La fuerza espiritual del fascismo

El triunfo del ultraderechista Bolsonaro en la segunda vuelta de las elecciones de Brasil con un 54% de los votos, confirmó lo que en la primera vuelta se mostraba como una tendencia difícil de revertir, si bien en los últimos días el petista Haddad – que llegó al 44%- había intentado achicar la diferencia. Lejos de la “irracionalidad” de las masas o de la profundización de la distancia con la lucha electoral, las preguntas que se consolidan en la región se vuelven cada vez más complejas. Los feminismos y los movimientos populares todos, en la mayor encrucijada desde mediados del siglo XX.

Una de las versiones más extendidas sobre el concepto de las llamadas “mayorías silenciosas” es que fue Richard Nixon quien lo esgrimió por vez primera en la arena política. The silent majority speech, es un discurso que el entonces presidente de los Estados Unidos brindó en 1969 para avalar la guerra de Vietnam ante las protestas en su contra, que llegaron a reunir a cientos de miles de personas. El argumento era simple: cientos de miles apoyaban el sostenimiento de la guerra, sólo que no salían a manifestrarse a favor. Existen esas mayorías que no se expresan tanto públicamente, pero que lo hacen mediante el silencio, que es una performatividad más de la democracia. Un silencio que hace parte de una composición mayor, podríamos decir, como una nota blanca en la partitura de la revolución posdemocrática neoliberal en ciernes en toda América Latina. El avance de la retórica de la necesidad del voto electrónico y el impulso del mismo en la región por parte de las nuevas derechas se sostienen también en ese silencio, que en espejo, se haría ruido mediante la transformación del voto democrático en uso de las tecnologías de vigilancia. Otro dato de esta elección que nos compromete al análisis es el gran volumen de votos nulos y blancos, que suman más de 40 millones del padrón electoral. Antes que hablar de “voto castigo” o slóganes similares, sí es preciso pensar en la disparada colateral de la antipolítica en el marco del proceso de restauración neoliberal de la región.

Las mayorías a veces son silenciosas, en el sentido de que no siempre se movilizan en masa, como se movilizaron cientos de miles contra Bolsonaro antes de la elección, probablemente haciendo demasiado énfasis en que él no más que en que Haddad sí -eso de ninguna manera troca responsabilidades, aunque sí es necesario tenerlo en cuenta a la hora de pensar las estrategias comunicacionales que se enuncian desde abajo y que tendrían una inexplicable dificultad para la enunciación del sí-,  pero ese silencio va acompasado de la performatividad del voto. Y a esas urnas van a parar lo detritos sociales lesbo y homo odiantes, transodiantes, esclavócratas, antipopulistas, antisocialistas, pero también los sueños de sectores de las clases trabajadoras que “realmente sueñan” con el retorno del mito del orden y el progreso. Lo real fascista se señorea, es hora de abandonar el discurso por el cual las masas no tienen una buena relación con lo real. Pedazos de la multitud no están “encuadrados” en el fascismo, pero anhelan ese orden que siempre la revuelta amenaza, sobre todo cuando se ha logrado asociar en la disputa subjetiva a la revuelta con cualquier tipo de transformación benefactora, con la corrupción y con el caos al que habrían llevado a los países los gobiernos neopopulistas. Podríamos decir que en el ruido de las multitudes hay desborde, hay capacidad de producción de formas de resistencia por debajo, pero que también, sin dudas, las insistencias por debajo han sido un arte tenaz, efectivo y capaz de producir nuevos mitos por parte de las derechas.

Los evangelismos han ofrecido a importantes sectores de los pueblos brasileños un método, una racionalidad: una integralidad colectiva que propicia la semántica de la amenaza apocalíptica como efecto del pecado, y la necesidad de devolver el crédito a los poderosos para obrar una restitución de la soberanía que ponga orden en un mundo que, producto de la corrupción y la ineficacia, se habría desmadrado. Así se cuece a diario la micropolítica de derecha en cada barriada, en cada pequeña iglesia evangélica levantada como una posta de armado de un tejido que logró no solamente hacer del silencio un método sino romperlo a gritos en el impeachment  misógino y lesboodiante contra Dilma Rouseff mediante sus voceros. Se contabilizan alrededor de 6000 sedes de la Iglesia Universal del Reino de Dios en Brasil, y el fenómeno se extiende por toda la región. Así, entre el silencio, el ruido y la furia, un ex capitán del ejército de la larga dictadura que duró 21 años fue colocado por un entramado de corporaciones en el centro de la escena política continental. Se trata de la soberanía neofascista que se sostiene en una gobernanza compleja que va más allá del Estado. Colocado esta vez no por un golpe, que fuera consumado antes mediante el impeachement, sino por la definitiva consolidación de la derecha en el plano de la disputa subjetiva en torno al orden como versión de la democracia. La carnalidad de la guerra contra los pueblos por venir irá deviniendo en métodos y estructuras diferentes, algunas no nuevas y otras impensadas, de seguir esto así.

Existe, por otro lado, una tesis que sostiene que los feminismos son capaces de hacer frente a la embatida neoliberal- neofascista a escala continental e internacional, pero que esto no puede ser traducido en los términos del juego de las urnas, dado que la llamada “lógica de la capitalización política” se opone a la llamada “lógica de la revuelta”. Si seguimos esta tesis, podríamos suponer que los doce años transcurridos en Argentina entre el estallido de 2001 y la situación actual no fueron más que una no- mediación, una mera repetición burguesa del régimen que aplacó los deseos de democracia radical bajo la forma de un populismo centrado en la seguridad social y en la recuperación del empleo, aún con tasas históricamente altas de informalidad laboral. Ejemplo de ellos son los indicadores que señalan que poco o nada se ha alterado la estructura social de precarización del país consolidada en los 80 y los 90 como producto del gran parteaguas que significó la última dictadura cívico- militar en términos económicos, sociales y culturales. Este argumento se ha utilizado una y otra vez para señalar a quien no ve más allá de sus gafas populistas la verdadera matrix. Sin embargo, ¿cómo comprender la decidida, planificada y disciplinada reacción derechista continental por fuera del temor de los poderosos a que los gobiernos populares que ganaron elecciones en la década anterior se articularan como una parte más de una nueva disputa histórica que en los 70 y los 80 significó las más duras batallas para les desposeídes?

Que “los poderosos” también estaban en estos gobiernos es algo sabido. Que sectores humildes, grandes organizaciones territoriales y partidos de centro e izquierda fueron parte de estas coaliciones, también es cierto. Los sueños y el deseo de democracia, entran y salen de las urnas, nunca están colocados en un solo lugar. Los producen las iglesias evangélicas como el brazo espiritual y el aparato de producción de una nueva moral de mercado -no deja de existir un deseo de democracia ahí, el problema es la disputa por cuál-; los producen los feminismos, los producen las capturas neoliberales de los movimientos identitarios, y un largo etcétera.  El problema político es que la disputa por la democracia está abierta y son bien diversos los imaginarios que envuelve cada producción de ese deseo.

La “resistencia permanente” a la que aludimos desde algunos feminismos no es otra cosa que la comprensión de una situación dual: nos encontramos en el marco de la mayor rehabilitación internacional de la resistencia anticapitalista desde la Segunda Guerra Mundial, y al mismo tiempo nos encontremos ante la reapertura de la posibilidad de que las democracias sean los portales de nuevos fascismos.

La “resistencia permanente” a la que aludimos desde algunos feminismos no es otra cosa que la comprensión de una situación dual: nos encontramos en el marco de la mayor rehabilitación internacional de la resistencia anticapitalista desde la Segunda Guerra Mundial, y al mismo tiempo nos encontremos ante la reapertura de la posibilidad de que las democracias sean los portales de nuevos fascismos.

Nos preguntábamos, luego de la derrota parlamentaria al proyecto de ley de IVE el 8 de agosto en Argentina, si era posible poner en discusión el carácter antidemocrático de un momento de la democracia que desoye a un movimiento transversal y masivo que en este momento se estructura popularmente en la Argentina. Ahora nos preguntamos también, ¿qué alianzas estratégicas son necesarias desde los feminismos y desde las organizaciones populares de diversos sectores, para enfrentar en toda América Latina a los anti- derechos, a las nuevas derechas y al neoliberalismo neofascista? Hemos llegado a un punto de quiebre.