más caradura que toda la familia”, y se ríe de ella misma mientras lo dice. Se refiere a que desde muy pequeña se subía al tren y cantaba a cambio de monedas. “Tenía 3, 4, 5 años. Para mí era algo natural, algo con lo que nací, las mujeres de mi familia cantaban mientras cocinaban”. Su canto hablaba de temas que no entendía, pero sí podía sentir hasta las lágrimas, el desarraigo que había vivido su familia y la nostalgia por el pueblo. También su devoción al Gauchito Gil aparece en sus letras y videoclips.

Se despierta Puerto Sánchez

En mi Paraná

La canoa pescadora

Se deja llevar

Sus recuerdos son musicales, y ante la pregunta ¿qué cantabas en esos viajes?, tararea un tema de los Hermanos Cuestas, banda sonora de aquella infancia. La canción habla de los pescadores, del sol bajando en el río, un paisaje que los ojos de aquella niña veían cuando volvía a Entre Ríos. Más adelante, ya instalada en el barrio, cuando quería cantar iba a la Iglesia, donde había guitarra y micrófono.

¿Quiénes acceden al arte? 

“Canté siempre, pero nunca vi la música como una salida laboral, no era posible para mí, yo tenía que ayudar a mi familia”, reflexiona Nahir sobre su adolescencia. Pensar en dedicarse a alguna disciplina relacionada con lo artístico no era una posibilidad para ella, tampoco tenía referentes que fueran del barrio o de lugares en los que le propusieran la música como una realidad. Es por eso que hoy trabaja mucho para que en los barrios existan espacios culturales. “¿Quiénes acceden a la cultura, a las disciplinas artísticas?”, se pregunta sobre este punto y destaca el trabajo cultural que lleva adelante La Poderosa en todo el país.

Luego del secundario, una vez que consiguió un trabajo formal en un Banco, hizo lo que muchxs pibxs quieren hacer, irse del barrio. Se alejó de Villa Soldati y de sus raíces, creyendo que era lo que necesitaba. Sin embargo, una tragedia familiar provocó un cambio profundo en su vida: “Ahí mi cabeza hizo un clic, me pregunté realmente qué estaba haciendo con mi vida, dónde trabajaba y qué hacía en un barrio que no era el mío”. 

Ese mismo año conoció a quien hoy es su pareja, quien la animó a volver a cantar. Con ese impulso, Nahir empezó a ofrecer pequeños talleres de música en Soldati. “Entonces volví a la villa, a mi barrio y ahí volví a cantar, y a compartir esta herramienta”, recuerda. A sus 26 años, tras más de una década sin relacionarse con la música, Nahir se animó a subir a un escenario. De a poco, su necesidad de expresarse y de “contar lo que pasa en mi barrio” fue tomando forma. Su primer show fue una presentación solidaria para recolectar fondos para el espacio cultural; ahí encontró su voz política, presente en sus letras. “Busqué un tono político, algo muy marcado en mí”, explica. Si bien quiere escribir canciones de amor, siente que su música debe servir para visibilizar las realidades más crudas: “Ahora me sale decir lo que otros no dicen; la mayoría de mis temas suenan de esa manera”.

El nacimiento de su hijo Salvador, a sus 29 años, le dio una nueva motivación para profundizar su carrera musical: “Quería que me vea así, que sepa que escribo canciones, subirme a un escenario aunque haya 5 personas y que viera que hay personas que se emocionan con mis temas, porque eso me salva”. La maternidad despertó en Nahir un deseo de mostrarle un ejemplo de libertad a su hijo. “En vez de querer dedicarme al 100% a criar a mi hijo, dije: quiero bailar, quiero cantar, que fue algo que postergué toda mi vida. Le agradezco a Salvador por esto”. 

Nahir recuerda las dificultades de crecer en un contexto sin recursos, sin proyección ni oportunidades, y una ausencia del Estado que dejó a su familia sin acceso a lo básico. “Imaginate una carencia estructural, de vivienda, de comida, de proyectar un futuro. Mi familia fue muy amorosa, pero nos faltaba lo básico.” Esta vivencia se ha vuelto el motor de su mensaje musical, una responsabilidad de la que Nahir es muy consciente: “Conozco mucha gente que la está pasando mal, muchas mujeres que me cuentan las situaciones que viven, y por eso siento que tengo la responsabilidad de plasmarlas, porque ellas tendrán otras herramientas, pero yo tengo la de mi voz”.

La música es su manera de hacer política, de denunciar injusticias y dar visibilidad a las realidades de quienes no tienen voz. “Yo hablo por ellas, canto por ellas, y siento que si escribo tiene que tener un sentido, dejar un mensaje. Miren que hay pibes que se están yendo a dormir sin comer, ¿cómo puede estar pasando?”. Su música está llena de ese compromiso, y aunque le gustaría escribir sobre otros temas, “no me sale fingir demencia”, asegura. Expresarse a través de la música es, para Nahir, una forma de sanación y autoconocimiento: “Es mi manera de hacer terapia, escribo canciones de vivencias, me parece muy terapéutico”. 

Cada presentación es un momento de conexión con ella misma y con su público. Emocionada, Nahir cuenta: “La gente llora en nuestros shows, a mí me fascina ver cómo podemos sentir lo mismo en una canción. Estoy cantando con mucha sensibilidad, y una persona delante llorando con esa misma sensibilidad”. Tras sus presentaciones, se sorprende al ver personas que la esperan para agradecerle. 

Así, en cada canción, Nahir busca honrar el legado de su abuela Carola, la curandera del barrio, y su propio compromiso con su comunidad. Desde “Lo de Carola”, el merendero que hoy gestiona en Soldati, hasta cada escenario, su voz se levanta como una herramienta de lucha, una forma de devolverle a su barrio un mensaje de resistencia y esperanza. “Para mí esto es hacer política también. Mi militancia en el barrio, haciendo la merienda para los pibes, es un rol que a mí me tocó desde chica por ser la nieta de Carola.” Nahir canta con la certeza de que su voz es más que música: es la voz de quienes no pueden hablar, de quienes siguen luchando en un contexto que, aunque difícil, no logra apagar su espíritu.

Lo de Carola

El merendero que gestiona en Villa Soldati y asiste a más de 200 personas, lleva el nombre de su abuela Carola, que junto a su abuelo Juan fueron quiénes la criaron cuando ya estaba instalada en Buenos Aires. Carola era la curandera del barrio. Lxs vecinos tocaban la puerta de la casilla en la que vivían para ser asistidos. “En ese momento, vivir en una villa era estar aún más aislado, no llegaban los colectivos, vivíamos entre montañas de tierra, era otro mundo a principios de los 90, no teníamos nada”, recuerda Nahir con una mezcla de nostalgia y gratitud.

La vida de su abuela Carola marcó a Nahir profundamente, y su legado se transformó en lo que hoy es “Lo de Carola”: un espacio de encuentro, aprendizaje y resistencia en un contexto difícil. Desde talleres de circo y teatro hasta arte, música y rap, el merendero no solo sirve la merienda, sino que es un espacio donde las personas, en especial mujeres y jóvenes, pueden expresarse y formarse. “Fue la organización La Poderosa, la que me encontró, la que me enseñó a no tener vergüenza de lo que es la identidad villera”, afirma Nahir. “Yo vengo de una época en la que ser villero era algo malo, uno trataba de esconderse. En la organización ponemos la voz las personas que sufrimos las violencias. Es una organización sostenida por esas compañeras que lo necesitan.”

En estos últimos meses se hizo más evidente la crisis económica en el barrio, algunas asistentes piden llevarse algo a casa luego de los talleres: “A veces, las mamás me dicen que quieren participar, pero que necesitan llevarse algo porque en la casa no tienen nada. Es muy duro, ellas no pueden ir solo a recrearse y volver con las manos vacías”. La compleja realidad que enfrentan convierte a “Lo de Carola” en un espacio de contención, una red de apoyo que, en sus palabras, se sostiene “por esas compañeras que lo necesitan”.

El espacio se ganó el apoyo de la comunidad y de figuras de la cultura popular que ven en el arte una herramienta de empoderamiento. El merendero, como muchos otros de la organización, se sostienen gracias a donaciones de toda índole ya que el Estado Nacional no está haciendo entrega de alimentos o recursos para su continuidad. Por el contrario, persigue a lxs trabajadorxs que hasta hace unos meses cobraban el Potenciar Trabajo por las actividades que llevaban adelante.

Nahir explica que, en un contexto de ajuste y persecución, varias mujeres que trabajaban como facilitadoras en el merendero renunciaron por miedo a perder el programa de ayuda social Potenciar Trabajo: “Las llamaron una a una desde el Ministerio de Capital Humano y les dijeron que no debían venir más porque era como participar en espacios políticos. Las hicieron sentir mal, culpables, con miedo. Y muchas dejaron de venir”, relata Nahir, quien ve este tipo de intimidación como un esfuerzo sistemático para desmembrar los espacios comunitarios, una política de ajuste y persecusión del gobierno de Javier Milei.

A pesar de esto, el merendero sigue siendo un lugar de resistencia cultural en una época en la que, según Nahir, la cultura y el arte son vistas como una amenaza: “Se la agarran con la cultura porque es una herramienta para pensar, y un pueblo que piensa no se deja manipular. No conviene que lxs pibxs tengan estas herramientas, porque así no les es tan fácil manipular las cosas”, reflexiona. Para ella, cerrar este tipo de espacios que invita a generar redes dentro de la comunidad, es una forma de aislar a la juventud y, en última instancia, desmantelar el tejido social que fortalece al barrio.

“Lo de Carola” también es un espacio seguro en un contexto de violencia creciente contra las diversidades y la comunidad LGBTQ+. Nahir nota un retroceso alarmante en términos de género en el barrio: “Se volvió a ver cómo se ríen de las mujeres, las travas, las lesbianas, los putos… todo eso no pasaba. A veces tengo miedo por mi papá cuando sale con su pareja de la mano”, señala. El cambio lo atribuye al resurgimiento de los discursos patriarcales y de odio, algo que ya se vivió en los 90. “Es terrible que se esté asentando y aceptando nuevamente el discurso contra el que tanto luchamos.” Aun así, conserva el optimismo: “Pienso siempre que vamos a lograr dar vuelta esto, en estas charlas que estamos teniendo ahora, con estas reflexiones, haciendo espacios musicales, presentaciones, en centros culturales, merenderos. La música y el arte nos encuentran; mis compañeras se preparan para los shows, y eso nos genera vida”.