“Este fue el primer vestido con el que salí a la calle, un cumpleaños importante. Tres de Febrero, entre Florida y Maipú… ahí iba. Entonces, me bajo del taxi, hago dos metros así… una chata Fiat. Me agarró viste, la chata Fiat. Yo no quería que me agarrara, porque iba al cumpleaños… Estaba muy bien producida y para mi era una alegría. Empecé yo a pegarle, los rasguñe todo. Me tiraron al suelo, me arrancaron el vestido y en el árbol que yo caí, yo tenía unos zapatos azules, con esto le di en la frente para que me suelte. Y se rodeó la gente: déjenla, déjenla… gritaban. Entonces me pusieron las esposas y me llevaron. Adiós vestido y adiós cumpleaños”.
Vanesa Flawer
Así podría comenzar cualquier genealogía trans*. Una escena de la vida cotidiana brutalmente interrumpida por la violencia. Sin embargo, escribir una historia sobre las travestis exige un esfuerzo intelectual diferente. Una historia sobre las travestis necesita nuevas cronologías, nuevas estrategias narrativas y mucha paciencia. Indagar en esas experiencias es desanudar una trama de anécdotas enredadas unas con otras, un cruce de perspectivas que anima discusiones incluso hoy entre las compañeras. A todas las travestis nos gusta ser protagonistas y a veces la Historia no está entrenada en escuchar tantas voces. La historiografía construye estructuras que organizan la historia en vencedores y vencidos, y sobre todo con voces y silencios. Aunque en los últimos años el afán totalizante de la Historia, ha cedido lugar a las pequeñas narrativas producidas desde abajo, a las memorias negras, feministas y demás; historizar “lo trans” sigue siendo un desafío contradictorio. Al mismo tiempo que precisamos una cronología progresiva que denuncie al pasado para imaginarnos un presente, todas nuestras historias se escapan y resisten a ser organizadas.
En este desafiante camino de construir una historia de las travestis, dos escollos que debemos superar con urgencia son los de las cronologías y las categorías. Cada artículo escrito sobre las experiencias travestis aventura periodos y descripciones que acoten el objeto de investigación. Aunque esta operación es necesaria al momento de enunciar una historia, es absurda al momento de indagarla. Si nuestras investigaciones pretenden encontrar determinadas configuraciones identitarias del presente en los registros históricos, siempre vamos a navegar sobre aguas prístinas, pero el desafío es hundirse en lo turbio. Los estudios trans* en la región continuamente insisten en señalar la emergencia de las travestis en los años sesenta, como consecuencia de la difusión de las terapias hormonales. Previo a este período los casos que se registran son pensados con otras categorías, como transformistas asociados al mundo del espectáculo o como expresiones travestis acotadas al carnaval. Nuestras existencias han sido pensadas también en una progresión de maricas a travestis, que aunque pretenda trazar directrices para una comunidad afectiva común, refuerza una mirada sobre la identidad trans* y el deseo sexual que supone concordancias entre prácticas y proyectos de vida que distan de ser equiparables. Todas estas formas de pensar lo trans* apuntan a construir algo prístino, definiciones claras que permitan entender y encontrar lo trans* en momentos y lugares.
Todas estas definiciones, han constreñido nuestro entendimiento y han vuelto ocioso nuestro campo de investigación. En los últimos años proliferan trabajos que escrutan las experiencias travestis en sitios y periodos poco creativos. Muchos proyectos de investigación buscan a las travestis en los carnavales, en los discursos periodísticos, en los expedientes médicos, en las carteleras de revista. Las travestis objeto, las travestis víctimas. Este sujeto estático y vigilado por los discursos de las ciencias, el arte y el estado resultan cómodos y aprehensibles. A esto debemos sumarle el problema de las cronologías. Muchos trabajos asocian las experiencias travestis a periodizaciones clásicas como “el destape”, la “transición democrática”, el “golpe de estado” o “el primer peronismo”. A todos se les olvida imaginar que quizás las travestis habitamos el destape antes de que las primeras tetas aparezcan en televisión o que nuestra democracia no empezó con Alfonsín. Sí no encontramos a las travestis en otros sitios y momentos no significa que no hayan existido, sino que las buscamos con la lente equivocada. Quizás si buscáramos realmente a contrapelo, incluso de nuestra propia ideología, podríamos ver que “lo travesti” empezó mucho antes de lo que pensamos y habitó muchos más espacios que los de la metrópolis.
Como contraparte de estas limitaciones, los archivos travestis y trans* actualmente aventuran posibles respuestas. Sin las pretensiones de las teorizaciones queer, y sin mucho más que las herramientas de la intuición, las travestis se han dado a la tarea de recuperar historias y ordenarlas en el soporte plástico de la memoria. Desde una política afectiva, la comunidad travesti reúne las historias de sus compañeras a través de recortes inciertos. Cada foto trae consigo la conjetura y la fantasía. No hay verdades o mentiras, sólo hay recuerdos. Aunque cada fondo documental lleve el nombre de quien dona el material, la propiedad de esa memoria es de todas. Esos conjuntos de fotografías son también una lista de los nombres de las amigas, compañeras de ruta y hotel, hermanas de silicona. El archivo está animado por el deber de la memoria, por el deseo de homenajear a las ausentes y exigir justicia por ellas.
Memorias regionales
Desde la fundación del Archivo de la Memoria Trans nacional la cuestión del viaje y los exilios ha sido un tema central. Quizás la influencia de una incansable trashumante como Claudia Pia Baudracco haya plasmado una impronta nueva y escasamente abordada: la cuestión de la movilidad de las travestis. Baudracco, fue la responsable de la expansión territorial de la Asociación de Travestis, Transgéneros y Transexuales de Argentina (ATTTA) ya que visitó personalmente cada rincón del país despertando el interés por la organización. Ella, en los más diversos medios de transporte se aventuró en todos los paisajes. Subida a destartalados micros de larga distancia visitó cada provincia donde conocía a una compañera y recorrió el norte argentino en una motito, como una che travesti. Esa vitalidad andariega, la hizo divulgar un proyecto incluso más grande que el de ATTTA y que hoy tiene encarnaciones locales: los archivos.
En los últimos años los archivos travestis y trans* han trascendido las fronteras porteñas. Entre los múltiples proyectos regionales, el Archivo de la Memoria Travesti Trans de la Provincia de Santa Fe destaca por la íntima vinculación entre el proyecto archivístico y la demanda comunitaria por la reparación histórica a la comunidad trans*. En Santa Fe hay 20 compañeras travestis y trans que fueron reparadas por el gobierno de la provincia quien reconoce el accionar represivo del Estado. Dos de esas compañeras, Carolina Boetti y Marzia Echenique son quienes encabezan el proyecto del Archivo, que en la actualidad no sólo reúne fotografías sino que producen, a partir de los testimonios de las travestis, ensayos audiovisuales donde se abordan distintas temáticas desde una original optica: el exilio, el encierro, la memoria, los shows, el humor, etc.
El proyecto del AMTT de Santa Fe está integrado además de Caro y Marzia por Karla Ojeda y varies colaboradores que trabajan en las tareas de registro y digitalización. En una visita reciente pudimos dialogar y registrar algunas anécdotas y experiencias de cara a futuras investigaciones sobre los cruces entre memoria trans*, producción de archivos y luchas por el reconocimiento de los derechos humanos. Carolina, es actriz y fue la primera mujer trans reparada por el gobierno provincial. Karla es integrante de la colectiva “Comunidad Travesti/Trans Rosario” y del programa “Trans-saberes” de la Universidad Nacional de Rosario.
La reparación llegó en mayo de 2018 a través de un recurso judicial, que apelando a una ley existente para reparar a víctimas del terrorismo de estado, fue tenido en cuenta para los casos de las travestis. El camino hacia la reparación se inició con una indagación de archivos. Carolina junto a sus abogados patrocinantes recabaron de los expedientes judiciales una gran cantidad de documentos que atestiguaban la persecución vivida por parte de la división moralidad pública de la policía y constataban las largas jornadas de encierro que superaban los 120 días.
“Eramos 10 compañeras las que empezamos, todas habíamos vivido durante la dictadura. En ese momento éramos un colectivo de 40 mujeres trans, de las cuales quedamos 10 vivas. Las demás, lamentablemente, fallecieron todas en este camino. Las que quedamos nos conocíamos perfectamente porque en esos años vivíamos en comunidad, vivíamos en pensiones. Había una unión entre nosotras muy fuerte, porque no quedaba otra. Entre nosotras nos ayudábamos”.
En la demanda declararon también víctimas de la dictadura que daban fé de haber compartido el encierro con las travestis. Es que los espacios de detención para travestis y perseguidos políticos eran compartidos. El Pico H dónde funcionaba el pabellón de homosexuales, el tercer piso de la jefatura de policía donde funcionaba “unidades especiales”, la comisaría 4° fueron sólo algunos de los espacios de detención. Entre los proyectos que se llevan adelante desde el Archivo está la declaración de las oficinas del tercer piso de la jefatura como espacio de memoria. Ellas aún recorren emocionadas estos sitios en búsqueda de los documentos que necesitan para demandar al estado. Caro recuerda vívidamente los espacios de detención y la dureza de las condiciones: “Vivías detenida todo el tiempo. Salíamos a la mañana y a la noche y nos volvían a agarrar otra vez y nos volvían a meter 120 días de arresto y así sucesivamente todo el tiempo. Del año, estábamos libres un mes”.
El constante encierro, el asedio policial, las pocas posibilidades de progreso social fueron algunas de las razones por las que las travestis fueron migrando a Europa. Carolina vivió en el exterior desde 1987 hasta el 2009. Hoy, ella le llama a ese periodo “el exilio”, pero en aquellos años era una salvación.
“Era la única opción que teníamos en ese momento, no nos quedaba otra. Acá vivíamos totalmente… Vivíamos en pensiones, no podíamos avanzar económicamente. Nosotras fuimos siempre un colectivo muy castigado por todos. En las pensiones nos cobraban tres veces más caro de lo que le cobraban a la gente supuestamente ‘normal’. Salíamos a trabajar a la noche, nos detenían todo ese tiempo. Cuando salíamos, volvíamos a las pensiones y nos habían robado todo o vivíamos siempre endeudadas. Eran vidas de mucho sufrimiento, de mucho dolor, era una cosa que estabas dentro de un pozo y no podías salir. Y bueno, las primeras que empezaron a exiliarse fueron Betiana Tuzzio, Emilia Antonelli, y nosotras que en ese momento éramos más unidas y nos mandábamos el pasaje. Primero se iba una, trabajaba y después mandaba la plata para que la otra se pague el pasaje. Yo llegué, trabajé, devolví la plata y se la mande a otra y así. Era toda una cadena, entre nosotras nos ayudábamos. Esa era la forma que accedíamos a irnos, no había otra”.
Estas lógicas colectivas para construir redes de cuidado y estrategias de supervivencia fueron centrales para las travestis de aquella época y fueron reconvirtiéndose en cada década. Karla no conoció los tiempos del golpe militar, pero las violencias contra las travestis trascienden las fronteras entre dictaduras y democracias. Su activismo inició en los años noventa, inspirada por Lohana Berkins y las demás militantes que desde la pantalla de la televisión y la marcha callejera agitaban el orgullo trava.
“Viendo el programa de Mauro (Viale) y a las travestis que participaban allí y exponían sus demandas colectivas entendimos que era por ahí. No se trataba del vestido más lindo o la cirugía más espléndida. Se trataba de tener una lucha organizada y colectiva. En ese sentido en el año 1998, después de dos años de detenciones que ya estábamos hartas, decidimos denunciar a la policía que coimeaba en la zona de Pasco y Mitre, que era la zona de trabajo. Denunciamos al jefe de la policía. Hacíamos las denuncias en las comisarías 5° y 4°, que estaban en el límite, una de otra separadas por una avenida. Si te pasabas de un lado era 4° y del otro era 5° y con eso a veces zafabamos de no ir detenidas. Se organizó una lucha entre las seis o siete compañeras que éramos y entonces íbamos en manada a denunciar a la brigada o al comando que estaba en ese momento. El jefe en ese momento era Benedicto de Matias, lo denunciamos y logramos que saliera en los medios. Entonces nos llamaron de todos los medios y fuimos y nos sentamos a denunciar, con un miedoooo… no sabes el miedo que teníamos. Pero fuimos. Luego fue él quien junta a los mismos medios y da su descargo, su derecho a réplica y el habla diciendo que éramos una población marginal, que sí lo éramos es cierto, pero que deberíamos estar detenidas con chorros, con delincuentes y con asesinos, pero que éramos unas ‘mascaritas sidóticas’ que no debíamos tener lugar en la vía pública, ni en ningún lugar. Eso hizo que llegara la denuncia de los medios al jefe de seguridad, Norberto Rozua y el hace que lo destituyeran del cargo. Para nosotras fue un logro enorme que un jefe de la policía con tanto poder sobre nosotras fuera destituido”.
Lo colectivo emerge permanentemente en las anécdotas de Karla y Caro. Lo colectivo que primero es forma de apoyo y coordinación de esfuerzos para luego convertirse en un asalto político. También el archivo es pensado por ellas como un proyecto colectivizante, ante la necesidad no sólo de reivindicar el pasado, sino de transmitir a las nuevas generaciones un legado de las narrativas travestis. Carolina dice: “yo creo que es una experiencia increíble la que estamos haciendo porque le estamos dando información a las nuevas generaciones trans*, porque ellas tienen que saber de dónde venimos, las cosas que pasaron antes de ellas. Que por suerte para las chicas de hoy que ya tienen todo, tienen la ley de identidad de género, la ley de matrimonio igualitario, las leyes que la amparan… es así, tienen que saber sobre el pasado”.
Desanudar genealogías
Aunque a simple vista, las violencias contra las travestis y trans tengan muchos puntos en común con las atravesadas por otros colectivos, existe una especificidad en estas vivencias que el archivo explícita. Los archivos trans* no sólo atestiguan las circunstancias penosas de nuestra desaparición, exilio y muerte, son también el testimonio de la vitalidad incesante de una construcción colectiva. Estos archivos, no sólo contienen el testimonio de la violencia que la policía o el estado ha ejercido brutalmente contra nosotras, son también documento de una sociedad cómplice que sostuvo las tramas de la discriminación y el maltrato a través de periodos de tiempo que escapan a la cronología habitual de la historia política argentina. Malva Solis decía que ella y sus compañeras de presidio en Devoto no se daban cuenta cuando era la dictadura, porque para ellas siempre era lo mismo.
Sin pretender entrar en el debate sobre el número de víctimas LGBT durante la dictadura o insistir en tematizar sí los milicos aplicaban un dispositivo específico contra la disidencias sexuales, considero importante plantear los límites que tiene pensar nuestra historia con las cronologías y herramientas analíticas construidas para otros casos.
Se está volviendo cada día más difícil comprobar que la violencia contra las travestis haya tenido alguna relación con la violencia contra la disidencia política que llevó adelante el peronismo con la triple A y los militares durante la dictadura. Tampoco son nuestras experiencias comparables al exterminio de homosexules judios durante el holocausto. Curiosamente estos dos mojones en la historia argentina y universal son las que se entrelazaron en aquel relato de Jauregui que decía haber oído de Marshall Meyer la teoría de que cerca de 400 de los desaparecidos en dictadura habían sufrido un maltrato especial debido a sus orientaciones sexuales. Pero tras la revisión cada día más exhaustiva de las narrativas de las disidencias sexuales y las víctimas de la dictadura, se vuelve absurdo y hasta contraproducente la operación política de anudar unas genealogías en otras. No le hace justicia a les desaparecides cuya lucha política ocupaba un plano central de sus vidas, ni le rinde honor a la verdad de las travestis, maricas y lesbianas que han vivido violencias más extensas, más profundamente anquilosadas en el aparato policial y más soezmente encubiertas por la sociedad civil y la clase política.
A las travestis ninguna madre las salió a buscar a la Plaza. A las travestis no se nos dió justicia. No tuvimos CONADEP, no tuvimos Nunca Más. Sólo estuvimos armadas de furia y afecto para resistir antes y después del golpe las violencias más extremas. Nuestros captores no fueron un aparato represivo excepcional, sino las policías provinciales y nacionales que en muchos lugares aún patrullan las calles. Nuestros delatores fueron aquellos vecinos comunes que animados por su moral cristiana y sus valores patriarcales botoneaban a las travas y se aprovechaban de ellas. Y sobre todo, la violencia contras las travestis no está en el pasado. Es una historia presente. Todavía hay muchas compañeras que viven apiñadas en pensiones sufriendo el abuso inmobiliario. Muchas pagan coimas a la policía, hoy. Muchas siguen siendo penadas por el ejercicio legítimo del comercio sexual.
Necesitamos nuestras propias cronologías porque hemos vivido todo el tiempo desde el margen de la historia. Luchamos por construir una teoría travesti propia, porque somos una identidad desobediente de las categorizaciones inventadas para nombrarnos. Hacemos archivos y trincheras porque deseamos mantener con vida a nuestras muertas. No todo se trata de alianzas y coaliciones políticas, no sólo estamos disputando una reparación jurídica. Estamos reparando nuestra comunidad de afectos y sanando nuestro presente para que otras más jóvenes puedan imaginar un futuro independientemente de los devenires de la voluntad política de turno. Nos vemos en los rostros de las Madres y Abuelas y sentimos esa lucha como propia, porque somos las madres y abuelas de nuestra propia comunidad. En ese pasamanos de fotografías y anécdotas que son nuestros archivos lo que queda es el deseo de abrazar a las ausentes. Cómo dice Laly Rolón con la sonrisa inflada de orgullo: “un beso al cielo para todas nuestras compañeras que ya no están. Las seguimos llevando en el corazón”.
Agradecimientos de la autora:
A la Fundación y Museo por la Democracia, especialmente a Gustavo Meoño quien posibilitó mi encuentro con este archivo. A la lic. Gisela Galassi, quien me acompañó y alentó en mis jornadas de investigación. A mis colegas Mir Yarfitz, Javier Fernández Galeano, Patricio Simonetto y Cole Rizki, cómplices de la aventura. Y especialmente a las compañeras del Archivo de la Memoria Travesti Trans de Santa Fe: Karla Ojeda, Marzia Echenique y la amorosa Carolina Boetti.