Denuncia a Alberto: ¿y si las feministas lo usamos a él?

Rápido sale el latiguillo de que fuimos usadas, somos víctimas de un macho más. Pero, ¿y si entramos en el Estado para garantizarnos derechos aún cuando no estábamos enamoradas? Agustina Paz Frontera se hace y contesta esa pregunta.

El expresidente Alberto Fernández fue denunciado por violencia de género. El presidente que hizo de la causa de la desigualdad de género una de sus banderas en un momento en el que el feminismo era una fuerza política omnipresente. En las primeras horas de conocida la noticia comenzaron las interpretaciones sobre la hipocresía de Fernández y, junto con ella, la de todo el peronismo, y la utilización electoral del movimiento feminista y de la diversidad por alguien que, aparentemente, en su vida íntima poco respeto tenía por estos principios.

Debajo de la discusión lo que late es un cuestionamiento a la política feminista como política de gobierno. Debajo late la contienda global que sacude al mundo: qué rol juega el Estado y las políticas públicas en la democracia sustantiva, la justicia social y la defensa de la vida. Debajo está el cuestionamiento al progresismo dentro del peronismo, de las agendas blandas y el sobregiro feminista que habría traído hasta la puerta de Balcarce 50 a los muchachos de la serpiente en la remera.

Alberto nos usó, Alberto psicópata. Hemos sido engañadas por un encantador flautista de Hamelin, Alberto le hizo a las feministas el cuento del tío. Es muy curioso, pero nada exótico, que la lectura espontánea de referentes de todo fuste sea que el feminismo y las feministas somos víctimas timadas, que no tenemos agencia. Pregunto: ¿y si no es que Alberto nos usó sino que nosotras/os/es lo usamos a él?

Asumimos que somos el eslabón débil y manipulable, que los estrategas son los otros. El movimiento feminista, señalado a veces como enemigo predilecto de la derecha radical, a veces como víctima colectiva de una despiadada confabulación fascista, ahora comienza a creerse a sí mismo no solo como culpable y víctima, también como inocente e ingenuo.

¿Y si pensamos que hubo feministas que consideraron que asumir la gestión pública de la mano de un gobierno peronista como el de Alberto era una táctica oportuna en un momento de inesperada expansión del movimiento?

¿Qué tal si la ecuación fue: te presto este capital político y vos me das leyes, la posibilidad de proyectar conversaciones y ravioles en todos lados? En 2023 existían más de setenta unidades especializadas en género y diversidad sólo en la administración pública nacional, la mayoría de las cuales fueron creadas después de diciembre de 2019 (Fuente: Fundar).

Pensar que fuimos usadas por Alberto y no que quisimos, positivamente, hacer ese trueque, se da de bruces con la idea de que fue el feminismo de Alberto el que le quitó potencia transformadora al gobierno nacional y popular. Es todo lo contrario, fue el feminismo el que le dio carnadura nacional y popular a un proyecto errático y algo confuso como el que propuso el peronismo desde 2019 hasta ahora. Son los mismos que dicen que el feminismo llenó de humo progresista la Casa Rosada los que dicen que Alberto es el mal macho encarnado, ¿y si el humo no venía, precisamente, del feminismo? 

También han aparecido lecturas que señalan como logros y éxitos de los feminismos diversas variantes de punitivismo. No es un logro del feminismo meter presa gente. No es un éxito del feminismo que una persona sea públicamente compulsada a denunciar. No es un logro del feminismo que un individuo sea señalado como portador de todos los males, como si el patriarcado no fuera un mundo total en el que todos habitamos. 

Alberto es un forro, pero solo para quienes se habían ilusionado es una desilusión. Hay feministas políticas para las que la política es eso, política. Luego, si en un futuro no muy lejano aspiramos a que la política y los políticos dejen de ser unas máquinas de turbiedad y humo, es otra cosa. Las feministas, como todos, hacen política en un mundo realmente existente y no son justamente las que diseñaron las reglas de este mundo, y mucho menos de la política. 

¿Alguien en su fuero íntimo creyó que Alberto iba a ser un referente?¿Alguien se volvió a ilusionar gracias al feminismo de Alberto? Si es así, bien vale la experiencia para comenzar a ser más criteriosas a la hora de encantarse con alguien.

Si cantamos “Alberta presidenta”, hablo por mí, lo hicimos sabiendo que la “a” éramos nosotras, no él feminizado. Significaba abrir posibilidades de ver con lupa compleja el entramado de desigualdad, de usar fugazmente el Estado para establecer criterios mínimos, leyes, servicios, derechos. 2019-2023 fue un periodo vertiginoso de rúbricas institucionales, de utilización del Estado para circular discursos sobre la identidad nacional y la diversidad incorporando la perspectiva de género, no volviéndola totalitaria. Fue asombrosa la manera en que compañeras y compañeros desplegaron maquinarias de género para tratar de fijar en algún lado lo que creemos que es justo. No conozco a nadie que no supiera que ese paso por el poder era transitorio y condicionado, que no supiera que era ahora o nunca, con esos dirigentes y esos funcionarios, a cara de perro.

Si la época será recordada por el wokismo y no por la reforma agraria es porque fuimos fuertes y encantadoras, ninguna feminista bloqueó una revolución productiva, al contrario. 

La denuncia de la ex primera dama es un paso en un proceso judicial como hay otros cientos en el país, debe demostrar la culpabilidad del ex presidente. De declararse culpable no debería sorprendernos, no nos sorprendemos de nuestros padres ni de nuestros abuelos golpeando paredes, mesas, caras. Dice una cosa y hace otra, podría ser la definición de un político según los diarios. ¿Sorpresa que Alberto también? No esperamos de ningún amigo que sean seres intachables, moralmente impolutos, 100% correctos, no lo esperamos de un presidente tampoco. Construir otra imagen es un problema que debería resolver la comunicación política que tanto factura en los últimos años. ¿Cuánto dura el profile de un candidato? Cada vez menos, el make up de viejito pascuero bonachón y actualizado con las tendencias globales nos costó caro. Pero también el feminismo ha logrado ocupar muchos espacios gracias a ese constructo fantasioso. 

La falibilidad, la falla y la humanidad, con todo lo indecoroso que tiene, es algo que las feministas conocemos bien, que incluso algunas defendemos. Podemos aprovechar para seguir dando esta discusión de 200 citadinos con plan caro en el celular: si el progresismo es un simulacro, si el feminismo es un moderador de las políticas radicales y revolucionarias que estaba por hacer el peronismo antes de conocernos o podemos mirar lo que está pasando en el día de San Cayetano y preguntar por qué hay más mujeres en esa procesión.

El orden altera el producto, el feminismo no es progresismo, el progresismo es feminista. No es lo mismo. Necesitamos al progresismos porque necesitamos avanzar por un carril que retroalimente la democracia y fortalezca la institucionalidad, único reaseguro frente al arbitrariedad de la opresión, pero también no lo necesitamos: podemos mirar los estándares internacionales de derechos humanos desde afuera, agradecerlos pero no pedirlos, habemos también feministas que no estamos en las ONG ni en los organismos ni nos importan las escuelas ni las etiquetas. Así como hay feministas en un cuarto propio en una Secretaría de Género, hay feministas comunitarias en asamblea permanente, porque hay otras que somos socialdemócratas es que hay unas otras que somos cocineras, y otras asesoras de una legisladora, y sabemos que la única manera que tenemos de avanzar haciendo política es aceptando ocupar todos esos espacios a la vez, de forma tensa y viciada de pragmatismo pero a la vez de forma utópica y tenaz.

En esa trenza se hila el feminismo desde tiempos inmemoriales, como otros movimientos sociales, como el indigena. Usamos el Estado, el Estado nos usa, son tiempos y expectativas que se regulan día a día. Hay que estar ahí para conocer el juego y hay que estar ahí para contarla con nuestras propias palabras sin repetir los relatos que nos quieren volver a poner como las tuteladas, las abusadas, las boludas, esencialmente segundonas.

“El problema es creerte que el sapo que te comiste es un San Martín que elegiste”, escribió Juan Grabois. Corre para todos. Nos comimos y seguiremos comiendo sapos porque es la manera que en una democracia deslegitimada y rota aun podemos existir. Hay personas para las que una política pública hace toda la diferencia. Hay feministas que entendieron eso en 2019 y asumieron roles de conducción o técnicos en instituciones estatales, aceptando o no el liderazgo de Alberto, aceptando o no el liderazgo de la ministra. 

El Gobierno nacional, como tantos otros, tenía múltiples líderes, sabíamos que ir a ahí era ir a batallar y a desilusionarse diariamente, lo sabe cualquier funcionario. Que el Estado no resuelve todo y que gestionar politica pública feminista no es lo mismo que ser representantes del movimiento en el Estado, sino trabajadores de una institucion compleja y casi siempre reñida con los intereses populares y dentro de ellos los intereses de las mujeres y la comunidad LGBT.

Habitar el Estado no es todo el proyecto del feminismo, pero necesitamos conocerlo para usarlo. 

Nos pueden acusar de exceso de pragmatismo pero ¿por todas las casas de ustedes cómo andamos?