Rosa Luxemburgo: la espontaneidad revolucionaria

Hace 99 años murió asesinada “la rosa roja” a los 48 años. Puso el mundo a temblar a su paso, fue filósofa, política, revolucionaria, economista y teórica. Si el feminismo tuviera altarcitos, liturgias y santitas, encenderíamos una vela frente a su imagen.

Rosa nació en Zamosc, parte del imperio ruso, en la actual Polonia, el 5 de marzo de 1871. Los Luxemburgo se mudaron a Varsovia y Rosa, a los 19 años, se sumó al partido revolucionario “Proletariat”. Sus primeros pasos en el activismo fueron dramáticos: tras una huelga general, las autoridades desbarataron el partido y condenaron a muerte a cuatro de sus miembros. Rosa se organizó de forma clandestina con otros sobrevivientes y volvió a la carga, pero tuvo que huir a Suiza en 1889, perseguida con pedido de detención. Era promotora de la propaganda por los hechos, no concibió la división entre idea y acción, ni entre medios y fines: no se pueden seguir vías autoritarias para fines horizontales. Las formas son el contenido. En Suiza comenzó sus estudios universitarios y se especializó en teoría del Estado, matemática y economía.

Rosa era reconocida, además, como líder teórica del Partido Socialdemócrata del Reino de Polonia y Lituania. Cinco años después se fue a vivir a Alemania, atraída por la efervescencia del movimiento obrero. Se convirtió en una importante colaboradora de Die Neue Zeit, el periódico teórico marxista más importante de la época, y de numerosos diarios socialistas. En 1902 escribió en el Leipziger Volkszeitung: “La emancipación política de las mujeres tendría que hacer soplar una fuerte oleada de viento fresco incluso en la vida política y espiritual [de la socialdemocracia], que elimine el hedor de la hipócrita vida familiar actual que, de modo inequívoco, permea incluso a los miembros de nuestro partido, tanto trabajadores como dirigentes”. Siempre mantuvo su independencia de juicio, amplió horizontes de pensamiento, organizó mítines y se entregó a cuanta tarea la reclamara.

El movimiento obrero socialista de Alemania se dividió entre reformistas y revolucionarios. Rosa pasó dos años entre polémicas y dando batalla intelectual al ala conservadora. Uno de sus artículos se titulaba justamente “¿Reformismo o revolución?”. Rosa criticó también las experiencias de los gobiernos de coalición con la participación de socialistas. También entró en polémica con Lenin sobre la cuestión nacional, la verticalidad del partido y la relación del partido con las masas. En 1904 fue sentenciada a prisión –estuvo un mes– por insultar al Káiser. Las entradas y salidas de la cárcel fueron parte de su vida.

Con la Revolución Rusa de 1905, su postura fue que no debía ser democrático-burguesa, sino que proponía la idea de revolución permanente: “dictadura revolucionaria del proletariado basada en el campesinado”. Cada vez más a la izquierda del partido, era la principal líder del ala revolucionaria. En 1913 apareció su obra cardinal: La acumulación de capital. (Una contribución a la explicación económica del imperialismo).

A las puertas de la I Guerra Mundial incitó a los soldados a la rebelión, pues la guerra es una pelea entre imperios y no una guerra entre obreros. Su partido –y sus representantes en el parlamento– apoyó la Guerra. Ese mismo día Rosa organizó una reunión con sus compañeros opuestos a la Guerra: Karl Liebknecht, Franz Mehring y Clara Zetkin. Así nació la Liga Espartaco. Pero tuvo que seguir las vicisitudes de la contienda desde la cárcel.

El 8 de noviembre de 1918 Rosa fue liberada de la prisión por la Revolución alemana. A los dos meses, el 1 de enero de 1919 y pese a las objeciones que tenía Rosa, la Liga Espartaquista llevó adelante una revolución comunista de breve duración en Berlín. Fue derrotada por las fuerzas conjuntas del Partido Socialdemócrata, los desechos del ejército alemán y de los grupos paramilitares de extrema derecha conocidos como Freikorps. Las fuerzas reaccionarias eran numerosas y de gran poder, y comenzaron a asesinar de miles de trabajadores. El 15 de enero de 1919 mataron a Karl Liebknecht; ese mismo día, en Berlín, un miembro del Freikorps le dio a Rosa un culatazo de rifle en el cráneo y la mató. Arrojaron su cuerpo al río. Tenía 48 años.