Estoy acá como ciudadana, mujer, madre, actriz y muchas más características que me definen en este momento de mi vida.
También porque hace ocho años, cuando tenía 27, decidí hacer público mi relato en primera persona. Un pronunciamiento individual que se volvió colectivo al que me abrazo.
Como actriz interpreté, entre otros, tres personajes que transitan la experiencia de un aborto de manera diferente.
Una es una adolescente que discute con su novio, porque él quiere seguir adelante con el embarazo pero ella se chupa el dedo y colecciona peluches; en otra El Rengo obliga a mi personaje a abortar el producto de su relación con El polaquito; y la última es Alicia, de Roma, que intenta suicidarse porque queda embarazada de una infidelidad.
Desde que publiqué el relato, vine a cada debate que hubo en este recinto.
Recibí amenazas. Me llamaron asesina.
También recibí muchas cartas de pedidos de ayuda de mujeres con embarazos no deseados, cuerpos gestantes sin saber qué hacer.
Estar a favor o en contra reduce a un círculo vicioso la discusión.
La ciencia, desde su trono de la verdad, aplica para ambas posturas un razonamiento lógico.
No tenemos tiempo para pensar dónde se origina la vida ni para ponernos de acuerdo. Porque no pueden juzgar los actos sin evaluar la experiencia individual.
No se puede depositar esta urgencia de legislar para todas y todos igual en la ética y en la ciencia, que siempre se transforman.
Por ejemplo: el aborto es legal en Estados Unidos y en Cuba.
Una religiosa aborta y una atea no se lo permitiría.
En Rusia, Lenin lo legalizó y Stalin lo prohibió.
El episcopado se desestructura y reestructura y tiene una nueva manera de verlo.
En Roma el aborto es legal.
Que sea legal no lo vuelve “tentador”.
Todos tenemos una prima, una tía, una amiga, una sobrina, una amiga, una hija que abortó.
Yo aborté y no me morí. Cuando tenía 18 años hice el amor con mi pareja actual, padre de mis dos hijos.
No me convertí en madre entonces porque estaba atrapada en el rol de hija todavía, el miedo de semejante estado de vulnerabilidad, hizo que consultara qué decisión tomar con mi padre. Él, muy sabio por la experiencia que le daban los años, me confirmó algo que con el tiempo sería cierto.
No es lo mismo “vas a ser abuelo” que “estoy embarazada ¿qué hago?”
¿Por qué nos embarazamos las personas gestantes?
¿Cuándo es el momento de formar o no formar una familia?
¿Alguien tiene esa certeza? Por más difícil que pueda o no ser la decisión planificar es un derecho. También en la sorpresa uno planifica. A medida que la sorpresa es noticia para toda la vida. Porque si hay algo que es un hijo es la responsabilidad vitalicia de un amor lo suficientemente bueno.
Cuando decidí abortar, por suerte, tenía el dinero: era el año 1999 y salió 800 pesos. (4 salarios mínimos vital y móvil actuales).
El aborto seguro fue un privilegio de clase.
Quien no tiene recursos puede morir.
Ni esa persona ni yo tenemos libertad legítima en la decisión. Es grave.
Es injusto pensar que abortar es matar, mientras que es morir. Es injusto que no tengamos el derecho a elegir cuando queremos amar a alguien para toda la vida. Es injusto que pudiendo procrear a partir de aproximadamente los once años no haya un estado responsable educándonos para prevenirnos de embarazos no deseados. Es injusto pero igual nos embarazamos. Igual abortamos.
Quien se embaraza por accidente no puede ser otro/a por obligación.
Ahora que soy madre adulta, más segura y agradecida estoy de las decisiones que tomé cuando era adolescente.
Hoy tengo la posibilidad de hablarle al Poder Legislativo.
No fui presa por cometer el delito de abortar, vengo en calidad de comunicadora social a interpretarles desde el rol de una chica conocedora de muchas vidas, esas que ustedes tienen en sus manos.
Tenemos esperanza en ustedes, estimadas y respetadas diputadas y diputados.
Y no sólo yo tengo esperanza sino también todas las mujeres que me habitan.
Soy ustedes haciendo historia, teniendo la posibilidad de reivindicar la democracia, cuando una cuestión de salud pública se debate en el recinto, siendo protagonistas de la legislación que nos mueve de la clandestinidad, la ignorancia y la muerte.
Es trabajo de todos entender que es una cuestión de igualdad de derechos.
Y si todos entendemos esto le podremos decir a las generaciones venideras que fueron ustedes los que nos dejaron este derecho necesario.
Que nos dejen vivir y no muriendo por ser pobres y no obligadas a delinquir a beneficio de un negocio del que el Estado es cómplice histórico.
Un Estado que avala medio millón de abortos al año.
La ley de interrupción voluntaria del embarazo no nos obliga a abortar, nos legítima, nos previene, nos contiene a quienes decidan hacerlo. Trabajemos en un proyecto que empatice y reconozca este derecho.
Abracemos este movimiento cultural que da batallas enquistadas, a un poder legislativo negador, ciego, o simplemente ocupado en otras cosas. Es urgente y necesario que ustedes tiendan el hilo que traspasa esta generación y tomen nuestras voces como propias. Nos representan.
Todos tenemos derecho a nacer deseados.
Y necesitamos, ya mismo, educación sexual para decidir, anticonceptivos para prevenir y legalidad para no morir.
Porque el aborto existe. Y hay que legalizarlo. Estamos en sus manos.