El criterio epidemiológico no puede ser lo único que defina lo que es el cuidado en la ciudad. El pasado domingo 19 de abril los adultos mayores se vieron confrontados con una decisión del gobierno de la ciudad de Buenos Aires que los obliga a aislarse definitivamente (Resolución conjunta 6/MJGGC/20). La preocupación por el colapso del sistema de salud es real, pero en este embrollo de protegernos y dejarnos proteger, el estado debe saber equilibrar entre el cuidado y el respeto a sus ciudadanos, incluyendo a los adultos mayores y los niñes.
Hasta el momento el gobierno de la ciudad y el nacional han sido celebrados por sus políticas de cuarentena, pero luego de esta extensión y ya a sabiendas de que la cuarentena no tiene fecha de terminación, nuestros gobiernos caen en sus viejas prácticas más verticalistas y paternalistas. El feminismo debe poder ofrecer una respuesta a estas prácticas punitivas y de objetivación de personas mayores y niñes. ¿Cómo podemos pensar el cuidado en una ciudad como la nuestra? ¿Qué voces fueron consultadas y consideradas al tomar estas medidas de encierro permanente? En este encuadre, el hogar solitario, en la mayoría de los casos, es el único refugio. La ciudad se convierte en su cárcel de este modo, y sus ciudadanos, sus carcelarios. Para cada actividad: la salida al perro, ver al doctor, o hacer las compras —que también funciona como único mecanismo de respiro— se necesita de un justificativo (una llamada al 147), por día y por salida. Luego del rechazo masivo, al menos ahora, ya no hay castigo monetario.
Nosotres, los ciudadanos en edad productiva, los vigilamos, calculamos la edad según su aspecto físico y la policía, como su deber le indica, hace la vergonzante pregunta por sus documento y verifica si nuestras sospechas de decrepitud, se confirman. El imaginario de lo que es un ‘viejo’ se cementa en esta idea. Todas las personas de más de 69, no sólo no son productivos, sino que además son un estorbo a esa productividad y debemos ‘cuidarlos’. El resguardo pasa entonces por guardarlos indefinidamente al confinamiento de sus hogares. Los sujetos se convierten en objetos, en decoración de esta ciudad que te cuida. Mientras te protege, te quita la agencia, te sustrae de voz y de derecho, te domestica mientras te invisibiliza.
La dominación de lo epidemiológico como único criterio para el cuidado, no nos permite ni cuestionarnos si es una medida sensata. La analogía de la pandemia con una guerra aun nos atomiza más al punto de que los feminismos, no especializados en ciencia, biología y epidemias —como la mayoría— nos sentimos desvalidos a cuestionar la decisión. El patriarcado vuelve a atacar de nuevo dejándonos mudas porque ‘la vida es lo que prima’. Pero pensar la vida como mera supervivencia, es asesino. Esto es lo que viene diciendo desde siempre el feminismo. No somos meros entes reproductivos. Así como las mujeres no nos encerramos en la cocina más, las personas con más de 69 tampoco deberían hacerlo y tampoco los niñes. El feminismo debe dar una perspectiva de cuidado que piense la salud de una manera más amplia. No podemos acordar con confinar a adultos mayores y niñes como única respuesta al manejo de la pandemia en la ciudad. No son decorado y no quiero sumarme a ese puritanismo epidemiológico. No solo es discriminante, es anacrónico. El detrimento físico no está determinado exclusivamente por la edad. Ya hemos visto la cuenta de instagram de O’Donnell que es la envidia de unos cuantos ‘cincuentones’. Asociar la vejez a la edad es una idea vieja, mecánica, de lo que se entiende lo que es el cuerpo.
Estas medidas policíacas solo refuerzan prácticas gerontofóbicas que ya se encuentran en el sentido común de la ciudadanía. Validarlas y darles fuerza policíaca solo acrecienta el miedo a que la gente quiera y pueda salir a la calle. Ya la gente anda angustiada, sumado a que la autocensura domina los movimientos, y la auto-disciplina se proyecta y nos lleva a operar como carceleros. Y los encerrados por mandato, niños y adultos mayores, avergonzados de su condición, rechazando su niñez o su vejez.
Los niñes, los otros silenciados, también sufren y hasta celan de sus mascotas. En el consejo de niños de la Ciudad como parte de la campaña #niñezencuarentena, se les preguntó a niñes de entre ocho y diez años “¿cuál es el colmo de la cuarentena?”. Estas son algunas de sus respuestas: ‘el colmo de la cuarentena es q mi perro va a pasear cuarenta veces más que yo’; ‘que mi papá sale, mi mamá sale, mi perro Arturo sale, la hermana de mi perro Arturo sale y yo me quedo en casa (emoji de carita roja enojada)’. ‘Quiero cumplir muchos años, así soy grande y puedo ir a comprar yo’.
La salud debe ser integral y el cuidado también. El cuerpo y nuestros espacios van de la mano, no los podemos disociar. Nuestro vínculo con el ambiente también conforma una dimensión fundamental de nuestra salud. Por eso, es hora de alarmarnos y resistir lo que se vislumbra como una ciudad necropolítica —una ciudad de muertos vivos—. La necrópolis no es solo la ciudad de la muerte y de la explotación de los cuerpos desechables. En tiempo de pandemia, la necrópolis es también la limpieza ‘cuidada’ de estos cuerpos-obstáculos que impiden el productivismo de los más fuertes. Para que lo entendamos bien, la ciudad tampoco es el lugar al que vamos, asistimos y del cual nos vamos. La ciudad somos todos, se produce en la vida cotidiana, y ella también nos forma a nosotres. Se trata más de una relación que nos co-conforma, más que un lugar ya determinado. Si participamos silenciosamente o activamente en segmentar el derecho a la ciudad también nos afectará en nuestras formas de ser, pero más explícitamente en nuestras formas de hacer.
Si queremos una ciudad que cuide a sus habitantes tenemos que buscar otras soluciones, o más humildemente, otras opciones. Por ahora, y sin ser negacionista de la ciencia, la única solución es quedarse en casa. Pero salir es necesario, y hay que poder organizarlo de una manera más equitativa y justa. Recuerdo lo que decía un periodista, cuando fue el escándalo por la cola de los bancos de gente mayor por cobrar su jubilación. Decía que el dinero es lo más importante para la gente, y con razón se escandalizaba, “¡¿cómo no se organizó mejor?!” No creo que cobrar sea la única motivación, aunque claro está, es fundamental para la supervivencia. También es la única razón por la que los adultos mayores están legitimados para salir. Nadie lo cuestiona. Al dinero todos lo entendemos, y más aún, lo necesitamos. Sin embargo, creo que en esa cola de banco se soslayan otras necesidades, la de salir, la de moverse, la de ver una cara, por ejemplo. Validemos esos deseos y la necesidad de salir a dar una vuelta. Ofrezcamos políticas ciudadanas que reconocen el derecho al sol y al aire. Así como se pudo organizar la ida al banco, organicemos la visita a la plaza: por día, por horario, por número de documentos, por categoría etaria. Pero ofrezcamos salidas que persigan otra cosa que no sea el dinero. Estamos entrando a una crisis que va a exceder lo sanitario. La CEPAL estima que la población desempleada en la región va a sumar a 23 millones de nuevos pobres efecto de la crisis sanitaria. Este es el momento de ofrecer salidas (y lo digo literalmente) que permitan pensarnos más allá del sujeto productivo.
*Mara Duer, es Doctora en Política y Estudios Internacionales. Docente en la Universidad de San Martin y FLACSO. Es miembr@ del Grupo de estudios Geografías Emergentes del Instituto de Geografia (FILO-UBA) y de la colectiva ciudaddeldeseo. Aun esperando a que le den el alta como becaria post doctoral del CONICET.