La primera vez que María del Carmen Molina escuchó la palabra “contrato colectivo de trabajo” fue a los 33 años. Para ese entonces hacía 11 años que trabajaba afuera de su casa y además se ocupaba de las tareas de jefa de hogar porque era madre soltera de tres. Trabajar y cuidar para esta joven mujer que había nacido en El Salvador, un país que en ese entonces, a comienzos de los ‘70, tenía una participación laboral de mujeres del 17 por ciento, según la Organización Internacional del Trabajo, no fue tarea sencilla.
Maricarmen Molina, como todos la conocen, trabajaba desde los 19 en una empresa privada. Pero a los 33, cuando entró al sector público, a la Lotería Nacional de Beneficencia, lo primero que se encontró allí era un contrato colectivo de trabajo. No solo eso. Ahí descubrió también qué era un sindicato. Ese hallazgo fue un giro en su historia de vida, una especie de epifanía.
A los seis meses estaba afiliada y a los dos años ya era parte de la Junta Directiva. Maricarmen ocupó todos los espacios que fue encontrando y en el 2000 se integró al comité directivo de su sindicato de base como secretaria primera de conflictos. No fue fácil en ninguno de los planos de su vida. En el ámbito laboral, tuvo que hacerse lugar entre los compañeros, la mayoría varones: “A nosotras no se nos ha regalado nada, siempre tenemos que demostrar que somos capaces, tenemos que rendir cuentas del trabajo que hemos hecho para llegar al lugar que llegamos. No obstante, a los hombres no se les pasa ni siquiera una prueba de test”, dice a LatFem.
No solo eso. Siempre está el riesgo, para ellas, de tener que masculinizar para ser aceptadas. Así lo explica Maricarmen: “Tuve que mostrar un carácter fuerte, eso te ayuda a blindarte y protegerte en el tema del respeto”.
Su carrera fue vertiginosa. Se sumó a la Coordinadora de Mujeres Sindicalistas de El Salvador. De ahí pasó por el comité directivo de la Federación Sindical de Trabajadores de los Servicios Públicos como Secretaria de la Mujer y también por el comité directivo de la Confederación Sindical de Trabajadoras y Trabajadores de su país. Hasta que, por fin, fue reconocida como Secretaria General de su organización de base: el Sindicato de Trabajadores de la Lotería Nacional de Beneficencia. Después de 42 años de historia desde su creación, por primera vez, una mujer ocupaba ese lugar. “Soy la primera secretaria general dentro de mi sindicato”, cuenta orgullosa a LatFem del otro lado de la pantalla. De ese día, no se olvida más: “En esta primera asamblea un grupo de hombres se levantaron en el momento de mi elección. A pesar de que tenía doce años de estar luchando por sus derechos. No confiaban en que era una mujer. No confiaban en que podía hacer un buen trabajo. En definitiva no creían que tenía la capacidad para hacer bien las cosas”.
Pero Maricarmen hizo un buen trabajo. En 2015 fue propuesta y respaldada para asumir la secretaría general de la Confederación Sindical de Trabajadoras y Trabajadores de El Salvador. Se convirtió en la primera mujer de ese país y de toda la región de América Latina en dirigir una confederación, la escala más alta en la representación sindical.
Su historia es excepcional. Las mujeres representan el 42%de las personas afiliadas a los sindicatos pero su participación en los órganos de conducción, no llega al 30%, y es, de tan solo el 7% en los cargos directivos, más altos, de acuerdo a la Confederación Sindical Internacional (CSI).
Los obstáculos que ella encontró para arribar a los lugares de poder real a los que llegó no sólo estuvieron en su espacio de trabajo. En el ámbito personal tampoco fue fácil: “Para las mujeres es extremadamente difícil mantenerse en la dirección de los sindicatos, lo logramos, pero asumimos costos familiares y personales”
Así reconstruye esas barreras familiares: “Mi mamá me decía no te metas en problemas, es una pérdida de tiempo, tenés que atender a tus hijos. Y yo sacrifiqué a mis hijos los fines de semana, sábados y domingos, porque entré en un proceso de formación política. Pero conversaba mucho con ellos y hasta los involucraba conmigo en las marchas”. Tal es así, que hoy, muchos años después, son ellos los que la alientan: “Ellos son conscientes y me dicen. Adelante, mamá. Adelante. Sobre todo cuando me ven, que voy a veces y liderando las marchas, cuando me ven sentando posiciones ante el Presidente de la República, que soy la vocera oficial. Entonces ellos entienden que esto es lo que me da vida, que esto es lo que me hace vibrar”.
Maricarmen sabe que aunque lleve mucho tiempo en el sindicalismo, aunque ocupe el lugar más alto de poder, no puede bajar la guardia. “Por el sindicalismo yo he sacrificado todo. Hace años que no me tomo vacaciones. Escucho que los miembros de la junta directiva me dicen este mes voy a estar de vacaciones. Perfecto. Jamás han escuchado que yo digo este mes voy a estar de vacaciones. Sacrificar todo, incluso mi salud”, cuenta.
Como dicen sus hijos, esto es realmente lo que a Maricarmen le da vida: “Es una gran satisfacción por el trabajo que como mujeres venimos realizando día a día. Luchar, mejorar las condiciones de vida de estas personas que no tienen la oportunidad. No venimos a desplazar a nadie, venimos a trabajar a la par y hemos demostrado que hemos trabajado más todavía que los hombres. Entonces no es un tema de una lucha entre hombres y mujeres, es la lucha contra el sistema, contra estos roles, contra todos estos estigmas que debemos transformar”.