Agradezco este espacio a las miles de activistas que durante décadas pelearon por la despenalización social del aborto y lo lograron.
Mi mamá era católica. Iba a misa muy seguido y rezaba por las personas que amaba. En especial por sus hijos. Había tenido 5. Dos de ellos murieron a horas de nacer. Para que sobreviva la tercera, tuvo que hacer reposo durante 7 meses. Esa niña que nació prematura hoy les habla. Luego nacieron mis hermanos. Esa mujer quiso, más que nada, ser madre. Lo fue, contra su propio cuerpo, que expulsaba demasiado rápido a los bebes. Lo fue, contra su propia situación social, porque nunca pudo dejar de ser asalariada y dedicarse solo a cuidarnos. Lo fue, con un amor que recuerdo con infinito agradecimiento. Una vez, cuando yo tenía unos doce o trece años, la escuche conversar con una vecina y amiga sobre un embarazo que no quería. Mi mamá dijo: me lo voy a sacar. Supe, escuchándolas mientras jugaba, que eso se hacía. Las mujeres del barrio abortaban. No dejaban de ser católicas ni madres porque lo hicieran. Se acompañaban entre ellas, como luego acompañaron a sus hijas. Pero ahora reconstruyo su desventura económica. Éramos pobres. Por esos años, su padre estaba enfermo de cáncer. El mío, desempleado. Seguro pidió prestada la plata para un aborto clandestino. Seguro que le costó –y nos costó a sus hijos en privaciones- devolverla. Seguro que estuvo en riesgo por hacerse un aborto de los baratos.
Mientras hay diputadas y diputados que piensan en no aprobar la legalización del aborto, miles y miles de mujeres pasan por esa situación. Abortan. Las ateas y las creyentes, las evangélicas y las agnósticas. Abortamos. Las ricas y las pobres. A lo largo de la historia y a veces el saber sobre la interrupción ilegal del embarazo es parte de la transmisión y el acompañamiento generacional. Por eso, les pido que no excusen en las mujeres pobres su renuencia a votar. Soy hija de una mujer pobre y sé lo que significó para ella la clandestinidad. Deudas, más pobreza, culpa, humillación. El problema para las mujeres no es el aborto sino la clandestinidad. Mientras hay diputadas y diputados que dudan, las mujeres abortamos. Acompañamos a otras a abortar, juntamos plata para que lo hagan. Los varones también sugieren, acompañan, ordenan, financian.
¿Puede sostenerse la vida social sobre una negación hipócrita que condena lo que la mayoría hace? ¿Por qué, en nombre de la vida, abonan la destrucción de las vidas de las mujeres y sus entornos afectivos? ¿Por qué apelan a la ley para acrecentar las ganancias clandestinas? Porque abortos se practican todos los días. Lo que está en discusión es si se lo encuadra como derecho o si se sostiene su prohibición para alimentar los canales de las super ganancias que da la clandestinidad, o sea si se lo defiende como negocio. No es, como dicen, en defensa de la vida. El aborto legal es vida. Es defensa de la vida, de la vida como capacidad de hacer, creación, deseo. Como son imprescindibles para la defensa de la vida la educación sexual integral y los métodos anticonceptivos.
El gobierno de Fujimori, en Perú, llevó adelante una campaña de esterilización forzada. Unas 300 mil campesinas quechua hablantes sufrieron ligadura de trompas, con el argumento de que se trataba de impedir la expansión de la pobreza por el exceso de hijos. No es lo contrario sino lo mismo que la prohibición del aborto: en ambos procedimiento se nos trata como úteros sujetos a control. El Estado se arroga el derecho sobre nuestros cuerpos: para impedirnos parir, para obligarnos a parir.
En todo caso, la pobreza no se debe ni a la decisión de tener hijos ni a la de no tenerlos, sino a la expropiación de nuestro trabajo y su conversión en riqueza para otros. En estos días, escuchamos argumentos, pero también precios. Del misoprostol y de los legrados clandestinos. El aborto ilegal implica, muchas veces, endeudamiento, colecta de amigas, préstamo familiar o crédito usurario, momento inicial de una cadena de deudas que despoja cada vez más a las mujeres.
La ilegalidad del aborto se vincula con otras violencias que se ejercen sobre nuestros cuerpos. El femicidio, lo gritamos multitudinariamente cada vez que salimos a la calle a decir Ni una menos, es el punto más alto y cruento de una violencia que se expresa como desconocimiento de nuestras decisiones autónomas, privación de nuestros deseos, explotación económica, endeudamiento, violencia institucional, precariedad. La clandestinidad del aborto hace sistema con ese conjunto de violencias, las refuerza, las intensifica. Hace sistema con la precarización del trabajo y con el maltrato en el sistema de salud.
Nosotras decimos que aborto legal es vida porque defendemos una vida plena, autónoma. Si la clandestinización del aborto es equivalente a la esterilización forzada, la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo es la continuidad necesaria de la ley de fertilización asistida que votó el Parlamento. En tanto se trata del reconocimiento del deseo más allá del azar biológico que produce o impide un embarazo. Quiero decir: el Parlamento argentino ha sido receptivo en distintas ocasiones a la demanda social, al reclamo de derechos y a las transformaciones de los modos de vida. Lo fue con la aprobación del llamado matrimonio igualitario y con la ley de identidad de género, también con las leyes de fertilización asistida y parto respetado. Pese a la oposición de sectores conservadores, religiosos o corporativos.
Hoy, las diputadas y diputados están exigidos de considerar el reclamo del movimiento de mujeres. Un movimiento que no para de crecer y que tuvo picos de masividad cuando en 2015 gritamos Ni una menos y este 8 de marzo paramos contra todas las violencias. Ese movimiento dijo, cada vez que salió a la calle, que reclamaba aborto legal, seguro y gratuito. Día a día se suman más activistas y ustedes habrán visto que se extiende la contraseña verde en mochilas, cuellos y bolsos. Estamos de pie y reclamamos nuestros derechos. No solo por las que vendrán, no solo por las más jóvenes, también por nuestras madres y abuelas, por nosotras mismas, por todas aquellas que padecieron la humillación y la culpa de decidir sobre su cuerpo y maternidad en la clandestinidad. Honremos a nuestras ancestras esclavizadas aumentando nuestras libertades. Esas libertades por las que peleamos y seguiremos peleando porque ¡Vivas y libres nos queremos! Y gritamos ¡Ni una menos por aborto clandestino!