Victoria Ocampo: anticonceptivos para no abortar, aborto legal para no morir

La escritora Mabel Bellucci investigó uno de los intereses centrales de Victoria Ocampo, poco conocido hasta ahora, su reclamo por el aborto voluntario. Una encuesta de 1970 en Sur preguntaba: “En el caso de que una mujer soltera espere un hijo y no pueda casarse ¿Qué solución le parece mejor?” y “¿Cree que las leyes que rigen el control de la natalidad o el aborto deben estar en manos de la Iglesia o de los hombres que gobiernan , o bien de las mujeres -protagonistas de este problema- que sin embargo, hasta ahora no tiene voz ni voto en algo que les concierne por encima de todo?”.

Esta era también Ocampo

La revista Sur, fundada en 1931 y dirigida por Victoria Ocampo desde entonces, tuvo una producción de compromiso político liberal, agnóstico, mimetizado con las nuevas corrientes culturales de Europa; su epicentro abrevaba básicamente en la nouvelle vague parisina. Ocampo profesaba un declarado vínculo con aquel feminismo más consustanciado con la escritora inglesa Virginia Woolf que con el de la filósofa Simone de Beauvoir. En marzo de 1936, Ocampo junto con María Rosa Oliver y Susana Larguía fundaron La Unión de Mujeres Argentinas (UMA). Esta asociación surgió con el interés de rebatir políticamente al fascismo europeo. Dos años más tarde, juntaron firmas y acompañaron el proyecto de ley de voto femenino presentado por el diputado nacional del Partido Socialista, Alfredo Palacios.

En realidad, de Victoria se creyó contar todo o casi todo pero lo que no se sabe es que ella resistió tanto al peso arrollador de los terrorismos del franquismo así como apoyó de manera incondicional a los frentes antifascistas organizados en la Europa devastada por la Segunda Guerra Mundial. En efecto, el compromiso de ella con el debate antifascista tiene su historia. El desenlace de la Guerra Civil Española –1936 a 1939– congregaba al grueso del activismo de cuño socialista, anarquista, comunista, trotskista y liberal de nuestros ambientes citadinos, para intervenir con una activa participación y entrega militante a la causa republicana. Un sinnúmero de mujeres apoyaron al Frente Popular español y constituyeron un movimiento abierto y autoconvocado a la hora de hacer oír su repudio. Recolectaban fondos económicos y alimentarios para los leales y también concientizaban sobre el alcance de sostener la república y derrotar al fascismo. En el grupo de intelectuales y políticas se encontraba Ocampo junto con María Rosa Oliver, Alfonsina Storni, Fryda Schultz de Mantovani, Norah Borges, Alicia Moreau, Iris Pavón y Salvadora Medina Onrubia, entre otras tantas, quienes al mismo tiempo mantenían un vínculo ineludible con ese feminismo naciente en nuestros lares.

El 1 de agosto de 1936, se publicó en el diario El Mundo un manifiesto llamado “Mensaje de los Escritores de la Argentina”. Era una carta dirigida al embajador de España en Argentina, Enrique Díez-Canedo, en la que expresaban “su firme simpatía por la República y por la causa democrática”.  A parte de Victoria Ocampo suscribían Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea, María Rosa Oliver, Pedro Henríquez Hureña; Francisco Romero, Leónidas Barletta, Alejandro Korn, Alfonsina Storni, César Tiempo[1]. A comienzos de septiembre de 1936, la asociación mundial de «Poetas, Ensayistas y Novelistas», más conocidos como PEN Club, celebró su XIV Congreso Internacional en Buenos Aires, en un clima de enorme expectación por la llegada de más de 40 representantes europeos. A lo largo de las exposiciones, Ocampo mantuvo un áspero debate con la delegación italiana, entre ellos, con el futurista y apologista de Mussolini, Felippo Tomasso Marinetti, por la persecución política y racial del régimen[2]. Después del altercado, Victoria junto  con María Rosa Oliver, renunciaron a la institución al no acordar con la política de la comisión directiva por las simpatías que le provocaban dichas huestes.

Otro dato algo desconocido: esta escritora y mecenas identificada por sus gafas blancas del mismo modo que la plástica Marta Minujín con sus lentes de sol, no sólo albergó a judíos fugados de las garras del régimen aniquilador sino que además fue la única mujer invitada para observar el histórico Tribunal de Nuremberg, en los juicios a la jerarquía nazi. De acuerdo con el libro Cartas de Posguerra, publicado por la Editorial Sur, en 2013, Victoria, al ser invitada por el Consejo Británico para las Relaciones Culturales, en marzo de 1946, emprendió una larga travesía por Estados Unidos y Europa. Comenzó su prolongado itinerario en Río de Janeiro, Puerto Príncipe. Después pasó por Miami, Washington, Nueva York, para desembocar en Londres y luego terminar en la ciudad en donde se juzgó a la cúpula más alta de la jerarquía hitleriana. De regreso, trajo bajo el brazo tanto pormenores de sus impresiones de la guerra como.

Sea como fuere, nuestra escritora personalizaba el ritmo de vida de mujeres vitales, emprendedoras de carácter decidido, marcada por el perfil aventurero del trasiego: podía alojarse tanto en lujosos hoteles como hacer un traslado en transportes de tropas. En realidad, este viaje no resultó uno más, como estaban acostumbradas tanto ella como sus hermanas. Las innumerables entrevistas que llevó a cabo fueron aprovechadas en la preparación de números futuros de la revista Sur. Como hija de su tiempo se caracterizó por un carácter multifacético en sus acciones y escritos: desde  su  compromiso contra las contiendas fascistas hasta encarar la transparencia del reclamo del aborto voluntario como de los métodos contraconceptivos.

Cuando el aborto salió del clóset

Una de las primeras veces que, en Buenos Aires, el aborto se plasmó en papel y adquirió visibilidad pública, fue en la primavera de 1970 en Sur. Nuestra autora se auto-impuso tal exigencia que los números 326, 327 y 328 se fusionaron en un solo tomo y salieron como una revista especial denominada “La Mujer”. Ocampo, en el prólogo titulado “La Trastienda de la Historia”, relataba las dificultades que atravesó para su armado en cuanto a que “desde que apareció la revista esta idea me rondaba y poco interesaba a los hombres que compartían conmigo las tareas de redacción. Y aunque yo hubiera en realidad podido imponer el tema, no lo hice, quizá por pereza. Cada vez que se hablaba en serio sobrevenía algún inconveniente o se dejaba para más adelante”[3]. Ella sorteó los embates del ahogo, pudo liberar fuerzas y, de esa manera, alcanzó su objetivo: se lanzó a una publicación que como ella confesaba “desde años siento ansias de sacármela de encima, literalmente”. Con las manos en la masa, sin más,  este tomo afrontó las cuestiones urgentes de las mujeres desde diferentes ángulos ideológicos y heterogeneidad de profesiones.

De este valioso número particular que fue “La Mujer”, se rescata un sondeo de opinión realizado por la misma editora, con el objetivo de dotar un panorama aproximado sobre la situación y pensamiento femenino de esa década. Un pie de página servía de aclaración sobre el cuestionario. Era obligatorio responder por escrito sin la intervención de entrevistadoras a fin de conservar el anonimato y lograr una mayor sinceridad en las respuestas. Victoria nos informaba también que ese método ya había sido empleado por la prolífera ensayista madrileña María Laffitte de Campos Alange en el texto “¿Qué piensa la mujer?”, editado en 1969. Evidentemente, la escritora de las gafas blancas, seguía con atención los impulsos embestidos por sus pares europeas. De nuevo, su palabra: “La encuesta que llevamos a cabo tiene como propósito investigar  la actitud de la mujer argentina de distintas clases sociales y de distintos grados de cultura, frente a prejuicios milenarios que baten la retirada”[4]. La consigna disparada consistía en profundizar el rol de las mujeres en el mundo con respecto a la búsqueda de respuestas contundentes sobre preguntas simples y, al mismo tiempo, fundamentales.

Entrevistó a 74 residentes en la Ciudad, en el Gran Buenos Aires y en algunas provincias, con una población de jóvenes que oscilaban entre 15 a 35 años. Todas se desempeñaban en actividades diversas, las había profesionales: antropólogas, abogadas, fonoaudiólogas, dietistas, profesoras, maestras, periodistas, asistentes sociales y estudiantes universitarias de disciplinas varias. Tampoco las obreras fueron dejadas de lado junto a un sinnúmero de vendedoras y oficinistas, una cosmetóloga, una modista y un ama de casa. Con sus más y sus menos, algo parecido a eso constituía el universo femenino que la escritora había armado en su cabeza y puesto a rodar en esa edición en concordancia a los cambios que prometía el “Movimiento de Liberación de la Mujer” (MLM) en las principales metrópolis de Estados Unidos, Italia e Inglaterra. Su entrañable amiga, María Rosa Oliver, la acompañó en todo lo que juntas impulsaron.  No por rara coincidencia fue también corresponsal y traductora de escritores destacados. Al mismo tiempo, se convirtió en una escucha valorada por los íconos culturales más selectos de ese allá. A igual que para Victoria, viajar era para Oliver parte de la vida misma. Tanto que la superó en millas y en arrojo de ciertos periplos y pulsaciones políticas. Hacia 1970, visitaba New York como era su costumbre. Sin embargo, ese año estuvo más atenta “a las luchas del Movimiento de Liberación de La Mujer por el reconocimiento a tener cuántos hijos quieran o el de no tener ninguno”, como lo dejó escrito en el artículo “La Salida” publicado este número de Sur.  Oliver detallaba lo presenciado: “Vi una movilización feminista que marchaba por las calles de esa ciudad cosmopolita y hacían gala de un inmenso cartel con el lema “500 dólares el aborto, equivale a su prohibición”[5]. En efecto, ese era el precio tentativo de un aborto en una clínica privada. A veces hasta llegaba a los 1000 dólares. También, saltaba un dato revelador que denunciaba las injusticias en el corte de clase y raza de las mujeres estadounidenses, es decir, el impacto más cruento de la ilegalidad se plasmaba en las negras, portorriqueñas y chicanas. Por ejemplo, dentro de la comunidad puertorriqueña, en el barrio de Harlem, aumentaba el número de muertes por abortos baratos, en condiciones sanitarias deficitarias. Oliver, como gran parte de las feministas de entonces, cuestionaba duramente a las instituciones extranjeras, de origen estadounidense, volcadas a regular la población bajo el suministro de contraceptivos para mitigar el problema demográfico en América Latina[6].

Las investigaciones científicas comprometidas con la pastilla oral no mostraban su descubrimiento como una consecuencia directa de una rebelión sexual predicada, entre otros tantos pensadores, por Wilhelm Reich en su obra onírica La revolución sexual, sino que hubo un interés biopolítico para su desarrollo. De ese modo, surgieron organismos filantrópicos y académicos abocados a cuestiones demográficas que luego incentivaron un movimiento mundial de programas de planificación familiar. Reglamentaban así a poblaciones completas en torno a su tamaño, crecimiento y movimientos con métodos que se difundían a través de dichas asociaciones internacionales y entidades estatales.

En líneas generales, estaban apoyados por los países centrales para las regiones empobrecidas en los continentes ricos en recursos naturales. El clima de recelo con respecto a la pastilla oral prosiguió su rumbo cuando se hizo público que los testeos implementados por los laboratorios norteamericanos se llevaban a cabo con poblaciones pobres del Tercer Mundo y con la comunidad negra en Harlem, Estados Unidos, también[7]. Por ejemplo, las primeras pruebas se centraron sobre la población de mujeres de Puerto Rico, México o Haití[8]. Destacadas voces feministas advirtieron sobre su uso como herramienta de intervención sobre el cuerpo de sus pares. Inclusive, azotó un resquemor a la hora de reivindicar el uso de la píldora oral por más que fuese el primer método contraconceptivo que suministraba una independencia plena a las heterosexuales lejos de la aprobación masculina. Así, al dar su consentimiento pesó más en ellas saber que se empleaban a las mujeres como conejillos de Indias. Si bien el nuevo anticonceptivo encarnaba el símbolo de la liberación a la hora de proporcionar el control de la fecundidad pero también esa potencial libertad, gritaba a los cuatro vientos, se ligaba estrechamente a la condición de raza, clase y etnia de las propias consumidoras.  Entonces al representar una herramienta al servicio del  imperialismo estadounidense, impedía una posible tregua.

En 1963, Juliet Mitchell en su clásica obra Las mujeres: la revolución más larga pronosticó en el mismo instante en que la píldora oral hacía su debut que repetía fielmente la desigualdad sexual de Occidente: “El progreso se llevó a cabo de una manera conservadora y explotadora. Se hace solamente para las mujeres pobres en una aventura en la que intervienen ambos sexos”. Además, recalcaba con firmeza que si bien “la anticoncepción oral está solamente en sus principios, se distribuye de modo inadecuado entre algunas naciones subdesarrollada de Occidente. En Francia y en Italia, la venta de cualquier forma de anticoncepción sigue siendo ilegal[9].

Tópicos novedosos: sexualidad, control de la natalidad y aborto

Los ítems elegidos por la Ocampo fueron los usuales de cualquier sondeo y, más aún, de aquellos que se hicieron a puro olfato casero: trabajo, religión, política, educación, soltería y matrimonio, igualdad con el hombre, imagen de sí misma. No obstante, hubo una excepción las preguntas 51 y 53 en “la sexualidad y los preceptos”,  presentaron el siguiente planteo : 1- En el caso de que una mujer soltera espere un hijo y no pueda casarse ¿Qué solución le parece mejor? y 2- ¿ Cree que las leyes que rigen el control de la natalidad o el aborto deben estar en manos de la Iglesia o de los hombres que gobiernan , o bien de las mujeres -protagonistas de este problema- que sin embargo, hasta ahora no tiene voz ni voto en algo que les concierne por encima de todo?[10]

Ambas interrogantes disparaban un sinnúmero de data para desglosar. Primero, usaba la denominación “control de la natalidad” para nombrar seguramente a los métodos anticonceptivos. Por esos años en Buenos Aires faltaba una difusión más acabada de temas inherentes a las sexualidades, de ahí su sustitución. En cuanto a la práctica abortiva, era ilegal (del mismo modo que en el presente) pero, sin duda, conocida por todas las consultadas sin excepción. Nadie se negó a contestar sobre ello. Segundo, muchas se acreditaban para sí el rol de ciudadanas y justamente por esa condición pedían el derecho también a interrumpir su embarazo. En efecto, el destino de engendrar, como en otras cosas en la vida, puede ser subvertido en la medida en que se deseche esa ocasión como la oportunidad para ser madre. Si nos atenemos al texto, Ocampo concebía “que no tenemos voz ni voto en algo que nos concierne”. En realidad, nos alertaba que todavía esa demanda de carácter individual no se había trasladado en una exigencia política del conjunto de las mujeres. Tal vez al no seguir las enseñanzas del poeta Antonio Machado de “caminante no hay camino, se hace camino al andar”, no se transitó lo suficiente para configurar un “nosotras” destinado a la lucha por el aborto legal. Aunque sin tirar demasiado de la soga, hubo una inclinación de la balanza: el 39 por ciento de las encuestadas consideraban que no proseguir un embarazo quedaba en manos de las mujeres mientras que un 14 por ciento reservaba esa decisión a la pareja. Frente al resultado de los datos obtenidos, Victoria no quedó del todo conforme: “Si bien algunas se inclinan por el aborto, otras tantas no contestan. Sin profundizar demasiado, llama la atención el hecho de que en la realidad ocurra precisamente lo contrario”. Y sostuvo que “las estadísticas disponibles acerca del aborto clandestino, con sus cifras abultadísimas, corroboran nuestras palabras.” Por lo pronto, su información partía de la realidad local pero sin aportar mayores puntas para un rastreo de las fuentes invocadas que permitiese localizar esos registros.

Ahora bien, Victoria en dirección a lo forjado por el ideario feminista de otras latitudes, en especial el anglosajón, proponía a igual que sus pares argentinas, la despenalización del aborto. Conforme al consenso de época, también se planteaba que fuese libre y gratuito, asemejándose con ese lema al que descollaba en Europa y Estados Unidos[11].

Al recopilar las declaraciones y documentos del movimiento feminista local asomaban otros modos enunciativos de la temática en cuestión: libre elección de la maternidad; aborto legal y terapéutico; legalidad del aborto sin discriminación del estado civil; derogación de la penalidad del aborto; derecho a decidir la maternidad; poner fin a la clandestinidad del aborto que hace peligrar la salud y la vida de las mujeres. Por ese entonces, no resultaba un tema controversial tal como en el presente, por consiguiente, su fórmula era llana sin un discurso específico en cuanto a contenidos teóricos y estadísticos que permitiese presentarlo a la altura de un debate político. Tanto fue así que las activistas a la hora de ser consultadas por los medios gráficos en relación a sus demandas, lo incorporaban al listado de reivindicaciones sin censura alguna. Por cierto,  algunas de ellas carecían de reparos en reclamar públicamente el derecho al aborto y en paralelo el periodismo no ejercía censura en preguntar. Por caso, no deja de sorprender que publicaciones de tiraje masivo, muchas orientadas al universo de las mujeres, y otras de signo político vinculadas al mundo y sus alrededores, interpelaran a nuestras entrevistadas en relación a la ilegalidad del aborto.

Pero volvamos al sondeo de opinión a cargo de la revista Sur, a diferencia de la práctica abortiva acá sí había respuestas unánimes acerca de la necesidad de una educación sexual. De ahí que su optimismo la autorizaba a proyectar lo siguiente: “No es aventurado entonces formular la hipótesis, a la vez una expresión de deseo, de que las hijas de las encuestadas, correctamente guiadas e informadas, tal vez logren vivir y asumir un modo más adulto y libre de tensiones su sexualidad”.

En cuanto a la posibilidad de las relaciones prematrimoniales sucedió algo parecido. Esta autora narra: “Despierta resistencias importantes. Por ello, un grupo considerable, las más temerosas, se niega a responder. La mitad de las consultadas insiste en las dificultades que implica la conservación de la virginidad.” Esta última afirmación, de inmediato, dispara más de un interrogante: ¿dónde quedó la revolución sexual?; o ¿su presentación de gala fue: Si se contestó este sondeo en forma anónima, ¿qué cosas se pusieron en juego por parte de las entrevistadas para no confesar que su virginidad se había perdido en el camino?

No cabe duda que para Victoria incurrir en cuestiones de un filo tenso, era parte del dominio de la escena en su totalidad. En esta consulta asomaban otros puntos predominantes como picos de un iceberg: matrimonio como ideal de realización femenina; fidelidad conyugal y experiencias sexuales.

Yo aborto, tú abortas

En el capítulo siguiente las mismas preguntas que fueron hechas a mujeres anónimas ahora estaban dirigidas a figuras con una trayectoria pública y conocidas en los cenáculos y tertulias porteñas por ser escritoras, actrices, periodistas, científicas, pintoras, profesoras y cineastas, es decir, celebridades escapadas del severo tutelaje patriarcal. En un redondeo de cifras, Ocampo conquistó 49 respuestas, un récord para la época. Las elegidas fueron las excepcionales que brillaban por su propio colorido y por su voz en alza. Sin desvalorizar el conjunto de las opiniones, nuevamente se volverá sobre las dos demandas claves en torno al control de la natalidad y el aborto. La escritora Mirta Arlt expresó: “Las leyes deben estar en manos de quienes manifiestan probada capacidad para no considerar a la mujer como la incubadora primera y más funcional de la humanidad.” Mientras la psicóloga Eva Giberti dijo: “Estimo que ninguna religión debe intervenir en leyes de esta naturaleza. Pero no creo que las mujeres no hayan tenido ni voz ni voto: son ellas quienes se someten al aborto y son sus actoras principales. Tenemos el derecho a decidir acerca de los abortos aunque estemos limitadas por imposiciones sociales, culturales y legales. También tenemos derecho a recibir asistencia profesional responsable legal sin necesidad de recurrir a maniobras peligrosas. Pero antes que ello tenemos derecho a ser preparadas, informadas acerca de la anticoncepción”. En cuanto a la novelista Beatriz Guido consideraba que “El aborto es una decisión de la mujer con una regularización del Estado”. Por su parte, la fundadora del Movimiento Feminista en 1906, Alicia Moreau, declaraba lo siguiente: “El aborto es una consecuencia no querida, no ha habido cálculo previo. La mujer lo elige porque no está dispuesta a asumir todas las responsabilidades, limitaciones y compromisos que significa un hijo. No creo que la ley pueda aceptar el rechazo de una  responsabilidad de esa índole”. En la dirección trazada, la escritora Marta Lynch proponía: “Hasta ese momento y después, de todas maneras, el aborto debe dejar de ser tabú para entrar en la categoría de una operación quirúrgica más, tanto más simple cuanto más francamente se la encare. Nadie se espanta cuando el jardinero troncha yema y ramas para que la planta crezca mejor.” Y entre tanto, Alejandra Pizarnik con su musa poética resolvía la cuestión de esta manera: “Esta pregunta hace referencia a un estado de cosas absurdo. Cada uno es dueño de su propio cuerpo, cada uno lo controla como quiere y como puede. Es el demonio de las bajas prohibiciones quien, amparándose en mentiras morales, ha puesto en manos gubernamentales o eclesiásticas las leyes que rigen el aborto. Esas leyes son inmorales, dueñas de una crueldad inaudita”. En simultáneo, Leda Valladares, musicóloga experimentada en tradiciones norteñas argentinas, plantó bandera: “Teólogos y juristas deberían recordar que la dueña del problema del aborto es la mujer. Las leyes al respecto debieran sancionarlas mujeres del derecho.” Segura de su respuesta, la actriz Soledad Silveyra entendía “que en la sociedad moderna hacia la cual avanzamos la mujer va a lograr iguales derechos que el hombre. Considero que la mujer no sólo debe tener voz y voto en el caso del aborto sino en todos los problemas que tenga una sociedad.” Por último, María Luisa Bemberg, cineasta feminista y fundadora de UFA, sorprende por su tono de sotana devota: “La mujer no tiene voz ni voto en algo que le concierne vitalmente por su propia culpa, por su milenaria mansedumbre y pasividad. La mujer se siente inferior al hombre y prefiere que sea él quien mande en su casa y en el mundo”.

Si bien estos testimonios no tenían una intención precisa en salir a defender en público el derecho al aborto legal o demandar su despenalización, igualmente podrían ser enlazados con las históricas campañas feministas llevadas a cabo bajo el pronunciamiento del “Yo aborté” por esos años, en Estados Unidos, Francia, Bélgica, Inglaterra e Italia. Seguro que ninguna de las entrevistadas intentaba visibilizar la práctica abortiva mediante la confesión de su propia experiencia personal. Pese a ello, se vislumbra en estos dichos una suerte de desahogo al sentar posición ante la oportunidad brindada por una ocasión  tan coyuntural como ser consultadas por la revista Sur.

Por último, otro dato revelador, sabroso y oportuno, consistió en que este sondeo de opinión permitió adquirir una visión más aproximada de cómo se vivía la vida cotidiana y cultural porteña así como, de cuáles eran los ideales libertarios femeninos. Además, evidenció las condiciones de sometimiento por parte de las mujeres tanto a nivel social como religioso. Si bien como muestra, tal como dice el dicho, solo basta un botón, lo cierto es que no ha sido interés de Ocampo representar por unanimidad a todas las mujeres. Victoria, solo queda decirte “Chapeau.”

 

[1]Binns, Niall (2012). Argentina y la guerra civil española. La voz de los intelectuales, Madrid: Calumbur,

[2] Macciuci, Raquel (2004). “La Guerra civil española en la revista Sur”, Sociohistórica, nº 15-16, Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, p.35.

[3] Sur, (1971) “La Mujer”, nº 326, 327, 328, Buenos Aires: SUR,p.5.

[4] Ibídem, p.172.

[5] Oliver, María Rosa (1971). “La Salida”, “La Mujer”, nº 326, 327, 328, Buenos Aires: SUR,p.118.

[6] Ibídem,p.126.

[7] Felletti, Karina (2010).La revolución de la píldora. Sexualidad y política en los sesenta, Buenos Aires: Edhasa, p.45.

[8] https://www.pagina12.com.ar/diario/dialogos/21-145801-2010-05-17.html

[9] Mitchell, Juliet  (1970): “Las mujeres: la revolución más larga” en Margaret Randall (comp.) Las Mujeres, México: Siglo XXI, p. 122.

[10] Sur, (1971) “La Mujer”,Ibídem, p.173.

[11] Bellucci, Mabel (2008). Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo, Buenos Aires: Capital Intelectual,p.120.