A pocos días de un nuevo 8M nos despertamos con la noticia de una violación colectiva. Martes de carnaval, mediodía de sol, en Palermo, barrio concurrido del centro de Buenos Aires. Un barrio lleno de bares y restoranes, vidrieras de moda y turistas. En un auto, seis varones de entre 20 y 24 años se turnaron para violar a una chica de 20. Se turnaban y hacían de “campana” por si alguien se avivaba. Fumaban porro y tocaban la guitarra.
La furia nos incendia la sangre. La noticia nos duele, nos enoja, nos inunda de rabia. En los medios no reparan en dudar de la víctima: ¿Y si se drogó y quiso? Fue violación y punto. Violación reiterada con complicidad de varios, entre muchos. Lo digo carente lenguaje jurídico porque no lo manejo. Pero cuando hay una violación no hay adversativas, no hay peros.
En las últimas dos semanas tuvimos dos asambleas de cara al 8M de este 2022, venimos de una pandemia y estalló la guerra. Estamos cansadas, cansades, de mantener los cuidados, de parar la olla, de sostenernos entre nosotras. Desde el primer Ni Una Menos, el 3 de junio de 2015, hasta hoy marchamos por cientos de femicidios, por cientos de violaciones. Nos devanamos los sesos pensando la trama de la desigualdad -económica, social, comunitaria y bla bla bla. Nos organizamos. Y la violencia que asoma en la punta del iceberg, la extrema, sigue chocandonos en la cara.
Sabemos que a esa punta visible no se llega sin una base que la construya y la sostenga y que es nuestro deber (¿en serio? ¿nuestro deber? ¿otra vez? ¿siempre?) deconstruir desde la base, con ESI, con justicia feminista. Aunque haya institución, ya no estamos tan organizadas. Pero tenemos una pequeña historia y tenemos una tradición a cuestas, las históricas Madres y Abuelas, que con tortura y desaparición encima no atropellaron los derechos constitucionales por los que tanto pelearon.
Seis tipos que se turnaron y esperaron. Eso es lo que llamamos “complicidad machista” y lo que tanto peleamos por romper, por que ustedes, varones antipatriarcales, que estudian en universidades progres, rompan. Corten la bocha antes de llegar a ningún lado, en el chat, en el grupito de wasap. “El abuso se presenta como un código entre varones y un mensaje de poder hacia afuera”, escribió en su twitter Victoria Freire, referenta de Mala Junta en el FPG.
En las redes explotaron el dolor y la furia. También se oye un ruido seco de fondo que susurra “sesgo de clase” porque esto pasó en Palermo, acá nomás no en tierra de nadie.
Enojadas no somos agradables. Furiosas y marchando tal vez no seamos amorosas. Pero la furia no nos impide pensar, al contrario: debería agudizar los sentidos, ponernos lúcidas. Aunque no siempre pasa. Muchas reacciones apuntaron al teclado fácil del punitivismo: machete, bala y pena de muerte tiñeron los muros de varias referentas.
Ser antipunitivistas no nos convierte en santas ni en tontas ni en amansadas. Tampoco estamos cooptadas y le somos funcionales al patriarcado, ni somos condescendientes o tenemos piedad. Estamos igual de enojadas. Pero sabemos que no es tan fácil como sacar la manzana podrida del cajón. Ojalá. Con el perro muerto no se va la rabia. “No se trata de comportamientos aislados ni patológicos. Las violencias de género responden a un sistema social donde los varones son socializados para creer que pueden disponer de las mujeres, de sus cuerpos, hasta de sus vidas, escribió en su TL Lucho Fabbri, del Instituto Masculinidades y Cambio Social.
No sólo no queremos la indignidad de aquel a quien condenamos (no derribaremos la casa del amo con sus herramientas, repetimos como mantra la frase de audre lorde). También sabemos que la violencia e inequidad de género estructural no se resuelve ni se repara con paredón de fusilamiento: las violaciones, que ocurren todo el tiempo, a toda luz de día, en todo territorio, seguirían ocurriendo. Y esto sin decir que la mayoría de las violencias sexuales tienen lugar en el entorno intrafamiliar.
¿Qué hacer entonces? ¿Esperar sentadas a que pase el famoso señor Cambio Cultural? Pueden pasar mil años, mil vidas, mil violadas. No tenemos todas las respuestas, no tenemos casi ninguna, pero no nos podemos quedar calladas. Estamos estalladas. De dolor y rabia. Pero aprendimos a organizar la furia y a convertirla en lucha. Esto es: armar estrategias, pensar juntas, de manera colectiva, tomar la calle, seguir activando. Porque como dice del libro de Belén Zavallo, sobre una violación de la que nadie habló aunque salió en las noticias del diario local: “Hay armas que están en nosotras”. Y tenemos que saber usarlas. Aunque nos queme la sangre.