El pasado 7 de septiembre la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires aprobó, con 53 votos positivos, el cambio de nombre de la estación “Callao” de la línea D por el de “Callao – Raquel Liberman”. El caso se popularizó y trascendió hasta el presente como un símbolo de la lucha contra la trata de personas. La inmigrante polaca Raquel Liberman (Ruchla Laja Liberman) es identificada como una “luchadora” que puso fin a la red de explotación sexual y trata denominada Zwi Migdal. El proyecto establece que debe señalizarse la estación con cartelería que de cuenta de la historia de Liberman, además de la frase “no a la trata de personas”. Para la legisladora Patricia Vischi, autora del proyecto, con este homenaje aspiran a “redimensionar la figura de Raquel que vino a buscar un futuro y terminó siendo víctima de esta organización. Gracias a su fortaleza en un tiempo con un contexto muy diferente al actual, logró con su denuncia desbaratar una red Internacional”.
Sin embargo, esta narrativa construida en torno a Raquel Liberman ha sido orientada a fortalecer la idea de que la prostitución es siempre una actividad forzada y que siempre ocurre dentro de redes controladas por hombres poderosos y rufianes. Numerosos libros, novelas, películas y programas de televisión retratan la vida de Liberman como una víctima y sobreviviente de las redes de trata que consigue venganza contra quienes la explotaban. Esto la convirtió en un símbolo de esperanza y en una heroína. El feminismo abolicionista utilizó especialmente la historia de Liberman como bandera de su lucha contra la prostitución. Inclusive, cada dos años se entrega en la Ciudad de Buenos Aires el premio “Raquel Liberman” a las personas y organizaciones no gubernamentales comprometidas con la protección y/o promoción de los derechos de las mujeres sobrevivientes de situaciones de violencia, según lo establece la Ley N°3.460 de la Legislatura Porteña.
¿Es la vida de Raquel Liberman una historia ejemplificadora sobre la lucha contra la prostitución? ¿O tiene matices y tensiones que proponen nuevas lecturas, posiblemente más inspiradoras? ¿Qué sentido tiene reivindicar a Liberman un siglo después? ¿Por qué justamente ahora? Una revisión del caso de Raquel Liberman vs la Zwi Migdal, brinda nuevas posibles interpretaciones de su vida y del aprovechamiento que algunos sectores políticos hicieron (y pueden hacer) de ella.
Raquel Liberman y el gremio de los rufianes
En el sumario del caso Liberman contra la Zwi Migdal, publicado en Noviembre 1930 en La Gaceta del Foro consta que Raquel Liberman denunció a la organización Zwi Migdal el 2 de junio de 1928 en las oficinas del comisario Julio Alsogaray. Su denuncia no fue exactamente sobre su cooptación dentro de la red de trata organizada por la Zwi Migdal. En su declaración, Liberman señala que su esposo José Salomón Korn, miembro de la Zwi Migdal, le había robado ropas y joyas de mucho valor y también una importante suma de dinero. Sin embargo antes de denunciarlo en la policía, acudió primero a buscar ayuda de otros cinco miembros de la Zwi Migdal. Tras no recibir ayuda de estos, acudió a la casa del Presidente de la organización para realizar el reclamo por el robo padecido.
La Zwi Migdal se originó en 1906 como una organización legalmente constituida bajo el nombre de Sociedad Israelita de Socorros Mutuos Varsovia. En 1928 debido a las presiones recibidas de parte del embajador de Polonia, que consideraba vergonzante que la organización llevará el nombre Varsovia, cambiaron su nombre por Zwi Migdal, en homenaje a uno de sus fundadores. Las tensiones entre diferentes sectores de la comunidad judía eran anteriores a la conformación de la Zwi Migdal. Muchos judios dedicados al rufianismo y sancionados por su inmoralidad sexual fueron llamados temeim (impuros) y privados del derecho a ser enterrados en los cementerios judios ashkenazi. Los temeim y la comunidad judía sefardí hicieron una alianza para comprar tierras en Avellaneda, en donde crearon un cementerio dividido en dos partes, uno para los sefardíes y otro para los “impuros”. Actualmente este cementerio está en ruinas y permanece cerrado al público, simbolizando el ocultamiento de estos nombres e historias de la comunidad judía. Estas tensiones sobre el trabajo sexual y el temor sobre la imagen que la comunidad judía proyectaba hacia el resto de la sociedad argentina, fueron encarnadas en la guerra contra la Zwi Migdal.
¿Se imaginan a una víctima de trata dialogando con sus “captores” y luego yendo libremente a la policía? Raquel Liberman conocía a quienes conformaban la Zwi Migdal y tenía con ellos un trato cotidiano, al punto tal que confió en obtener de ellos justicia ante el robo sufrido a manos de su marido. El encuentro de Raquel Liberman con el presidente de la Zwi Migdal, Simón Bruskevich, duró cerca de una hora. Allí le pidió que intercediera ante su esposo para que le devolviera sus pertenencias y tras no recibir respuesta de su parte, recién acudió ante el comisario Julio Alsogaray. Este comisario era especialmente reconocido por perseguir la prostitución y cooperar con algún sector de la comunidad en contra de esta. El distrito administrado por Alsogaray iba desde las actuales Av. Córdoba hasta Av. Rivadavia, entre las calles Uriburu y Rodríguez Peña. Este distrito era una de las zonas de trabajo sexual destacadas de Buenos Aires y también el centro de la comunidad judía desde finales del siglo XIX. Es probable que Liberman supiera que Alsogaray tenía como objetivo capturar a los integrantes de la Zwi Migdal y que recibía la colaboración de otras organizaciones israelitas. Dos años después de su denuncia, varias razzias policiales allanaron las casas y burdeles que pertenecían a integrantes la Zwi Migdal, logrando la detención de sólo 108 personas de las más de 400 personas buscadas. La mayoría se escapó antes de ser detenida. Los integrantes de la Zwi Migdal estuvieron encarcelados por 8 meses -ya que no existía una legislación que condenara específicamente su accionar-, tras lo cual se desbarató la organización.
Cabe aclarar que en esta época la prostitución estaba reglamentada en la mayoría de los países, y que existían organizaciones internacionales que luchaban contra la “trata de blancas” y por la abolición de la prostitución reglamentada. Una de ellas era la Jewish Association for the Protection of Girls and Women (Asociación Judía por la Protección de Niñas y Mujeres) cuya sede central estaba en Londres, pero tenía en Buenos Aires una de sus sedes más activas, denominada Ezres Noshim. Este nombre puede ser traducido como “ayuda a mujeres” pero también hace referencia al sector de la sinagoga destinado exclusivamente a las mujeres. Esta organización realizaba boicots contra la Zwi Migdal y tomó partido inicialmente por Liberman en su denuncia. En 1932, Ezres Noshim recibió una carta de Maria Vainstok quien denunciaba que su esposo Natalio había desatendido sus obligaciones familiares para iniciar una relación con Raquel Liberman. En este caso, Ezres Noshim, repudió a Liberman y favoreció a Vainstok en su demanda por el divorcio y manutención de su esposo. Dos años después Liberman solicitó una visa para regresar a Polonia y visitar a su familia. Las autoridades encargaron a Ezres Noshim que visitaran a Liberman y constataran que esta no estaba dedicándose a la prostitución. Pero cuando el representante de Ezres Noshim visitó sorpresivamente a Liberman, ella no quiso abrirles la puerta, lo cual despertó la sospecha de que nuevamente estaba vinculada al trabajo sexual. Finalmente, Raquel Liberman nunca regresó a Polonia y falleció de cáncer en 1935.
Esther “La Millonaria” y otros desafíos a la historia oficial
Una revisión de la historia de Raquel Liberman no tiene por objetivo cuestionar su moralidad, sus decisiones y las estrategias de las que se valió para sobrevivir a las adversidades de su tiempo, sino poner en cuestión las narrativas que la prensa, las organizaciones contra la trata de personas y sectores de la comunidad judía construyeron en torno a ella. Para las feministas abolicionistas de aquel momento el caso de Raquel Liberman representó una historia ejemplificadora para las miles y miles de mujeres que eran afectadas por la trata, ya que mostraba cómo una víctima obtenía justicia, tenía su revancha contra quienes la habían explotado y terminaba convertida en heroína y en una luchadora.
Aunque la historia oficial construida por las abolicionistas relata la experiencia del trabajo sexual como un camino tortuoso del cual las mujeres buscan ser rescatadas, existieron en esa misma época muchas mujeres que agenciaron su vínculo con el trabajo sexual. Los archivos no nos permiten decir que estas mujeres hayan sido putas orgullosas, pero sí que existieron formas mucho más complejas de vincularse con “la mala vida”. Un ejemplo de ello, fue Esther “La Millonaria” también conocida como Emma La Millonaria, Esther Kohn, Esther Cohen, Masha Fischer y María Fischer. Tuvo tantos nombres debido a su vida “criminal”, vinculada a los burdeles y arrabales porteños. Estuvo presa 17 veces. Llegó a la Argentina con 26 años en 1896 desde Polonia, junto a su marido, quien ya era un rufián. Tras la muerte de su esposo en 1914, Esther se unió a la Zwi Migdal para poder enterrarlo en el cementerio de Avellaneda. Trabajó muchos años como prostituta, en ocasiones le robaba a sus clientes mientras dormían y llegó a conseguir con el trabajo sexual y otros negocios una gran fortuna.
Esther no sólo fue una trabajadora sexual, también fue una empresaria del sexo e inmobiliaria muy exitosa. Según el Buenos Aires Herald, al momento de su detención en 1930 (junto a otros integrantes de la Zwi Migdal) su fortuna era de más de tres millones de dólares de aquella época. Tras las primeras décadas en las que se dedicó al trabajo sexual y vivió como concubina de varios hombres de la clase alta porteña, adquirió algunas importantes propiedades en los barrios elegantes de la ciudad, donde estableció burdeles y casas de citas. También era prestamista adentro y afuera de la mala vida. Esther participaba activamente de los círculos sociales más exclusivos de la Ciudad de Buenos Aires, sin que nadie supiera de dónde se originó su gran fortuna. Su vínculo con la Zwi Migdal era realmente cercano y trabajó con ellos por muchos años. Durante los años veinte ella reunió suficiente dinero para construir un elegante edificio de departamentos en Recoleta, donde vivía cuando fue detenida por la policía. Ella se enfureció cuando la policía la detuvo y su abogado amenazó con iniciar acciones legales debido a este abuso policial.
Las vidas de Raquel Liberman y Esther “La Millonaria” tienen muchas cosas en común y complican la narrativa hegemónica sobre las víctimas. Ambas viajaron a través del Atlántico desde Europa del Este hacia Argentina. Un viaje común para muchas mujeres de ese tiempo, que generalmente sabían que su destino estaría ligado a la prostitución. Ambas ingresaron voluntariamente a la prostitución, siendo mujeres ya casadas y con hijos. Las dos se vincularon intensamente con la Zwi Migdal y conocían su estructura, pudiendo entrar y salir voluntariamente del trabajo sexual. Ambas usaron el dinero ganado en el trabajo sexual para abrir sus propias empresas, Esther como empresaria inmobiliaria y sexual, y Liberman como dueña de una casa de objetos de arte en el barrio de Once. Sin embargo, la historia recupera la vida de Liberman como la de una heroína moral, mientras condenó a Esther al olvido.
La narrativa que se construyó en torno a Liberman conjuga diversos intereses en pugna a principios del siglo XX: por una parte, la del feminismo abolicionista que veía con preocupación la reglamentación de la prostitución por considerar que promovía la trata de mujeres; por otro lado, la de los sectores conservadores que señalaban a la prostitución como un eje articulador de “la mala vida” y la vida del arrabal; y por último, la de algunos sectores de la comunidad judía que, alertados por el creciente antisemitismo a nivel mundial, buscaron alianzas con las autoridades locales para limpiar su imagen ante la sociedad.
La celebración de Raquel Liberman a través de novelas, películas e inclusive la acción de tomar su nombre para nombrar una estación de subte, es más un homenaje a la narrativa construída alrededor de Liberman, que a ella misma como persona con capacidad de agencia. El problema en enfocar su heroicidad en un único fragmento de su vida, cuando denuncia a la Zwi Migdal y “sale” de la prostitución, es que borra la posibilidad de comprender la potencia de sus acciones a lo largo de toda su vida. Además, da a entender que la única acción valerosa que las mujeres pueden tener en relación a la prostitución es repudiarla, alejarse de ella y presentarse como víctimas. Esto desconoce el valor de aquellas personas que eligen la prostitución como un trabajo o de quienes participan del trabajo sexual sin sentirse necesariamente víctimas de ello.
Ecos del conservadurismo
¿Por qué elegir el nombre de Raquel Liberman como emblema de la lucha contra la trata y reeditar su historia un siglo después de su muerte? ¿Por qué no elegir un caso del presente y mucho más popular cómo el de Marita Verón? Ante un escenario político de creciente tensión entre una mirada más conservadora y otra más progresista, la decisión de la Legislatura Porteña tensa la discusión entre quienes defienden el trabajo sexual y quienes buscan su abolición. Quizás la narrativa sobre Liberman, al estar lejos en el tiempo y exotizada por el contexto cuasi ficcional y pintoresco de los arrabales, funciona como una estrategia para reforzar ideas abolicionistas sin provocar cortocircuitos con las discusiones del presente. Al mismo tiempo, convierte a los responsables de la “explotación” en un sujeto abstracto y distinto a los del presente. Se licua la responsabilidad del Estado argentino, de sus fuerzas policiales y de los responsables políticos sobre aquel lejano evento histórico.
En cierta forma el clima de las discusiones políticas de principios del siglo XX guarda algún paralelismo con nuestro presente. Cada día vemos con mayor preocupación el avance de los sectores conservadores que buscan abolir la sexualidad del escenario político. Por ello, no debería pasar inadvertida la decisión de reeditar los debates morales en torno al trabajo sexual que se esconden en este homenaje a Raquel Liberman. La revancha de Liberman fue la expresión de un giro hacia la derecha de la sociedad argentina. Pocos meses después del juicio a la Zwi Migdal ocurrió el primer golpe militar de nuestra historia con la que se inauguró la década infame. El clima de fuerte conservadurismo de aquellos años terminó con el sistema de la prostitución reglamentada y estableció códigos de contravenciones que persiguieron por igual a prostitutas y disidencias sexuales.
El fin de la Zwi Migdal fue una curiosa alianza de feministas abolicionistas, sectores judíos conservadores, policías antisemitas y sectores fascistas. ¿No son estas alianzas raras también una realidad cercana en este tiempo? ¿No debería preocuparnos el giro a la derecha de cierto sector de nuestros feminismos? Aunque a primera vista pueda parecer una buena idea homenajear a Raquel Liberman por su afrenta a la explotación sexual, debemos leer entre líneas cómo estos discursos moralizantes confluyen con otras expresiones de conservadurismo que pueden poner en jaque el derecho a nuestras libertades.
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Mir Yarfitz es autor de “Impure Migration. Jews and Sex Work in Golden Age Argentina” (Rutgers University Press, 2019). Su libro aborda la historia de Raquel Liberman y la Zwi Migdal desde un enfoque de la historia social y cultural. Es profesor en Wake Forest University, North Carolina.
Marce Joan Butierrez es antropóloga, travesti e investigadora feminista queer. Escribe regularmente en LatFem.