El dulce camino del rencor

Un pueblo de provincia es marco y molde de personajes cabales en su adaptación moral y de otros que son rebeldes destructores de la paz. “Aire tan dulce” es una novela, la de Elvira Orphée, que avanza traccionada por la desesperación y el odio. En las lecturas del aislamiento pandémico, Ana Ojeda la rescató de la biblioteca y nos la cuenta.

Éxtasis es el adjetivo justo para “Aire tan dulce”, de Elvira Orphée, porque refiere a un rapto y a una droga, y esta novela tiene espacio para ambos. Una historia en la que nada queda del todo claro, en la que la única manera de entender mejor es avanzar, seguir leyendo, pero entonces lo que se descubre se presenta siempre con pinzas, su significado endeble, socavado, su sentido cuestionado. Elvira Orphée teje las voces de Atala (Sara) Pons, su abuela, Mimaya, y Félix Gauna, todes habitantes de un pueblo del interior sin mayores especificaciones. Hay un ingenio y en él trabajan Gauna padre (a quien su hijo llama “el tipo”) y Félix, que se siente atraído y rechazado por Atalita, hija a su vez de Arturo Pons, químico y objetor de conciencia respecto del tráfico de drogas consentido por el ministro y llevado a cabo por su hija Atalita en el burdel de Veva, nieta de quien sirviera en casa de su abuela Mimaya e hija de los amores extramatrimoniales de su abuelo Eudoro.

Todo se anuda en Atala, decidida a hacer el mal por contraposición a Oriental, su madre, que trompetea a los cuatro vientos su predilección por el beaterío y se la pasa bajando línea de pura. “Si te creés que alguien me va a hacer amar a Dios mientras sigan representándolo con esa cara de merengue y esas llagas vomitivas, no me conocés” (131). Casualísimamente, también Félix Gauna se empeña en la búsqueda de su peor yo, si bien lo suyo es menos firme convencimiento que desesperación un poco torpe porque no logra salir de su situación de miserable empleadito con aspiraciones de filósofo. Ambos se miden, se desafían, pero al lado de Atala, Félix puede casi nada: “no sabíamos que Atalita pudiera ser tan feroz, no sabíamos que pudiera hacerse odiar tan bien” (264), se sorprende Mimaya.

Hay mucho odio y mucha muerte en “Aire tan dulce”. Hay, también, dolor físico. Todo en esta novela es afirmativo, rotundo: “No la abandoné porque difícilmente abandono el camino del error” (236), dice Atalita convencida en la guerra que sostiene frente a su madre, a quien la anuda el desprecio pero también un agudo deseo de amor negado. Es la parte oscura de la vida la que se nos muestra en esta novela, fijada con una escritura bella y libre, que no hace concesiones, que no se preocupa de nada que no sea ella misma, convencida de que “Quizás éramos luminosos en la oscuridad” (108).

Aire tan dulce
Elvira Orphée
Bajo la luna, 2009