Desde su nombramiento como máximo Pontífice de la Iglesia Católica a nivel mundial, Jorge Bergoglio ha devenido en el Papa Francisco. Mucho se debate desde entonces sobre sus gestos, acciones y declaraciones, que en varios aspectos lo diferencian de sus predecesores. Si bien es destacable el carácter crítico de sus discursos respecto a la avanzada neoliberal en el continente y en el mundo, así como su acercamiento hacia movimientos sociales y demandas de base popular, lo cierto es que en materia de moral sexual no hay mucho con qué entusiasmarse. El carácter conservador y represivo de la misma sigue a la orden del día, salvo que pequemos de confundir compasión con progresismo.
Porque claro, este Papa es más compasivo con la población LGTB y con las mujeres abortistas que lo que indica la jurisprudencia inquisitorial. Ya no nos mandan directo a la hoguera, sino que nos ofrecen misericordia a cambio de aceptar que nuestros deseos son pecados, y de resignarnos a refugiarnos en el closet de la heterosexualidad forzada o la castidad para unxs, y la sexualidad reproductiva y la maternidad obligatoria para otras.
Olvidan con ello de ese pequeño detalle llamado pedofilia, tan extendida entre sus castos padres. O bien la subestiman como inmorales y excepcionales desvíos del rebaño, cuando en realidad se trata nada menos que de la otra cara de la anti-natural castidad. Porque aclaremos algo, si hay una sexualidad contraria a la naturaleza, Pancho, es la que se reprime en nombre de Dios, y se les escapa por debajo de la sotana en forma de abuso sexual, de poder y de traición a la fe.
No es mi intención menospreciar lo que para los y las fieles que se sienten en pecado puede significar el perdón y la misericordia, sobre todo porque de otorgarles sentido a los mismos es porque antes le han hecho lugar a la culpa y la amenaza de castigo. Y cada unx busca alivio allí donde puede encontrarlo.
De mi parte, debo decir que antes de apostatar a la iglesia católica, ya había apostatado a la culpa cristiana, al menos en lo que al disfrute sexual no heterosexual compete (y con pete también). Tal es así, que si en general siento que lo divino habita en cada unx de nosotrxs, más divinxs y luminosxs somos cuando disfrutamos de una conexión íntima, sea con unx o con varixs, diversxs y a imagen y semejanza.
Mucho tiempo después de mi enemistad adolescente con la Iglesia, conocí y conversé con una teóloga feminista. Ella decía; “yo llamo Dios a esa relación horizontal de amor que se da entre nosotrxs”. Por eso, si lo divino habita en nosotrxs, ¿por qué se nos abandonaría en vez de acompañarnos a gozar algo tan lindo como una sexualidad libre de prejuicios y mandatos?
Volviendo al cuento del Pancho, es apreciable cierto desplazamiento discursivo. Llama a comprender y dialogar con quienes manifestamos conductas homosexuales, a no condenarnos ni ignorarnos. Como rezar no sería suficiente para evitar que caigamos en pecado, también sugiere llevarnos al psiquiatra, lo cual no sería un problema si se tratara de encontrar un lugar de escucha desprejuiciada, que claramente no hallaremos en su Iglesia, y difícilmente lo hagamos en el seno de esa familia natural que pide que la ideología de género se mantenga lejos de sus hijxs.
Lamentablemente, sospechamos que no se trata de escucharnos y acompañarnos en nuestros deseos, sino de la pretensión de enderezarnos. Pancho debe saber, y si no es hora de que se entere, que la homosexualidad no es una enfermedad (al menos eso sostiene la OMS desde 1990) aunque todavía se torture a población LGBT con supuestos tratamientos correctivos de instituciones ligadas a su credo.
Efectivamente, les niñes “con conductas homosexuales” a veces necesitamos profesionales de la salud mental, durante nuestras infancias o con el correr de los años. Pero no para que nos patologicen, culpabilicen o pretendan volvernos al closet de la moral (cis-hetero) sexual represiva. Sino para que escuchen esas dudas y angustias que padecemos en soledad, para que nos ayuden a habilitarnos a vivir nuestras sexualidades de forma libre, fortaleciendo nuestro derecho a ser deseadxs y deseantes.
Parafraseando a una vieja marica, no queremos que nos perdonen, no queremos que nos enderecen, no queremos que nos exculpen, no queremos que nos analicen. Lo que queremos es que nos deseen.
Y si no les sale, queremos que al menos saquen sus rosarios y sus DSM de nuestros cuerpos. Porque al confesionario, al closet y a la patologización no volvemos.
Y recordemos, putos, travas, tortas, bi, trans y lo que seamos. Somos divinxs. A otro cuento con ese Pancho.