Las paredes limpias también hablan

¿Cuál es el vínculo entre las marcas que se dejan en las paredes y la memoria? ¿Qué se intenta limpiar o sanitizar cuando se borra? Las antropólogas e investigadoras del CONICET Déborah Daich y Mariana Sirimarco realizan un intenso recorrido por textos e imágenes a propósito de las actuaciones por daño generadas contra quienes pintaron “¿Dónde está Facundo?” en la Jefatura Policial de Mayor Buratovich. Aunque se las intente borrar, las marcas de la historia siempre quedan.

“Todos queremos que Facundo aparezca —expresó en Twitter a principios de agosto el intendente de Carmen de Patagones, José Luis Zara—, pero estoy convencido que esta no es la manera correcta de manifestarlo”. Hablaba —lo sabemos todxs— de Facundo Astudillo Castro, visto por última vez a fines de este abril en el destacamento Mayor Buratovich de la Policía Bonaerense. Pero hablaba, sobre todo, de las pintadas que la marcha reclamando por su aparición había dejado a su paso sobre las paredes y la vereda de la Jefatura de Policía Comunal de esa localidad. ¿Dónde está Facundo?, preguntaban esas paredes a la institución policial sospechada. Se iniciaron, entonces, y como única respuesta, actuaciones por daño a edificio público.

Por supuesto, la asociación entre pintada y daño no es nueva. Hace un año, a dos de la muerte de Santiago Maldonado, los medios amanecieron recordándonos la cantidad de dinero que iba a costarle a la Ciudad limpiar las pintadas —el daño— que la manifestación por la conmemoración del asesinato impune de Santiago había dejado en las paredes del Cabildo. Sabemos que la pintada es intervención en el espacio público. Y que, como tal, es escritura transgresora destinada al inevitable diálogo —para empezar—, con su entorno. Es mensaje en interacción, destinado a ser (también) intervenido por otros. Se sabe efímero. Pero también potente: una pintada en una pared produce —amplifica— visibilidades. 

De Luccas

Tampoco es nueva, por supuesto, la asociación entre pintada y borramiento. Abundan los ejemplos en nuestra historia política. Hace cuatro años, en mayo de 2016, se pintaron, a lo largo y ancho del país, murales de distintos tamaños, todos respondiendo a la consigna “Cien murales por la Libertad de Milagro”. Se cumplían 100 días de la detención arbitraria de la dirigente de la Túpac Amaru, Milagro Sala, 100 días de su nuevo ropaje de presa política. No sorprendió que, apenas pintados, aparecieran intervenidos o directamente cubiertos —ya fuera con pátinas de pintura al látex o simplemente de cal—. El blanco monótono pretendía oficiar de capa de silencio. 

Pero también ese año, quienes participamos del Encuentro Nacional de Mujeres (ENM) vivimos la represión policial durante su tradicional y multitudinaria marcha que, en esa ocasión, tuvo lugar en la ciudad de Rosario. Los ENM dejan marcas: en las personas y en las ciudades. También dejan tras su paso pintadas pidiendo por el aborto legal o denunciado femicidios, esas que “ensucian” y que tanto disgustan a vecinos y vecinas. A ese malestar, los feminismos responden con una —otra— pintada vuelta emblema: Las paredes se limpian, las pibas no vuelven.

Porque una pintada hace de una pared un sitio de disputa política: la marca, la corrige, la “vandaliza”, la interviene. Después de todo, la pintada tiene el mérito de hacernos ver lo irreconciliado (1): lo que emerge, entre el impulso de inscripción y su impulso contrario de borramiento, es la pared como superficie de confrontación (2). La pintada guarda, por ello, otro mérito: la de hacernos entender que toda pared porta un tipo particular de historicidad, una cierta biografía, un modo específico de relacionarse con la gente y el entorno. No es una cosa dada de antemano, ni de una vez y para siempre. Una pared se hace y se rehace innumerables veces. Se manipula, se cambia, en algo se preserva o en algo se destruye. Es un espacio de relaciones sociales, sujeto a cantidad de ordenamientos e intervenciones. No es un elemento detenido, sino siempre una entidad dinámica y mutable (3). Una pared puede ser un espacio de confrontación política y un espacio de memoria disputada.

El ansia de borrar pintadas y limpiar paredes no nos es nuevo. Tampoco su objetivo: que las paredes limpias no digan nada (4). Se “limpia” para borrar: denuncia, testimonio, evidencia. Para bloquear la crítica o la prueba. Para conquistar negación o silencio. Ejemplos tenemos a montones. Hace 11 años, en 2009, se abría al público un “Espacio para la Memoria” en lo que había sido, entre 1976 y 1978, el Centro Clandestino de Detención (CCD) “La Perla” y, de 1979 a entrados los años 2000, guarnición militar que albergaba a conscriptos que cumplían el servicio militar. Varios de esos ex-conscriptos visitaron el espacio en su reapertura. Dos comentaron que habían sido, en 1979, “los encargados de limpiar y remover de las paredes todos los signos del CCD, entre ellos pintadas, “canutos” (huequitos en las paredes con mensajes) e incluso manchas de sangre” (5). Se “limpia” para borrar: para suprimir, como en estos casos, el rastro del estado como violencia. Hay muchas formas de callar las paredes, de forzar ese silencio. El agua y el jabón, la cal, la pintura. Muchas formas de instalar un vacío allí sobre lo que precisa ser esterilizado: sobre lo que precisa desembarazarse de su carga incómoda (6). 

Pero eso que habla muchas veces encuentra la forma de seguir haciéndolo. Hace 36 años, en 1984 —para seguir en la misma línea de recuerdos—, el fotógrafo Enrique Shore fue convocado por la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (Conadep) para documentar las inspecciones oculares de 141 Centros Clandestinos de Detención (7). Una de sus fotos más emblemáticas muestra la mano de un sobreviviente alumbrando con un encendedor la pared de un otrora calabozo, en el Pozo de Quilmes. Shore tomó esa foto con un lente súper angular, “desde el fondo de una celda que tendría un metro, un lugar mínimo, muy oscuro”. Tuvo que usar el flash, porque no había nada de luz. “En un momento el ex-detenido entró al calabozo y dijo: ‘a ver…’. Y acercó el encendedor a la pared. Entonces reconoció una inscripción que decía ‘Dios mío, ayúdame’. Este hombre había escrito eso con una moneda, o con una piedrita. Y aunque habían pintado, se ve que no habían puesto enduido para eliminar la inscripción”(8). 

Creen que las paredes limpias no dicen nada, pero creemos nosotras que se trata de un malentendido. Las paredes siempre hablan. Aun cuando parezcan limpias. Porque a veces (o muchas), lo que no se muestra también deja huella en lo que se ve: un espacio habitado y transitado; convertido en narrativamente vacío para ocultar su ocupación (9). Lo sabe cualquiera que haya tenido que rasquetear una pared vieja: a través de capas y capas de pintura, lo excluido encuentra forma de volver. En esos casos, la nueva pintura no hace más que sepultar algo que aún late. La pintura que borra, enmascara. Pero la mascarada es frágil, porque el pasado gotea (10). Gotea un elemento que se queda, que no se borra, que permanece. Que se queda ahí como un resto, que insiste, que nos asedia y que persevera: que vuelve todo el tiempo como una sombra o una promesa: la de que no toda violencia es sanitizable (11). ¿Dónde está Facundo Astudillo Castro? ¿Dónde está Santiago Maldonado? Basta de femicidios. Nunca más. Las paredes pueden limpiarse, pero no la violencia política que denuncian. Porque no toda pintura borra. Ni todo espacio silenciado —lavado, encalado, enduido— deja de contener todo lo que allí se dijo. 

(1) Kozac, C.: “No me resigno a ser pared”, en: La roca de crear, n.2, 2008.

(2) Buffington, R.: “Institutional memories. The curious genesis of Mexican police museum”, en: Radical History Review, vol.113, 2012; Donato, E.: “The museum’s furnace: notes towards a contextual reading of Bouvard and Pécuchet”, en: Josué Harari (ed.), Textual strategies. Perspectives in post-structuralist criticism, Ithaca, Cornell University Press, 1979; Sherman, D.: “Objects of memory: history and narrative in French war museums”, en: Society for French Historial Studies, vol.19, n.1, 1995

(3) Alberti, S.: “Objects and the museum”, en: History of Science Society, vol.96, n.4, 2005; Gomes da Cunha, Olivia M.: “La existencia relativa de las cosas (que reposan en los archivos): prácticas y materialidades en relación”, en: M. Sirimarco (comp.), Estudiar la policía. La mirada de las ciencias sociales sobre la institución policial, Buenos Aires, Editorial Teseo, 2010.

(4) Título de un hermoso libro de graffiti. Ver: Kozack, C., Floyd, I. y G. Bombini: Las paredes limpias no dicen nada, Buenos Aires, Libros del Quirquincho, 1990.

(5) Tello, M. y Fessia, E.: “Memorias, olvidos y silencios en las propuestas museográficas en el espacio ‘La Perla’”, en: Kamchatka, n.13, 2019, p.210.

(6) Jones, S.: “Making histories of wars”, en: G. Kavanagh, Making Histories in Museums, Leicester, Leicester University Press, 1996; Scott, J.: “Objects and the representation of war in military museums”, en: Museum & Society, vol.13, n.4, 2015.

(7) Shore, E.: Informe CONADEP, Buenos Aires, ARGRA Editora / Colección Pequeño Formato, 2018

(8) Berlanga, A.: “El arte del vacío”, Página/12, 08/09/2018. En: https://www.pagina12.com.ar/140706-el-arte-del-vacio

(9) Alimonda, H. y J. Ferguson: “La producción del desierto. Las imágenes de la Campaña del Ejército Argentino contra los indios, 1879”, en: Revista Chilena de Antropología Visual, n.4, 2004; Tell, V.: “La toma del desierto. Sobre la auto-referencialidad fotográfica”, en: I Congreso Internacional / X Jornadas del CAIA, Museo Nacional de Bellas Artes, 2001.

(10) Juarroz, R. Poesía vertical II, Buenos Aires, Emecé Editores, 2005, p.313.

(11) Rinesi, E.: Restos y desechos. El estatuto de lo residual en la política, Buenos Aires, Caterva Editorial, 2019.