Las vacunadoras de la pandemia: mucho más que un pinchazo

En el territorio nacional se despliegan más de 15.800 vacunatorios y cada uno tiene, por lo menos, 5 vacunadores. Hagan sus cálculos y adivinen, sí, la mayoría son vacunadoras. Ellas estuvieron al frente de la primera línea contra el coronavirus en todas las etapas de la pandemia. Ahora que la inoculación viene a traer algo de esperanza ante tantas muertes, su rol es clave. Inyectan y también contener con amorosidad e información segura ante los duelos, los miedos, las ansiedades, la desinformación que circula. Un equipo de LatFem pasó un día recorriendo vacunatorios del norte del conurbano bonaerense para conocer las historias detrás de las vacunadoras.

María Eugenia está parada al final de la cancha de básquet convertida en vacunatorio, en el Club Banco Nación de Vicente López, al norte del conurbano bonaerense. Es una mañana fresca de otoño más en su rutina diaria desde hace dos meses: revisa los papeles y llama por su nombre al siguiente en la lista. Un hombre se para y camina hacia ella. Lo saluda y toma asiento en la silla negra de plástico que le señala. Ella se da cuenta que el paciente está más tenso que lo habitual y le pregunta si prefiere tomarse unos minutos. “Estoy con sentimientos encontrados”, dice él.  Y, de inmediato, le cuenta que su papá murió la semana pasada por Covid-19. Le explica que le hace mal estar sentado a punto de recibir la vacuna porque su padre “no pudo llegar, se fue antes”. Primero el silencio hace un hueco entre vacunadora y paciente, después aparecen las palabras de contención de ella: que es entendible el dolor pero que seguro su padre querría que se vacunara, que no está haciendo nada malo, que le había llegado el turno y es el momento de hacerlo. El pinchazo termina en un aplauso colectivo de todo el vacunatorio. Detrás de cada vacunación hay mucho más que fotos en las redes sociales, hay historias y vacunadoras que cumplen un rol fundamental en una etapa clave de la pandemia: además de inyectar para proteger contra el virus, contienen después de más de un año de cientos de muertes cotidianas, ansiedades, miedos y desinformación.

Desde muy chica Maria Eugenia Cuesta supo que quería ser médica. Una profesora del secundario le dijo que eso no era para ella. Y ella le creyó. Tuvo que llegar una pandemia y un confinamiento estricto para que pudiera dedicarse a estudiar y seguir su vocación. Primero arrancó con el curso de extraccionista y siguió con el de auxiliar de enfermería. 

No hay otra cosa que le guste más que ayudar. Es por eso que en el momento más complicado del sistema de salud, cuando se enteró que se abrían las vacantes para vacunadoras, no dudó: se presentó y aprobó los cinco módulos del curso. Al poco tiempo la convocaron de la Región Sanitaria V. “Quería entrar a un lugar así para, más allá de trabajar, poder ayudar. Yo sé que la vacuna para muchas personas es una esperanza”, dice a LatFem una mañana de junio mientras toma un té en su tiempo de descanso. María Eugenia tiene más de cuarenta años. Lleva el pelo con mechas rubias y las uñas siempre prolijamente pintadas, en esta ocasión eligió colores pasteles. Es de esas personas que hacen reír a todo el mundo. Vive cantando en voz alta, haciendo chistes. Hace poco una chica, después de vacunarla, la miró con los ojos vidriosos y le dijo que la iba a llevar con ella siempre. María Eugenia le dijo que exageraba, que no era para tanto pero la paciente insistió: “lo que ustedes hacen es algo único”.

María Eugenia trabaja seis horas durante el turno mañana en el vacunatorio del Club Banco Nación de Vicente López coordinado por María Eva Casabella que tiene a cargo 25 personas vacunando de lunes a lunes. De un total de 8 en ese turno, 6 son mujeres. El dato se replica en las imágenes que inundan las redes sociales por estos días en Argentina: en la mayoría de los posteos alegres celebrando la vacunación se ve a una mujer con ambo y aguja en mano. Es que históricamente la enfermería es una ocupación feminizada porque se vincula directamente con los estereotipos de género que dividen al mundo del trabajo y el supuesto “don natural” del cuidado que tienen ellas. Según los últimos datos del Ministerio de Salud de la Nación de 2019, para la franja etaria de 55 a 60 años hay 10.000 auxiliares de enfermería que son mujeres y solo 2.000 son hombres. 

Analia Aquino es asesora técnica de la ministra de Salud de la Nación, Carla Vizotti. Consultada por LatFem, explica que para poder sostener la vacunación del Covid-19 sin desatender las vacunas del calendario fue necesario recurrir a la figura de vacunadores eventuales que se capacitaron específicamente para esto. Al ser una campaña tan dinámica, que se despliega en este mismo momento, todavía no hay números específicos. Sin embargo, Aquino asegura que, en total, hay más de 15.800 vacunatorios a nivel nacional y que cada uno tiene, por lo menos, 5 vacunadores. Agrega, además, que en general aumentaron un 90% la cantidad de vacunadores eventuales. “No hay registros oficiales de cuántas de ese total son mujeres, pero estimamos que es alrededor del 70%”, dice. Y agrega que es muy necesario tener registros oficiales al respecto. Es por eso que desde el gobierno nacional ya están gestionando todo lo necesario para poder tenerlo.

Silvia Ortellado tiene 54 años y está en el último año de la tecnicatura de enfermería. Siempre la apasionó todo lo relacionado a la salud pero no pudo estudiar antes porque después de terminar el colegio tuvo que salir a trabajar y como muchas otras de su generación, fue madre y se dedicó a las tareas de cuidado. Hoy hace todo con el doble de ganas porque después de un cáncer de mama, una mastectomía, quimioterapia y cinco años de medicación, Silvia siente que tiene una segunda oportunidad en la vida y, como es creyente, le pide a Dios que le dé salud. Recién está empezando con esta tarea de ayudar a las demás personas porque siente que “la patria es el otro”.
La pandemia hizo que no pueda hacer las prácticas que su carrera necesita, pero cuando el Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires arrancó con la campaña de vacunación, convocaron a estudiantes de enfermería a desarrollar sus prácticas en los vacunatorios. Los primeros meses estuvo en el Hospital Petrona V. de Cordero de San Fernando, el barrio donde nació y se crió. Ahora está en el Polideportivo 2 donde son 17 vacunadoras, todas mujeres que vacunan alrededor de 2.000 personas por día. Muchas personas llegan al vacunatorio con miedo o por la desinformación que circula en medios y redes sociales.  La tarea de Silvia y de las vacunadoras, además de vacunar, es darles una palabra de aliento, tranquilizarles y asegurar que vuelvan a sus casas con información segura. También hay muchas otras personas que llegan felices y emocionadas. Algunas les llevan regalos porque quieren agradecerles. “Eso te pone la piel de gallina, también te muestra lo más profundo de la persona, toda su vulnerabilidad”, dice Silvia.

En estos tiempos vacunarse es un acto de responsabilidad cívica, de cuidado colectivo. Desde 2018, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, quienes vacunan no están reconocidxs como profesionales de la salud sino como administrativxs. Desde ese momento vienen reclamando: piden al Gobierno de la Ciudad que se dé marcha atrás con esa decisión política que tomó la gestión de Horacio Rodriguez Larreta. La gestión de Juntos por el Cambio respondió a los reclamos con maltrato y represión. Este cambio no sólo desacredita su profesión, sino que los excluye de la posibilidad de concursar por cargos, capacitarse dentro del ámbito laboral y acceder a remuneración acorde a un profesional del área de la Salud. Recién en julio de este año el presidente Alberto Fernández presentó un proyecto, a modo de reparación, que propone jerarquizar y mejorar la calidad de formación en la enfermería. Lxs enfermerxs escasean, según un informe de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), Argentina tiene una de las proporciones más bajas de enfermerxs por habitante de las Américas (4,24 por cada diez mil personas), y según la OMS se necesitan 23. Solo se ubican por debajo Honduras, República Dominicana y Haití.

Marcela espera al siguiente paciente apoyada sobre una de las paredes de la posta de vacunación que están pintadas de amarillo. El hombre que se levanta de una silla de plástico blanca después de que digan su nombre es Pablito Lescano, cantante de Damas Gratis. Ella es fan de su banda de cumbia. Lo reconoció ni bien lo vio: a pesar del barbijo y la gorra que le combina con la ropa deportiva azul. La rutina con el ícono de la cumbia villera fue la misma que con el resto: pedirle que desvista el brazo y que lo deje relajado. De ir a verlo a los shows o boliches pasó a vacunarlo. A Marcela se le mezclaron nervios y emoción en pocos minutos. Cuando terminó de vacunarlo, se animó y le pidió una selfie. Esta vez fue al revés de lo que se ve en las redes: la vacunadora pidió foto con el vacunado.  Él está relajado haciendo un gesto con su mano izquierda y a ella con los ojos chinos y una sonrisa de par en par que se le nota aún con el barbijo puesto. 

Marcela tiene 27 años y es mamá de tres: una nena de 8, otra de 3 y una beba de 10 meses. Es una mujer de pocas palabras que habla rápido y conciso. Está en el tercer año de la carrera de enfermería y su cursada se vio afectada por la pandemia porque cuando todo era virtual ella no podía cursar. Al barrio San Jorge de San Fernando donde vive no llega internet. Durante la cuarentena no pudo trabajar y tampoco su marido que hace changas de albañil, por eso cuando le ofrecieron esta oportunidad no dudó. Además le cuenta como prácticas para poder recibirse y es una ayuda económica importante para su familia.

Actualmente trabaja en el Centro de vacunación Unión ferroviaria, seccional Victoria. Al igual que a Silvia le toca contener a lxs pacientes porque muches van asustades y no se quieren vacunar o tienen dudas. Ahí es cuando se toma el tiempo para charlar con ellxs y darles la seguridad que necesitan. “Todo lo que aprendí lo vuelco con mis pacientes, mientras se vayan felices yo estoy contenta”, dice.

Argentina superó, a la fecha, más de 30 millones de dosis. Para el 11 de julio a nivel nacional lleva aplicadas 24.820.768 de vacunas de las cuales 19.786.501 son con una dosis y 5.034.267 con las dos dosis. En el territorio bonaerense ya se vacunaron un total de 9.467.762  personas. Desde el Ministerio de Salud esperan la entrega de 24 millones de dosis en los próximos tres meses para garantizar el esquema de inmunización en todo el país.

Karina Mastroianni tiene el pelo con rulos tirando a colorado. Casi siempre lo tiene atado con una colita baja o una trenza. Su ambo tiene estampado muchos pikachus chiquitos. Es mamá de dos hijes y una de las más experimentadas del vacunatorio, cuando alguien tiene una duda la respuesta siempre suele ser “preguntale a Kari”. Para poder pagarse la carrera de enfermería en la Cruz Roja trabajó de paseadora de perros, mantenimiento de plantas y cocinera de ex embajadores. Por mandato de su mamá, que creía que si o si tenía que ejercer en un hospital, estuvo tres años ad honorem de franquera, en la parte de cuidados medios e intensivos, mientras esperaba su nombramiento para quedar efectiva.

Cuando estallaron los casos de coronavirus ella estaba en la terapia intensiva del Hospital Interzonal General de Agudos de San Fernando. Trabajaba sin descanso y lo único que veían era que morían casi todos sus pacientes. En su caso estaba acostumbrada a tener mucha relación con ellxs, charlar, hacer bromas, conocer a sus familias y en ese momento todose volvió diferente: en los mejores casos algún familiar lxs veía a través de un vidrio, pero a la mayoría lxs llamaban por teléfono para pasar el parte médico. La peor parte llegaba cuando lxs mismxs pacientes les pedían que no les intuben, sabían que había muchas posibilidades de no sobrevivir a eso. Y tenían razón, pero era lo que había que hacer. Para ella fue muy difícil soportarlo y por eso renunció en diciembre del 2020. No quería llegar a acostumbrarse a la muerte, no quería perder la sensibilidad.

Ahora su panorama es distinto y volvió a trabajar en salud, en esta oportunidad como vacunadora porque es una forma de contrarrestar tanta muerte. “Cada vacuna que aplicamos es una vida que salvamos”, dice con alivio.

Jimena Lo Pinto se crió entre hospitales y agujas. Casi toda su familia trabaja en salud. Su mamá, que es enfermera hace más de 30 años, la llevaba al trabajo y ella la esperaba sentada mientras veía todo lo que hacía con orgullo y admiración. Hoy los roles están invertidos y su madre, que es paciente de riesgo, se queda en su casa cuidando de sus nietxs. Jimena trabaja en el vacunatorio de Club Banco Nación de Vicente López y está a un cuatrimestre de recibirse de enfermera. Terminó la secundaria de grande, “por cuestiones de la vida”, dice riéndose. Y por esas mismas cuestiones fue que conoció a su actual esposo, se quedó libre del colegio y empezó a trabajar en una librería. “En el vacunatorio estoy viviendo una experiencia que me llena de felicidad y cada historia de lxs pacientes es única”, dice a LatFem. La misma alegría de aquel trabajador del ferrocarril que le tocó vacunar, hace unos meses, en los primeros días de su tarea en el vacunatorio. Cuando fue su turno, el hombre se desvistió el brazo derecho mientras la piel se le ponía de gallina por el frío. Jimena cargó la jeringa y le pidió que deje su brazo relajado, como desmayado. La jeringa entró y salió en segundos. La vacunadora hizo las operaciones habituales: limpiar la zona con algodón para ya dar por finalizada su tarea. Pero antes de despedirlo, vió que el hombre estaba llorando. Jimena le preguntó si era de alegría o si le había dolido el pinchazo como para descomprimir la situación. Él le contestó que no, que las lágrimas eran por su mamá que ya no estaba con él. Había fallecido por Covid-19. La experiencia de la muerte y el duelo se repite. Vacunadora es sinónimo de contenedora. Mientras el hombre cubría su brazo, ella respiró profundo y con una mano en el otro hombro le habló con convicción: “vacunarse es la mejor manera de cuidar a quienes siguen con nosotrxs y también es la mejor forma de honrar a quienes  ya no están, porque cuantas más personas estén vacunadas, menos familias van a perder seres queridxs por el coronavirus”.