Mariella Mazzotti: “Un Estado patriarcal no se va a transformar en un Estado feminista por voluntad propia”

Mariella Mazzotti es asistente social, y Mg. en Ciencia Política. Desde 2015 a 2020 fue directora del Instituto Nacional de las Mujeres del Ministerio de Desarrollo Social de Uruguay. Actualmente es docente del Diplomado de Género de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). En 2019 fue distinguida por la Red Global Apolitical como una de las 100 mujeres más influyentes en políticas de igualdad de género a nivel mundial. Su voz y su trayectoria son fundamentales para entender el devenir de los feminismos desde el regreso de la democracia a esta parte en Uruguay. Esta conversación forma parte de “Institucionalizadas: cuando los feminismos se vuelven parte del Estado”, una investigación transnacional de LatFem sobre Argentina, Uruguay, Chile y Brasil con apoyo de FESminismos, proyecto regional de la Fundación Friedrich Ebert (FES).

—¿Cómo te definís políticamente?

—Soy feminista. Creo que es la identidad más fuerte que tengo en este momento. También soy militante de izquierda, pertenezco a un sector dentro del Frente Amplio que se define como feminista y ambientalista. De base, por mi profesión, soy asistente social y trabajadora social. Muy tempranamente me acerqué al feminismo, allá por los años 70, cuando en Uruguay había dictadura y se hablaba de “la condición de la mujer”. Yo trabajaba en un colegio cooperativo, en un barrio popular, y ahí eran clarísimas las distintas posibilidades y hasta la proyección de vida de las adolescentes de ese colegio en relación a los adolescentes. Entonces en ese momento ya empecé a trabajar la cuestión de los derechos de las mujeres. También trabajaba en la casa maternal con las madres. No lo llamábamos de esa manera, pero ahí estaba la cuestión de las responsabilidades compartidas. Ahora se habla de la corresponsabilidad de género. 

Es decir que hace muchísimos años, desde muy joven, tuve la sensibilidad vinculada a la cuestión de las desigualdades de las mujeres y los varones. Formo parte de una familia en la que había muchos varones, hermanos, primos. Por otra parte, soy bisnieta de María Abella, que fue una feminista de fines del siglo XIX y principios del XX, y algo de eso estaba en el relato familiar. Cuando empecé a trabajar estos temas, a la salida de la dictadura, se me acercaron algunas feministas, investigadoras, a preguntar por mi bisabuela. Fue como un descubrimiento.

Entonces, entre una sensibilidad especial que tiene que ver con mi vida personal, y una ideológica, siempre estuve cerca. Toda la primera gestión la hice como una mujer independiente que provenía del movimiento feminista, al que en aquel momento más bien lo llamábamos movimiento de mujeres. Me empecé a visualizar como mujer política un tiempo después de ocupar cargos políticos. En el Frente Amplio siempre hubo lugar para las personas independientes, entonces podías ser frenteamplista proveniente de un movimiento social. Pero tengo una militancia política, con responsabilidades políticas también dentro de los partidos, desde que ganamos el gobierno nacional en 2005. Yo ya había hecho un ejercicio de diez años en la intendencia, en el gobierno departamental, como responsable de las políticas de género de la intendencia de Montevideo. Luego ya pasé al gobierno nacional. 

—Y con ese recorrido, esa historia ¿cómo ves al movimiento feminista hoy en Uruguay? 

—Hoy, 2023, lo veo debilitado. El movimiento feminista siempre emerge y se sumerge. Hubo una enorme fuerza del movimiento, con mucha capacidad de incidencia y de movilización del 2015 al 2020. Luego vino la pandemia y vino este gobierno (Luis Lacalle Pou es presidente de Uruguay desde marzo de 2020), que es muy retrógrado con respecto a la agenda de género, hay un gran cuestionamiento respecto de los derechos que promueven la agenda de género y la agenda de la diversidad. Hemos tenido leyes regresivas en términos de los derechos de las mujeres. El movimiento ha perdido fuerza. Aunque hay temas que continúan movilizando mucho, como el de la violencia de género. Pero su presencia pública, su presencia en los medios de comunicación perdió fuerza.

El movimiento feminista siempre emerge y se sumerge.

Sos la primera referente que nos dice esto en Uruguay. En general, nos dicen que está en un momento de auge del feminismo, con una presencia muy fuerte en todos lados…

—En algunas convocatorias que hace exclusivamente la Intersocial feminista, que fue la articulación de grupos, organizaciones y activistas más fuerte del período pasado, hay muy poca movilización. Lo que sí es cierto es que las movilizaciones del 8 de marzo y del 25 de noviembre son muy fuertes, porque ahí es como que la ciudadanía entera se vuelca. Pero cuando se aprobó una ley muy retrógrada para los derechos de niñas y niños (se refiere a la Ley 20141, de Corresponsabilidad en la crianza), que tiene que ver con la negación de situaciones de violencia de género y el impacto en los niños de las situaciones de violencia de género y del abuso sexual, prácticamente no hubo capacidad de movilización. 

Hay muy buenas pensadoras, tenemos feministas fuertes. Pero yo me refería al movimiento, a la capacidad de incidencia y la capacidad de movilización. Movilización en las fechas claves hay. En otras cosas más puntuales, no tanto. 

Dijiste que la agenda de las violencias está muy presente. ¿Ocupó mucho espacio esa agenda y no permite que avancen otras agendas que forman parte del feminismo? 

—Yo creo que en el Estado uruguayo no podemos hablar de que esté conceptualizada una política pública feminista. Esto lo planteamos con fuerza ahora para el programa del Frente Amplio. En su preámbulo reconoce la incidencia del movimiento feminista, de la última ola feminista, pero para la parte programática se sigue usando todavía una conceptualización vinculada a la igualdad de género. Ahí, los ejes fuertes, en los términos de la última gestión del Frente Amplio, del Instituto de las Mujeres, estuvieron muy vinculados a la cuestión de la violencia de género, que es muy fuerte y es el problema más legitimado a nivel de los organismos públicos, de la ciudadanía. Es un tema muy legitimado, muy reconocido. Culminó con la aprobación, por unanimidad, en el Senado, de una ley bastante innovadora, la ley de violencia hacia las mujeres basada en género (Ley Nº19.580 de violencia hacia las mujeres basada en género), que incluye la problemática de niñas, niños y adolescentes. Como tiene mucho apoyo popular es difícil retroceder, pero este gobierno la ha buscado debilitar. De hecho, no le otorga presupuesto, no creó los juzgados de género que se pretendían como una mejora real de calidad en la actuación de la justicia. Es decir, que la política pública de prevención, de combate, de sanción, de reparación en relación a la violencia de género lleva mucha energía, mucho tiempo. 

Después, lleva mucho tiempo todo el tema de la transversalidad. El tema de que sea el Estado y no una institución específica como el Instituto de las Mujeres el que lleve adelante acciones. Eso lleva mucha energía porque el Estado es extenso. Se fue legitimando al interior del Estado, entre las mujeres, la importancia de las políticas de igualdad. Entonces había una demanda prácticamente de toda la estructura del Estado con articulaciones de mujeres políticas bien diversas. Hubo un esfuerzo intelectual muy importante de articular una mirada de agro y de género, de industria y de género, de cada una de las políticas. Tuvo bastante fuerza, un impulso muy interesante que se frenó. 

Luego, la agenda internacional es muy fuerte también. Es importante el trabajo a nivel regional, lleva mucha energía. Hay otros temas que sí quedan más debilitados, como el tema de la economía o el tema de las condiciones de trabajo, que en general es una agenda que tomó mucho más el movimiento sindical. O situaciones más particulares, de política más específica, que también preocupan y son una demanda: trabajadoras sexuales, mujeres privadas de libertad. Si bien trabajamos mucho con la educación, no fuimos muy exitosas. Me parece que no avanzamos con una educación en igualdad a nivel de la educación pública uruguaya. 

En Uruguay, en los últimos años, ya habíamos aprobado la ley de interrupción voluntaria del embarazo. Entonces, el movimiento feminista tenía mucha agenda vinculada a la violencia de género. Luego, el Uruguay, con el atraso que tiene en participación política, tiene ese reclamo presente más que nada en la agenda parlamentaria, no es tanto una agenda del movimiento feminista autónomo. 

—¿Creés que ese debilitamiento del movimiento tiene que ver con el avance de la derecha y puntualmente con los ataques a feministas por parte de algunas expresiones de la derecha?

—Diría que la violencia política la han sufrido muchas mujeres, pero luego de que se sufre se conceptualiza. Donde yo la veo como un problema a encarar, a superar, a combatir es en el Frente Amplio, en la interna de la fuerza política. Las mujeres lo viven, desde la dirigencias hasta las bases, con mucha fuerza, con mucha indignación. Se está trabajando en eso. Pero no es un tema en el parlamento uruguayo. 

¿Pero lo ves como un obstáculo para la participación política? 

—La distribución del poder y la poca disposición para distribuir el poder en forma real es una enorme barrera a la participación política, es una forma de violencia simbólica. Ahora, la violencia política en términos de destrato, de maltrato, de ninguneo, de no tomar en cuenta, de invisibilización, a las mujeres las termina cansando. Si eso lo combinás con todo el tema de los cuidados, la participación política se vuelve un camino difícil sobre todo para mujeres jóvenes. Pero no creo que esté conceptualizada de esa manera, más desde el desgaste de la política, de la competencia y lo difícil que es.  

La participación política se vuelve un camino difícil sobre todo para mujeres jóvenes.

Una caracterización a la que nos gustaría llegar es poder definir qué decimos cuando decimos “política feminista”. ¿Qué quiere decir ese “feminista”, qué le agrega a la política? ¿Tenés un pensamiento alrededor de eso? 

—Estamos trabajando bastante sobre eso en el Frente Amplio. Cada año hay un encuentro enorme de debate sobre izquierda y feminismo. La política pública de igualdad de género tiene todo un marco teórico de que hay desigualdad por la razón de ser mujer, pero se fue avanzando en toda la conceptualización de la interseccionalidad. Entonces, para alcanzar una igualdad de género tenés que tomar en cuenta las diferencias entre las mujeres por etnia, edad, condición económica. Si yo soy feminista, estoy luchando por un cambio en las relaciones sociales, un cambio en las estructuras, estoy involucrada, no soy una jerarca o una funcionaria de alto grado que tiene que llevar adelante la igualdad de género. Las feministas del Estado no hablan desde afuera, tienen una bandera propia. 

Pensar en estos términos es un enriquecimiento del paradigma del tipo de sociedad que pretenden impulsar los partidos políticos de izquierda, que buscan una transformación de las relaciones económicas y las relaciones sociales. Lo que el feminismo aporta es que para hacer esas transformaciones tenemos que mirar un conjunto de condicionamientos que hace que la sociedad esté organizada con criterios capitalistas, patriarcales, racistas, sexistas. 

Si la sociedad está organizada bajo criterios patriarcales y el Estado forma parte de la sociedad, vos, que tuviste participación estatal, ¿cómo caracterizás a ese Estado?

—El Estado, las instituciones, desde un concepto de institución más francés, representan determinados valores, paradigmas. Entonces, la institución estatal, que es complejísima porque es un conjunto de instituciones, representa el statu quo. Dentro del statu quo, nosotros tenemos al patriarcado como sistema que implica lo jerárquico, por ejemplo, lo masculino jerárquico. Para ser una buena directora, la expectativa es que asumas determinadas formas de actuar, de vestir, de hablar, de ejercer tus responsabilidades. Ahí hay un ejercicio de búsqueda de una imagen diferente y de formas diferentes de ejercicio del poder. El tema de la transversalidad del trabajo en equipo, el tema de la presentación pública, el tema de que no es solamente hablar sino también sentir y mostrar lo que se siente, yo creo que todo eso puede producir fisuras en ese Estado, que es bastante compacto desde el punto de vista patriarcal. 

Por otro lado, una habla de lógica patriarcal, pero también varía según los sectores. Hay algunos sectores que son, a la vez, muy masculinizados. Entonces, la lógica de lo masculino aparece con mucha fuerza. Entonces, allí para las mujeres que están en esas áreas del Estado, su lucha es más fuerte. 

Se ha legitimado, sobre todo, la cuestión de la violencia de género o la igualdad de trato o la igualdad salarial, es decir, ha habido avances. Pero siempre es un tema que no está en los primeros lugares de la agenda.

Con respecto a las políticas públicas de igualdad, siempre estás peleando de abajo. Se ha legitimado, sobre todo, la cuestión de la violencia de género o la igualdad de trato o la igualdad salarial, es decir, ha habido avances. Pero siempre es un tema que no está en los primeros lugares de la agenda. Así como hay incomprensión en la izquierda, hay incomprensión en el Estado de que para transformar los temas de género, hay que entender que los temas de igualdad no son de segunda categoría. Eso cuesta mucho. 

¿Y qué papel juega el movimiento feminista callejero en las política feminista desde el Estado? 

—Muy importante. La capacidad de presión del movimiento ayuda a quienes estamos en esa lucha adentro. En general, exige mucho más de lo que podemos. También puede ser que tengamos percepciones distintas de cuál es el camino a llevar adelante en la solución del problema. Yo, personalmente, tuve alguna distancia con el movimiento feminista en relación a algunos dispositivos que había que implementar para la cuestión de la violencia de género. Uno puede tener perspectivas diferentes, pero siempre la presión permite avances dentro del Estado. 

¿Y hay canales de diálogo? 

—Formales e informales. En realidad, desde el punto de vista del movimiento feminista, demasiados canales de diálogo, que hacían difícil estar en todas partes. Hay veces que se sentía, por parte del movimiento feminista, que la incidencia era baja. Que era un diálogo sin capacidad de formar parte de la toma de decisiones. Y había diálogo informal también, pero ahí depende de las confianzas. Depende de cómo las feministas te ven. Con unas puedes establecer más diálogos de confianza que con otras. 

Algo importante es el vínculo con la institución nacional, el Instituto de las Mujeres, con el cual el movimiento feminista es mucho más exigente y mucho más distante que el vínculo del movimiento feminista con las áreas de género de las intendencias departamentales. Ahí hay mucha más complicidad, más alianza, más apoyo mutuo. 

En todo ese proceso con las áreas de igualdad, la intendenta mantiene ese vínculo de cercanía, de apoyo, de recibir insumos, de diálogos, de complicidad. Eso se ve en la intendencia de Montevideo. Está mucho mejor construido que a nivel del gobierno nacional. 

Para sortear estos obstáculos que tienen las feministas dentro del Estado, ¿qué papel juega la relación con otras que están también dentro del Estado? 

—En el primer gobierno, entre 2005 y 2010, se intentó y no se concretó. Ahí Carmen Beramendi quizás vivió otro proceso. En mi experiencia, no había. Había vínculos interpersonales. Una cuestión de ayuda mutua, de vínculos informales. También tuve muchos aliados varones, en esa cuestión de los vínculos personales, de la creación de confianza, del reconocimiento. Con las parlamentarias, también. Las redes de apoyo entre las parlamentarias y el ejecutivo son muy importantes. Pero yo no participé de ningún espacio formal entre feministas. No había, no lo incentivé tampoco. Pero sí las alianzas.

¿Cuál es tu valoración sobre el Instituto y los espacios específicos de género? Entremos en el debate de transversalizar o tener un espacio propio, si le ves límites a esos espacios propios o le ves potencialidades. 

—Nos tenemos que apropiar de todo el Estado. Los espacios específicos tienen una misión muy clara, que es la transversalización en todo el Estado. Si no tenés un motor que lo impulse, el Estado va a continuar en esa inercia. Un Estado patriarcal no se va a transformar en un Estado feminista por voluntad propia. Así como el feminismo presiona de afuera, necesitás un motor que presione adentro. Lo que pasa es que se puede quedar encerrado en sí mismo. Para mí una clave muy importante —desde un espacio nacional es más difícil, desde un espacio territorial es más fácil— es el impulso de la participación social, el impulso a, de alguna manera, fortalecer organizaciones, nucleamientos, colectivas a nivel de todo el país. Para eso, como es un Instituto, no es un ministerio, tiene limitaciones presupuestales. Pero yo creo que la parte de la transversalidad y la parte de la participación son muy importantes. 

Así como el feminismo presiona de afuera, necesitás un motor que presione adentro.

¿Quisieras que en Uruguay haya un ministerio?

—Sí, porque acá en el Uruguay hay mucha moda de poner oficinas al lado del presidente de la República. En general están allí y todo el mundo piensa que tienen mucho poder pero tienen menos poder que, por ejemplo, el Instituto de la Mujer, y menos presupuesto. 

Yo quiero un Ministerio de Igualdad para el Uruguay. Pero con la jerarquía real ministerial. Porque un instituto como en el que yo estaba, que dependía de un ministerio (el de Desarrollo Social), comparando con ministras de las mujeres de otros países de América Latina, tenía más recursos y más poder. Se han creado muchos ministerios sin poder real, se les ha dado ese rango jerárquico, pero no el poder real. El de Chile puede ser que sea el que más llegó a ser ministerio, con (Michele) Bachelet. (El 3 de junio de 2016 Claudia Pascual fue nombrada como primera Ministra de la Mujer y Equidad de Género de Chile). No alcanza solamente con que se llame “Ministerio”. El presupuesto es muy importante y la capacidad de incidencia con el presidente también. 

Ningún partido en el Frente Amplio visualiza la importancia de un Ministerio de Igualdad. Seguramente haya consenso en Uruguay de llamarlo de esa manera: Ministerio de Igualdad. El Frente Amplio no lo va a aceptar. De hecho, no está en el programa. 

¿Y cómo construir esa demanda? En el caso de Argentina, el feminismo callejero no pidió un ministerio, no era una demanda. Pero, sin embargo, sí le pide al Estado que sea más feminista, que termine con las desigualdades…

—En el Frente Amplio, estuvo el planteo del ministerio de la mujer desde hace veinte años. Siempre se perdió. El movimiento feminista planteó un ministerio de la mujer. Ahora se cansaron. Pero eso estuvo planteado. Estuvo en agenda. No es una demanda actual. Si ustedes ven las recomendaciones de Beijing (se refiere a la Declaración y la Plataforma de Beijing de 1995), está la de que el Estado asumiera responsabilidades. Entonces el movimiento feminista se abocó a apoyar al Estado y a exigir al Estado que asumiera responsabilidades. Ahora me da la impresión de que el movimiento feminista tiene un énfasis más fuerte en la autonomía y en la capacidad de los movimientos de presión, más que de expectativas con respecto al Estado o la colaboración con el Estado. Eso se desgastó mucho, por lo menos en Uruguay. Además sintieron que hubo mucha cooptación porque, claro, muchas feministas del movimiento pasaron al Estado. Eso debilitó al movimiento en una fase previa al 2015. Eso está muy verbalizado por las compañeras. Las mujeres políticas del Frente Amplio, las que están organizadas como mujeres militantes por la agenda de género siguen planteando el ministerio de la mujer. Pero las dirigentas de izquierda no lo ven. Ni siquiera es una lucha de las mujeres políticas que están a nivel parlamentario. 

Me da la impresión de que el movimiento feminista tiene un énfasis más fuerte en la autonomía y en la capacidad de los movimientos de presión, más que de expectativas con respecto al Estado o la colaboración con el Estado.

O sea que ese malestar que tiene una mujer en la política dentro del Estado quizás se viene arrastrando, también, de un malestar en el sistema de partidos políticos. 

—Claro. De hecho, el Frente Amplio sufrió una derrota que tiene mucho que ver con que el movimiento feminista quedó muy desconforme con el último gobierno o en un proceso de desilusión. Pero además, hubo otros sectores de los movimientos sociales que quedaron desilusionados, como el movimiento cooperativo. Quizás el que quedó menos distante fue el de los trabajadores. 

¿Cómo es eso de que el movimiento feminista quedó desilusionado?

—Nosotros tuvimos quince años de izquierda (entre 2005 y 2020) y las movilizaciones del 8 de marzo no son movilizaciones políticas. Son masivas pero no políticas, no político partidarias. Hay que ver si es política también… Las mujeres salen, es más del estómago, de esa indignación, hay muchas nenas jóvenes, es “basta” o “estoy harta”, eso es lo que prima el 8 de marzo o el 25 de noviembre.  

¿Qué pensas de la posibilidad de crear un partido feminista como una herramienta para sortear los obstáculos? 

—Nunca lo visualicé. Dentro del Frente Amplio hubo impulsos de hacer listas de mujeres. Tampoco lo visualicé.Me parece que en la lucha la concepción social feminista tiene que poder permear. Hablo del Frente Amplio porque es la unificación de los partidos de izquierda del Uruguay. A mí lo que me importa es eso, que la izquierda se transforme en una izquierda feminista. Y no lo es todavía. Al Frente le falta mucho, todavía, para declararse feminista. También es cierto que se declaró antipatriarcal y antirracista. Eso es cierto que es un horizonte. Pero por ahora… 

Una compañera, en un debate, decía “nosotros usamos mucho esa palabra y es como bastardear el concepto de ‘feminismo’. Trabajemos hacia eso pero llamémoslo feminista cuando realmente haya una masa militante que se sienta feminista”.

Es una etiqueta que le ponés a todo. 

—Que se vacía.

¿Cómo valoras las herramientas de cuotas, de cupo, de paridad? 

—La cuota fue una estrategia, en su momento, importante. Mostró que la política pública es diferente cuando hay más mujeres en los parlamentos, fundamentalmente, que es donde se aplicó. Estamos reivindicando la paridad. Yo creo que son mecanismos que ayudan, pero que tenés que estudiar bien para que no haya trampa a ese mecanismo. El Frente Amplio tiene listas paritarias y ha sido muy importante. Tenemos que luchar porque, con la paridad, haya mujeres en los primeros lugares: primero una mujer, después un varón. Por cómo es el sistema electoral uruguayo, si hay un solo lugar para ese territorio en el parlamento, es para el varón que va primero. Hubo una estrategia importante de que a las mujeres las suplan mujeres, porque, si no, por cualquier motivo, la mujer salía y entraba un varón, entonces la paridad se perdía. Yo creo que son mecanismos que ayudan. No hay que poner a la esposa de, ni a la hija de. 

En términos de estrategia, algunas compañeras han mencionado que quitarle el rótulo de género, de feminismo, a una propuesta de programa, de política pública, a veces surte más efecto, tiene mejor recepción. ¿Vos qué pensás?

—No estoy de acuerdo. Hay que dar el debate ideológico. Hay que dar, al mismo tiempo, mucho de pedagogía, trabajando con la gente, trabajando con las mujeres, trabajando con tus compañeros de gabinete, con los jerarcas, superiores. Una tiene que poder trabajar, argumentar y convencer. 

Una tiene que poder trabajar, argumentar y convencer. 

¿Y al revés? ¿Políticas que hayan tenido efectos feministas y no hayan sido concebidas como tales? 

—Hay que preguntarse si son políticas feministas. Porque no toda política que beneficie a las mujeres es transformadora. Entonces, quizás sean buenas políticas asistenciales dirigidas a mujeres, pero no feministas, porque no producen igualdad, no cambian las relaciones sociales, no cambian los valores culturales, los roles que ocupamos en la sociedad. Es mejorar sus condiciones de vida. No son feministas. 

Se suele mencionar la Asignación Universal por Hijo…

—Sí, no creo que sea feminista. Creo que mejora la calidad de vida. No estoy en contra de esas políticas. Pero que el destinatario sean mujeres no quiere decir que sea de género, ni que sea feminista. Una política vinculada al cuestionamiento de las masculinidades puede ser bastante feminista. Entonces no es la gente a quien va dirigida lo que define a una política feminista sino la búsqueda de las transformaciones de las relaciones sociales, de las bases culturales. Porque el feminismo tiene mucho de transformación sociocultural y de igualdad económica. Es un cambio de sistema. 

Se le suele achacar a la política feminista que es de minorías, que no ataca la contradicción principal. ¿Con qué crees que tiene que ver esta interpretación que se hace? 

—Algo muy importante es que no somos una minoría. En general, en las sociedades, somos la mayoría. En Uruguay somos el 52%, así que minoría ni ahí. Por décadas, para la izquierda la sociedad alcanza una igualdad cuando tú resolvés la contradicción capital-trabajo. Eso también ha quedado demostrado que es una simplificación de la realidad y lo ha demostrado mucho el feminismo desde fines del siglo XIX. La cuestión es que eso no logra prender en la mayoría, en el statu quo de la izquierda. En el fondo, es un cuestionamiento a las relaciones de poder muy fuerte. Asumís eso y asumís una distribución del poder con la mayoría. Es evidente que los varones pueden sentir que pierden, porque privilegios pierden. Ganan otras cosas. Pero en la distribución siempre hay unos que ganan y otros que pierden. También en la distribución económica: los ricos pierden y los sectores más pobres reciben más. En la cuestión del poder es igual. 

En el reconocimiento también pierden. 

—Con el reconocimiento público, sí, porque esos privilegios están asociados a muchos recursos materiales y simbólicos. El reconocimiento es un gran recurso simbólico, que además retroalimenta el espacio de poder. 

¿Hay alguna experiencia que quisieras destacar? 

—Me parece que hay algo que es importante para las políticas feministas. Ustedes me preguntaban por las alianzas entre las feministas en el Estado y yo les decía que mi experiencia fue muy informal. Pero lo que a mí sí me formó y me enriqueció mucho fue la posibilidad de participar en lo que se llamó la Red de Mujeres Políticas que coordinaba la Fundación Friedrich Ebert (FES) a nivel Cono Sur. Brasil, Chile, Paraguay, Uruguay, Argentina. Fue muy interesante porque fue una red que duró como diez años. Hay que destacar esa experiencia. Esa red estaba integrada por mujeres feministas, mujeres políticas en los parlamentos, en el ejecutivo, y feministas de movimiento, grandes líderes en ese momento y con mucho aporte académico, mucho pensamiento feminista. Nos reuníamos más o menos tres veces por año. Es decir que fueron como treinta veces. Todo el tema de la transversalidad fue un tema que puso la FES en la agenda. Ahí estuvimos estudiando los temas de los planes de igualdad, que nosotros llegamos a hacer en Argentina y en Uruguay. Hubo toda una tarea de red, de articulación, de intercambios, de apoyo mutuo entre nosotras y de formación que fue muy importante para muchas mujeres en Argentina y acá en Uruguay. 

En tu experiencia, la tensión con el movimiento autónomo, ¿estuvo? ¿está? Tengo recuerdos de experiencias en los ‘90, en los primeros 2000, de organizaciones a nivel regional que se oponían a lo que en algunos casos llamaban las “femócratas”. Esta idea de que el feminismo en las instituciones es una contradicción, un problema. 

—Experiencias en Bolivia, Perú, Chile.

Claro, con la idea de que una feminista que habla en términos de desarrollo, de la agenda internacional, que piensa que el Estado es realmente una posibilidad de transformación de la sociedad es imposible. ¿Te toca de cerca? 

—En un libro del feminismo en Uruguay que editó Cotidiano Mujer, Lilián Celiberti cuenta cómo se vivían esos movimientos autónomos tan fuertes, sobre todo en Perú, en Chile, en Bolivia, y que acá en Uruguay las feministas estaban en otra cosa. En mi pasaje por la intendencia de Montevideo ellas más bien eran una alianza. Una complicidad de apoyo mutuo. En mi dirección del Instituto de las Mujeres habría esperado mucho más complicidad de la que hubo. Pero creo que pesó más esa desilusión hacia el gobierno del Frente Amplio, esa cosa de que al Gobierno nacional hay que pedirle todo. O no tanto pedirle, exigirle cumplimientos, la cosa más distante. Pero a mí me molesta que en la época que asumió Carmen Beramendi, que fue la primera directora del Instituto de las Mujeres, estaba toda la historia del triángulo de las feministas y las feministas en el Estado éramos “las femócratas”. A mí nunca me molestó porque es evidente que éramos feministas en el Estado. Asociamos “burócratas” con los que no hacen nada. Parece feo, pero en realidad sos una feminista en el Estado. No me parece mal. Hubo distancia, sobre todo con algunas expresiones del movimiento feminista que estaban muy disconformes con el presupuesto que tenía el Instituto, que era un organismo sin jerarquía.

“Institucionalizadas: cuando los feminismos se vuelven parte del Estado” es una investigación especialtransnacional de LATFEM sobre Argentina, Uruguay, Chile y Brasil con apoyo de FESminismos, proyecto regional de la Fundación Friedrich Ebert (FES).