Este es el momento más intenso de la historia contemporánea de Chile. Durante los últimos dos años, ser chilena ha significado vivir entre la frustración y la euforia en la cotidianeidad de las cosas. Por momentos, vivir en Chile obliga a participar de una extraña y conmovedora epopeya, y por otros, de una dolorosísima postal que pasará a la historia por la violencia y la impunidad de la institucionalidad.
Después del inicio de un movimiento social multitudinario e inédito en 2019, y de un 2020 donde se decidió -con elecciones masivas y en plena pandemia- escribir una nueva Constitución a través de un órgano paritario, este domingo 21 de noviembre la ciudadanía chilena acudió nuevamente a las urnas para elegir a su próximo presidente o presidenta, además de senadores(as), diputados(as) y consejeros(as) regionales.
“Quien se instale hoy será parte de un gobierno de transición. Tendrá que tener en cuenta cómo se implementará la nueva Constitución”, dijo Elisa Loncon, la presidenta de la Convención Constitucional, al comienzo del día. Estas elecciones se viven con gran expectativa en Chile, pues quien salga electo efectivamente tendrá que acompañar este proceso histórico y hacerse cargo de la nueva mirada integral del país que proponga la nueva Carta Magna escrita por un órgano popular. Es, además, un momento histórico con varias particularidades: los partidos tradicionales, siempre muy bien cohesionados, parecen estar de salida (castigados una y otra vez en las urnas por la ciudadanía), el movimiento social puso en la mesa demandas que siempre fueron postergadas pero que hoy son urgentes, omnipresentes en la discusión pública, la generación del 2011, que marchó por la educación, hoy es parte de la vida política, mientras, en el mundo y en la región, las derechas radicales avanzan. También hay que hacerse cargo de una realidad: el estallido social, con toda su masividad y su explosividad, no necesariamente se ve masivamente reflejado en las urnas.
Por eso, en un escenario cambiante, lo que se mantuvo intacto en estas elecciones fue la imprevisibilidad y la extrema dificultad para leer la actualidad, aun para los expertos. Las elecciones primarias que en julio elevaron a Gabriel Boric y a Sebastián Sichel como los representantes de sus respectivos sectores, fueron una sorpresa tal que pusieron las miradas de los analistas, por un lado, en las encuestas -cuyas metodologías, su efectividad y su utilidad para la comunidad están hoy en entredicho- y por otro, en el incierto comportamiento electoral que caracteriza a la ciudadanía chilena actualmente. Según el Centro de Estudios Públicos (CEP), si de algo valen aún estos estudios, a poco tiempo de las elecciones, menos de la mitad de los chilenos tenía clara su preferencia, en un país con voto voluntario y una gran abstención, que en estas elecciones tuvo un 47% de participación.
Pero más que solo culpar a la confusión y la imprevisibilidad, lo que dejó esta elección es una encrucijada, un llamado de atención, porque en el mismo país donde un 80% de la ciudadanía, cifra histórica, salió a votar en masa el año pasado para cambiar la Constitución de la dictadura, este domingo, la extrema derecha se impuso en las urnas.
La elección se inclinó con un 25,8% por Gabriel Boric, joven de 35 años, ex líder estudiantil, parte del Frente Amplio, la coalición de izquierda progresista nacida de las protestas universitarias de principios de siglo. Y por otro lado con -un bastante más holgado de lo que se esperaba- 27,9%, por José Antonio Kast, el candidato de la extrema derecha bolsonarista, que entre otras cosas propuso cavar una zanja en la frontera chilena para controlar la migración. Ninguno de ellos obtuvo el 50% + 1 necesario para hacerse de la presidencia en la primera vuelta, por ello ambos irán a una segunda pactada para el 19 de diciembre de este mismo año.
Otra de las extrañas sorpresas de estas elecciones fue el tercer lugar obtenido por Franco Parisi, cuyo porcentaje podría resultar decisivo en la segunda vuelta. El empresario liberal con residencia en Estados Unidos no puso un pie en Chile para su campaña, ni siquiera para ir a votar, y aun así se hizo con un 12,8% de aprobación, todo en medio de un público y millonario juicio por pensión alimenticia. El ex ministro de Piñera, Sebastián Sichel, obtuvo un 12,7% y los siguientes lugares se disiparon en los representantes de la vieja izquierda, que no participó de las primarias y que nunca pudo ponerse de acuerdo para elevar a un solo candidato: Yasna Provoste, de la Democracia Cristiana, ex ministra de Michelle Bachelet, obtuvo un 11,6%, Marco Enriquez Ominami, fundador del Partido Progresista 7,6%, y Eduardo Artés, profesor y representante la izquierda radical, un 1,4%.
En el Congreso, los resultados no fueron mucho más prometedores: el partido de la derecha oficialista Chile Podemos+ se hizo de la primera minoría con 24 bancas en el senado y 53 en diputados. Pero no todo son malas noticias, pues también hubo algunas adhesiones interesantes herederas del movimiento social: Fabiola Campillai -independiente y sin lista- la mujer trabajadora que quedó ciega por un ataque de la policía durante las protestas se convirtió en la candidata más votada en la Región Metropolitana, y ganó holgadamente un lugar en el senado. Por otro lado, Emilia Schneider, de 25 años, parte del partido de izquierda Comunes, se convirtió en la primera diputada trans en la historia de Chile.
Otra de las aristas que marcaron estas elecciones fueron los aires de leve decepción, pues hace pocos días el Senado de Chile rechazó una posible Acusación Constitucional en contra de Sebastián Piñera, a quien le quedan poco más de 100 días de mandato. No se consiguieron los 29 votos necesarios para llevar a cabo el proceso con el que se buscaba su destitución por las supuestas irregularidades en la compra de tierras que reveló Pandora Papers, aun después de una maratónica empresa que empezó en la Cámara Diputados con una intervención de 15 horas y un escrito de 1300 hojas presentado por el socialista Jaime Naranjo. Y no está demás decir que el ambiente continúa muy tenso: el Estado de excepción en la Araucanía decretado por Piñera para “contener” el conflicto Mapuche ha sido dos veces prorrogado y la situación en el mismo días de las elecciones tuvo ciertas irregularidades aún no explicadas por el Servicio Electoral de Chile (Servel): debido a las largas filas, y cierta desorganización por los protocolos covid, muchos votantes denunciaron que no pudieron entrar a las urnas, después de que los locales de votación se cerraran, a pesar de que la ley dice que pueden cerrar solo si no hay personas esperando.
Estas elecciones llegan después de 16 años y cuatro periodos en los que la presidencia se intercaló entre Sebastián Piñera y Michelle Bachelet, o, lo que el análisis internacional generalmente llama un ping-pong entre la centro derecha y la centro izquierda. Estos son en realidad los nombres que se le otorgan puertas afuera a una derecha neoliberal bastante áspera, que nunca dejó de gobernar con colaboradores históricos de Augusto Pinochet, y a una izquierda que es la última resaca de los herederos de la post dictadura y que nunca pudo, o quiso, o logró cambiar el modelo en profundidad. En definitiva, ninguno de los partidos tradicionales va a disputar esta vez la presidencia en segunda vuelta, sin embargo, ninguno de los candidatos en carrera constituye tampoco una fuerza política lo suficientemente poderosa para albergar certezas sobre el resultado del próximo 19. Por ahora, prácticamente todo es incertidumbre. Después de la segunda vuelta, las miras estarán puestas 100% en la Convención Constitucional que el próximo año tendrá que presentar la nueva Carta Magna, pero que solo quedará establecida en Chile después de un plebiscito de salida.