Paul B. Preciado: Derecho al trabajo… sexual

Los intentos prohibicionistas del trabajo sexual y el hostigamiento digital que pide censura ponen, a su pesar, a la trabajadora sexual en el centro de la escena. Paul B. Preciado analiza en este texto cómo estamos frente a la figura paradigmática de le trabajadore biopolítique en el siglo XXI. Su primera causa de alienación no es la extracción de plusvalía, sino el no reconocimiento de su subjetividad y de su cuerpo como fuentes de la verdad y del valor: se trata de poder afirmar que las putas no saben, que no pueden y que no son sujetas políticas ni económicas en sí mismas. Las demandas para que el Estado decida sobre los usos del cuerpo. Los límites de un sector del feminismo a “Mi cuerpo, mi decisión”.

Fabricación y venta de armas: trabajo. Matar a alguien aplicando la pena capital: trabajo. Torturar a un animal en un laboratorio: trabajo. Menear un pene con la mano hasta provocar una eyaculación: ¡crimen! ¿Cómo entender que nuestras sociedades democráticas y neoliberales rehuyan considerar los servicios sexuales como un trabajo? La respuesta no debe buscarse en el lado de la moral o la filosofía política, sino más bien, en la historia del trabajo de las mujeres en la modernidad. Excluidos del dominio de la economía productiva en nombre de una definición que los convierte en bienes naturales inalienables y no comercializables, los fluidos, los órganos y las prácticas corporales de las mujeres han sido objeto de un proceso de privatización, de captura y de expropiación que se confirma hoy con la criminalización de la prostitución.
Tomemos un ejemplo para comprender este proceso: hasta el siglo XVIII, numerosas mujeres de clase obrera se ganaban la vida vendiendo sus servicios como nodrizas profesionales. En las grandes ciudades más de dos tercios de los niños pertenecientes a familias aristócratas y de la burguesía urbana eran amamantados por nodrizas.
En 1752, el científico Carl Von Linné publica el panfleto la Nodriza Madastra, en el cual se exhorta a cada mujer a amamantar a sus propios hijos para “evitar la contaminación de raza y clase ” a través de la leche y pide a los gobiernos que intervengan en beneficio de la higiene y del orden social, la práctica del amamantamiento ajeno. El tratado de Linné contribuirá a la devaluación del trabajo femenino en el siglo XVIII y con la criminalización de las nodrizas. La devaluación de la leche sobre el mercado de trabajo se acompañó de una nueva retórica del valor simbólico de la leche materna. La leche, representada como fluido material al través del cual se transmite el linaje social nacional de la madre a sus hijos, debe ser consumida en la esfera doméstica y no debe ser objeto de intercambio económico.
Fuerza de trabajo que las mujeres proletarias podían poner a la venta, la leche deviene en valioso líquido biopolítico a través del cual fluye la identidad racial y nacional. La leche deja de pertenecer a las mujeres para pertenecer al Estado. Un triple proceso se cumple: devaluación del trabajo de las mujeres, privatización de los fluidos, confinamiento de las madres al espacio doméstico.
Una operación similar está en marcha con la extracción de las prácticas sexuales femeninas de la esfera económica. La fuerza de producción del placer de las mujeres no les pertenece: pertenece al Estado. Es por ello que el Estado se reserva el derecho de poner una multa a los clientes que hacen uso de esta fuerza pues el producto debe ir únicamente a la producción nacional. Como con la leche, las cuestiones de migración y de identidad nacional están en el centro de las nuevas leyes contra la prostitución.
La prostituta (migrante, precaria, cuyos recursos afectivos, lingüísticos y somáticos son los únicos medios de producción) es la figura paradigmática del trabajador biopolítico en el siglo XXI. La cuestión marxista de la propiedad de los medios de producción encuentra en la figura de la trabajadora sexual una modalidad ejemplar de explotación. La primera causa de alienación en la prostituta no es la extracción de plusvalía del trabajo individual, sino que  depende ante todo del no reconocimiento de su subjetividad y de su cuerpo como fuentes de la verdad y del valor: se trata de poder afirmar que las putas no saben, que no pueden y que no son unos sujetos políticos ni económicos en sí mismos.
El trabajo sexual consiste en crear un dispositivo masturbatorio (a través del tacto, el lenguaje y la puesta en escena) susceptible de poner en marcha los mecanismos musculares, neurológicos y bioquímicos que rigen la producción de placer del cliente. El/La trabajador/a sexual no pone a la venta su cuerpo, sino que transforma, como lo hacen el osteópata, el actor o el publicista, sus recursos somáticos y cognitivos en fuerza de producción viva. Así como el/la osteópata usa sus músculos, él/ella hace un francés con la misma precisión que el osteópata manipula el sistema musculoesquelético de su cliente. Como el/la actor/actriz, su práctica depende de su capacidad de teatralizar una escena de deseo. Como el/la publicista, su trabajo consiste en crear formas específicas de placer a través de la comunicación y la relación social. Como todo trabajo, el trabajo sexual es el resultado de una cooperación entre sujetos vivos basada en la producción de símbolos, de lenguaje y de afectos.
Las prostitutas son la carne productiva subalterna del capitalismo global. Qué un gobierno socialista convierta en prioridad nacional la prohibición para las mujeres de transformar su fuerza productiva en trabajo, dice mucho sobre la crisis de la izquierda en Europa.
*Publicado en Libération el 20/12/2013. Traducido por Parole de queer y Elsa Maury.