Cristina es el límite: impresiones sobre la política feminista

¿Por qué las organizaciones feministas ya no tienen una voz altisonante? La pregunta nos revuelve la panza cuando el escenario político local lleva dos años de tensión en ascenso y cuando, desde la acusación del fiscal Luciani contra la Vicepresidenta, cada gramo de capital político puede inclinar la balanza para el beneficio o el perjuicio de los sectores populares, para el beneficio o el perjuicio del capital concentrado. ¿Qué es lo que pasa que el feminismo autopercibido actor social antineoliberal, popular, anticapitalista, no proyecta una voz pública propia y disonante en defensa de Cristina? Ocho impresiones caóticas para pensar el problema. Escribe Agustina Frontera.

Una pregunta nos inquieta: ¿por qué las organizaciones feministas ya no tienen una voz altisonante? La pregunta nos revuelve la panza cuando el escenario político local lleva dos años de tensión en ascenso y cuando, desde la acusación del fiscal Luciani contra la Vicepresidenta, cada gramo de capital político puede inclinar la balanza para el beneficio o el perjuicio de los sectores populares, para el beneficio o el perjuicio del capital concentrado. Si esto es tan así, ¿qué es lo que pasa que el feminismo autopercibido actor social antineoliberal, popular, anticapitalista, no proyecta una voz pública propia, disonante? 

Primera impresión. No todxs lxs feministas estamos de acuerdo con esta hipótesis: que estamos en un momento liminal y que la figura de Cristina representa una historia y una potencia de transformaciones populares. Que Cristina condensa en su persona, en un escenario de derechización, el proyecto lo más a la izquierda posible con chances de llevar a la realidad una transformación hacia mayores niveles de justicia social. Si hubiera consenso feminista en relación esta hipótesis, quizás el feminismo fantaseando unidad, es decir actuando unidad para creerse la unidad, habría convocado a Juncal y Uruguay. Pero nuestro sueño de la unidad feminista, más aun, nuestro sueño del feminismo político como actor antineoliberal, no digamos tanto, como apenas un actor político con conciencia de su lugar en el escenario político general, viene evaporándose hace algunos años, dando lugar a una vigilia dolorosa: el feminismo masivo es antipopular y, quizás, antipolítica. 

Segunda impresión. Juncal y Uruguay es una oportunidad para retomar el hilo de demostraciones públicas feministas que quedó trunco luego de la legalización del aborto en 2020. El aborto fue un aglutinador de la lucha feminista como lo fue la violencia machista. Luego de 2020, los esfuerzos por construir un motivo común o de las mayorías no fueron suficientes para amalgamar los feminismos dispersos. Ni el ecofeminismo (ambientalismo) que lee en la matriz productiva una afrenta a la diversidad de vidas. Ni el feminismo popular enfocado en los cuidados y el papel de las mujeres en el sostenimiento de la vida durante la pandemia. Ni las lecturas que trasladan el paradigma de las violencias a la financiarización que endeuda y victimiza a la población, con las mujeres como principales perjudicadas del modelo neoliberal. Ni el feminismo crítico enfocado en la reforma judicial y los problemas de la administración de justicia. Podríamos seguir enumerando: en todos los casos se trata de proyectos feministas fuertes, basados en posiciones teóricas críticas, con arraigo en prácticas políticas concretas, con suficiente caudal de circulación discursiva. Pero ninguno de estos proyectos logró unificar a los feminismos. No se logró una hegemonía que permitiera flashear un poder de transformación tal que nos motivara a embanderarnos todes a la vez: como fue el aborto, como fue NUM. Esta falta de proyecto común viene horadando el capital feminista. Con las cosas así, no es sorpresa que no formemos parte de la discusión social. Por más urgente e importante que nos parezca a muches la persecución política contra el kirchnerismo, la contraofensiva de la derecha desbocada. Estamos dispersas y eso que supo ser un truco a favor del movimiento, hoy es una debilidad probada.

Tercera impresión. Cristina es el límite. La defensa de la dirigenta política que es objeto del ensañamiento de los poderes restauradores de los tiempos pre kirchneristas (o incluso pre peronistas) es una oportunidad para volver a ligar los asuntos de la crítica política feminista con los asuntos de la crítica política popular. Pero para muchas feministas Cristina es indefendible. Un sujeto ying yang que se lo desea y se lo repele en partes iguales, un centro de atracción al que hay que resistirse para no correr el riesgo de ser vista como “partidaria”, “vendida”, “cuántos sobres te dieron”. Un límite que algunos referentes de la izquierda tradicional se animan a cruzar —Myriam Bregman la desobediente del odio antiperonista más destacada—. Cristina es un límite para las feministas filo izquierdistas porque es rica, porque en todo su gobierno cajoneó el aborto, porque se (dice que se) enriqueció de forma ilícita, porque es católica, porque se sienta con todos, porque ni cuidado tiene en decir que el capitalismo es el sistema más eficiente e integra un frente que ajusta, que explota el territorio, que reprime a obreros que no son propios. Un largo etcétera. Entre todos los motivos, quizás sea su fortuna y los cuestionamientos que recaen sobre el modo en que la forjó la principal causa de extrañeza que produce Cristina para las feministas de izquierda. Incluso es más difícil de entender su liderazgo popular a medida que nos alejamos del país: la mirada de feministas latinoamericanas sobre su figura está totalmente atravesada por la publicidad que se hace de los hechos de corrupción vinculados a su gobierno. Un argumento que podría invalidar su liderazgo si no fuera porque la política, todo el sistema político, está financiada con capitales de los que se difumina intencionalmente la procedencia. Ocurre en Argentina, ocurre en Estados Unidos. La patria contratista no la inventó el kirchnerismo. La riqueza de Cristina, decíamos, es un límite para el feminismo de izquierda y algunas feministas de derechas dirán que para ellas también es un escándalo. Pero toda vez que no se escandalizan ni por la fortuna de los Macri construida con obra pública discrecional ni por la de la familia Bullrich construida con fusil y alambrado, ese argumento buenista se cae por su propio peso. Cristina es un límite para las feministas filo derechistas porque Cristina es peronista. Y punto. Pero también Cristina es un límite en otro sentido. No como aquello que detiene la acción sino como aquello que la comienza. Si estábamos todos perdidos en la neurosis de las encuestas que miden a quién le conviene si marchamos o no, si no habíamos decididx qué volumen darle a las críticas a un gobierno que mal que mal tuvimos que votar porque lo otro era entregar cualquier posibilidad de justicia social, si estábamos usufructuando aun la pandemia como justificación del quietismo, Cristina es un límite, pudo serlo, puede serlo. Es hora de salir. Pero el feminismo, como movimiento, ni se enteró. ¿Acaso el movimiento es hoy homogéneamente antiperonista o antipopulista? ¿lo es por derecha o por izquierda?

Cuarta impresión. La relación entre el movimiento feminista y la política está formada de nudos. La relación del feminismo letrado con la política institucional es un nudo. La relación del movimiento feminista de masas con el campo popular es otro nudo: el cruce virtuoso y a veces no etiquetado como feminista entre las organizaciones barriales de cuidados comunitarios y las organizaciones políticas es un pacto callado del que poco se habla, salvo en la prensa especializada. Otro nudo: las feministas políticas dentro de las organizaciones políticas-partidarias, ellas y ellxs sí estaban en las vallas, con carteles “Todas con Cristina”, con la remera de su organización empujando el camión hidrante, como manifestantes sueltas con expertise en el callejeo engrosando el cuerpo múltiple amontonado. Como estas prácticas particulares, otros nudos (concepto que le robamos a Julieta Kirkwood) hacen a lo que se llama la política feminista. Este es el término que nos preocupa hoy: ¿qué es la política feminista hoy? ¿Es la suma de estos tres nudos que mencioné recién? ¿Es más que la suma de sus partes? La hipótesis por la cual el nudo del feminismo institucional fue el cable a tierra por donde se fugaron todas nuestras energías en los últimos años y por eso “nos achanchamos” es atendible, pero insuficiente. Hay institucionalidad feminista desde la transición democrática y eso no atemperó el feminismo callejero. Va a venir el retruco citando la oenegización y las femócratas de género de los 90, ¿en serio creemos que si el feminismo no movilizó en esos años es porque había ONGs de género (muy pocas, además) o funcionarias y legisladoras feministas? Démonos la chance de la humildad: el feminismo no juega solo, hay flujos contextuales que lo exceden y lo condicionan. Lo mismo hoy: explicar la desmovilización porque hay ministerios de géneros deja afuera del problema la autonomía del movimiento, tan añeja como el feminismo institucional. Dicho sea de paso, estas posiciones nunca fueron posiciones fijas en una cinchada, las filtraciones entre partidos, organizaciones, Estado, movimiento son un aspecto muy propio del feminismo, rasgo que además comparte con otros actores del campo popular.

Quinta impresión. Si el feminismo logró devenir un movimiento de masas es porque logró articular en una cadena equivalencial las demandas de diversos sectores sociales con los que se comparten objetivos. La unidad en la diversidad. Las alianzas insólitas. El pacto antineoliberal. Un feminismo ¿populista? logró un salto a la masividad especialmente entre 2015 y 2019. ¿Por qué no es posible hoy una base mínima de acuerdo? ¿Por qué ninguna consigna, siquiera una consigna, logra sacarnos el OK al unísono? Nadie sale ileso de una articulación populista, dice Malena Nijensohn en La razón feminista, ¿será que ningún sector está dispuesto ya a correr ese riesgo? ¿Será que el feminismo de la Capital (Ni Una Menos es su máxima expresión), que tan bien supo soldar las partes dispersas, ya no es un actor con el que valga la pena articular puesto que no garantiza ganancia ni masividad y, en cambio, promete la dilución del peso específico? El proceso asambleario aparece repelido desde dos posiciones: una posición antipolítica y una posición sectaria. Por posición antipolítica me refiero a las feministas que rechazan el salto del feminismo victimista al feminismo político, y que puede leerse en los comentarios al post de Ni Una Menos en apoyo a CFK, por ejemplo: “apoyar a Cristina es una falta de respeto a las víctimas de violencia machista”, “triste cuando mezclan todo”, “llámense ni una menos kirchnerista”, “no manchen esta causa con política”. Cientos y cientos de comentaristas que quizás hayan marchado en cada fecha que convocó Ni Una Menos contra la violencia machista, ¿qué peso tienen estas cientos de personas en la masa que dio poder al movimiento? No lo sabemos. Por otro lado, el rechazo a la articulación política (¿populista?) feminista aparece desde organizaciones que formaron parte del proceso que lideró Ni Una Menos pero que ya no están dispuestas a ceder el protagonismo de sus causas. Agrupaciones de izquierda, de indígenas, de madres, de víctimas, sindicales, culturales, de diversidad y disidencia sexual. El reto, dice Emmanuel Theumer, es la coalición (una frase que María Pia López menciona en Quipu), y en los últimos años este es el reto que no pareciera que estamos dispuestxs a tomar, “insistir en la coalición”.

Sexta impresión. “Cristina Fernández”. Algunas organizaciones prefieren nombrarla sin su apellido de casada. Un gesto pretendidamente feminista que tiene un efecto paradojal. Al querer valorarla como individua, sin su nombre conyugal (herencia de unas prácticas patriarcales sobre los nombres) se diluye su peso político. Cristina Fernández de Kirchner es una figura compleja. Ya dijimos, liminar. ¿Repudiar su hostigamiento es volverse soldada de Perón? El odio a la militancia popular es pacientemente construido desde los medios corporativos, ¿podremos ser las feministas también blanco de esta operación? Eso explicaría el rechazo de muchas de nosotras a quedar asociadas a la etiqueta “peronista”. El miedo a ser vista como peronista, me dijo una amiga, es no solo clasista, también es racista. Pero tampoco es que debamos ir por una subsunción del feminismo en el peronismo, ¿será que dudar públicamente de la legalidad de las estrategias arteras del macrismo nos convierte en militantes de un partido y, por lo tanto, menos feministas? Este ya era un problema para las feministas puras de los 70, para las que si se militaba en un partido u organización política, esas opiniones debían quedar fuera de las reuniones de las orgas autónomas. Un feminismo que sueña ser autónomo y que el mismo movimiento construyó: “no mezclen todo, el feminismo es ayudar a las mujeres víctimas, no a las chorras”. Comentarios y abandonos del feminismo: si esto es el feminismo yo me voy, ¿cuántas veces hemos ya escuchado estas amenazas en voces de los más disímiles? Una fantasía de pureza, de sustancialidad, sigue sacudiendo el sueño feminista.

¿Qué pasaría si nos espabilamos de ese verso? Convocar, junto con otros sectores del amplio campo popular, una defensa de los horizontes de izquierda (por más mezquinos que nos parezcan, desesperan a los poderes reales) sería continuar con aquello de un feminismo para todo el mundo, del 99%, un feminismo popular. ¿Pero acaso Cristina representa eso, volvemos a preguntar, y estamos de acuerdo con esto? No. No hay acuerdo. Pero, además, preguntamos, ¿es compatible militar contra el ajuste que está llevando adelante este gobierno y a su vez defender a su Vicepresidenta sin que eso signifique darle apoyo a Alberto y a Massa, hacedores del ajuste? A tal punto encontramos en Cristina una liminalidad, una paradoja, que en sus intervenciones públicas por momentos se presenta como un otro respecto al Frente que gobierna. Incluso esta exterioridad es explícita en los cantos de lxs manifestantes que suenan en loop (hace años) en la vereda de su edificio: “a volver, a volver, vamos a volver”. ¿Acaso no habían vuelto ya?

Séptima impresión. Los que persiguen a Cristina no dudarán en eliminar uno a uno los derechos que ganamos las, los y les feministas durante el siglo XXI. Todo el terreno ganado puede perderse en un abrir y cerrar de ojos de la historia. No hace falta que demos ejemplos. Los que persiguen al movimiento nacional y popular ya dieron suficientes muestras de racismo y clasismo como para que como feministas no acordemos en estar explícitamente en contra de ellos y cada uno de sus intentos de allanarse el camino. No es porque Cristina sea mujer que es coherente apoyarla desde el feminismo. Sino porque la afrenta contra ella es una afrenta contra aquello que en coincidencia nosotres imaginamos como atributos de unas vidas más dignas para el pueblo (o la ciudadanía). Cristina no somos todas, eso es falso de toda falsedad, la cantidad de privilegios que la atraviesan alejan de ella a las grandes mayorías. Sin embargo, su voz continúa representando el canal por donde se puede llegar a filtrar algo de la voz del pueblo. 

Octava y última. El pueblo feminista (como lo llama Graciela Di Marco), debe discutir su política, debe discutir qué hacer con su poder y debe discutir qué hacer una vez que se es gobierno. Quizás ir a Recoleta a favor y en contra, presionando sin cancelar, acompañando sin monumentalizar. Un cartel que diga: Cristina, vas a contramano. Necesitamos una teoría feminista, como dice Nelly Richard, para volver inteligibles las estructuras -materiales y simbólicas- de cómo se articula la ideología sexual dominante. Porque es mentira que el pensamiento táctico es de los otros. Una teoría política feminista que nos vuelva a situar a la izquierda, que vuelva a darnos horizontes revolucionarios en un mundo sin grandes sueños. Quizás volver a colocar el feminismo a la izquierda (de la vida de derecha que hoy habitamos) nos haga perder amigas, las amigas que hicieron viral el Girl power, pero en el camino cuántas de ellas y cuántas compañeras a las que nadie les habla se sentirán por primera vez invitadas a la política. Pero cuántas compañeras ganaremos que no se reconocen feministas y quizás nunca lo hagan. Necesitamos política (teoría y práctica) feminista para no volver al nicho, porque sin pensarnos políticas seguiremos volátiles y dispersas, atadas a la suerte de una consigna, a que el flyer la pegue. Y si la pega, no sabremos qué hacer con eso. Otra vez.