El arcoíris de la violación visto con una linterna

“I may destroy you” invita a mirar abajo de tu cama. Sin personajes buenos o malos, ni víctimas que están todo el tiempo tristes, que pueden ser victimarias y no monstruos inexplicables, la serie se sumerge en el área gris del consentimiento. También muestra que no hay una manera correcta de procesar los sentimientos y que las violaciones son todavía más frecuentes de lo que creemos.

I may destroy you es la segunda serie creada por Michaela Coel, que codirige, escribe y actúa los doce episodios de treinta minutos, que fueron también su forma de darle sentido a eso que parece no tenerlo: narrar el trauma. El título aparece en fucsia escrito letra por letra, después el cursor retrocede y borra el “you”. Puedo destruirte, puedo destruir. ¿Es Arabella la destructora, que puede y quiere destruir a su agresor? ¿Es su agresor que intenta destruirla? ¿Es Arabella que puede, también, destruir a los que ama e incluso a ella misma? Todo eso, porque IMDY explora los abusos y el consentimiento en los vínculos sexoafectivos, las amistades, las relaciones laborales, las redes sociales y el racismo, pero también nos invita a explorar dentro nuestro. Esa parte oscura que puede lastimarnos, que a veces nos da miedo y para no verla la metemos abajo de la alfombra. En este sentido es también un relato de aprendizaje y autoconocimiento.“Estoy acá para aprender a evitar ser violada. Alguna manera tiene que haber”, dice la protagonista en una escena hacia la mitad de la serie, en una terapia grupal para sobrevivientes de violencia sexual.

Coel tiene 32 años, es hija de inmigrantes ghaneses y creció justo en el medio entre Tower Hamlets, un barrio de clase trabajadora, y la ciudad de Londres, en un complejo de viviendas públicas junto a su madre y su hermana mayor. Empezó a estudiar Ciencias Políticas y dejó para estudiar religión, pero al mismo tiempo participaba de lecturas y slams de poesía en bares y cafés de Londres: “Soy de hecho la imagen de Dios / soy su próxima top model”, leía. Coel cambió religión por música y teatro y creó su blog “Drama School Diaries”, donde plasmaba las absurdas situaciones de racismo que vivía en la facultad. Durante un ejercicio de improvisación, la profesora les gritó “Oi, nigger, what you got for me?”, Paapa Essiedu (Kwame en la serie) y ella, los dos únicos negros de la clase, se miraron, “a quién le habla?”, “boy, not me”, se dijeron entre risas. Para el proyecto final, a partir de una imagen, Coel escribió un poema y a partir de ese poema, su primera obra de teatro: Chewing Gum Dreams. Con un poco de ayuda de las redes sociales (Coel ofrecía un milkshake a cada persona que comprara un ticket), la sala se empezó a llenar y el público se reía y lloraba donde ella se había imaginado. Una importante productora le ofreció hacer una serie con su obra, Coel aceptó inmediatamente. Le sugirieron que sacara el “Dreams” del título y aceptó también, pero a medida que el proceso avanzaba, avanzaba a la par el manoseo sobre su obra, y Coel empezó a decir que no. No a que la dejen sin ninguna parte del copyright de su obra, no a que amontonen a cinco actores negros en un camarín, mientras en otro hay una sola actriz blanca.

En Chewing Gum Coel interpreta a Tracey, una veinteañera de familia ultra religiosa que está obsesionada con perder su virginidad y recuperar el tiempo perdido. Mira a cámara y guiña un ojo, le reza a un póster de Jesús, “necesito la valentía que tuviste para decirles que eras el hijo de Dios”, “y necesito la fuerza que tuviste para cambiar al hip hop cuando dudaban de ti” dice besando una foto de Beyoncé. La serie fue un éxito (ganó dos premios BAFTA, mejor actriz de comedia y talento emergente) y en 2018 Coel fue la encargada de dar la tradicional conferencia MacTaggart en el Festival de Televisión de Edimburgo, la primera vez en 42 años a cargo de una mujer negra. Frente a toda la industria televisiva británica, Coel eligió con poesía, gracia y valentía cada una de las palabras de su discurso. Además de remarcar la falta de transparencia y las dinámicas de poder que experimentó durante la filmación de su serie, contó que una noche, mientras terminaba el borrador de la segunda temporada en las oficinas de la productora, decidió salir a tomar algo con un amigo. Volvió en sí muchas horas después y tuvo un flashback: había sido agredida sexualmente por extraños. “¿Cómo operamos en esta familia de televisión cuando hay una emergencia? Los vi transformarse en un equipo ansioso que oscilaba entre la línea de saber qué es la empatía humana y no saber qué es la empatía en absoluto”, dijo. Coel tuvo que exigir un descanso y la producción finalmente pagó por su terapia, pero lo terapéutico, dijo, fue escribir sobre el episodio, “transformar activamente una narrativa de dolor en una de esperanza, e incluso, humor”.

Coproducida entre HBO y la BBC, I may destroy you comienza cuando Arabella vuelve de visitar a su novio en Italia y sus editores le piden que para el día siguiente tenga listo el borrador de su segundo libro. El primero, Crónicas de una millennial harta, fue escrito para Twitter y hace que jóvenes entusiastas la frenen por las calles de Londres para sacarse selfies. No sin antes fumar el porro reglamentario con su mejor amiga Terry (la espléndida Weruche Opia) -“tu nacimiento es mi nacimiento, tu muerte es mi muerte”, se dicen a coro a lo largo de la serie- va a las oficinas a cumplir con su deadline. En homenaje a les escritores millennials procrastinadores, Bella acomoda prolijamente sus elementos en el escritorio, abre la computadora, mira a la nada, el cursor titila. Prende otro porro, camina por el lugar, pone música y googlea: “how to write quickly” (cómo escribir rápido).

Su amigo Simon le insiste en ir a un bar, Bella evita sus llamadas y hace fuerza por decir que no, pero cuando se queda sola y suena “Malamente” de Rosalía, setea una alarma en su celular para dentro de una hora, y sale. Es de día y está sentada con su borrador terminado, pero tiene un corte en la frente, manchas de sangre en su ropa y el celular estallado. Desorientada en su ciudad, no sabe cómo volver a casa ni cómo terminó su noche. Una escena, como esos momentos que vuelven de la noche anterior y nos hacen retorcer la cara, se repite en loop: un tipo visto desde abajo, que jadea y bloquea la puerta del baño. ¿Cómo un cerebro produce una imagen de algo que nunca ha visto?, dice una voz en off desde YouTube. Es que Arabella quiere recordar qué pasó, pero también quiere creer que todo está bien, tanto que cuando se entera de que Alissa, la otra chica presente en el Ego Death Bar esa noche, también tiene un black out, piensa que fue ella a quien atacaron.

“Me drogaron, creo que es algo que debería denunciar”, le dice finalmente a Terry. Su amigo Kwame la acompaña a declarar, a hacer el trámite, porque no es un recuerdo eso que ella va a contar, entonces mientras esperan hace chistes y en el medio de su relato se acuerda de algo, interrumpe y le cuenta a su amigo “ah! entregué el borrador ayer”, dice fresca. Las agentes hablan de abuso sexual y ella se pone a la defensiva: “Ey, no, no dije eso, debemos ser responsables a la hora de decir algo así”. Arabella les describe la imagen: un hombre con fosas nasales grandes. La policía se para y le muestra que desde ese ángulo sus fosas nasales también le van a parecer grandes, y hace la pregunta: “¿Podés ver sus ojos? ¿A quién está mirando?”. Arabella levanta el cuello de su remera y mete ahí su cara, por primera vez, llora. No, no puede ser ella, que es poderosa, que sabe poner límites, que es fuerte. “Hubieras cuidado tu bebida”, le va a decir su novio por videollamada.

En la maravillosa Everything’s gonna be okay de Josh Thomas, Nicholas está ayudando a su hermana menor autista a dilucidar si eso que le pasó fue una violación o no. En su intento, aventura el concepto de “arco iris de violación”, la famosa área gris del consentimiento. Matilda le dice que no entiende, le gustaría que alguien le explicara las reglas. Vio una violación en una película y no es eso lo que le ocurrió. Coel se mete en esta área y, desde adentro, prende una linterna que apunta hacia todos lados. Arabella le pregunta con curiosidad, como para chequear, a la investigadora de su caso si quitarse el preservativo sin avisar “cuenta” como algo. “Es una violación”, le responde. En otra escena, Kwame tiene sexo con un chico que conoce en Grindr, la pasan bien, y cuando se está yendo el tipo lo tira en la cama y lo viola. “¿Qué puedo decir? Soy un bad boy”, le dice. Kwame no puede ni nombrar el episodio y cuando intenta denunciarlo, en contraste con la denuncia de Arabella, un policía incómodo y titubeante le sigue preguntando el nombre de su agresor y todo lo que él tiene es “Horny808”.

En el octavo episodio, “Line spectrum border”, es Arabella quien cruza el límite del consentimiento del otro. Su plan fracasa y ella toca fondo, está sola en una playa vacía -intenta llamar a Terry y no tiene datos- furiosa y muerta de miedo. Sabemos que Arabella le tiene miedo al agua y el episodio termina con ella caminando hacia el mar y sumergiéndose por completo. Los personajes no son buenos o malos, las víctimas no están todo el tiempo tristes, pueden ser también victimarios y como tales, no se trata de monstruos inexplicables. No hay una manera correcta de procesar los sentimientos y las violaciones son todavía más frecuentes de lo que creemos y, por muy cuidadoses que seamos, alguien puede ir y drogar tu bebida. Esto es incómodo, pero real; I may destroy you invita a sumergirse ahí, a mirar debajo de la alfombra (o de la cama), y pensar un poco más profundo.