“Crecí pensando que la rotura de un caño en Burzaco era más importante que un incendio en mi pueblo”. La estructura elástica de esa frase, ejemplar y sintética, era usada hace años por una amiga para ilustrar algo que hoy se debate desde múltiples movimientos: no estar en los medios es casi no existir. La cuota en la representación, en la agenda, en el debate público. El poder de la macrocefalia mediática en la autopercepción. El relleno de la segunda parte es propio y contextual: 14 provincias arden hoy en Argentina. Entre ellas, Córdoba, donde vivo y donde ya se quemaron 300.000 hectáreas.
La comparación lo deja más claro: en lo que va de 2020, en Córdoba se perdieron casi 20 ciudades de Buenos Aires de monte, 20 ciudades de Buenos Aires de bosques nativos e implantados. Ardieron las laderas de los cerros, el fuego casi se lleva uno de los observatorios astronómicos más antiguos de Argentina. Se vieron imágenes apocalípticas: una vecina tratando de parar las llamas con una cruz de madera; animales lastimados, huyendo despavoridos; bomberos manchados de ceniza, tosiendo, intoxicados.
En un año cruzado por la metáfora de la respiración, del I can´t breath a los pulmones tomados por el COVID-19, ese fuego y esa asfixia no pasan desapercibidos. Imaginemos por un segundo a los enfermos de tuberculosis de antaño en Santa María de Punilla rodeados por las llamas tóxicas. A Alfredo Alcón, en la piel del Juan Carlos de Boquitas pintadas, tosiendo en las terrazas del bello y melancólico hospital. Pero el problema es mucho más grave que el fuego. El problema es qué pasa ahora: con el suelo, el aire y con nosotros, y quién lo decide.
El nombre del mundo es bosque
“El reemplazo de una hectárea de bosque por una de cultivo agrícola libera 51,5 toneladas de carbono a la atmósfera, el equivalente al dióxido de carbono que emiten 40 argentinxs promedio en un año”. El dato está en una nota que hice hace varios años, sobre una investigación del Instituto Multidisplinario de Biología Vegetal (Imbiv/UNC CONICET). Georgina Conti, investigadora del equipo que llevó adelante el estudio, explicaba entonces que “cualquier reducción en la cobertura del bosque implica que el carbono acumulado a lo largo de años se libere, emitiéndolo nuevamente a la atmósfera como dióxido de carbono. Esto implica una pérdida en la capacidad de esos bosques de secuestrar carbono y, así, mitigar el efecto del cambio climático global”.
Otro dato que se mencionaba en esa nota es que los bosques del noroeste cordobés, en conjunto con otros sistemas semiáridos del hemisferio sur, juegan un rol central en la regulación de las variaciones de dióxido de carbono atmosférico a nivel global. Esos mismos bosques que hoy se disiparon en el aire, humo negro, pura ceniza en los pulmones y en la tierra.
Arde Córdoba

La escala de la catástrofe socioambiental y su ausencia de representación mediática fue lo que impulsó a una socióloga y una docente a entablar un diálogo rápido con algunxs conocidxs: “¿Qué podemos hacer para que los medios levanten lo que pasa en Córdoba?”.
Después de dos días de gestión y charla incesante y desordenada por Whatssap, emergió Arde Córdoba, un colectivo autoconvocado con un objetivo inmediato: hacer un “proyectorazo” que llegara a todas partes para saltar el cerco mediático local. Nadie imagina desde afuera de estas tierras lo desolador que es este aislamiento. Y en un verano que no tendrá turismo, no habrá escenas de la “temporada”, ni siquiera hay una imagen que cuidar.
Arde Córdoba se constituyó y se enunció como un colectivo autoconvocado de artistas, investigadores, activistas y ciudadanxs en general. “Un grito común que amplifica el ecocidio”, que busca que “se vean las llamas del monte y el dolor de las comunidades”. Su manifiesto resume: “se arrasó con la flora, la fauna; se afectaron suelos, cuencas hídricas, el aire que respiramos. Se destruyeron economías y culturas campesinas. Se perdieron vidas peleando para apagar los incendios. Esta devastación no es natural, es política-económica-financiera y tiene blindaje mediático. El Estado provincial es el principal responsable. Esta devastación busca extinguir la vida, prepara el terreno para el extractivismo inmobiliario, minero y el agronegocio. Pero no permitiremos que esa devastación proponga otro mapa. Vamos a gritar a mil voces y mil veces que esos territorios devastados deben ser cuidados: ¡Donde hay cenizas, habrá monte! ¡Donde hubo incendios, habrá bosques!”
El movimiento espontáneo se cristalizó entonces en varios caminos paralelos y necesarios. Por un lado, y como principal acción, se generó una imagen poderosa que obligó a prestar atención: el fuego sobre los edificios. Hubo proyecciones simultáneas en 17 localidades, entre pueblos serranos, la ciudad de Córdoba, Buenos Aires y Ushuaia.
En esas imágenes, cedidas por artistas que las compartieron en un banco audiovisual colaborativo, se hizo un recuento de lo que perdemos: flora, fauna, economía, cultura, suelos, aire, cuencas. Se señaló responsables, asumiendo una posición política clara: el Estado provincial, operador aliado con el capitalismo más violento, rapaz y necrófilo, el del agronegocio, la ganadería, el negocio inmobiliario y el extractivismo minero.
Y también, se propuso un curso de acción, una perspectiva de futuro, porque esa es la disputa: la propuesta de la restauración ecológica. Porque donde hay cenizas, habrá monte; donde hay incendios, habrá bosques. No emprendimientos inmobiliarios, no nuevas zonas de pastoreo, no campos frescos para soja ni tampoco espacio para dar paso a la explotación minera o a la obra pública monumentalista y sin consulta previa del cordobesismo.
Si el núcleo de la violencia capitalista es destruir el ritmo de la vida, Arde Córdoba se inscribió y se inscribe en esa pelea política por restaurarlo, por preservarlo; por politizar el cuidado. Se entronca en luchas, movimientos y demandas mucho más amplias, a las que les puso una imagen (fugaz pero potente), una escena a la que ni el Congreso de la Nación pudo sustraerse: las llamas en todas partes. Ahora, toca saber si en adelante importarán más esas llamas que la rotura de un caño en Burzaco.