Rastrillos, cucharones, palas, cascos, delantales y una pelota de fútbol se alzan en simultáneo al cielo de la Avenida Rivadavia, mientras siete trabajadores cargan y llevan en sus hombros las imágenes de San Cayetano y de la Virgen de Luján. La peregrinación avanza por uno de los carriles, al ritmo de carretillas y de un tractor, símbolos del trabajo y la producción, del esfuerzo diario y el trabajo que lleva adelante la economía popular en los territorios.
“Paz, Pan, Tierra, Techo y Trabajo”. “Ollas vacías”. “El hambre no espera”. Son algunas de las frases que se leen en los carteles y banderas que agitan lxs manifestantes. Leonardo levanta la imagen de la Virgen Cartonera nhecha por su padre, el premio Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel. Muchxs llevan en sus manos las espigas de trigo que simbolizan el pan, agradecen y piden al patrono protección, trabajo digno, salud, un techo y el fin de las políticas de hambre y ajuste, en un contexto político que hoy deja a la deriva a millones de trabajadores.

Como cada 7 de agosto, se conmemoró el Día de San Cayetano con una gran asistencia a la Iglesia ubicada en el barrio de Liniers, al oeste de la Ciudad de Buenos Aires. Desde 2016, un grupo de organizaciones de la Economía Popular, impulsó una marcha desde el santuario hasta la Casa Rosada bajo la consigna “Paz, Pan, Tierra, Techo y Trabajo”. Este año participaron las organizaciones de la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP), la Confederación General de los Trabajadores (CGT), las dos CTA, organismos de derechos humanos, universitarios, iglesias, clubes sociales, entre otras. Acompañadas por un operativo policial que marca la política represiva del protocolo antipiquete, más de 300 personas iniciaron la marcha tras la tradicional misa en el santuario. La calle Cuzco y Rivadavia, en el barrio de Liniers, fue el punto de partida y el lugar en el que se bendijeron las herramientas de trabajo. La manifestación fue reclutando peregrinos en la extensión de Avenida Rivadavia hasta la Plaza de Mayo, ocupando sólo una carril de la avenida que atraviesa la ciudad.
En simultáneo, desde las 10 de la mañana comenzó a montarse una gran feria que rodeó la manzana de la Plaza de Mayo con productos de cooperativas y emprendimientos de la Economía Popular. La actividad, con una fuerte impronta opositora, fue una demostración de fuerza social, política y de unidad entre organizaciones, partidos y sindicatos, frente al avance de la ultraderecha en el país, la falta de trabajo, el hambre y las medidas económicas de recorte y vaciamiento que está llevando adelante el Gobierno de Javier Milei.

El santo de la resistencia
Desde las 8 de la mañana las organizaciones sociales comenzaron a concentrarse en uno de los carriles de la Avenida Rivadavia y Cuzco, a metros del paso a nivel que desemboca en la iglesia y santuario de San Cayetano, en el que cientos de personas desde la noche anterior acamparon e hicieron vigilia para participar de las bendiciones y misas que comenzaron desde la madrugada.
La devoción al Patrono del Pan y el Trabajo es característica del pueblo argentino y tiene años de tradición. Se trata de una figura traída por la inmigración italiana que se convirtió en un ícono de resistencia principalmente durante la dictadura cívico, eclesiástica y militar en Argentina. En diálogo con LATFEM, el sociólogo Fortunato Mallimaci explica que el santuario de San Cayetano de Liniers tiene una larga historia de inmersión en lo popular que comenzó en la crisis de 1930, como respuesta a la desesperación de los sectores obreros afectados por la crisis y la necesidad de vincular religiosidad popular y compromiso social. “En la década del 60, esa experiencia de San Cayetano en Liniers vive una nueva transformación de la mano del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo. Se comienza a pedir que esas ofrendas en velas al santo se cambien por alimentos no perecederos para ser distribuidos a nivel nacional. Se trató de una profunda transformación de lo ritual que comenzó a extenderse”, explica el sociólogo —especializado en el estudio de la religión en sectores populares— y recuerda que, años más tarde, desde allí saldrán también las multitudinarias peregrinaciones juveniles a Luján que comenzaron a hacerse en 1975.
Hay otras dos fechas que el investigador destaca y que vale la pena traer a la memoria en este contexto: la primera es el 7 de agosto de 1981, cuando en el San Cayetano de Quilmes se origina una gran protesta contra la dictadura cívica, militar y religiosa llamada “La gran marcha del hambre”, una consigna que hoy vuelve a aparecer en las pancartas que levantan los trabajadores. La segunda es en noviembre de ese mismo año, cuando desde el Santuario de San Cayetano en Liniers se lleva adelante la primera marcha sindical contra la dictadura impulsada por el dirigente de la Confederación General del Trabajo (CGT) Combativa, Saul Ubaldini. “Son casi 50.000 personas que comienzan a gritar masivamente ‘se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar’ con la consigna ‘Pan, paz y trabajo’. A partir de ese año, cada 7 de agosto será un momento de protesta, de oración, de sanación y de recreación de imaginarios, una jornada de movilización donde la apropiación personal, grupal y movimientista prima, se diluye y se solapa sobre lo institucional. Hoy marchan unidos y se recrean afinidades entre lo político y lo religioso”, sostiene Mallimaci. Esta profunda relación entre la religiosidad popular y la política volvió a ponerse de manifiesto hoy en una marcha que se da en un contexto de crisis económica y mucha desesperanza por parte de la clase trabajadora y, particularmente, de la economía popular. En Plaza de Mayo, las organizaciones reciben donaciones de alimentos no perecederos para colaborar con las ollas populares.
Un ritual contra el hambre
“Traje para bendecir mi rastrillo, lo uso para sacar basura del río”, dice Mirelli que levanta su herramienta con las dos manos. Lo usa a diario en la cooperativa Che Guevara de Libres del Sur. Trabaja limpiando los arroyos del río Reconquista, al lado de San Martín, y por la tarde participa de un merendero. Trabajo, cuidado del hogar y cuidados comunitarios: esa triple jornada laboral es una característica que se repite en muchas de las mujeres que participan de esta peregrinación. Mirelli cuenta que en los últimos meses aumentó la asistencia al merendero que funciona en el barrio la Cárcova de San Martín y se sumaron adultos mayores de clase media a quienes no les alcanza la jubilación. “La economía popular es muy importante. Estamos en todos lados: en las escuelas, acompañamos a las compañeras que sufren violencia de género, tenemos un instituto para que las compañeras terminen el secundario. Es angustiante porque estamos desbordados, pero queremos que todos tengan un plato de comida y un trabajo digno”, dice y agrega que entre compañeres se dan fuerza para salir adelante frente a la crisis y el recorte de las políticas alimentarias por parte del ministerio de Capital Humano, a cargo de Sandra Pettovello. A pesar de todo, Mirelli conserva la fe y le agradece a San Cayetano por haber conseguido trabajo y por el acompañamiento que recibió de sus cuatro hijos cuando perdió el que tenía por el cierre del programa Potenciar Trabajo.
Mientras tanto, frente a las vías del tren Sarmiento y custodiados por varios efectivos policiales que acompañaron la peregrinación desde Liniers al centro porteño, el arzobispo de Buenos Aires, Jorge García Cuerva, y el obispo auxiliar, monseñor Gustavo Carrara, realizan la bendición de herramientas esparciendo agua bendita sobre lxs trabajadorxs.

En primera línea: ollas, cucharones y espátulas. María, que participa en un comedor de Esteban Echeverría —al sur del conurbano bonaerense— denuncia que desde diciembre el Gobierno nacional no está enviando mercadería y tuvieron que reducir de tres a uno los días de apertura del comedor. “Con las compañeras salimos a buscar donaciones e insumos. Primero, pasamos de abrir tres días a dos y muchas veces teníamos que bajar las persianas porque no alcanzaba para todos. Ahora abrimos solo un día, vienen más de 100 personas y cuando conseguimos una donación grande ampliamos”, cuenta. Hay cinco trabajadoras de diferentes comedores, tienen delantales de colores y en sus manos la estampita de San Cayetano, levantaron el cucharón y ahora se sienten bendecidas. Pidieron por sus familias, el trabajo y la salud de sus hijos y el futuro del país.
“Hay un vínculo místico que cada una y cada uno rehace a su manera. Ese mundo católico cree que a nadie debe negársele una bendición. O, en otras palabras, que con esa bendición masiva y sagrada, todos y todas están llamadas a construir la fraternidad universal, a ampliar derechos y que todos los bienes son de Dios y no son propiedad privada”, reflexiona Mallimaci sobre la bendición que implica este ritual de acercar a Dios esos materiales y herramientas.

La mayoría de trabajadorxs en esta procesión forma parte de cooperativas de trabajo, organizaciones sociales, espacios comunitarios y colectivos. La construcción comunitaria y territorial es una forma de hacer política que en esta fracción de la procesión se hace notar. Muchas de las trabajadoras de los comedores sostienen las ollas en sus manos, también hay obreras que levantan los cascos cuando el representante de la Iglesia anuncia que va a bendecir las herramientas. También hay enfermeras, promotoras de salud, cuidadoras, obreros, albañiles, pescadores y académicos.
“Yo levanté mi escoba, la uso todos los días, también el carrito verde que uso para reciclar”, dice Claudia Becerra que trabaja para la cooperativa Clara Unión en la Villa 31 de Retiro, uno de los barrios populares más grandes de la Ciudad de Buenos Aires. Hoy se moviliza para reclamar al Gobierno que su trabajo sea reconocido y bien pago. “Nos discriminan porque vivimos en la villa, nos excluyen por ser recolectores de basura y barrenderos”, dice. Claudia tiene 45 años y cuenta que se tomó unos minutos para agradecer a San Cayetano porque hace 5 meses su empleador decidió contratar a alguien más joven y la despidió, pero hoy, con la ayuda de la organización, consiguió trabajo en la cooperativa.. Al igual que Mirelli, por la tarde participa de un comedor. “Mi hija de 17 años me dice ‘basta, mamá, deja de hacer tantas cosas’, pero yo me siento a gusto por brindarle comida a quien más lo necesita y en la Villa 31 hay mucha gente que ayudar; se puede ver el hambre, se multiplicaron los platos, hay muchas chicas jóvenes, madres que se quedaron desocupadas”.
Bataraz forma parte de la rama de construcción del Movimiento de Trabajadores Excluidos (MTE). “Nos están quitando derechos, venimos a pedirle a San Cayetano que podamos seguir trabajando, vinimos con carretillas, trompos y cucharas, lo que usamos en todas las obras y con una faja en donde dice que nuestras obras están frenadas por definición y voluntad del Gobierno Nacional”. El obrero cuenta que al congelamiento del salario social complementario desde diciembre se suma la cantidad de obras frenadas por falta de desembolso económico: “Somos millones de trabajadores los afectados, todos los días va creciendo ese número. En La Matanza, el 75% de nuestros trabajadores se quedaron sin trabajo”.

Lxs campesinos trajeron el tractor como símbolo, también verduras y objetos para trabajar la tierra. Romina Padilla es productora agrícola de General Rodríguez, nació en el campo y continuó con el trabajo familiar luego de salir del secundario, ahora quiere estudiar abogacía para defender los derechos de los trabajadores. Producen verduras, plantan frutilla, tomate, morrón, entre otras en los cordones hortícolas de La Plata, también en Escobar, Pilar, Luján, Rodríguez, Mar del Plata. “Somos el campo que viene alimentando al pueblo y a nuestras familias”. Al no tener respuestas oficiales a nivel nacional, están trabajando con “lo que pueden”, atajando tormentas, temporales, bajas en la producción, dolarización de insumos y problemas de adquisición de tierra, lo que afecta directamente sus dinámicas de trabajo. Así lo ilustra Roxana López integra la Federación Nacional Campesina: “Somos seis, tuve que salir del campo a trabajar de limpieza porque no podemos producir como antes, no hay insumos, no es rentable, pero queremos volver al campo”. Lo dice mientras sostiene con las manos hacia arriba una planta de lechuga y unas espigas.
Madres de la plaza, el pueblo las abraza. Se escucha entre las banderas de la UTEP, las cámaras que hace minutos estaban sobre las carretillas ahora encandilan el pañuelo blanco de Taty Almeida, referente de Madres de Plaza de Mayo-Línea Fundadora. Más tarde se subirá al escenario ubicado frente a la pirámide de la plaza para denunciar: “El hambre es un crimen. Están sometiendo a miles a la pobreza. No son números, es la historia de cada familia que no puede poner pan en la mesa, hay un gobierno deshumanizado”.
Según datos de la Universidad Católica Argentina (UCA) del primer trimestre de 2024, el 55% de la población argentina vive en pobreza y la indigencia llegó al récord del 20,3%, lo que significa que una de cada cinco personas no alcanza el mínimo necesario para vivir. Se trata de los niveles de pobreza e indigencia más altos en 20 años en Argentina.

Religión y política, un vínculo que incomoda
Fernanda Miño es catequista, militante y ex secretaria de Integración Socio Urbana del Ministerio de Desarrollo Territorial y Hábitat de la Nación, para ella este día tiene una connotación particular, no solo por la fe y la espiritualidad que San Cayetano representa, sino también por la unidad de los trabajadorxs y las organizaciones que se unen en torno a esta figura en particular desde 2016. Este año destaca la unidad con sindicatos y organizaciones de derechos humanos.
“Nadie se había metido así contra la justicia social, hay un ensañamiento con toda la economía popular cuando tiene un lugar preponderante porque es quien hoy da la posibilidad de que la familia más pobre se mantenga desde vender una tortilla en la esquina a ser feriante o trabajar en una olla popular”, considera. Fernanda vio en primera persona a mujeres, villeras y disidencias que en los barrios comenzaron a trabajar en las obras de integración urbana, electricistas, albañilas, obreras, arquitectas que lograron además de ocupar un lugar en la construcción salir de situaciones de violencia o tomar decisiones en relación a su futuro. Se emociona cuando repasa esos momentos y lamenta que hoy la economía popular sea poco reconocida y demonizada, porque sostiene a millones de trabajadores en el país. A esto se le suman los discursos de funcionarios fogoneados por los medios que estigmatizan a estos trabajadorxs, el recorte de incentivos económicos para el sector y la falta de empleo. “Esto lleva a una sensación de desesperanza y resignación entre muchos. También los discursos individualistas y meritócratas”, dice. Las políticas de género y de inclusión, son también las más atacadas, esta semana se anunció el cierre definitivo del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (INADI). El vocero presidencial lo celebró en sus redes con la imagen de una lápida que decía “Fin”.
“Habíamos conseguido que la gente se capacite para tener conciencia sobre la violencia de género, pero estamos notando un retroceso, lo vemos en el ámbito judicial”, dice Marcela, integrante de Casa de la Mujer Esther de Careaga, de Cañuelas mientras camina hacia la plaza. Acompañan a mujeres en situación de violencia de género, los últimos meses el sostenimiento del espacio se mantuvo gracias al trabajo autogestivo de las trabajadoras que permite sostener el refugio “el gobierno nos está queriendo desintegrar, borrar de los territorios, pero no lo va a conseguir. Este último año acompañamos a más de 100 mujeres, y seguiremos organizadas”
A pesar de esto, hay quienes mantienen la esperanza de que las cosas cambien y se siga luchando por mejores condiciones. Según Miño, las cooperativas, aunque perdieron miembros y recursos, siguen intentando mantenerse y mejorar la situación en los barrios, marcada por la falta de apoyo estatal y el avance del narcotráfico, una realidad desoladora que pone en el centro el entramado de las organizaciones, incluso de las iglesias por sobre la acción gubernamental: “La solidaridad y el trabajo comunitario siguen siendo esenciales. Es necesario seguir luchando y creyendo en la capacidad de transformar la realidad”.
Mallimaci esboza una reflexión sobre si en un contexto de achicamiento del Estado, lo religioso ocupa un lugar político en términos institucionales. “Estos grupos religiosos no aceptan quedarse solo en el espacio de lo privado. Por eso cuando se transforman los Estados, esos religiosos y sagrados también recrean nuevos espacios de poder. Las privatizaciones y achicamientos neoliberales abren nuevas posibilidades a grupos religiosos para ocupar espacios en las políticas sociales, en las políticas de cuidado, en la lucha contra el hambre y la drogadicción y en el hacerse cargo de tareas en sectores populares e informales que el Estado abandona”, afirma. A pesar de eso, considera que no hay una sola forma de articulación entre los mundos religiosos y los mundos de la política, sino que son sectores que están en continuo movimiento y es necesario mapearlos de manera constante. “Las ciencias sociales y humanas tenemos allí un gran desafío a la hora de historizar y conceptualizar esas rupturas y continuidades. Es más fácil saber lo que se muere pero no conocemos lo que va naciendo. Predomina hoy una amplia deslegitimación del político por parte de los grandes grupos económicos, mediáticos y financieros”, sostiene el sociólogo quien asegura que en ese desplazamiento se puede legitimar esas dominaciones, desigualdades y también, organizar la resistencia y las políticas emancipadoras.