La multitud que se acercó a la Esplanada de los Ministerios en Brasilia tenía como consigna tomar los edificios que alojan el poder judicial de Brasil en la fecha patria del 7 de septiembre. En una especie de simulacro de la invasión al Capitolio por seguidores de Donald Trump, los de Bolsonaro -vestidos con los colores de la bandera de Brasil- fueron a pedir la salida de los ministros del Superior Tribunal Federal y la instalación de un poder militar.
Su principal descontento es con Alexandre de Moraes y Luis Roberto Barroso quienes, para ellos, desafían su lectura de la Constitución y frenan a Bolsonaro de tener plenos poderes, además los acusan de cercenar su libertad de expresión. La necesidad de expresarse era tanta en estos exponentes, en su mayoría, de una privilegiada casta social en Brasil, que algunos de los carteles estaban redactados en inglés y apuntaban a hacerse entender a nivel global.
Varios discursos, un mismo mensaje
“Todos nosotros aquí en la Praça dos Três Poderes juramos respetar nuestra Constitución. Quien actúe fuera de ella, encaja o pide salir”, declaró por la mañana el mismísimo Jair Bolsonaro a las personas allí reunidas en el día del aniversario de la independencia de Brasil.
Los seguidores de Bolsonaro intentaron quitar las rejas que limitan el acceso a la zona donde se ubican las sedes del Congreso y de la Corte Suprema al grito de “vinimos a la guerra y no a hacer carnaval”. Los agentes de seguridad reaccionaron y utilizaron gas pimienta para dispersar la multitud. Montado en un camión de sonido en la Esplanada, Bolsonaro siguió dirigiendo a sus militantes, atacando a la Justicia: “No aceptaremos que ninguna autoridad que utilice la fuerza del poder anule nuestra Constitución. Ya no aceptaremos ninguna medida, acción o sentencia que se salga de las cuatro líneas de la Constitución”, dijo comparando el sistema de leyes al perímetro de una cancha de fútbol. “Tampoco podemos seguir aceptando que una persona específica de los tres poderes continúe con la barbarie hacia nuestra población. No podemos aceptar más detenciones políticas en nuestro Brasil”, protestó. Muy probablemente, en referencia al miedo de que investigaciones como las que está llevando a cabo la Comisión de Inquerito de la Pandemia terminen por llevarlo a él a un celda.
En consonancia con la consigna planteada para los actos del martes, Bolsonaro (sin partido) ha declarado abiertamente que no respetará “ninguna decisión” del ministro Alexandre de Moraes, agitando a sus partidarios contra la Corte. Bolsonaro calificó al magistrado de “sinvergüenza” y le pidió que se retirara del cargo en su segundo discurso del día, frente a unas 125 mil personas, según la Policía Militar, que lo acompañaron en la Avenida Paulista.
“Cualquier decisión del señor Alexandre de Moraes, este presidente dejará de cumplir. La paciencia de nuestro pueblo se ha agotado. Todavía tiene tiempo para pedir su gorra y seguir con sus asuntos. ¡Él, para nosotros, ya no existe! ¡Libertad para los presos políticos! ¡Fin de la censura! Poner fin a la persecución de esos conservadores, de los que piensan en Brasil”, aullaba Bolsonaro. “¡Autorizó!”, respondía la multitud.
La cereza del postre de la retórica aplicada en San Pablo, otro de los puntos de manifestación en su apoyo, que ocurrieron en simultáneo por todo país, fue la mesiánica oración: “Solo Dios me saca de la presidencia”. Hoy, las principales bases de apoyo de Bolsonaro se componen de evangélicos (bancada de la Biblia), ruralistas y militares, que componen gran parte de su gabinete.
Que representan las manifestaciones de ayer en defensa del presidente
Para la investigadora y co-coordinadora del Observatorio de Sexualidad y Política Sonia Corrêa, los actos convocados para el día 7 de septiembre son “la culminación de un proceso que, en realidad, tiene inicio aún antes de que Bolsonaro llegase al gobierno. Pero que se intensifica y gana nuevos contornos, cada vez más agresivos y de desmocratización en el momento en que él asume la presidencia”. Para Corrêa, este “es un gobierno que gobierna en su contra”, y esto tiene relación directa con la estrategia de aparentar desorden, falta de racionalidad, hasta ignorancia, pero que tiene como objetivo “dejar las instituciones tomadas por la injerencia de este caos y dejar la sociedad paralizada”, analiza.
“Hubo una frase que dijo Leandro Demori de The Intercept que lo resumió muy bien, él dijo que ni Bolsonaro sabía qué esperar del 7 de septiembre”, cuenta Gabriela Antunes, corresponsal de France 24 que estuvo en la calle en Brasilia ese día. “Una cosa que él repitió tanto en San Pablo, cuanto en Brasilia, fue que él es del pueblo y estará en el poder hasta que el pueblo quiera. Pero, si te preguntas ¿Qué quiere Bolsonaro? El quiere tener más poderes, gobernar sin tener pesos y contrapesos, entonces él juega con lo que le queda de intención de voto”, dice la analista.
Según Antunes, en Brasilia se especula que asistieron 105 mil personas, “una pequeña multitud ruidosa y engajada”, pero mucho menor de lo que se esperaba. El martes logró la foto que quería junto al pueblo, en modo líder, “aunque después se va poniendo al descubierto el financiamiento que trajo a muchos de los militantes que se hacinaban ahí”, dice en referencia a un video que circuló en el que un hombre aparece distribuyendo dinero a supuestos militantes bolsonaristas en el interior de un avión, como modo de pago por su presencia en las protestas.
Para Corrêa, el proyecto de gobierno tiene un carácter perverso que “genera cierta parálisis en la sociedad que se queda mirando un espectáculo dantesco ocurrir sin poder reaccionar”.
La diferencia de esta convocatoria para otras manifestaciones ya anteriormente articuladas, como las diversas caravanas en moto que ocurrieron a lo largo del año en Brasil es que “Hubo una subida de tono desde el principio del año, en función de la gestión catastrófica de la pandemia. Esto fue produciendo finalmente un repudio, una caída en la popularidad, por parte de sectores que habían apoyado el bolsonarismo de forma más o menos ciega”, aclara la investigadora.
Para el filósofo, profesor de la Universidad de Yale, Jason Stanley, “Bolsonaro intentó que se pareciera mucho al 6 de enero, pero no funcionó. No lograron invadir la Praça dos Três Poderes”. El autor del libro ¿Cómo funciona el fascismo? analiza que “En cualquier caso, estuvieron presentes los mismos símbolos implicados el 6 de enero. Bolsonaro contó con el apoyo de Estados Unidos, incluso con Donald Trump Jr. intentando ir a Brasil el 7 de septiembre. ¡Pero eso no funcionó! De hecho, creo que el apoyo que Trump tiene hoy en Estados Unidos es mayor que el que tiene Bolsonaro en Brasil”, dice Stanley.
“Se va configurando una nueva escena en la cual, para dar continuidad a su proyecto, él necesita crear más caos y crear más tensión con las instituciones”, dice Corrêa para explicar las constantes amenazas a la Corte Suprema.
“El problema es cuando las instituciones de justicia o las instituciones legales fallan. En el caso de Estados Unidos, muchos de ellas, especialmente la Corte Suprema, fueron virtualmente tomadas por partidarios de Trump. Creo que en Brasil esto no está sucediendo”, alerta Stanley. Y concluye: “No lo sé, normalmente soy optimista, sé que Brasil está en un mal momento. Me preocupa el caos social, pero Bolsonaro no tiene partido político, no tiene control de la justicia y, en mi opinión, no controla a los militares. Esto podría ser una buena señal porque demuestra que, de alguna manera, las instituciones en Brasil se mantienen firmes, lo que no está sucediendo en Estados Unidos”.
Pero, para Corrêa, luego de su alianza con la centro derecha de Brasil -Centrão- se pensó que Bolsonaro sería domesticado. “Son toda apuestas y evaluaciones de escenario equivocadas -dice-, porque él llegó al poder para hacer exactamente esto que está haciendo. Su estrategia es producir una situación de caos, de crisis permanente, que lleva a una situación extrema que posibilita un autogolpe o una situación electoral tan polarizada y un cuadro tan desgastado que permite a él una tomada de poder de carácter completamente autocrática”.
Para ella, estaba claro que no iba a pasar nada el 7 de septiembre, que este fue más un día de calentamiento para mantener su base electoral activada. “Claro que su popularidad cayó y que él perdió apoyo entre las elites brasileñas. Pero su base todavía es muy grande, 25% son 42 millones de personas que lo votarían”, recuerda Corrêa.
El problema para Sonia Corrêa está en lo señala Marcos Nobre, investigador de Unicamp y autor de “Ponto-final: a Guerra de Bolsonaro contra a Democracia”, en el lado de las oposiciones, que “o son desorganizadas como un directorio estudiantil, o, en el campo político están haciendo cálculo electoral”. Marcos Nobre dice que las elecciones de 2022 son una zanahoria que Bolsonaro pone en frente a los conejos del sistema político. Por lo tanto, “se quedan todos mirando para 2022, y de acá a las elecciones él está haciendo todo para horadar las instituciones democráticas e imposibilitar que estas ocurran”, explica.
El giro Gramsciano de la derecha
Según explica Sonia Corrêa, la extrema derecha a nivel global, desde la década de 80, hizo un movimiento que los teóricos están llamando del giro gramsciano de la derecha. “La disputa por la hegemonía no se da en una lógica de reaccionarismo, autoprotección y protección de las instituciones. Ella se da en una disputa, que es cultural y política, por el sentido común”, resume.
En el mismo sentido, Jason Stanley afirma que lo importante en este escenario es “detener la batalla cultural de Bolsonaro contra la comunidad LGBTIQ+, el sentimiento anti-indigenista y el financiamiento de la destrucción de la Amazonía”. “Ellos están utilizando la estrategia gramsciana de capturar corazones y mentes, de operar en el plano de los signos, de los símbolos y de los imaginarios”, completa Corrêa. Para la referente de estudios de género y con una trayectoria de inmersión en el análisis del funcionamiento de la extrema derecha de Brasil, “cuando Gramsci habla de ideología, él dice que hay un componente de la ideología que es la memoria histórica, las camadas profundas de la cultura. Y esa derecha está jugando con eso, ellos están haciendo aflorar las camadas profundas de la cultura política. El conservadurismo sexual, el anticomunismo atávico, las trae de vuelta y las activan políticamente”.