Yo viví con la proximidad de los hocicos

En los juzgados, en las fiscalías, en los pasillos judiciales hay un desgaste que te descascara la piel. Se suma a la banalidad de los eslóganes de campaña, que ya no son esperanzadores. La escritora Belén Zavallo desmenuza el dolor y la impotencia luego de que un abuso grupal es parte de la experiencia de seres queridos.

Hace tres días vino a casa E. La conocí en mi taller de escritura, sentimos siempre una afinidad que crecía solo en esas dos horas de los martes. Tenemos con E. un apellido muy similar, una letra hacia el final que nos dice que no somos familia. O que podríamos haber sido una parte de algo, como las lenguas latinas que se deforman y degeneran. Hablo de ella porque enfocarnos en otras es también abrir nuestra historia. E. me pidió dos ejemplares más de mi novela y, asomada yo desde mi puerta y ella en la vereda, me contó de su hija que también se llama como la mía, de un abuso grupal, de un año entero en silencio, de la culpa de la madre, de los miedos, del eco en otras voces.

Yo escribo literatura porque creo que ahí la verdad es más potente.

En los juzgados, en las fiscalías, en los pasillos judiciales hay un desgaste que te descascara la piel. Una vez una fiscal de género me enterró los ojos en la cara y dijo que las mujeres producimos semen, que por eso el médico forense lo había encontrado en esa bombacha. Esa bombacha con sangre que junté un día y llevé adentro de mi mochila. Atornillada junto a un dolor intransitable.

Muchos medios quisieron hablar de manada, de animales, de las seis bestias en el auto en Palermo. Yo que he vivido con la proximidad de los hocicos, sé que esos varones son humanos perversos. Que se sostienen en quienes prefieren llamarlos enfermos, drogadictos o cualquier disfraz que les maquille la cara. Sé también que son más reales fuera de la literatura, aunque sean esos cuerpos los que me acorralen cuando escribo.

Las mujeres nos pedimos mucho a las mujeres. Que hablemos por las otras, que perdonemos, que seamos buenas feministas. Yo hoy estoy tan agotada que lo único que quiero es que exprimamos a la justicia, que haya en los discursos políticos mucho más que slogans esperanzadores. Yo que doy clases, no creo que la educación sea el único instrumento. No me manden de nuevo a lavar los platos y a hacer dormir temprano a mis nenas. Yo quiero ser la que pueda gritar lo que nos hace falta, cuando a otra chica dejan sin voz.