Soy mujer, bisexual, negra, escolarizada, clase media, sujeto deseante, psicoanalizado y alguna otra palabra más me describe. En un mundo dominado por la lógica heterosexual, blanca, capitalista, eurocéntrica y antropocéntrica me siento afuera por el simple hecho de existir. Argentina rompe constantemente con mi percepción del mundo.
No hay un espacio social creado para nosotres, las disidencias que no rompen con nada más que con el orden blanco colonizador preexistente. No es que no existimos o que resistimos, los parámetros de la sociedad ni nos registran. Y cuando lo hacen, es como el Otro, el que viene de afuera, el extranjero. Siempre ajeno, lo extraño que irrumpe sobre lo que se concibe como Argentina: un país blanco, la promesa de América del Sur para Europa.
Los parámetros de la sociedad ni nos registran. Y cuando lo hacen, es como el Otro, el que viene de afuera, el extranjero.
Hay una idea eurocéntrica de que existen varias razas, pero principalmente dos: la blanca y la negra. Los blancos, portadores del deber ser, los negros, de lo incorrecto. La raza, visible en el color de piel, marca la diferencia entre lo bueno y lo malo para la sociedad.
El concepto de raza sirvió por mucho tiempo para categorizar esta diferencia de color de piel desde la biología. Si por naturaleza somos diferentes, no hay ningún debate, la diferencia es parte de la realidad. En los ‘90 esta idea quedó en desuso porque raza hay una sola: la humana. Sin embargo, esa palabra, tan importante para comunicarse, definir, ver y nombrar, siguió teniendo connotaciones. Y con esto, significados. La raza es fácil de ver, difícil de ocultar, por más de que la sociedad se empeñe en hacer lo contrario. “Sólo basta con preguntarle a un policía o un portero” qué significa la raza, dice la antropóloga Rita Segato sobre la racialización de América Latina.
La raza funciona como una categoría que diferencia en base a cuestiones que, primero, no existen, segundo, la sociedad argentina dice que no existen. Entonces, si se niega la existencia de personas negras o afrodescendientes en el país, ¿cómo es que existo? ¿quién soy? ¿por qué me veo como me veo?
¿Cómo es que existo? ¿quién soy? ¿por qué me veo como me veo?
Segato sostiene que el concepto de raza representa la colonialidad del poder actual, que tuvo inicios en la “conquista de América”, y que hoy en día estratifica a la sociedad no sólo en clases, sino también en preconceptos armados de lo que se espera de una persona por cómo se ve. Es una forma de otrificación, es decir, de mostrar cuál es la normalidad y cuál es la disidencia.
La negritud es una visión filosófica de la vida, es decir que las personas negras somos negras no sólo por el color de piel sino por nuestra trayectoria y la autopercepción que se da en relación a los otros. Uno es negro porque hay un blanco. Yo sé que soy negra porque hay un blanco que me clasificó de distinta.

Desde el concepto de raza, tan común y erróneamente usado, se discrimina a los cuerpos en un país que habla de igualdad en su Constitución. El parámetro raza hace que los iguales, pues la única raza es la humana, sean diferentes: negros, asiáticos, indígenas, blancos, y así se podría seguir. En el país se sostiene la doble moral de la igualdad mientras que no se pone en conflicto la separación originaria entre aquellos que son aceptados/aceptables y los que no.
Con la raza se biologiza la diferencia para tener una base teóricamente “objetiva” con la cual sostener que hay cuerpos que tienen más valor que otros. Estos generan productos y saberes menos valiosos, pero es importante recordar que el sustento en el cual se basa no existe realmente, ni es científico, natural ni objetivo. La ciencia también es ideológica, así como la biología. El poder de las personas blancas se sustenta en la estructura colonial de nuestras subjetividades.
Con la raza se biologiza la diferencia para tener una base teóricamente “objetiva” con la cual sostener que hay cuerpos que tienen más valor que otros.
Soy distinta en la sociedad porque hay alguien o algunos que representan el modelo de lo que debería ser “normal”. En Argentina, el modelo es blanco, clase media, bien vestido, se asemeja a la población de la capital del país, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Como ejemplo, se puede ver un video con más de 320 mil visualizaciones donde un conductor de televisión argentina, Santiago del Moro, le pregunta a una mujer de su programa de qué país viene. La respuesta de ella fue que era argentina, salteña. Pero su aspecto lo desorientó.
Así es como se entremezclan las concepciones de raza con extranjeridad, el Otro, en el sentido más lacaniano de la palabra, utilizada por Segato, queda sujeto al no-blanco. América Latina se jacta de la idea de mestizaje, interpretado como la mezcla de etnias, pero a la larga termina borrando la identidad pluricultural y sólo se acepta como válido lo europeo o europeizado. En Argentina esta visión es más particular, si bien existe el mito del mestizaje, crisol de razas y otras ideas blanco-céntricas, la idea del ciudadano promedio es blanco. Y el resto de las personas queda por fuera de esta lógica. El centro de la representatividad es la Ciudad de Buenos Aires, y en el resto, a pesar de nombrarse como un país federal, se perciben raíces unitarias en su forma de funcionar. La centralización del poder en Argentina se ve representada en la capital.
Segato, hablando sobre la otredad, afirma que las identidades africanas y de su diáspora difieren con las consideradas normales por la heteronorma europea impuesta en América Latina y luego en Argentina. La invención del género y la naturaleza, tales como las categorías de varón y mujer o la familia o la sexualidad, entendida ahora desde una forma más “flexible” o no tan heterosexual, siempre fue vista colonialmente en Argentina, es decir de una forma europea. Pero no es casual esta perspectiva en un país que borra lo negro desde su concepción.
Esta pretendida igualdad cimienta las bases de una desigualdad originaria que segrega a las personas negras, en primer lugar; mujeres negras, como subgrupo; y disidencias sexuales dentro de las mujeres negras, por último. Esta intersección de desigualdades se solapa sobre el cuerpo para romperlo desde adentro, pues marcas tan visibles como el color de piel se invisibilizan en una sociedad para la que no existimos.
Como expliqué antes, la negritud no es tanto una característica objetiva de la vida (nada lo es), sino una visión filosófica de la vida. Es por esto que la visión en América Latina juega un papel diferente y, por lo menos desde mi punto de vista, a descubrir en la Argentina. No es un punto falto de concepciones, pero estas han sido veladas por las ideas del colonialismo. Es hora de darle voz a estas concepciones que se han ido formando, a este surgimiento de diásporas que proliferan, crean, piensan, producen, sienten. Como bien explica Rita Segato: “El racismo es un problema de los blancos, las personas racializadas sufren las consecuencias”. Para abordar un problema como el racismo, primero es necesario dejar de ignorarlo.