Las cámaras de seguridad del hotel alojamiento “Susurros”, en Florencio Varela, lo registraron escapando a toda velocidad en su auto. Ariel Norberto García rompió la barrera de entrada y salida del lugar cuando se fue. En la habitación 10 había dejado el cuerpo de Carolina Estefanía Medina rodeada de sangre. Ella tenía 25 años y estaba embarazada de siete meses. La recepcionista del lugar llamó a la policía que la encontró muerta cuando el femicida ya no estaba. Fue el último sábado 13 de octubre. “Misterioso juego sexual en hotel alojamiento acabó en tragedia”, tituló Crónica en su clásica placa roja. En el país de Ni Una Menos, la palabra femicidio está ausente en una rápida búsqueda de las coberturas mediáticas de esta noticia. También está omitida en el expediente judicial.
La investigación por el crimen recayó en la Unidad Funcional e Instrucción N° 3 Descentralizada de Florencio Varela. La abogada feminista Florencia Casamiquela representa a la familia de Carolina, la madre y el padre son lxs particulares damninficadxs en la causa. Esta semana pidieron el cambio de calificación. Esto es: que la carátula deje de ser homicidio simple y pase a nombrarse como homicidio doblemente agravado por su comisión con ensañamiento y alevosía y por mediar violencia de género. Es decir, la figura de femicidio incorporada al Código Penal en 2012 a través de la modificación del artículo 80 inc. 11.
“La violencia desplegada en el cuerpo de Carolina, el desprecio manifiesto hacia un embarazo de siete meses y el sadismo presente en los actos del autor del hecho, nos ponen indubitadamente frente a un femicidio”, dice el escrito que presentó la abogada, al que tuvo acceso LATFEM.
“No tengo una explicación para lo que pasó. Queremos justicia y queremos que se sepa la verdad. En todos lados se publicaron barbaridades sobre mi hija. Ella era la víctima. No se habla del asesino. Sabemos que tuvo responsabilidades en otros casos”, dijo a LATFEM, Alejandra Leguizamón, la madre de Carolina Estefanía Medina. Ahora está al cuidado de lxs dos hijxs que se quedaron sin mamá: una nena de 8 años y un nene de 6. En este tiempo la familia puso a investigar por su propia cuenta quien era el hombre señalado como el femicida, que ellxs no conocían. Buscaron en Facebook y encontraron su rostro, el que la televisión no muestra. También dieron con chicas que aseguran que tuvo responsabilidades en casos anteriores.
El cuerpo de Carolina, según la autopsia, tenía las huellas de la violencia machista. Esas que la antropóloga Rita Segato denomina marcas o firmas. La zona genital estaba destrozada. La palabra desgarro aparece varias veces en el informe preliminar al que accedió LATFEM. De su útero lxs peritxs extrajeron dos botellas de cerveza intactas. La sangre que perdió por la introducción de estos elementos le produjo un “shock hipovolémico”. Es decir, perdió tanta sangre que no podía ser reemplazada por el cuerpo. Esta lesión le produjo la muerte.
“No tiene marcas ni en el cuerpo ni en la cabeza”, señalaba el cronista de Crónica la primera vez que apareció esta noticia en televisión. “Me dice la policía que la hipótesis sería un juego sexual que, seguramente, terminó de la peor manera”, agregó. Las distintas coberturas mediáticas también señalaron que Carolina tenía “problemas con las drogas”. Ni el alcohol ni las drogas ni los juegos sexuales matan. Todas las investigaciones y datos relevados dan cuenta de que los femicidas son parejas, ex parejas o familiares de las víctimas. No son mounstruos ni locos: son varones conocidos por las mujeres.
Desde el Observatorio de Violencia de Género (OVG), que depende de la Defensoría del Pueblo de la provincia de Buenos Aires, hace tiempo realizan un seguimiento de las actuaciones judiciales respecto a los femicidios y encuentran un patrón que se repite. “En ese caso, como en otros, vemos que muchos que deberían ser calificados como femicidio no lo son”, señala Laura Malacalza, titular de la OVG, consultada por LATFEM para esta nota.
“Cuando todxs entendemos que se trata de un contexto de violencia de género y no es caratulado de esa forma por parte del Estado, esto tiene un efecto moralizante y disciplinador. Es moralizante en términos de pensar cuáles son las `buenas víctimas´ para el Estado. Las que no son caratuladas como tal supuestamente han cometido acciones según los roles social e históricamente asignado a las mujeres sobre cómo vivir nuestra sexualidad”, dice la titular de la OVG.
Malacalza recuerda otro crimen: el asesinato de Lucía Pérez, en Mar del Plata, que también fue uno de los hechos que movilizaron para convocar al primer paro de mujeres, lesbianas, travestis y trans. Lucía tenía 16 años. En octubre del 2017 dos varones la dejaron en un centro de salud cuando ya estaba muerta. A uno de ellos, le había comprado marihuana. La primera versión pericial señalaba que había muerto empalada.
La especialista observa que ambos femicidios aparecen dos cuestiones: la primera que tiene que ver con un contexto de consumo de drogas y negociaciones alrededor de eso; y la segunda es el uso de la sexualidad de los varones como modo de violencia hacia las mujeres.
La titular del OVG puntualiza sobre un contexto que se omite. “No se interpreta el contexto de dominación que aparece en el uso de la sexualidad por parte de las varones. Parecería que si consentís ir a un motel, consentís cómo se llevan a cabo las prácticas sexuales. El eje fundamental para debatir en las instancias judiciales es cómo el consentimiento se ve afectado en estos casos. El problema es ver qué significa la violencia y cómo son las estructuras de dominación que se dan en el tratamiento de los cuerpos, en cómo la sexualidad se convierte en un arma de guerra que destroza los cuerpos, cómo se llevaron adelante esas prácticas sexuales”, explica.
La estrategia de Ariel Norberto García, que está detenido de manera preventiva por el femicidio de Carolina Medina, es anteponer el problema de consumo de drogas del hombre por sobre la violencia machista. La patologización de los femicidas es un artilugio recurrente. Si se trata de historias de femicidios en las clases adineradas la depresión o problemas neurológicos son la excusa perfecta; si son crímenes en contextos populares, las drogas y el alcohol son la estrategia de la defensa para atenuar las penas.
Según los datos producidos por el Ministerio Público de la provincia de Buenos Aires en 2016 se iniciaron un total de 86 procesos penales por femicidio, algunos de ellos con varias víctimas, por lo que el número asciende a 90. En 2017 en territorio bonaerense, se iniciaron un total de 92 procesos penales por femicidio, algunos de ellos con multiplicidad de víctimas, por lo que el total asciende a 98 víctimas fallecidas.
Carolina Medina tenía 25 años y vivía en villa Los Eucaliptus, en Quilmes, en el sur del conurbano de la provincia de Buenos Aires. Era madre de dos niñxs que había criado sin la ayuda del progenitor. Estaba en pareja y quería volver a ser mamá. Disfrutar de su sexualidad e ir a un hotel alojamiento, la condenó cuando ya estaba muerta.
Según los datos producidos por el Ministerio Público de la provincia de Buenos Aires en 2016 se iniciaron un total de 86 procesos penales por femicidio, algunos de ellos con varias víctimas, por lo que el número asciende a 90. En 2017 en territorio bonaerense, se iniciaron un total de 92 procesos penales por femicidio, algunos de ellos con multiplicidad de víctimas, por lo que el total asciende a 98 víctimas fallecidas.