Ya no recuerdo su voz y la imagen que tengo de su rostro es borrosa y difusa. Mi papá falleció cuando yo tenía siete años, murió arriba de un vagón del ferrocarril San Martín en la estación de José C. Paz. Se descompensó camino a mi casa cuando volvía del Hospital Garrahan donde habían internado a mi hermana menor. Nos enteramos de su muerte por un grupo de vecinas que a la noche llamaron a la puerta de casa. Salimos con mis hermanos a ver qué pasaba. “Tu papá se descompensó, tu mamá viene en camino”, dijeron. En minutos, en esa misma piecita de material que habían construido mis papás con parte del dinero que mi viejo había ganado en el bingo que organizaba el Diario Crónica, en esa piecita que esa tarde fría de un verano que se despedía para pasarle la posta al otoño, donde por primera vez me animé a ponerme un vestido de esos que le habían regalado las patronas a mi mamá, yo jugaba con las muñecas que les faltaban brazos, ojos, piernas, con ositos de peluche que coleccionaba y cuidadosamente los mantenía limpios y perfumados, en esa misma piecita de material que no tenía puertas ni ventanas prepararon el velorio de mí papá.
Mi casa se llenó de gente, vecinos, parientes. Entré a verlo a mi papá en el cajón y rompí en llanto. Recuerdo que me sacaron por el bardo que había hecho con gritos, perdida en un mar de lágrimas. Mi prima Mabel me abrazó y me dijo que no me había quedado sola, que tenía a mí mamá.
No volví a entrar a esa piecita, de hecho, hasta el día de hoy cuando voy a visitar a mi madre hago un intercambio con mi hermana para que ella duerma ahí y yo en su cama. Tengo pocos recuerdos de mi papá, quizás el más presente —y que le cuento a Santy, mi hijo cada vez que pregunta por el abuelo Goyo—, es ese día del padre que mí mamá le dio de regalo una campera de color azul francia. Ese es mi color preferido. A mi papá, alto y morocho, ese color le quedaba hermoso. Recuerdo que apenas abrió la bolsa del regalo se probó la campera y nos llevó de paseo al campo del frente de casa. Todos mis hermanos corrían delante de él y yo preferí quedarme tomada de su mano. Mi papá esperó a que mis hermanos se alejaran y sacó del bolsillo del pantalón un caramelo y me dijo: “Tomá negra, comelo rápido que tus hermanos no te vean”.
No sé qué fue de esa campera color azul francia, hace poco le pregunté a mi mamá y ella recordaba ese regalo pero no supo decirme qué pasó con esa prenda que es lo que más recuerdo de mi papá. De a poco en mi cotidianeidad el color azul pasó a ser un color asociado a la yuta, a ese uniforme que a las trabajadoras sexuales nos genera tanto rechazo. Cada vez que veo el color de la campera de mi viejo le comparto a quien esté al lado mío ese recuerdo que tengo tan presente de mi papá.
Hace poco una de mis sobrinas me envió por mensaje de WhatsApp una foto que encontró buscándole papeles a mi mamá. Es la única foto donde estoy con mí papá. Le pedí a mi mamá que me la regale, que fotos con mi papá no tengo, que la necesito para mostrarsela a Santy, para tenerla conmigo, para mirar su rostro y volver a recordar ese día del padre, esa campera azul francia que le quedaba hermosa.
Para mi último cumpleaños mí mamá me sorprendió con un cuadro grande para adornar mi casa. Cuando abrí el envoltorio el cuadro tenía la única foto que tengo con mi viejo Goyo.
Aún no lo colgué, está arriba de la mesa del comedor. Cada vez que me siento ahí con Santy está la foto de mi viejo. Cada persona que viene a mi casa me pregunta quién es ese hombre que está conmigo y ahí vuelve otra vez la hermosa imagen de mi viejo y su campera azul francia, de mi viejo corriendo con nosotros por un campo que ahora es un barrio privado, de mi viejo con el perro que teníamos llamado Pablo, de mi viejo ganando el bingo del Diario Crónica y comprándonos una tele, de mi viejo armando una piecita de material, de mi viejo defendiendonos cuando mi madre nos retaba porque nos portabamos mal, de mi viejo diciéndome “negra” —apodo que solo les permito a mis hermanos y a mi mamá—, de mi viejo y esa campera azul francia que le resaltaba su color de piel marrón oscuro. De mi papá, la persona que me enseñó a ser feliz con las cosas más sencillas de este mundo.
Este texto forma parte de DI$PUTAS, la sección de LatFem donde lxs trabajadorxs sexuales cuentan con sus propias palabras sus historias.