Es 7 de marzo de 2020 y lesbianas y bisexuales jugamos con el tiempo pasado en el proyecto Querida (a) diario: es como pasear por algún bosque juntando flores, pero en la canasta ponemos cartas, papelitos, notas, agendas que hayan sido escritas entre 1990 y 2010 por adolescentes lesbianas y/o bisexuales; y también es como ser espías buscando pistas y descifrando escenas que a simple vista parecen inconexas.
Ponemos el foco en este período porque consideramos a las décadas de 1990 y 2010 como bisagra en la presentación y legitimación de las existencias lésbicas en la escena pública. Hasta ese momento, las voces lesbianas en primera persona se veían circunscritas a producciones feministas o propias del colectivo LGBT con escasa posibilidad de difusión. Ubicamos a finales de los 80 y principios de los 90 una serie de hechos significativos que habilitan la llegada de una voz lesbiana al público masivo: la participación en varios programas de televisión de alta audiencia como “Almorzando con Mirtha Legrand”; la presentación del disco Mujer contra Mujer de Sandra Mihanovich y Celeste Carballo; la apertura del primer taller de lesbianismo en un Encuentro Nacional de Mujeres; la realización de las primeras Marchas del Orgullo Lesbiano Gay; y el fortalecimiento generalizado del movimiento LGBT. Sin desconocer que estas voces comenzaron por contestar el interrogatorio clásico de la época (principalmente vinculado a perspectivas patologizantes y/o religiosas), identificamos en ese salto cualitativo las bases necesarias para que en el año 2010 se abriera el debate social y legislativo que culminó con la aprobación de la ley de matrimonio igualitario. Ese hecho histórico, junto al protagonismo que tuvieron muchas activistas lesbianas en la aprobación de la ley, conforman un parteaguas en el imaginario colectivo que encuadra las existencias lesbianas en la infancia y adolescencia.
Querida (a) diario: pregunta: ¿qué puede ser recordado, archivado u organizado como legado?, ¿qué sucede con los documentos que resguardan emociones, sensaciones, afectos?, ¿qué archivos son los que se construyen y sobreviven, cuáles son puestos en valor y ofrecidos como herencia de interés general?
En su libro An Archive of Feelings, Ann Cvetkovich resalta la urgencia de documentar los excesos de las culturas públicas lesbianas, los huecos y las fisuras que revelan las vidas de lxs sujetxs queer. Si el archivo clásico está hecho de documentos, los archivos de sentimientos van más allá: son tanto materiales como inmateriales y contemplan objetos que escapan a la lógica de lo comúnmente archivable.
Dentro de este archivo afectivo, junto a Delfina Cabrera y An Millet, ponemos el ojo en las escrituras íntimas. Cosas que fueron escritas sin pensar en ser publicadas que se sitúan en las zonas fronterizas de la literatura y sus géneros (¿a qué género pertenecen las cartas, los diarios íntimos, las bitácoras personales, las notas en boletos del subte?, ¿son escrituras documentales?, ¿ficcionales?, ¿autobiográficas?). Este carácter indeterminado y plástico que aparece en ese hueco de aparente libertad que da la intimidad es el que se vuelve interesante: la resistencia a la clasificación de estos textos y soportes tiene el potencial de inventar nuevas estrategias de lectura y de escritura.
En estos materiales “personales”, marginales y efímeros, lo íntimo desborda la dicotomía entre lo público y lo privado y allí reside su valor colectivo. Los afectos asociados a la memoria personal, la fantasía y los dolores que caracterizan a las escrituras íntimas de adolescentes lesbianas y bisexuales hacen que los documentos relevados sean imprescindibles para alentar la lectura de los dispositivos de disciplinamiento de una determinada época y geografía, y sus fugas.
Son materiales que dicen lo que dicen y mucho más. Aparece lo que en su momento podía llegar a ser innombrable: salidas del closet, declaraciones de amor, lamentos y deseos bajo el candado endeble de un diario íntimo con hojas perfumadas; soñar con ciudades y con el paso del tiempo, con gente nueva que fuera parecida a una misma, fantasías escapistas y dramáticas y, también, el lado dulce que puede tener la oscuridad y la intimidad de un secreto.
La riqueza del trabajo de archivo excede la interpretación. Se trata de vehiculizar y ensamblar las voces de aquellas adolescencias de un momento histórico en el que reinó una inmensa dificultad para poder identificarse, vincularse y aliarse con otras lesbianas. Escenario que dio lugar a un aislamiento aparentemente individual que encubría una soledad prefabricada por el sistema heterosexual como única opción posible. La reunión de estas escrituras logra trazar las líneas que dibujan la constelación de soledades que nos era desconocida y descubrir una comunidad retrospectiva. Es abrir otros modos de habitar el pasado, amplificar la mirada, hacer un zoom out que acorte las distancias, atar los cabos con un hilo que sirva de sostén.
Donna Haraway dice que existimos en un mar de narraciones. Son poderosas que nos ordenan y también nos atrapan. Pero por suerte hay muchas formas de narrar y ésa es nuestra apuesta: cambiar las narraciones, intervenir en esa trama. Por eso, volver desde ahora a nuestras adolescencias permite que volvamos sobre el relato de nosotras mismas, no sólo complejizarlo sino enriquecerlo con deseos insurrectos, gestos escurridizos de la norma y con la sospecha de que el aislamiento había sido compartido, que la rareza que se veía singular era un mar de voces compartidas.