Soy Covid 19 positivo. Me lo confirmaron en el hospital Anchorena el 11 de abril, luego de haber transitado más de 20 días de la enfermedad. Fueron unos 3 dias de fiebre, dolor corporal y de cabeza, con la certeza de que algo raro me pasaba. No se parecía a ninguna de mis gripes y una a esta altura, se conoce.
Cuando lo supe cambió algo en la percepción que los otros tienen de mí. Vivir sola y en aislamiento es algo brutal. Perdés el sentido del tacto con las otras personas y empezas a dar vueltas sobre vos misma, con tus deseos en reflujo, que en su acidez se vuelven extremadamente direccionables por un ente inhumano. Mi percepción ya había sido alterada por el virus, suprimiendome el olfato y el gusto al 100%, como nunca antes en la vida. Cuando esos tres sentidos se suprimen casi por completo, dan paso a los grandes dictadores del sentido: el oído paranoico y la vista patriarcal.
El oído es el sentido más paranoico. Con su doble moral; la del aplauso a los médicos a las 9 de la noche, con bombo y los platillos. Y del otro lado el susurro punitivo que incrimina: ¿Dónde lo contrajiste?¿Cómo?¿Cuándo?¿Estaría yo cerca, me habrá contagiado? Donde hay drama hay un oído paranoico encerrado detrás de una puerta a oscuras, inmerso en sus propios pensamientos. Y es acaso esa falta de contraste entre seres, entre clases y dilemas, el terreno propicio para la paranoia.
Pero para desembarcar estruendosamente en esta conquista, nos falta la vista: la Gran Dictadora de los sentidos. Y es ahí donde este virus se despliega como lo que es; un experimento social, un regulador de conductas, un hacedor de nuevas plataformas subjetivas. La vista en su aspecto autoritario y patriarcal desatada para modelarnos. La feminista francesa Luce Irigaray, ya en 1978, escribió acerca de esto diciendo: “(…) Más que otros sentidos el ojo objetiviza y domina. Marca una distancia y la mantiene. En nuestra cultura la predominancia de la mirada sobre el olfato, el gusto, el tacto y el oído ha generado un empobrecimiento de las relaciones corporales. En cuanto la mirada domina, el cuerpo pierde su materialidad”.

La bidimensión de la pantalla se instala desde lo perceptivo alterando nuestra conducta de lo cotidiano. La ADMINISTRACIÓN de caudales y calidades ya no está en nuestras manos (ya hace rato, pero ahora menos que nunca). La operatoria desplegada de la administración de control es la de la ecuación lógica del “mínimo recurso-máxima capacidad”.
El control se vuelve específico, nos especifica. Se modela y nos modela. Porque el deseo también se queda en casa, y en casa nos siñen y dan forma. El deseo ahí flotando y disponible al 100% en su máxima capacidad, ocupando un espacio ínfimo. El entrecejo arrugado y los ojos rojos de mirar la pantalla. Pero no importa el efecto de bruma de la foto disipa todas las imperfecciones, y hasta un make up exagerado y grotesco se convierte en natural y sutil en la distancia. Y el gesto debe ser exagerado para ser entendido. Entonces la sutileza real se anula y como en una mala obra teatral el erotismo se hace grotesco.
La conducta se adapta a un tiempo de aceleración en un loop extendido. Tiempo-Aceleración-extendido…
Ya antes de entrar al hospital empecé a ver a algunas personas esperanzadas con la posibilidad de generar, a partir de esta gran crisis, otras formas de resistencia, una posibilidad para pensar las relaciones económicas, sociales, de género, ambientales y con ellas sus regulaciones ya sean a través de los Estados Nación, de lo cooperativo, de los nodos. Pero en esta disyuntiva: ¿Qué de estas buenas intenciones de resistencia podrán construirse y sobrevivir, en un mundo en donde el poder hegemónico no declina, solo se ve reseteado? Con lo que ya sabemos, estamos frente a un cambio en el sentido del capital, de la manofactura a las plataformas con millones de nuevos pobres, una precariedad enorme y los derechos adquiridos rifados. Y todo mientras se discute y se dirime qué es lo esencial y lo no esencial para la vida humana.
Un día bañándome en el hospital, con el agua cayendo sobre la piel como uno de los momentos de la percepción táctil más satisfactorios y genuinos del día, encontré la metáfora que describe este momento: estamos transitando el instante previo a la llegada de un Tsunami. Hoy la playa se deja ver más amplia, el mar se ha retirado más de la cuenta. El silencio se apodera de todo, y creemos que se despliega un gran horizonte de posibilidades.
Quizás sea así. Pero intuyo que cuando termine todo esto, el Tsunami quedará activado. Y todos los sobrevivientes deberemos hundirnos en él, o surferalo.
¿Es posible surfear un Tsunami?
Me atrevería a decir que no. Aunque seguro habrá una APP que nos haga creer que lo estamos haciendo..
